lunes, 28 de mayo de 2018

Sexo sin sexo

Carlos Alberto Patiño




La palabra “sexo” no tiene sexo. Tiene género y es masculino. Pese a las modas que corren y a las falsas pretensiones igualitarias, no hay nada que justifique la palabra “sexa”.
La palabra “género” tampoco tiene sexo y sí tiene género, masculino, por supuesto.
Nada tiene que ver con machismo ni con sexismo ni con las preferencias o inclinaciones o condiciones genéticas.
Su identidad no viene de los cromosomas sino del uso.
No es palabra macho ni hembra. No tiene mayor valor por ser un término masculino. Es importante por lo que es. A decir del Diccionario de la lengua española, además de definir la condición orgánica de los seres o denominar a los órganos sexuales, tiene la acepción que corresponde a la práctica divertida.
La palabra “palabra”no es menor ni demerita por ser de género (que no sexo) femenino.
Existe el masculino “palabro” de uso en España. Significa palabra rara o mal utilizada.
El cambio de género la convierte en otra palabra, afín, pero diferente.
El género de las palabras nos sirve para definir la concordancia, nada más. No es categoría de valor.
De las complejidades del sexo se habló ya en este espacio. Fue en la entrega titulada “Tengo problemas con el sexo… ¿o con el género?” , de octubre de 2015.
Se abordaba ahí el uso equívoco de los términos “sexo” y “género” a partir de la introducción de una equivalencia inexistente. Se comenzó a hablar de “equidad de género” cuando en realidad se habla de “equidad de sexo”. Es decir, se buscaba un trato igualitario para las personas sin importar si eran hombres o mujeres.
Con la diversidad de opciones actualmente reconocidas resulta difícil recuperar la connotación original de la palabra género, pues ya forma parte de las categorías sexuales establecidas. Lo que es un hecho es que la fórmula “ambos sexos” va dejando de funcionar.
En otra entrega de Giros ( Lagartonas y fáciles... ¿Qué sí debe estar en los diccionarios? , de febrero de este año, cite a la académica de la Lengua y miembro de El Colegio Nacional, Concepción Company. Decía la especialista en una entrevista con La Voz de Galicia : “Creo que la gramática no es sexista ni deja de serlo. No es un concepto que pueda ser aplicado a la gramática, pero sí al lenguaje y al discurso”.
Sí, hay palabras que discriminan, que ofenden, pero para eso se inventaron, estemos o no de acuerdo. Y no olvidemos que la intención está en la mente de quien profiere la expresión.
Recordemos, también, que las palabras no valen ni pesan más por su género ni por su significado ni siquiera las así llamadas, malas palabras.
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A propósito de las máquinas de escribir, Miriam Cuautle recordó que en su taller de mecanografía de la secundaria se empleaba un aditamento conocido como cubreteclado que servía para que las practicantes demostraran que podían escribir al tacto, sin mirar las teclas, lo que era considerado como la máxima virtud de los mecanógrafos.
Cinthia Miriam López cuenta que de plano le pedía a su mamá ayuda para las tareas, pues la señora sí era buena con la máquina.
Alguien más comentó que si los reporteros de antaño escribían con dos deditos (los índices), la “mecanografía” de ahora se hace con los pulgares, y jóvenes hay que tienen habilidad sorprendente para escribir a toda velocidad los mensajes que componen en su nueva lengua de abreviaturas.
Bertha Hernández nos hizo llegar un texto, no exento de ironía, de Martín Luis Guzmán, escrito en la segunda década del siglo pasado.
Recupero los primero párrafos del artículo. Dice el autor de La sombra del caudillo : “Cuentan los biógrafos de Henry James que el ruido de la máquina de escribir Remington era fuente inagotable de inspiración para aquel consumado artista de la prosa inglesa. La noticia se ha divulgado (se ha divulgado con esa facilidad con que cunde toda buena receta para lograr cosas imposibles: igual ocurrió con el espiritismo y, no hay mucho tiempo aún, con la leche agria de Metchikov), y a esta hora las máquinas del fabricante aludido tienen gran demanda en el mercado.
“Yo, que no he querido ser menos que nadie, resolví desde luego deshacerme de mi vieja y fiel Underwood, a cambio de la cual, más una pequeña suma de ribete, he adquirido una Remington flamante y sonora. ¡Qué estruendo tan melodioso el suyo!
“El advenimiento de la nueva máquina ha producido en mi hogar toda una revolución: ha transformado los métodos, ha cambiado las costumbres, ha modificado los caracteres. Como tanto mi mujer como mis hijos opinaron, después de la primera audición, que no existe instrumento superior a la Remington para evocar las ocultas armonías, hemos hecho a un lado la pianola y el fonógrafo, no nos acordamos de Beethoven ni de Caruso y solo gustamos ahora de escuchar, mañana y tarde, a los grandes maestros de la máquina de escribir. ¡Quién hubiera pensado nunca que es posible ejecutar —a una y a dos manos, en color rojo y en color azul— desde un canto de la Ilíada, hasta una proclama de Marinetti! ¡Música divina! Mucho, en verdad, depende de la interpretación”.
Continúa Guzmán describiendo las virtudes auditivas de su cacharro.
Cuenta que en los momentos de inspiración apaga la luz y se lanza a interpretar las más audaces composiciones. Dice que los vecinos, entusiasmados abren sus ventanas y le lanzan lo que él interpreta como ¡bravos!
Remata así su texto el también autor de El águila y la serpiente: “Parte de mis improvisaciones, la más accesible al vulgo, la mando a las revistas o a los grandes diarios. Algunas han causado sorpresa y otras verdadera estupefacción. Las revistas de los jóvenes las reciben siempre con aplauso caluroso; las publicaciones de los viejos, las académicas, fingen no descifrar mis obras y las desprecian. Es el eterno disgusto por todo lo que ya no podemos aprender a hacer. Pero los jóvenes me siguen con tal ahínco que ya comienza a formarse una verdadera escuela. Ahora mismo la gente anda revuelta y enteramente en desacuerdo sobre la esencia distintiva de la nueva manera y el nombre que debe dársele. ¿Es un cubismo o un vorticismo de la literatura? ¿Sería eufónico llamarle remingtonismo? Mecanicismo, sin duda, es el título que debiera ponérsele, si no fuera por las asociaciones deplorables que esa palabra puede despertar”.
El texto fue publicado con el título “Mi amiga la credulidad”, en El Gráfico (Nueva York, 1918). Después, Guzmán lo incluyó en A orillas del Hudson.
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Recibió El Arca de Arena la palabra “dactilograma” como la que corresponde a la definición de la huella digital impresa con fines de registro. Comparte raíz con el sinónimo de mecanógrafa. La envió Miguel Ángel Castañeda, quien nos dice que la voz con la que está emparentada por el prefijo es “dactilógrafa”.
Para hoy surge el nombre del lugar donde se extrae el aceite de las olivas, es la estancia del proceso de las aceitunas y vocablo de origen árabe.


 Publicado en La Crónica de hoy   
19 05 18    

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