Carlos Alberto Patiño
Escribir a mano es una práctica que cae en el desuso. Cada vez más,
los dispositivos electrónicos se extienden. Cada vez menos, las personas
usan una pluma o un lápiz para anotar.
Ahora se toma la foto de un aviso con el teléfono o, con el mismo, se hacen notas con un ágil juego de pulgares.
Los viejos reporteros criticaban a los que en los años 70 empezaron a
incorporar grabadoras a sus labores. Los de antes sólo necesitaban
lápiz y libreta para elaborar reportajes de grandes vuelos.
En nuestros días, a la grabadora la desplaza el teléfono; y, lo que es más grave, el copy paste se vuelve fórmula muy socorrida para elaborar trabajos, tareas y hasta tesis.
Escribir a mano es gratificante. No lo digo yo, es una conclusión de
diversos estudios sobre el cerebro. Intervienen el tacto, la vista y el
pensamiento.
Hace un par de años se desató una polémica acerca de la escritura
manuscrita por la decisión de Finlandia, país emblemático en materia
educativa, de eliminar esta disciplina en sus estudios.
No quiere decir que se desterraran lápices, plumas y libretas de las aulas, pero hoy campean los teclados.
Imagínese usted, seguidor de El Arca de Arena, cómo les explicaría a esos chicos el uso del cálamo.
No sólo por nostalgia, también por razones pedagógicas aparecieron
voces discordantes, las primeras de profesores y psicólogos que alzaron
el dedo para señalar la importancia de la escritura en el desarrollo
psicomotriz del niño.
Explicaron algunos neurólogos que el proceso de escribir activa y mejora el funcionamiento de determinadas áreas cerebrales.
“La escritura manuscrita ayuda a mantener el cerebro alerta y
mantiene la destreza manual”, sostiene la pedagoga Laura Dinehart, de la
Universidad Internacional de Florida. Añade la especialista que “el
dominio de la caligrafía parece tener efecto sin comparación en el
desarrollo y puede estar asociado con la capacidad de autorregularse,
controlar las emociones y memorizar el trabajo efectuado”.
“Antes de escribir una palabra en el papel nos representamos
mentalmente las letras, después las vemos aparecer bajo nuestros ojos
gracias al movimiento de la mano. Con el teclado, nada como eso: sólo se
necesita identificar la zona donde se encuentra la letra deseada y de
presionarla (...) En el plano motor y el de la representación mental,
estas dos maneras de escribir no tienen nada que ver: no requieren las
mismas zonas del cerebro ni los mismos procesos cognitivos, explica el
investigador Jean-Luc Velay, del Laboratorio de Neurociencias de la
Universidad Aix-Marseille.
Además, tomar notas a mano contribuye a fortalecer la memoria.
Dos investigadores estadunidenses, Pam Mueller y Daniel Oppenheimer,
realizaron una investigación por la que se demostró que los estudiantes
que se toman el trabajo de tomar apuntes manuscritos responden más
fácilmente a cuestiones complejas que los que usan la computadora para
esa tarea.
Información sobre el tema abunda en la red. En el sitio sympa-sympa.com elaboraron una lista de las consecuencias que puede tener la pérdida de la escritura manual.
Una primera afectación es el deterioro de la motricidad y la coordinación. Además se pierde habilidad para leer.
Explican que, al escribir a mano, se activan zonas del cerebro que
sirven para la formación del lenguaje y la interpretación de las
sensaciones. El cerebro, señala el portal, tiene una zona llamada Área
de Broca que es la responsable de juntar las letras y palabras y de su
comprensión. Con la escritura manuscrita ese centro se pone a funcionar.
Así, la capacidad de escribir rápidamente facilita la lectura y
viceversa.
Por otra parte, quien escribe poco o nada, tiene más dificultad para entender un manuscrito.
Como a muchos nos consta, los que teclean o digitan en el teléfono
ponen menos atención en la ortografía, la puntuación y la gramática. Y
añádale los desatinos del autocorrector.
Una falla más grave es que los que no escriben son menos capaces de
expresar sus pensamientos con palabras. Cuando se escribe a mano se debe
pensar en la frase entera, la idea completa y luego se escribe. La
creación de escritos nos hace pensar con más aliento e involucra nuestro
pensamiento abstracto.
El pensamiento y la capacidad de memoria se deterioran cuando se
abandona o no se ejerce la práctica de la escritura y, una de las más
lamentables menguas, la imaginación se hace más limitada.
Me pregunto si tendremos en el futuro próximo una sociedad ágrafa. No
será de analfabetas, pues serán capaces de leer e interpretar sus
mensajes, pero no sabrán escribir. Sí, juntarán letras en un teclado
para formar palabras. Será su método, pero de auténtica escritura, nada.
Los humanos y sus cerebros se adaptan a cualquier circunstancia, así
que, aunque a algunos no nos guste ese futuro, ellos lo vivirán y se
hallarán cómodos en su agrafía. Sus escuelas tendrán que preparar
especialistas paleógrafos para entender los textos de los últimos siglos
y traducirlos al lenguaje taquigráfico de las redes sociales. Otros
especialistas estudiarán el funcionamiento de sus cerebros y qué otras
habilidades desarrollaron para sustituir las perdidas y asegurar su
sobrevivencia y evolución.
Yo le recomiendo, mientras eso sucede, conseguir una libreta y una pluma y anotar sus pensamientos. De algo le servirá.
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El Arca de Arena pedía el nombre del instrumento de
la antigüedad con el que se plasmaban historias y correspondencia. Las
iconografías de Cervantes y de Shakespeare lo incluyen para resaltar el
oficio de ambos. Es parte de un ave e importa mucho el corte para que
funcione; es trisílaba y anagrama de la primera persona del presente de
indicativo del verbo que significa “Dar voces en honor y aplauso de
alguien”. También es parónimo del sinónimo de lecho nupcial.
La respuesta vino de Francisco Báez, Marielena Hoyo, Miguel Ángel Castañeda y Bertha Hernández.
La palabra es “cálamo”. Mangel acertó siguiendo paso por paso las pistas.
El cálamo y la escritura manuscrita no dejan a El Arca más
remedio que pedir el nombre de un antiguo equipo de escritura. Es el
conjunto de instrumentos para elaborar un texto. Es sinónimo de “mensaje
o respuesta que de palabra se da o se envía a alguien”, con el
complemento de la escritura. Personajes del Siglo de Oro, como los de
Tirso de Molina y Calderón de la Barca, lo piden cuando tienen necesidad
de mandar un escrito urgente: “¡Traedme…!”.
Publicado en La Crónica de hoy
16 06 18
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