jueves, 5 de julio de 2018

Chanchullos

Carlos Alberto Patiño








A jaloneos, con tropiezos menores y mayores, a veces con sangre, mediante un proceso disparejo pero constante se ha forjado nuestra democracia.
En este camino, hemos incorporado términos formales y coloquiales, como ciudadano y ciudadanía, voto, sufragio efectivo, elecciones, boleta, padrón, cédula y luego, credencial para votar con fotografía, primero del IFE y después del INE.
A la par, hemos creado un conjunto de conceptos para describir prácticas, nada presentables, pero vigentes en distintas etapas de nuestra historia, y algunas, no del todo erradicadas.
De otros tiempos nos viene la palabra “tapado”. La tomamos de las peleas de gallos. Es una modalidad de combate en la que las apuestas se pactan conociendo sólo a una de las aves contrincantes, la otra permanece oculta, velada, para darle mayor emoción a la contienda.
Jorge Carpizo, exrector de la UNAM, primer ombudsman, exprocurador, académico, nos da una definición en su artículo “El tapado: sistema de engaños y mentiras”, publicado en la revista Nexos de noviembre de 1999 (https://www.nexos.com.mx/?p=9469): “El ‘tapado’ ha sido una de las características sobresalientes del sistema político mexicano de las últimas décadas. Por expresión tan singular como representativa se entiende que el Presidente de la República escoge y selecciona a su sucesor, pero para evitar que a este último lo vayan a vulnerar o debilitar, lo protege, lo oculta, lo “tapa” hasta el momento en que se hace público que él es el señalado y a quien se le va a donar el cargo.”
Claro, una práctica así sólo se podía dar en un sistema tan fuertemente vertical como el político mexicano en su etapa monopartidista y del más absoluto presidencialismo.
El mandatario en turno elegía a su sucesor, siempre detrás de la charada del apoyo popular y del pronunciamiento de los sectores del partido. Para ello se recurría a otra práctica, entonces considerada normal: “el dedazo”. Era (y es todavía en algunos partidos) el acto por el cual el Presidente señalaba a su sucesor y a los candidatos a gobernadores, senadores y otras autoridades. Esa fórmula iba acompañada de otra conocida como “palomeo” que era la aprobación de candidatos en listas en las que se ponía una palomita a quienes eran aprobados por el Gran Elector.
Al “destape” seguía “la cargada” que era el inacabable desfile de oportunistas y aduladores en las oficinas del destapado, a quien juraban que siempre había sido su favorito.
Aunque ya no con la magnitud que tuvieron, el “dedazo, y el “palomeo” sobreviven por ahí, como sigue existiendo el “acarreo”, esa práctica de llevar por medio de la persuasión o la coacción a “simpatizantes” a los mítines y actos de los políticos.
También se emplea para acercar a los votantes a las casillas donde hacen falta sufragantes.
La variante del “carrusel” era muy efectiva a la hora del “carro completo”, como le gustaba decir a la “aplanadora” priista, cuando lograba —y era casi siempre— ganar todos los puestos de elección.
Mediante el “carrusel” se trasladaba a grupos de ciudadanos para que votaran en distintas casillas.
Un padrón efectivo, la credencial para votar con fotografía y la tinta indeleble deben frenar esa modalidad.
La “operación tamal” incluía desayuno o almuerzo para los simpatizantes que a cambio, no de un plato de lentejas sino de un buen tamal, daban su voto a quien los convidaba.
Contra la “urna embarazada” se inventó la urna transparente. Aquélla era la que venía cargada de votos desde antes de que iniciara la votación.
El “taco” fue otra forma de añadir votos apócrifos. En la casilla, tras las cortinas que resguardan la secrecía del voto, el tramposo introducía en la urna un taco de boletas marcadas a favor de su candidato para asegurar la mayoría a la hora del escrutinio.
La “alquimia” y la “ingeniería electoral” tuvieron su momento. Las empleaban los responsables de darle la vuelta a una elección. Padrones rasurados, sustitución de actas, votos de muertos eran recursos para éstos, unos magos, otros técnicos, especializados en transmutar derrotas en victorias.
Otros personajes asociados son los “mapaches” que roban o rellenan urnas para alterar resultados. La única culpa del pobre animalillo es tener una marca en la cara en forma de antifaz, pero eso es suficiente para que el imaginario popular los asocie con los delincuentes electorales.
El “padrón rasurado” era al que se le borraban los datos de los votantes potencialmente antagónicos. Con éste se apoyaba la práctica del “ratón loco”. La idea era que los ciudadanos se cansaran de andar de casilla en casilla para ver dónde les tocaba emitir su voto.
La “casilla zapato” siempre fue sospechosa, pero en illo tempore eran de lo más común las casillas donde los opositores no obtenían ningún voto, como en el dominó, cuando la pareja de jugadores se queda en ceros a lo largo de una partida.
La “concertacesión” era recurso postelectoral. Si con ninguno de los medios señalados se lograba el triunfo, de alguna manera se desconocía el resultado y se negociaba algo a cambio. Muy sonada, aunque todavía no se acuñaba el término, fue la componenda en la elección de Nayarit de 1975. El triunfo lo logró Alejandro Gascón Mercado, del Partido Popular Socialista, pero en esa época era impensable un gobernador de oposición, aunque fuera la oposición leal del PPS. El entonces presidente del PRI, Porfirio Muñoz Ledo, entró en negociaciones con el dirigente pepino Jorge Cruickshank García, el resultado fue que el Popular Socialista reconoció el triunfo del tricolor Rogelio Flores Curiel. Casualmente, al año siguiente Cruickshank se convirtió en el primer senador no plenamente priista, pues llegó al escaño por una fórmula PRI-PPS.
Otros términos de este folclórico lenguaje son “caballo negro” —el candidato que no es favorito, pero que gana—, la “caída del sistema” y el “amiguismo” (—Oye, conozco al candidato desde hace mucho y no sé si hablarle de tú o de usted. —No te preocupes, háblale de mí).
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A El Arca de Arena llegaron las respuestas de Luz Rodríguez, Marielena Hoyo y de Miguel Ángel Castañeda. El nombre de cada una de las piezas verticales a los lados de una puerta o ventana que sostienen el dintel o el arco de ella es “jamba”, del francés “jambe”, que significa pierna. También tiene que ver con la grafología, y nos explica don Miguel Ángel que “las jambas o pies son los trazos plenos que descienden, van desde la zona media hacia abajo en las letras f, g, j, p, q, y, z.”
Lo opuesto a las “jambas”, sigue Miguel, son hampas o crestas, “los trazos plenos que ascienden desde la zona media en las letras b, d, f, h, j, l y t.”
El Arca pide ahora el nombre de la parte de la casilla donde se marca la boleta y que resguarda la privacidad y garantiza el secreto del voto.


Publicado en La Crónica de hoy  
     
30 06 18




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