martes, 6 de febrero de 2018

Pollos, lagartijos, osos… esa fauna decimonónica

Carlos Alberto Patiño



Los tales personajes deambulaban por las calles de México en la época de don Porfirio. Eran herederos de los “petimetres” del siglo XVIII y bisnietos de los “donceles” de las primeras camadas de los conquistadores.
Con ellos compartían la afectación y la presunción.
Ahora, a ciertos de esos ejemplares los llamaríamos “juniors”; otros nos merecerían la denominación “esnobs” y otros más serían clasificados con un feo, pero descriptivo anglicismo, “wannabes”.
Fueron figuras que pulularon en los tiempos de la paz porfiriana, cuando se imponía la modernidad positivista, el orden y progreso.
Dejaron huella en las crónicas y literatura de la época.
Clementina Díaz de Ovando, en su libro Un enigma de los ceros: Vicente Riva Palacio o Juan de Dios Peza (UNAM, 1994), nos proporciona el siguiente panorama: “Las calles de Plateros, La Profesa y San Francisco se señalaban por ciertos viandantes singulares: el ‘oso’ que sin desmayar seguía por todos lados a su Dulcinea, el ‘gomoso’ que saludaba dando brincos, el ‘lión’, así llamado porque ‘enseña su melena en las faldas de su levita’ y el ‘dandy’ ‘que trotina por las calles mordiendo el puño de su bastón’”.
Los osos arriba mencionados son distintos a los que abordó ya este espacio. Fue cuando nos preguntamos cómo un ser tan grandioso había pasado a ejemplificar el ridículo con la expresión “hacer el oso” (http://www.cronica.com.mx/notas/2016/962216.html).
Tiene el oso otra connotación en el México del Siglo XIX. Eimy Arriaga me dio la pista.
En la novela Baile y cochino, José Tomás de Cuéllar nos presenta al personaje:
“Es que Enrique se sentía por la primera vez en su vida seria y positivamente enamorado (...)
“Enrique Pérez, sin embargo, se complacía en lo que él llamaba hacer el oso a la mexicana, y no faltaba al Zócalo los domingos para verla pasar tres o cuatro veces en ese paseo de exploración que las señoras han dado en hacer, siguiendo todas las curvas del jardín entre dos filas de pollos y barbudos, apostados allí con la deliberada intención de escoger o simplemente de formarse el cargo respecto a las escogibles.”
Se ve pues que “hacer el oso” tiene distinto significado. El “oso” es el admirador, el enamorado todavía no correspondido.
Cuéllar abunda: “A este punto, la mexicana pasaba rozando el brazo de Enrique.
“Ella lo reconocía en todas partes, sabía que era su oso, aunque inofensivo, y ya tenía establecida desde hacía tiempo la costumbre de prodigarle una sonrisa, tan imperceptible que sólo la vista de Enrique era capaz de apreciar la contracción del labio superior...”
La historiadora Díaz de Ovando nos habla de los otros personajes, los lagartijos: “Pero los tipos que daban más color a estas calles eran las ‘lagartijas’ más conocidos como que aguardaban pacientemente a ‘que el sol dé calor a su estómago para aprovechar que un cándido transeúnte les obsequie el pastelillo y el brandy en la casa de Plaisant’ (segunda calle de Plateros núm. 3)”.
Con los “pollos” hizo Cuéllar toda una novela, Ensalada de pollos. Ahí el escritor los describe y clasifica. Veamos algunos fragmentos del capítulo “Monografía del pollo”:
“Aunque el joven ha existido en todas las edades y bajo todas las latitudes, el pollo es esencialmente del siglo XIX, y con más especialidad de la época actual, y todavía más particularmente de la gran capital.
“No hay que confundir al pollo con el adolescente a secas, con el niño, ni mucho menos con el joven.
“El pollo se cría en México bajo condiciones climatéricas. Es la larva de la generación que viene, de una generación encargada de darle la última mano a nuestras cosas de hoy.
“Cuando nos hemos propuesto escribir sobre los pollos, no hemos comprendido bajo este nombre a todos los jóvenes, ni este título sui generis lo prodigamos por razón de edad solamente; y para que el lector juzgue y establezca importantes diferencias en las clasificaciones, le mostraremos nuestra cartilla que a la letra dice:
“—¿Qué es pollo?
“—Pollo, por razón de edad, es un bípedo racional que está pasando de la edad del niño a la del joven.
“—¿Qué es pollo por razón social?
“—El bípedo de doce a diez y ocho años gastado en la inmoralidad y en las malas costumbres.
(...)
“—¿Qué es pollo fino?
“—El hijo de gallina mocha y rica y gallo de pelea, ocioso, inútil, y corrompido por razón de su riqueza.
“—¿Qué es pollo callejero?
“—El bípedo bastardo o bien sin madre, hijo de reformistas, tribunos, héroes, matones y descreídos, que de puro liberales no les ha quedado cara en que persignarse.” (...)
“—¿Cómo se podrán corregir los pollos implumes cuando desprecian la moral y el deber, cuando se burlan de los buenos ejemplos?
“—Sólo por medio del ridículo. Señáleseles con el dedo, exhíbanse ante el mundo con todos sus defectos, y al arrancar sonrisas mofadoras y gestos de desdén, tal vez le teman más al ridículo que al crimen.”
Por esas calles de la ciudad, por la Alameda y por el Paseo de las Cadenas se dejaban ver, junto con pollos, osos y lagartijos, los dan­dys y los currutacos. Unos y otros esclavos de las modas de París.
A esta bandada le salió un defensor. Nada menos que el Duque Job.
Sigamos a doña Clementina: “Pero los ‘lagartijos’ encontraron su más decidido campeón en Manuel Gutiérrez Nájera, cuyo escudo debió llevar esta divisa ‘vagancia y libertad’, y al amparo de sus seudónimos ‘Duque Job’ y ‘Frú-frú’ emprendió la justificación y defensa de estos jóvenes ‘sosten y apoyo de los aparadores y trastiendas, tímidos en exceso’, incapaces de requebrar  —como afirmaba cándidamente la prensa— a las americanas, cuáqueras pudorosas (...)
“Gutiérrez Nájera mantuvo también con macizos argumentos que la vagancia de los lagartijos no era un delito que ameritara cárcel, como pretendía la policía la que, atropellando el derecho constitucional, quería de su bien conocido baluarte: la Peluquería de Micoló”.
Esa peluquería y la Tercena eran los sitios que frecuentaba esta variopinta fauna. La de Micoló se hallaba en la esquina de lo que ahora son Madero e Isabel la Católica. El otro mentidero era un expendio de puros en la calle de Plateros (Madero).
.-.-.-.-
Regaños. Del portal http://www.xeu.com.mx/: “Revelan que Odebrecht depositó presuntamente 4 mdd a…” ¿Cómo se deposita presuntamente? A los bancos no les gustan los “presuntos” depósitos. Los quiere en firme. ¿No será que se presume que la constructora brasileña hizo un depósito? Ah, recordemos que la anfibología es enemiga de la precisión
.-.-.-.-.
Sobre el manuscrito Voynich hay noticias que indican que utilizando inteligencia artificial un grupo de investigadores de la Universidad de Alberta (Canadá) habría identificado al hebreo como la lengua en que está codificado el enigmático texto. No hay nada definitivo, pero parece ser un avance.
.-.-.-.-.
“Piróscafo” es la palabra reclamada por El Arca de Arena. Es el nombre técnico del buque de vapor. Así, Phyroscaphe, bautizó el francés Claude François Jouffroy d’Abbans a su primera nave impulsada por vapor, botada en 1783.
Se forma de los términos griegos “por”, “fuego” y “skáfe”, “bote”.
A tono con los personajes aludidos en esta entrega, El Arca de Arena busca un apelativo para un imberbe presumido. Semeja al nombre de un vegetal de aparición frecuente, no en la calle de Plateros, pero sí en las ensaladas.

 
Publicado en La Crónica de hoy 
 
03 02 18  
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario