lunes, 15 de febrero de 2016

De largas cartas y buenos cortes

Carlos Alberto Patiño
La primera carta que se escribió desde estas latitudes fue de la mano de Hernán Cortés, refiere Héctor de Mauleón en su libro La ciudad que nos inventa. La dirigió a Carlos V, rey de España.
El espacio y el tiempo eran entonces categorías de significado muy diferente al actual. La misiva en cuestión viajaba en una nao y tardó meses en llegar a su destinatario.
La extensión de los mensajes no tiene comparación con el tamaño que emplean los mala llamados mails y, por supuesto, nada qué ver con los 140 caracteres de un tuit.
La velocidad y la longitud tenían otro peso en la vida cotidiana.
La primera noticia impresa, más o menos parecida a lo que hoy entendemos por eso, fue una hoja volante de 1541, que refería un sismo en Guatemala ocurrido meses antes. El titular también da idea de lo diferente que se concebía la forma de dar la información:
"Relación del Espantable Terremoto que Agora Nuevamente ha Acontecido en las Indias en una Ciudad llamada Guatemala”.
Ahora reinan la inmediatez y la brevedad. Se han impuesto y eso es bueno para la toma de decisiones.
Pero a veces, las tales cualidades limitan el buen razonamiento que requiere de tiempo, de no dejarse llevar por la precipitación.
Y esa calma, la oportunidad de pensar sobre lo que se dice, de tomar el lapso adecuado para expresar las ideas, se pierde en el fragor de las prisas cotidianas.
No calificaré qué tan bueno o malo sea el acelere. Esa responsabilidad es de los jóvenes.
Sólo sería oportuno imaginar a Proust o a Joyce, a Kafka, Dumas, Vícotr Hugo, o a quien se le ocurra sujetarse a la tiranía de la web.
¿Dónde quedarían las magdalenas con te, el lugar de la Mancha o el pelotón de fusilamiento del coronel Buendía. Quizá Molly Bloom podría decirnos algo con la tecnología actual.
Llegará el momento en que con un chip,  una pastilla o un implante se tenga ya, por ejemplo, la habilidad para diseñar un puente, saber de memoria El Lazarillo o evitar la necesidad de comer durante 48 horas.
Sí, eso puede ocurrir, la idea no es nueva.  ¿Recuerda usted la máquina de alimentar en la película Tiempos Modernos (Charles Chaplin, 1936)?
A propósito de esas ideas, voy a referir un comentario que Jorge Ibargüengoitia hizo durante una entrevista que le hizo mi amiga Esmeralda Loyden.
El escritor abordaba precisamente esa idea de comer una pastillita en lugar de un corte de carne o de incorporar al propio acervo El Quijote, mediante la ingesta de una cápsula colorida.
¡Será!, decía le autor de Los pasos de López, pero yo, sí leeré y me comeré un buen bistec. Allá los que quieran ahorrar tiempo y esfuerzo.
Yo con él, leeré y comeré todo lo que mi dieta me permita…
Quienes prefieran las otras modalidades, que con su red se lo coman.

22 08 15

Publicado en La crónica de hoy

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