sábado, 27 de agosto de 2016

Palabras domingueras


 
Carlos Alberto Patiño

 El Arca de Arena reclama más participación. Nos quiere dar muestra de términos llamativos, de expresiones deslumbrantes, de palabras domingueras.
Las llamamos así, domingueras, por considerar al domingo un día especial (El Día del Señor, para los creyentes) y por lo tanto, para las ocasiones especiales. Pero también para destacar que son poco frecuentes.
Son para apantallar, para impresionar incautos.
A ver cuántas de las palabras que propone El Arca podemos reconocer.
Aparece en primer lugar “ínclito”, como el ínclito Alfonso Reyes. Es esclarecido, un personaje ilustre (No vale formar el diminutivo “inclitito”, por más que don Alfonso haya sido de corta estatura).
¿Qué más tenemos? La forma en que la madre de un amigo se despedía. No decía “me voy a dormir”. Ella se arrojaba “a los brazos de Morfeo”.
“Resiliencia”, como en “las madres solteras hacen gala de resiliencia”. Es la capacidad de superar circunstancias adversas y también la habilidad de adaptarse.
De la novela La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender (Bruguera, 1981), El Arca extrae esta expresión: Era un “echacuervos de cabeza pregonada”. Se habla de uno de esos hombres de pocos escrúpulos, embusteros y despreciables que más que venir a conquistar América, salían huyendo de la justicia. De ahí lo de “cabeza pregonada”, es decir, que se buscaba al hombre para rendir cuentas y, a veces, había recompensa de por medio.
Del mismo arcón viene la descripción de un comandante de la guardia al que le vino “la tarumba del martelo”, lo que significa que el soldado andaba turulato por los amores de una dama.
“Plúmbeo”  sirve para referirse a algo muy pesado, aburrido. “El discurso del diputado es plúmbeo”. Viene de plomo.
“Proditorio” es lo relativo a la traición. “Dejar a los niños sin clases, más que una protesta es una acción proditoria”.
“Cae el orballo (u orvallo), no es aguacero, pero moja”, donde “orballo” es llovizna.
Si decimos, “Mario era un infausto picaflor” nos referimos a un sujeto desgraciado, infeliz, que además es inconstante, donjuanesco.
“Facundia”  es desenvoltura en el hablar, cualidad que deberían tener quienes trabajan como locutores o comentaristas, pero muchos, lo que tienen es “logorrea” (cuyo significado etimológico es escurrir palabras). Sueltan vocablos y expresiones sin ton ni son. Si la locuacidad viene acompañada de ignorancia tenemos los resultados que cotidianamente padecemos en la radio (¿La radio?, ¿el radio?: la radiodifusión, la radiodifusora, el radio receptor. Trabajo en la radio, pero oigo el radio).
“Heteróclito” es algo que se aparta de la regla común, de lo habitual: “La familia Adams es de naturaleza sumamente  heteróclita”.
“Bártulos” son tiliches, instrumentos o trebejos. Es el conjunto mínimo de objetos propios que va con nosotros al mudarnos. La palabra usualmente viene acompañada del verbo “liar”. “Lió sus bártulos y se fue”. “Es hora de liar los bártulos y dejar esta casa de locura”

Los lectores tendrán su colección dominguera ¿Nos la dejan conocer?
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Llegó a mis manos El libro de los disparates, de Juan Domingo Argüelles (Ediciones B, 2016). Ya desde la portada nos advierte que compendia “500 barbarismos y desbarres, dichos y escritos en español”, como los que solemos abordar en este espacio.
En el prólogo, Argüelles nos recuerda que todos cometemos errores al hablar y al escribir. “Pero hay quien los comete con más frecuencia que otros”, dice.
El texto recoge, nos explica, los “desbarres que con mayor frecuencia y ‘normalidad’ utilizan los hablantes y escribientes de la lengua española…”
El compendio es muy útil para aclarar a los necios el uso de los términos que emplean mal y que insisten en defender.
También podría, si es que un libro fuera de su interés, servir a quienes llenan las redes sociales de sandeces. Una rápida consulta les serviría para mejorar sus furibundos, curiosos, graciosos o triviales mensajes.
Ya mencionaremos algunas barbaridades apoyándonos en este interesantísimo libro.

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Bueno sería que quienes elaboran las cápsulas lingüísticas de El Colegio Nacional consultaran un diccionario antes de producir sus mensajes. En reciente emisión (https://www.facebook.com/ColegioNacional.mx/videos/1192965150765112/), el lingüista Luis Fernando Lara explica el significado y origen de la palabra “cuscús”, esa que usamos cuando tenemos miedo y que acompañamos con un ademan característico. ¡Ah!, quienes realizaron la cápsula escribieron así “cuz cuz”, pasando por alto que el Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua y el Diccionario breve de mexicanismos de Guido Gómez de Silva dan por buena la grafía “cuscús”, homónimo del manjar magrebí (que por cierto, no está hecho con arroz, como dice Lara).
El Colegio requiere de alguien más cuidadoso para manejar su comunicación.
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Los pillos de El Heraldo de San Luis se roban mis artículos (http://elheraldoslp.com.mx/2016/08/21/no-me-grite-valores-tipograficos/) y se los atribuyen a la “Redacción”. Lo peor es que los bellacos reproducen y no leen; el uso de mayúsculas en la versión electrónica es espeluznante. Echacuervos a los que desde aquí pregono las cabezas.
Gracias por el dato, doña Marielena.
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El Arca de Arena recibió respuesta de Bertha Hernández, Marielena Hoyo y Francisco Báez. La bebida antigua que se condimentaba para disimular la pérdida de cualidades o la mala calidad, que comparte letras con los “cariñitivos” (hipocorísticos) y con aquellos que imaginan males (hipocondríacos) es el “hipocrás”, vino sazonado de extenso uso medieval.
Satisfecha de su hazaña de hoy, El Arca deja una simple palabra con muchos significados. Tiene que ver con los juegos de azar, con el transporte de agua y la geometría, pero la saca del centro de las ruedas.

27 08 16

Publicado en La Crónica de hoy




sábado, 20 de agosto de 2016

¡No me grite! Valores tipográficos



Giros

Carlos Alberto Patiño

Si usted escribe con puras mayúsculas, le está gritando al lector, es una falta de cortesía. Si lo que usted quiere es resaltar una palabra, una frase, una oración, se utilizan las negritas.
Un periodista y político de los de antes, Roberto Blanco Moheno, abusaba de las mayúsculas. Sus artículos eran una infinita sarta de gritos. Pero él era así, vociferante. Escudado detrás de un inacabable puro, no respetaba a lectores ni interlocutores.
Las mayúsculas tienen un uso muy bien definido.
Emplearlas no exime de poner la tilde cuando así lo exijan las reglas de acentuación: ÁFRICA, África. Pero las siglas, que se escriben enteramente en mayúsculas, no llevan nunca tilde. Las siglas son las iniciales del nombre de una institución o de una expresión compleja: ONU, TIC, UNAM. No confundir con un acrónimo, que se forma combinando sílabas de diferentes palabras: Infonavit, Metrobús.

Las mayúsculas se usan, desde luego, al iniciar una oración. Cuando ésta sigue a los puntos suspensivos que cierran un enunciado: “Compramos mariscos, carne, vino... La cena resultó un éxito.”
Pero si los puntos suspensivos no cierran el enunciado, sino que éste continúa tras ellos, la palabra que los sigue se escribe con inicial minúscula: “Estoy pensando que... aceptaré; en esta ocasión debo arriesgarme”.

Se escriben con letra inicial mayúscula todos los nombres propios
Es el caso de los apellidos. (Ojo, lectores de noticias, comentaristas, locutores, profesores y público en general, la palabra es “apellido” no “apeído”, como suelen pronunciar.)
Si comienzan por preposición, ésta se escribe con minúscula cuando acompaña al nombre de pila (Juan de Ávalos, Pedro de Alba); pero si se omite el nombre de pila, la preposición debe escribirse con mayúscula (señor De Ávalos, De Alba.)

Van las mayúsculas en los nombres abstractos personificados, utilizados alegóricamente: la Muerte, la Esperanza, el Mal.

En las antonomasias que se usan como alternativa al nombre oficial: el Nuevo Mundo (América), la Ciudad Eterna (Roma), la Ciudad Luz (París).
Los sustantivos y adjetivos que forman parte del nombre de publicaciones periódicas o de colecciones: La Vanguardia, La Crónica de hoy, Nueva Revista de Filología.
El nombre de las disciplinas científicas, cuando nos referimos a ellas como materias de estudio: “Soy licenciado en Geografía”; “me he inscrito en Arquitectura”. De otro modo, usamos minúscula: “La medicina avanza que es una barbaridad”; “la psicología femenina es muy compleja.

La primera palabra del nombre latino de las especies vegetales y animales: Pimpinella anisum, Panthera leo, Cannabis indica (Ojo, La Cannabis).
Los nombres de edades, épocas históricas y grandes acontecimientos históricos: la Edad de los Metales, la Antigüedad, la Edad Media, la Hégira, el Renacimiento.
Los títulos y cargos como rey, papa, duque, presidente, ministro, etcétera se escriben con minúscula, pero toman la mayúscula cuando se emplean referidas a una persona concreta, sin mención expresa de su nombre propio: “El Presidente destituyó al Comisionado”; “el Papa habló ex cathedra y es infalible e irrefutable”.
En español se escriben con minúscula inicial los nombres de los días de la semana, de los meses y de las estaciones del año: lunes, abril, verano. Por supuesto, si la puntuación lo reclama, ponemos mayúsculas. También si forman parte de fechas históricas, festividades o nombres propios: Primero de Mayo, Primavera de Praga, Viernes Santo, Hospital 20 de Noviembre.

En minúsculas escribimos los nombres de tribus o pueblos y de lenguas, así como los gentilicios: el pueblo inca, los mayas, el español, los ingleses.
Los tratamientos (usted, señor, don, fray, san, sor, reverendo, etcétera), pero sus abreviaturas se escriben con mayúscula: Ud., Sr., D., Fr., Sto., Rvdo. En el caso de “don” hay que insistir en su uso con minúsculas. Don significa “señor”, el femenino es “doña”. No van en mayúscula si no inician oración, por más que queramos atribuirle importancia a ese “don”.
Así, palabras enteras con mayúsculas no tienen lugar en los textos en nuestro idioma.
Las negritas
Se dijo antes, para resaltar o llamar la atención sobre una palabra, se usan las “negritas” o “negrillas”.
Cuando no había computadoras, en los manuscritos y mecanoescritos —los que se hacían con la máquina de escribir—, las negritas se marcaban subrayando la palabra, y el tipografista o cajista sabía que debía cambiar la fuente por un tipo bold.
En algunos espacios periodísticos, por ejemplo, en las columnas de negocios y en algunas políticas, los nombres de personas y empresas se ponen en negritas.
Por supuesto, no es recomendable el uso extenso de esta tipografía. El abuso en su empleo desgasta el recurso y vuelve monótona la página.
Las itálicas o cursivas
El tipo itálico se usa para darle al lector la idea de que la palabra empleada tiene un sentido distinto al que tiene normalmente. También para señalar que la palabra es ajena a nuestro lenguaje, es un extranjerismo o un barbarismo o forma parte de una jerga, idiolecto o argot.
En periodismo se usan bloques en cursiva para citas. De igual manera en las entrevistas, para diferenciar las preguntas y anotaciones del reportero de las respuestas del entrevistado.
Los latinismos y los nombres científicos requieren de cursivas.
Los apodos, tan gustados por delincuentes y autoridades policiacas, van en itálica.
Los títulos de libros, publicaciones, películas, obras de arte, van en cursiva. Los contenidos dentro de las obras, como artículos, capítulos, canciones llevan comillas.

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El tetrasílabo que alude a quien carece de dinero, temporal o permanentemente y comparte seis letras con un sinónimo de intachable, sin falla, como la actuación de Simone Biles en la gimnasia artística de Río, es “impecune”, de in, negación y pecunia, dinero. La palabra con la que comparte letras es “impecable”.
El Arca de Arena espera que su nueva petición cause menos dificultades a los asiduos y a los que por fin se animen a participar.
Es bebida antigua. Se condimentaba para disimular la pérdida de cualidades o la mala calidad. Comparte letras con los “cariñitivos” y con aquellos que imaginan males.



20 08 16

Publicado en La Crónica de hoy

sábado, 13 de agosto de 2016

¿Mexiqueños, mexicones, mexicatas?

“Mexicopolitano”, propone Francisco Báez como gentilicio para los capitalinos.
Me parece adecuado. Incluye los dos elementos del nombre de nuestra urbe: México y ciudad en su forma etimológica, la “polis”.
Es eufónico y hay parangones como napolitano  o el genérico metropolitano.
¿Alguna idea más?
Probemos con algunas de  las terminaciones usuales para gentilicios en español.
-aco, como en austriaco. ¿Mexiaco? ¿Mexinaco? Mmmmh… no faltarán los que gusten decirnos así.
-ano, como “mexicano”, pero ese ya lo tiene el país.
-ata, como keniata. ¿Mexicata?
-eco, como guatemalteco. ¿Mexiteco?
-ense, ya lo ocupó “mexiquense”. (De éste, recuerda Rafael García Garza que se eligió por concurso, en la época del gobernador Alfredo del Mazo, cuando se compuso también el “Himno Mexiquense”, que sustituyó a la vieja “Zacazonapan”.
-eño, como el ya discutido aquí descartado, “mexiqueño”.
-ero, ¿mexiquero?, suena como a miembro de una porra futbolera.
-és, “mexiqués”… no está del todo mal.
-nés nos lleva a mexicanés, que más parece una lengua.
-eta, como lisboeta, nos daría “mexiqueta”.
Con -í, como magrebí, sería mexicí o mexiquí.
-ín, como mallorquín, da “mexiquín”, con las consecuencias esperables.
-ino, como granadino, resulta “mexiquino”.
-ita, como moscovita, devendría en “mexiquita”.
-tino, como argentino, nos lleva a “mexicantino”...
No se acaban los sufijos, pero no veo mucho futuro.
Me quedo con el “mexicopolitano” y en caso extremo con “mexiqués”. No olvidemos el “mexicalino” de Miguel León Portilla. (Cómo me hubiera gustado conocer las propuestas que hubieran hecho Gutierre Tibón y Arrigo Coen.
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Para aclarar: “Israelí” es el gentilicio de los nacidos en Israel  (los de Tel Aviv son “telavíes”). “Israelita” es un término tradicional bíblico para los descendientes de Jacob (el que le encajó las lentejas a su hermano mayor, Esaú, para agandallarle la primogenitura), luego llamado Israel. Es el padre de las famosas 12 tribus.
“Hebreo” es el pueblo semita originario de Ur, cuyo patriarca Abraham se lo llevó a la busca de la Tierra de Canaán.
“Judío” es el practicante del judaísmo, la religión.
“Semita” es el descendiente de Sem, el hijo de Noé. De él provienen los árabes y los hebreos.
Así, hay judíos que no son israelíes y los hay de éstos que no son judíos. Hay judíos que no son hebreos ni semitas ni viven en Israel.

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Tania Marsilli (Marsilli) comenta que “terrícola” es el gentilicio de los nacidos en el planeta Tierra. Sí, como también lo es terrestre.
Y ya que nos metió al tema de los gentilicios siderales, el de la Luna es “selenita”, no lunático.
En Mercurio, si hubiera pobladores, serían, “mercurianos”. Los de Venus “venusianos o “venusinos”; de Marte, “marcianos”.
Para Júpiter es “joviano”, “jupiteriano” o “jupiterino”; a  Saturno corresponde “saturnino” o “saturniano”. En Urano habrá “uranianos”, “uranitas” o “uránicos”. De Neptuno, “neptuniano”, y, del degradado Plutón, “plutoniano”
Los del Sistema Solar, somos “solares” y los de la Vía Láctea, “víalactinos”.
Los que viven en las nubes, ya lo sabemos, son “nefelibatas” y los que moran en las profundidades son “abisales”.
“Antípodas” son los que habitan en un lugar del globo terrestre diametralmente opuesto al lugar en el que habitan otros.

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“Vuelvo a repetir” dicen algunos políticos y con ellos algunos reporteros, locutores y youtubers. Y lo que hacen es meramente repetir, pues antes solo habían enunciado una vez su idea.
Así: “La Tierra es redonda” (dije). Repito, “la Tierra es redonda” (dije por segunda vez). (Y la tercera, ahora sí) Vuelvo a repetir, “la Tierra es redonda”.
Son precisiones que hay que hacer para mejorar nuestras formas de hablar y escribir.
Parecen minucias, pero si no las cuidamos, no sólo terminaremos convirtiendo nuestra lengua en quién sabe qué idioma, sino que perderemos la perspectiva de la lógica y eso sí empobrecerá nuestras formas de decir y de pensar.

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El Arca de Arena no recibió respuesta, así que deja la pregunta abierta: “un tetrasílabo que alude a quien carece de dinero, temporal o permanentemente. Comparte seis letras con un sinónimo de intachable”, sin falla, como la actuación de Simone Biles en la gimnasia artística de Río.

13 08 16


Publicado en La Crónica de hoy

sábado, 6 de agosto de 2016

¿Que de dónde, amigo, vienes? Nuestras denominaciones de origen


Carlos Alberto Patiño

Cuando los talibanes iban a tomar la capital de Afganistán, preguntaba a compañeros y amigos ¿cuál es el gentilicio de los originarios de Kabul?
No es kábula, les aclaraba.
Era uno de esos tropiezos geográficos que ocurren de vez en vez en las redacciones y ponen a sufrir a correctores y escribientes. Como cuando hay un acontecimiento en las islas Feroe y lo primero que hay que hacer es averiguar dónde demonios están. El gentilicio es feroés.

El de los habitantes de la capital afgana es kabulí.

Como todos sabemos, un gentilicio es un adjetivo que nos da la nacionalidad de una persona, su origen geográfico, su ciudad, su estado, región, pueblo, continente. En español se escriben con minúscula.
Muchas veces toma la forma de sustantivo: ¿Ya llegó el “Cubano”? El “Gachupín” está en la tienda. Este “Chino”, siempre tan misterioso.
Otras veces, el gentilicio es un hipocorístico, como “jarocho”, para el originario del puerto de Veracruz; o “tico”, por costarricense.
Los hay despectivos, como “oaxaco” o el ya citado “gachupín”. En esta categoría están “yanqui” (sobre todo seguido de la expresión “go home”), “franchute”, “gabacho”, “sudaca”. Xarnego o charnego, que para los catalanes, es el que no habla su lengua. “Terrone”, en italiano; “greaser”, en inglés o “boche” (alemán), en francés. “Bárbaro”, “filisteo” y “chichimeca” pertenecen a este subconjunto. Esta categoría de gentilicios, como es evidente, está plagada de xenofobia y racismo. Hay también sentido del humor, como en “codomontano”, dirigido a los oriundos de Monterrey, a quienes, por cierto, hay que recordarles que son regiomontanos, no “regios”, como su inconmensurable ego los hace creer.

De Beirut, beirutí.

No hay una regla para crear un gentilicio. A veces se acude a la historia, como germano; a veces a la etimología, a veces a la forma en que le suena la palabra a quien llega de otro lado. A los portugueses se les llama también “lusitanos”, pues su país fue la provincia romana Lusitania.

De Jerusalén, jerosolimitano o hierosolimitano.

Gentilicios hay distintos para lugares con el mismo nombre.
De Mérida, Yucatán, es meridano; de Mérida, España, es emeritense. En cambio, el de Salamanca, allá, y el de Salamanca, México, es el mismo Salmantino. También hay las formas: salamanquino, salmanticense y salamanqueño.

De Azerbaiyán es azerí o azerbaiyano.

En Puebla usan dos: Poblano y angelopolitano. El primero es el oficial, el segundo es tradicional, por aquello de que fue La Puebla de los Ángeles. La históricamente conservadora ciudad lleva el apelativo “de Zaragoza”, así que bien podrían ser “zaragozanos”, pero los tradicionalistas no lo ven con buenos ojos, como don Ignacio no los veía a ellos.
Hay Pueblas en España. Una, la de Cazalla, usa el gentilicio “morisco”. En otra, la de don Fadrique, es “poblato”.
En la de Guzmán son “puebleños” y en la de Castro son pueblenses.

De Kazajistán, kazajo o kazako.

Los habitantes de Córdoba, que las hay en España, Argentina, Colombia y México, son todos cordobeses, como el torero. Pero como también hay Córdovas en Argentina, Colombia y Perú y Cordovas en EU (sin acento), pues hay cordoveses.

Para Jamaica valen dos: jamaiquino o jamaicano.

A los japoneses se les dice nipones por la fonética del nombre de su país: Nihon-koku/Nippon-koku.

De Mónaco, monegasco.

Algunos daneses radicados en México prefieren dinamarqués como gentilicio, pues mucha gente asocia danés con la raza canina. En el caso de Chihuahua, efectivamente, los chihuahueños son los perros. Las personas son chihuahuenses. En cambio, entre pekineses (de Pekín) y pekineses (perros) no hay diferencia en la grafía.
Un conocido, originario de Polonia, impulsaba el gentilicio “polonés”, pues, conocedor del sentido que le damos a las palabras “polaco” y “polaca” en México, quería sustraerse la designación.

De Kosovo, kosovar.

 Los “bonaerenses” habitan en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Los ciudadanos de Buenos Aires, la capital, son “porteños”

De Uzbekistán, uzbeko.

Navegando, navegando, me topé con uno curioso. Los nacidos en Cabeza del Buey, España, son capetibuvenses. Los de Paso del Macho, Veracruz, son pasomachenses y patzcuarenses son los de Pátzcuaro.

Con “indio” hay que poner atención. Es el gentilicio para las personas de India. Hindú es una religión e hindi es un idioma. Para Katmandú, capital de Nepal, no encontré nada. De hecho, un autor, Antonio Fernández, en su Diccionario de dudas, refiere que la Real Academia de la Lengua Española no consigna ninguno. Se quedan como nepalíes o nepaleses, según la Fundación del Español Urgente.

¿Mexiqueño?

Ése es el gentilicio que quiere imponer la monárquica academia a los habitantes de la Ciudad de México.
A mí no acaba de convencerme, pues creo que pierde la referencia a ciudad, parte del nombre de nuestra capital.
Defeño, por obvias razones se descarta. Chilango es una especie de despectivo, que algunos ya asimilaron como apodo o hipocorístico, pero no es en sentido estricto, un gentilicio.
Don Miguel León-Portilla, Premio Crónica 2013, descarta el adjetivo (http://www.proceso.com.mx/432894/cdmx-gentilicio-una-ciudad) y, tras una profunda reflexión, llega a “mexicano capitalino”, pero considera que esa denominación “no tiene el valor sintéticamente emblemático”. Plantea, entonces, fundir ambos elementos para obtener “mexicapitalino”, pero es un gentilicio largo.
Tras un análisis histórico y lingüístico, llega a la palabra “mexicalino” y con ésa se queda.
A usted, ¿qué le parece? ¿Cuál es su propuesta?

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Aclaración: El apellido de la lectora Tania es Marsilli, no Marsili, como escribí.
Del Arca de Arena. Polímata es anagrama de “palomita” y según el DLE es “persona con grandes conocimientos en diversas materias científicas o humanísticas”. Es el ideal del hombre del Renacimiento.
Francisco Báez la derivó del anagrama. Marielena Hoyo dio con el término, pero se atoró con la “cotufa” (palomita de maíz).
El Arca propone ahora un tetrasílabo que alude a quien carece de dinero, temporal o permanentemente. Comparte seis letras con un sinónimo de intachable.


06 08 16

Publicado en La Crónica de hoy