Carlos Alberto
Patiño
¿Cuándo se escribió
por primera vez en español? ¿Cuáles fueron las primeras palabras de nuestro
idioma plasmadas en una superficie?
Mucho tiempo se
tuvo como verdad que fueron las Glosas Emilianenses, así
llamadas porque se encontraron en el monasterio de San Millán (Emiliano) de la
Cogolla, en La Rioja.
Datan del siglo XI
y son las glosas o anotaciones que hicieron uno o dos monjes en los márgenes de
un texto latino que copiaban. Eran como un apoyo para entender el contenido.
Era el idioma que hablaban los religiosos, el que se había desprendido del
latín vulgar en las tierras de la Hispania. Era ya el español.
Estos textos se
hallaron en el monasterio “de Suso”, parte del conjunto de San Millán. La
palabra la conocimos la semana pasada. ¿Recuerdan que significa “arriba”? La
otra parte del convento es conocida como “de Yuso”, “abajo”.
Son más de mil las
notas en español y algunas en vasco. Una de las más largas y conocidas es ésta: “no
Christo, dueno/salbatore, qual dueno/get ena honore et qual/duenno tienet
ela/mandatione con o
patre con o spiritu sancto/en os sieculos de lo sieculos. Facanos Deus
Omnipotes/tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen.
Puesto en
castellano actual es “Con la ayuda de nuestro/Señor Cristo,
Señor/Salvador, Señor/que está en el honor y/Señor que tiene el/mandato con
el/Padre con el Espíritu Santo/en los siglos de los siglos./Háganos Dios
omnipotente/hacer tal servicio que
delante de su faz/gozosos seamos. Amén.
Hay más documentos.
La llamada Nodicia
de kesos data de 959, unas décadas antes de las Glosas.
Fue escrita en la Rozuela, ayuntamiento de las Chozas de Abajo, en León. Es una
lista de víveres y consumo escrita por el hermano Ximeno, responsable de las
provisiones del convento de los santos Justo y Pastor. Eran religiosos los pocos
que entonces sabían leer y escribir, de ahí que los documentos vengan de
conventos.
Esta relación
contiene alrededor de 50 palabras escritas en un idioma que ya no es latín sino
una lengua romance.
Seguimos. Están las Glosas
Silenses del monasterio de Santo Domingo de Siles. Son también
anotaciones al margen de escritos latinos. Datan de finales del siglo XI.
200 años antes, en
el siglo IX, en Burgos, concretamente en el monasterio de Santa María de
Valpuesta, otros monjes dejaron su huella en “una lengua latina asaltada por
una lengua viva”, a decir de la RAE.
Los documentos son
conocidos como el Cartulario de Valpuesta. Estuvieron mucho tiempo
en entredicho, pues parte de sus fojas eran falsificaciones hechas por los
mismos monjes para atribuirse antiguos privilegios reales que no tenían.
Sin embargo,
filólogos y paleógrafos separaron el trigo de la paja y ya se tienen los
documentos que pueden contener las primeras palabras en español.
En realidad no se
puede establecer una fecha de lo que llaman —incluso los académicos— “el
nacimiento del español”. Tenemos, si acaso, el testimonio de los primeros
escritos de un idioma que llevaba siglos gestándose.
En paralelo surgió
otra lengua romance de efímera vida, el mozárabe. En este idioma se escribieron
poemas conocidos como jarchas y son los ejemplos más antiguos de poesía
escritos en lengua romance.
Aquí está un par de
muestras.
“¡Tant’ amáre, tant’ amáre,/habib, tant’ amáre!/Enfermiron welios
nidios/e dólen tan málē.”
En español actual
es: “¡De tanto amar, de tanto amar,/amigo, de tanto amar!/Enfermaron unos
ojos antes sanos/y que ahora duelen mucho.”. La jarcha es de Yosef
al-Kātib.
Esta otra es de
Yehuda Halevi: “Garīd boš, ay yerman ēllaš/kóm kontenēr-hé mew
mālē,/Šīn al-ḥabī bnon bibrēyo:/¿ad ob l’ iréy/demandāre?
La traducción:
Decid vosotras, ay hermanillas,/¿cómo he de atajar mi mal?/Sin el amigo no
puedo vivir:/¿adónde he de ir a buscarlo?
El primer texto
escrito en el territorio continental americano es, sin duda, de Hernán Cortés.
El antropólogo Luis
Barjau asegura que el primer documento es la Real ejecutoria de S.M.
sobre tierras y reservas de pechos y paga perteneciente a los caciques de
Axapusco, de la jurisdicción de Otumba.
El documento se
encuentra en el Archivo General de la Nación y a partir de su estudio, Barjau
hizo el libro Hernán Cortés y Quetzalcóatl (El Tucán de
Virginia, 2011).
.-.-.-.-.-.-
Regaños. Nuevamente Marielena Hoyo me señala un motivo de regaño. Es una
nota que circuló en varios portales, pero ella lo vio en Crónica.
Dice: “EL HECHO/CUCARACHA VIVA EN CEREBRO DE INDIA”, y el texto era:
“Mientras dormía,
sentía hormigueo en la nariz. La causa, una cucaracha que llegó viva a su
cerebro. Tras cirugía de 45 minutos, lograron sacarla y salvarla así de
infección grave si se pudría dentro”.
Comenta Hoyo que
llamó su atención “que tan delicado y arriesgado trabajo fuera para poner a
salvo a un bicho generalmente muy despreciado”.
Claro, hay una
anfibología que nos lleva a confundir la infección que podría aquejar a la
paciente con la que presentaría el insecto. Pero hay un error más grave. La
cucaracha se introdujo por la nariz y no hay manera de que llegara al cerebro.
Tenemos algo que se llama cráneo. Es de hueso y la nariz no es ninguna puerta.
Pudo haber llegado a la base de la bóveda craneal, pero de ahí al cerebro…
.-.-.-.-.-.-
Radix. Pidió Mangel explicación de la raíz “trico” como en tricocéfalo.
El griego thrix, trikhos significa “pelo”. Así el tricocéfalo
es un parásito con cabeza en forma de pelo. Es un gusano que habita en el
intestino. Con la misma raíz está “tricofagia” que es la manía de comer pelo y
“tricofobia” el miedo al cabello. “Tricorrea” es la caída anormal del cabello y
“tricosis” es cualquier anomalía o enfermedad en el pelo.
“Tricófero” se
llamaban elíxires y tónicos para el pelo que abundaban en los siglos XIX y XX.
La publicidad de uno de ellos rezaba: “EL TRICÓFERO DE BARRY nutre los tejidos
del cuero cabelludo, que suministran la fuerza generadora del cabello. El
Tricófero es, ciertamente, un nutritivo del cabello. Elimina la causa de la
calvicie, reconstituyendo el cuero cabelludo gastado e impotente. El público
usa esta preparación desde 1801, cuando por primera vez se dio a conocer. Por
más de cien años pues ha crecido al compás de la civilización.”
Una maravilla y
todavía se vende.
.-.-.-.-.
El Arca de Arena pidió la denominación de un asesor o
consejero que no figura en el Diccionario de la lengua española (RAE).
Es un cargo de la antigua Grecia, pero Julio Cortázar lo toma en una gran
novela y lo transforma en un ser fluctuante, ubicuo, intercambiable, siempre
antecedido del posesivo “mi”.
Marielena Hoyo
respondió “paredro”. El personaje aparece en la novela 62/Modelo para
armar. Nos recuerda doña Marielena que mi paredro tenía como mascota a
un caracol llamado “Osvaldo”.
Así habla Cortázar
de su personaje: “... ya se ha dicho que la atribución de la dignidad de
paredro era fluctuante y dependía de la decisión momentánea de cada cual sin
que nadie pudiera saber con certeza cuándo era o no el paredro de otros
presentes o ausentes en la zona, o si lo había sido y acababa de dejar de
serlo. La condición de paredro parecía consistir, sobre todo, en que ciertas
cosas que hacíamos o decíamos eran siempre dichas o hechas por mi paredro, no
tanto para evadir responsabilidades sino más bien como si en el fondo mi
paredro fuese una forma de pudor... Incluso había veces en que sentíamos que mi
paredro estaba como existiendo al margen de todos nosotros, que éramos nosotros
y él, como las ciudades donde vivíamos eran siempre las ciudades y la
ciudad;..., como si en algunas horas privilegiadas saliera por sí mismo
mirándonos desde fuera.”
Muy satisfecha, El
Arca dice: “Aquí está el monumento fúnebre, pero el muerto está en
otro lado.” ¿De qué hablamos?
25 02 17
25 02 17
Publicado en La Crónica de hoy