lunes, 29 de octubre de 2018

Lenguaje “periodístico”

Carlos Alberto Patiño 



En los periódicos y otros medios de comunicación, los hospitales se llaman “nosocomios”. En la vida real nadie o casi nadie se refiere así a los centros de atención médica. ¿Alguna vez oyó usted a sus padres o tíos decir: “Me siento mal, llévame al nosocomio”?
En esos lugares trabajan los “galenos”, especialistas que a la menor provocación saltan a las notas periodísticas. “Mamá, llévame con el galeno porque me duele la cabeza”, dicen los hablantes del planeta periodístico.
En ese mismo lugar, el agua es “el líquido vital”. ¿Alguna vez alguien le pidió un vaso DEL vital líquido. (Ya se imaginarán el porqué puse mayúsculas en “DEL”, no se les vaya a ocurrir pedir un vaso “con” el vital líquido… “vaso de agua” es lo correcto, aunque les moleste a los meseros y dé pie al chiste del “sombrero con plumas de venado”)
Ahí, también, los ciudadanos viven en las inmediaciones o en el perímetro de una demarcación (ni delegación ni alcaldía, primero el sinónimo). Nunca viven en. Creen estos escritores que con decir perímetro basta, y no. El perímetro rodea, si dijeran “dentro del perímetro” estaría bien o, todavía mejor, “en la alcaldía tal”.
La semana pasada vimos que los funcionarios “espetan”, pero no “hesitan”. Y en ese lenguaje de los medios, las personas se percatan, no se dan cuenta.
No sé por qué hay la idea de que entre más rebuscada es una forma de decir, les parece mejor a los comunicadores. Ésta la vi en algo que pretendía ser una crónica: “La mujer procedió a elaborar sus alimentos”. En mi casa, cocinamos.
De la misma ralea es la nota donde un reportero habla de “la chamarra que se retiró el motociclista”. Por mis rumbos, cuando alguien se acalora o necesita mejorar su movilidad, se quita la prenda.
Disparates como éstos ocurren por blofeo, por falta de vocabulario o por carencia de habilidades gramaticales.
Sabemos que las repeticiones de términos en los escritos producen monotonía o evidencian pobreza de lenguaje. El redactor, entonces, busca sustituir palabras, pero si su acervo personal cotidiano no es suficiente, recurrirá a figuras como las que he citado o a utilizar palabras de las que desconoce el significado. O, lo que se ha vuelto más frecuente, incurrirá en el uso de neologismos o de muletillas y lugares comunes.
Frases del tipo “y es que”, que no añaden nada ni aclaran ningún dicho. Son palabras de más, inútiles recursos para que parezca que el autor se esforzó en entender y en explicar.
Son expresiones cercanas al “cabe señalar” o “cabe recordar” que abren párrafos de supuesta explicación. Siempre lo he dicho, si cabe el recordatorio o la mención, pues hay que hacerlos. ¿Para qué lo anunciamos, si no es para hacer un texto más largo innecesariamente?
Y ésos son vicios de fácil contagio. Basta con que un joven reportero oiga a sus colegas de medios electrónicos para que comience a reproducir insensateces y feas y deficientes formas de decir.
Parte de la culpa la tienen funcionarios y políticos que, con su media lengua, sueltan (espetan) declaraciones a los cuatro vientos.
Y luego se hace moda.
Por ejemplo, la palabra “tema” se ha vuelto un comodín recurrente. Compite ya con el manido “cosa”.
Estas palabras se utilizan como sustituto de cualquier idea. Si el alcalde o gobernante quiere hablar de los baches, dice (no espeta) de inmediato: “el tema de los baches es un tema que debemos atender. Este tema tiene molestos a los ciudadanos, ya revisamos el tema para atenderlo”
O “Tenemos el tema de que el agua va a faltar, pero ese tema es por el tema de las reparaciones en el Cutzamala” Tal vez exagero un poco, pero no estoy muy alejado de la realidad. Revisen las declaraciones en los periódicos.
¿Problemas?, ¿caso?, situación?... ¿Cuántos sinónimos hay? ¿Cuántas palabras son más precisas?
Es como cuando se dice “Pásame la cosa ésa que está detrás de aquella cosa. Es cosa de que tengas voluntad”.
Y es cosa de pensar antes de escribir cosas así.
Los reporteros de antes cuidaban en sus notas los dislates de los funcionarios, a menos que quisieran evidenciarlos. Si la idea era la de dar la información de la mejor manera, evitaban el uso exagerado de las comillas y hacían paráfrasis que dejaran en claro lo importante.
Las comillas eran para presentarle al lector una declaración que había sido hecha de esa manera, para resaltar su importancia o señalar el sentido, bueno o malo, que le había dado el declarante. Entonces se hacía una nota, no se transcribían meramente las declaraciones o boletines.
En el paquete de las muletillas y frases hechas está la frecuente expresión “vuelvo a repetir”. Se usa cuando apenas se repite un… tema. Lo pertinente es decir “repito”. Y, si acaso tengo necesidad de expresar una vez más el tema (je), la idea, pues sí, entonces sí vuelvo a repetir. Es cuestión de lógica elemental.
Muy simpático resultó el caso de un reportero que hablaba de la construcción de una carretera, y, a falta de un mejor verbo nos endilgó una nota que iba más o menos así “El secretario XXX anunció que la carretera se va a erigir en…” Imagine, usted, una carretera erecta. Iba a resultar difícil transitar por ella.
Es leyenda en las redacciones la nota que entregó un reportero que había cubierto la captura de una serpiente huida de un circo, un zoológico o de una colección particular. El informador nos dio cuenta de cómo los expertos en manejo de animales habían capturado al ejemplar, al cual habían dejado debidamente “maniatado”.
* * *
Regaños. Los hay para todos. Ésta es una reconvención generalizada para medios impresos y electrónicos. Casi todos cayeron en el error. La noticia fue la irrupción de un grupo de maleantes en la residencia de Norberto Rivera.
Las notas, en todas partes, hablaban del intento de robo a la casa del “excardenal” y no. Norberto dejó de ser Arzobispo primado de México para pasar a la categoría de arzobispo emérito. Nunca dejó de ser cardenal. Fue creado como tal por el papa Juan Pablo II en 1998 y esa dignidad no se pierde por pasar a retiro, como los generales no pierden el grado cuando se jubilan.
* * *
Susano Peñafiel (@Don_Susanito) escribe: “Creo que sus sinonimias bien pudieron ser más alambicadas y sesquipedálicas, don Carlos” Eso nos da idea de que muchas de las palabras consignadas forman parte del vocabulario cotidiano del personaje (sesquipedalismo: polisilabismo, uso de palabras largas y ampulosas)
Marielena Hoyo hizo las siguientes precisiones a Giros: “Por lo que toca a ‘verraco’, que continuamente también lo encuentro escrito con ‘b’, de forma ortodoxa no debería considerarse como sinónimo de marranito, cerdo, etc., puesto que supuestamente hace referencia exclusiva al ejemplar considerado semental. Ya usted me corregirá.
“Igualmente encontré que ‘gallofa’ también tiene referencias a determinadas acciones de preparación de alimentos; concretamente con el manejo de verduras y hortalizas. Así también encontré la referencia a un calendario religioso.
“El ‘onagro’ desde luego se incluye en La piel de Zapa de Balzac, pero tampoco creo que podría considerarse como sinónimo de pollino, jumento, burro, etc., al ser referencia precisa de un asno salvaje de origen asiático, conocido también como ‘hemión’, y de la misma forma, así se denomina un armamento antiguo tipo catapulta.
Por otro lado, en un soneto de Baudelaire llamado ‘Los gatos’ se hace referencia al “erebo”, ese sitio oscuro…”
Como ‘frusleras’, se conoce igualmente a un utensilio de cocina similar al rodillo de madera.
* * *
El Arca de Arena recibió respuesta de Francisco Báez, Marielena Hoyo, Bertha Hernández y Mangel y Miguel Ángel Castañeda..
La acción de quitar a alguien de pasar penas, de penar, como equivalente de matar, de retirar, como les decían a los replicantes, es “despenar”. Lo de la Bobitt era una broma.
La palabra que busca esta vez El Arca de Arena aparece en el libro Funderelele (Editorial Destino, 2018), de la mexiñola (así se define ella) Laura García, protagonista del programa La dichosa palabra.
Sin embargo, el término que ahí aparece es un sinónimo del que busca El Arca. Es la parte de una llave de cerradura que une el mango con el paletón o elemento donde están los dientes. Consta de cuatro letras. El vocablo que presenta Funderelele se refiere al elemento que soporta el sillín de un vehículo que tiene manubrio y dos ruedas.


Publicado en La Crónica de hoy
27 10 18

lunes, 22 de octubre de 2018

Sinónimos rimbombantes

Carlos Alberto Patiño




Todos sabemos que los sinónimos son palabras que, aunque de escritura diferente, significan lo mismo o tienen significados cercanos o parecidos.
Es error común de los estudiantes (especialmente los que sólo leen sus mensajes en redes sociales) confundir la homonimia y aplicar sin discriminación cualquier palabra que venga en un diccionario o en internet.
Por ejemplo, con las tres letritas que aparecen cuando acaban las películas. La palabra “fin” significa terminación, pero también puede ser finalidad. Si queremos decir que algo concluyó, podemos decir que llegó a su final, pero también podemos encontrar “sentido”. Entonces diremos que “el fin de la vida es la muerte”. ¿O el sentido de la vida es la muerte?
Lo mismo llega a ocurrir con los antónimos. “Bueno” y “malo”, lo son. En sentido metafórico, podemos decir que “blanco” y “negro” también (asimismo, de igual manera) son antónimos.
“Vaca” y “toro”, no. Parece que exagero, pero he visto casos. La homonimia también causa problemas. “Duro” y “blando” son antónimos (opuestos, contrarios), sí, si el primer término habla de consistencia, pero si es el nombre de una antigua moneda, creo que no cabe el antagonismo.
Revisando diccionarios (glosarios) impresos y virtuales, me he topado con algunos sinónimos peculiares (particulares), palabras de poco (escaso) uso (empleo). Estarían en el terreno de  las palabras domingueras (para ocasiones especiales). La realidad es que han caído en desuso.
Al “averno”, nos han dicho que iríamos por nuestras malas conductas o nos han amenazado con los castigos del infierno, pero, ¿cuándo nos han advertido que acabaremos en el “erebo” o en el “orco”.
A un contrincante o a un obstáculo, lo derribamos, lo tiramos o lo demolemos, ¿pero, qué tal si probamos a “abarrajarlo”?
Y sí hay obstáculos, busquemos un nombre llamativo: el “óbice”.
Recientemente, los mileniales descubrieron que a las fake news podemos nombrarlas en español como “paparruchas”. El hallazgo corrió por las redes sociales como una verdadera revelación, como la más novedosa de las novedades. Para ayudarlos a enriquecer su vocabulario, aquí les dejo éstos: bulo, borrego, embuste, chisme y gallofa.
Sé que algunos (varios) de mis lectores poseen un vocabulario (acervo) notable. Las respuestas a El Arca de Arena lo demuestran, así que tal vez los vocablos que aquí pongo (cito, presento, propongo) les parezcan de lo más común. Me conformaré, entonces, con sorprender a quienes no los conozcan.
Sería el caso de una palabra que también es un apellido. Tiene que ver con “bizarro”, con su sentido original en español, el que equivale a “gallardo” (¡Ah!, éste también es apellido). Es galano, valiente… “garrido”.
A los conocedores de la obra de Balzac no les resultará extraño este sinónimo de pollino, jumento o burro. Es el “onagro” una especie de asno. La piel mágica de uno de estos bichos es el objeto de la novela del autor de la Comedia humana.
A un objeto o a un personaje maravilloso, admirable, podemos calificarlo como “mirífico”. Queda bien.
Me voy a poner parco, frugal, sobrio, moderado, pues la palabra que sigue ya figuró en El Arca de Arena (Francisco Báez y Marielena Hoyo la conocían). Estamos ante una persona “de buenas costumbres que ha logrado templar o moderar los excesos de los afectos”. Es un “morigerado”.
Necio viene de ne-scius, el que no sabe y se aferra a su ignorancia. Es contumaz. Lo llamamos ignaro o indocto, pero es un “nesciente”.
Si tenemos un cochino, puerco, marrano, chancho, cuino, podemos hacerlo notar si lo denominamos “verraco”.
“Don Facundo” era el nombre de un célebre presentador de animales amaestrados en la televisión de los 60. Quizá no sería muy bien visto en estos días, porque su método para lograr que los animalitos hicieran sus gracias era el del premio y castigo. A los niños de entonces les gustaba el espectáculo sin preocupaciones de
corrección política. El nombre de este personaje es equivalente a locuaz, hablador o hasta elocuente, pero también “verboso”.
Simple hablantín sin maldad inherente. Pero, a un perverso, alguien inclinado a la crueldad, al gusto por hacer el mal, por dañar, verdaderamente malvado, torvo, avieso, a ése lo calificaremos, con justicia, como “protervo”, sin que sea una afrenta.
Es una descripción, no un baldón, insulto, injuria, agravio o “dicterio”.
Aunque no vale la pena ocuparse de cuestiones baladíes, triviales, anodinas, “frusleras”, pues eso podría causarnos algún tipo de pesar, padecimiento, tristeza. Terminaríamos como el joven Werther, “cuitados” (¿o “agüitados”?).
 Alejémonos de las tristezas. Esperemos a que un mecenas o filántropo nos subvencione. Alguien que sea altruista, desprendido, “munífico”.
El verbo “espetar” es muy socorrido por los reporteros de éste y otros medios. Lo usan como sinónimo de responder o proclamar. Y no lo es. De todos los significados que consigna el Diccionario de la lengua española (atravesar con un asador la carne, aves, peces, para asarlos; meter un instrumento puntiagudo en un cuerpo, sólo uno se aproxima a la idea: “Decir a alguien de palabra o por escrito algo, causándole sorpresa o molestia. Me espetó una arenga, un cuento, una carta.”
En el lenguaje reporteril funcionarios, políticos y declarantes “espetan” sus respuestas, pero nunca “hesitan”, claro siempre están muy seguros de sus dichos, por eso nunca vacilan, dudan o caen en la incertidumbre.
(Aprovecho la vía, vereda, senda o camino para repetir que “previo” no es sinónimo de antes, sino de anterior. Ambos, como adjetivos deben acompañar a un sustantivo, deben concordar con él en género y número. No se puede decir “anterior al discurso” como no se puede escribir “previo a la salida”. Me equivoco, los reporteros y comentaristas bien que pueden, de hecho, lo hacen. Entonces el verbo necesario es deber, no poder. El adverbio de tiempo adecuado es antes).
Hablemos de otra cosa. Por ejemplo de los impulsos (pulsiones) eróticas.Quien experimenta deseos acuciantes puede parecernos “caliente”, si lo demuestra más insistentemente, le diremos “libidinoso”. Aunque si de plano sus inquietudes rebasan los estándares (parámetros) sociales aceptables podemos describirlo como víctima de la “sicalipsis”.
Por supuesto que si utilizamos todos estos términos, acabaremos por ser considerados sujetos alambicados, tanto por refinados como por rebuscados y rimbombantes.
* * *
El Arca de Arena recibió respuestas de Marielena Hoyo, Tarsicio Javier Gutiérrez, Felipe de Jesús Roura, Miguel Ángel Castañeda, y Luis Demetrio Flores. Se trataba de “archipámpano”, un figurón, un ser fatuo o engreído, que ejerce una autoridad imaginaria.
El Arca cree que la palabra que busca en esta ocasión es un eufemismo de matar. Es la acción de rematar, de quitar la vida o de ayudar a morir al moribundo. También es sacar de penas a alguien. No es la acción que cometió Lorena Bobbit en 1993, pero con un poco de humor negro, se podría decir que eso fue lo que le hizo la ecuatoriana a su marido.

Publicado en La Crónica de hoy
20 10 18

martes, 16 de octubre de 2018

Secundarios, pero no menores: personajes literarios de mis recuerdos

Carlos Alberto Patiño


 



Hay personajes literarios que quedan en la memoria aun cuando no sean los principales. A veces son comparsas de fondo, otras juegan papeles más o menos relevantes sin sobrepasar a los protagónicos.
A mí, por ejemplo se me quedó grabada la imagen de un paje y atambor (que en realidad era una), acompañante del cortejo de Felipe el Hermoso, encabezado por doña Juana de Castilla, conocida como La Loca. Aparece en la novela Terra Nostra, de Carlos Fuentes.
Otro personaje que guardé en la memoria es el sicario Cara de ángel al servicio de El señor presidente, en la novela de Miguel Ángel Asturias. La mencioné cuando escribí sobre el retrato.
Sin duda es importante Mi paredro, el proteico y ubicuo personaje de la novela 62 modelo para armar, del gran Julio Cortázar. Fue tema de El Arca de Arena.
Rayuela, de este mismo autor tiene muchas figuras. A mí me queda presente el hombre que a lo largo de la historia se adjudica tres madres diferentes, el rumano Ossip Gregorovius. También está el músico gringo Ronald y el chino Wong, que porta fotos de una ejecución con tortura china.
¡Ah!, y Morelli, el atropellado que en la segunda secuencia de lectura se revela como un importante escritor. La pianista Berthe Trépart y la clochard Emanuelle dejan su huella.
Además de Becky Tatcher, quien más llamó mi atención en Las aventuras de Tom Sawyer (Mark Twain), fue el espeluznante Indio Joe, que en realidad es un mestizo. Les juro que cuando de niño leí la novela, esperaba con ansia que el malvado fuera capturado… no, no es cierto, lo que quería era que lo mataran.
Otro de mis favoritos es el portugués Yáñez de Gomara, pero no lo pongo en esta lista porque sin duda su papel es coprotagónico con el pirata Sandokán. Al que voy a incluir en este repaso es al malayo Giro-Batol, quien en Los tigres de Mompracem aparece muy oportunamente para rescatar a su jefe, Sandokán, a punto de ser atrapado en su huida de los peligros en que se metió por buscar a la hermosa Perla de Labuán.
Otros personajes de esta historia que me agradan son las babirusas, animalitos parientes de los jabalíes y de los cerdos que tuvieron su lugar entre las Arenas de El Arca.
De La historia sin fin, de Michael Ende, conservo a la vieja Morla, la tortuga sabia.
De El cuarteto de Alejandría (Justin, Balthazar, Mountolive y Clea), de Lawrence Durrell, no puedo seleccionar a ninguno, pues los que son secundarios en una de las novelas, se convierten en principales en otra.
Madame Bovary, de Gustavo Flaubert, tiene un personaje que llamó mucho mi atención. El pedante boticario Monsieur Homais, que se hacía llamar farmacéutico, por eso, por pedante. Él se dice seguidor de Voltaire, ateo y cientificista. Sin embargo, es el arquetipo del pequeño burgués pretencioso y arribista. De hecho, es causante indirecto de la muerte de Emma y, consecuentemente, de Charles.
Paradójicamente, con cierto grado de perversidad, Flaubert lo hace acreedor a la Cruz de Honor como buen ciudadano.
El señor de los anillos tiene tal multitud de personajes que es difícil escoger, pero, por alguna razón —inexplicable para mí—, el que recuerdo es Tom Bombadill, ese extraño ser que ayuda a Frodo, Sam, Merry y Pipin en las primeras etapas de su viaje. Se sabe que es tan antiguo que recuerda la primera gota de lluvia y la primera bellota del bosque. Asegura que ya estaba allí antes de que apareciera el río.
De La tregua, de Mario Benedetti, me quedé con Blanca, la hija de Martín Santomé que se hace amiga de Laura Avellaneda.
En El tambor de hojalata, de Günter Grass, uno de mis libros favoritos, siempre recuerdo a Ana, la abuela cachuba de Oskar Matzerath, a Rosvita Raguna, la sonámbula más célebre de italia, amante del pequeño Oskar, y a la joven madrastra del tamborilero, María. Está también el enano Bebra y el funcionario de Correos Jan Bronski.
La serie del detective Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II, que arranca con Días de Combate, me dejó la imagen de la Muchacha de la cola de caballo y la del plomero Gilberto Gómez Letras.
Alejandro Dumas tiene a una mujer impresionante en Los tres mosqueteros. No es la reina Ana de Austria
—que lo fue—, sino la intrigante Milady de Winter, formidable enemiga de D’Artagnan y perdición de Athos.

El Ulises de James Joyce tiene a Stephen Dedalus, quien originalmente iba a ser el protagonista de la novela, como ya lo había sido del Retrato de un artista adolescente. Pero a Joyce le creció el otro personaje, Leopoldo Bloom y le robó la historia.
Molly Bloom, la esposa de Leopoldo, es muy importante para la literatura, pues es paradigma de la técnica conocida como fluir de la conciencia que luego William Faulkner aplicará magistralmente en El sonido y la furia.
Pero la imagen que tengo más presente es el episodio de las sirenas. Lidia Bouce y Mina Kennedy —una rubia; la otra, pelirroja—, meseras del restaurante del hotel Ormond, protagonizan un increíble capítulo en donde los sonidos marcan la pauta. Está el tintineo de las campanas de bronce y de oro, que platican, ríen, gritan. Y hay el sonido de un diapasón en el cuerpo de un tenedor. Un bastón de ciego marca los compases y el canto de Simon Dedalus interviene en la escena. Suenan monedas, relojes, silbidos… hasta el chasquido de una liga para medias en un muslo y el eco de una procesión. Es como una orquesta sinfónica que afina los instrumentos para luego integrarse en un concierto. Es deslumbrante.
Aunque la lista se puede prolongar, pues entre más escribo, más recuerdos me surgen, tomaré El Quijote, del ingenioso Miguel de Cervantes, para rematar.
Es el bachiller Sansón Carrasco quien resalta, pues es el que logra devolver al Hidalgo a su casa. Fracasa primero al enfrentarlo como El Caballero del Bosque o Caballero de los Espejos y luego, como el Caballero de la Media Luna, logra retirar a don Quijote de sus andanzas caballeriles.
* * *
Muchas respuestas recibió El Arca de Arena. Parece que la pista del nombre del actor y cantante ayudó bastante. La persona necia, inconsistente, tonta, boba, de poco juicio es un “badulaque”. Lo dijeron Felipe de Jesús Roura, Francisco Báez, Bertha Hernández, Gerardo Galarza, Marielena Hoyo, Gatobeodo de la Albarrada, ramon@tvazteca, Tarsicio Javier Gutiérrez, Miguel Ángel Castañeda y Luis Demetrio Flores.
A El Arca le encantan las palabras antiguas. Ésta tuvo su apogeo en el siglo XIX, aunque figura ya en el Diccionario de Autoridades de 1770. Datos tales no ayudarán al lector a encontrar el vocablo, pero sí le darán la idea de que es de poco uso en la actualidad. Significa “persona que gran dignidad o autoridad imaginaria”. Se utilizaba acompañada del complemento “El… de la India” o “El... de Sevilla”. Puede funcionar como sinónimo de “fatuo”.
Más pistas. Si fraccionamos el término, las primeras sílabas los son también del título de los altos nobles del imperio austrohúngaro (aquí tuvimos uno). La segunda parte nos remite a un pez o al retoño de la vid.


Publicado en La Crónica de hoy
13 10 18

lunes, 8 de octubre de 2018

Palabras con dudoso pasado

Carlos Alberto Patiño






No pocos jóvenes, muchos egresados de las carreras de comunicación, creen que vándalo se escribe “bándalo”, así con la “b” de barrica. Piensan, supongo, que la palabra deriva de “banda”, como las pandillas que forman con sus compinches. (“Hey, bandita”, se suelen saludar.)
Ignoran u olvidan que el sustantivo vándalo proviene del nombre de un conjunto de tribus germánicas que por allá en el siglo V de nuestra era se dedicaron a importunar a los ciudadanos del ya decadente Imperio Romano. Invadían, guerreaban, saqueaban y destruían, por eso su denominación se convirtió en sinónimo de bárbaro, destructor, o salvaje.
Los sonidos similares conducen a este tipo de equívocos. La apariencia nos lleva a crear lazos que no existen. Así es el cerebro, rellena huecos o interpreta conjuntos que no existen. Por eso, en las nubes encuentra formas de animales, de caras o augurios. Pareidolia se llama esta propensión.
Adelantamos pasos o sacamos conclusiones. Es un producto de la evolución, pero a veces se cometen errores.
La palabra “idiosincrasia” es una muestra. Se suele escribirla como “ideosincracia”, con doble falta. La primera, por la tendencia a asociar las primeras sílabas con la palabra “idea”. Al oído le es más familiar este sonido, lo percibe con más frecuencia que la palabra que puede ser de uso menos cotidiano.
La segunda falta viene de asimilar la terminación “cracia”, como en “democracia”, a este término que no tiene nada que ver con las formas de gobierno.
Recordemos, idiosincrasia es el conjunto de “rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad.” (DLE-RAE). Viene de los vocablos griegos “idios” que significa singular, personal, y “sýncrasis”, temperamento.
“Antisonante” me acaba de llegar en una página que revisaba. Es como en el caso de vándalo. La idea de que una palabra se use para insultar parece que requiere una “anti” que muestre enfrentamiento y no, como es, “altisonante”, que suena fuerte.
El uso de “bizarro” fue una de las primeras observaciones de esta columna (Un mundo Bizarro [29-08-15] y Retorno al mundo bizarro [26-09-15]) Sabemos que significa valiente, arriesgado, lúcido y no extraño o raro. Viene del italiano bizzarro, hombre de pelo en pecho, y no del inglés bizarre, que lo toma del francés, donde sí significa raro, extraño.
“Testigo” es otra palabra que tiene una larga historia de confusiones. Si ustedes la guglean, aparecerá la falsa etimología que la relaciona con testículo. También pueden encontrar la real.
La primera se la oí en la escuela a un profesor de secundaria, que incluso decía que los romanos, al prestar juramento, se agarraban esas partes, y alegaba que, entonces, una mujer no podía ser “testiga”.
Muchos años tomé como cierta esa referencia. ¡Me la había dado un profesor! Pero luego conocí la auténtica. Testigo viene de terstis, el tercero, la tercera persona que puede confirmar algo, el que da testimonio.
Otra leyenda —no urbana, lingüística—, es la que liga la palabra a la certificación de los papas. Supuestamente, una vez que el cónclave había elegido al pontífice, uno de los cardenales debía tocar con las manos los genitales del elegido para comprobar que era hombre, no se fuera a colar alguna papisa.
Caro data vermibus” es otra etimología chapucera. Fue otro maestro, éste de la prepa (no el profe Torres Lemus, el de la materia de Etimologías) quien la presentó. Es, decía el docente, el origen de la palabra “cadáver”. Significa “carne dada a los gusanos”. La palabra para el cuerpo muerto sería, entonces, el acrónimo “ca-da-ver”. La versión más confiable es la que relaciona el término con el verbo cadere, caer, como metáfora del fin de la vida.
De cualquier manera, recordemos la novela El complot Mongol, de Rafael Bernal, donde  Filiberto García, el matón devenido en detective, sentencia: “Cadáver el de Juárez. Éste es un pinche muerto”.
Mujer tiene un pasado dudoso.  Me refiero a la palabra. Su origen es el latín mulier, que significa… mujer. Es como un bucle, el origen nos devuelve a la palabra actual. Se asocia con la persona de sexo femenino. Y tiene muchas acepciones, por ejemplo, mujer que ha llegado a la edad adulta a diferencia de la niña: “Ya eres toda una mujer” O en sentido de reconocimiento: “¡Esa sí que es una mujer!” “Es muy mujer”.
Pero también están las de tinte machista, como “mujer de la calle”, o “mujer de gobierno” que para el Diccionario de la lengua española no es la que gobierna, como Angela Merkel y, próximamente, Claudia Sheinbaum. Es la “mujer de su casa” o a lo sumo, la  “criada que tenía a su cargo el gobierno económico de la casa.”
¿Se acuerdan de la rebambaramba que se armó porque un grupo de feministas quería que se quitara del diccionario la expresión “mujer fácil”?
Nuestra palabra está relacionada con “hembra”, que viene del español antiguo fembra y éste de femna, el cual surge del latín femina. El DLE añade que es  “Pieza con una concavidad o un agujero donde se introduce, encaja o engancha otra destinada a este fin, para sujetar entre sí dos cosas o permitir una conexión. La hembra de un enchufe. (...) Corchete hembra” o  “Concavidad o agujero que hay en una pieza hembra.”
Como para recordar a Octavio Paz en su ensayo “Los hijos de la Malinche”, del Laberinto de la Soledad.
Una de las más célebres falsas etimologías es la que atribuye a Julio César el origen de la palabra “cesárea”, el nombre de la operación para extraer bebés del vientre materno realizando un corte.
Pero no. La cirugía debe su denominación a la lex cesarea que obligaba a intervenir a las madres que en las últimas semanas de embarazo  enfrentaban grave riesgo de muerte. La idea era salvar, antes que nada, al producto. “Cesarea” sale de caedere, cortar.
En cambio, el mes de julio sí es epónimo del César, como agosto lo es del primer emperador romano.
Ambos tienen 31 días porque Octavio no quería tener un mes con menos días que el de su padre putativo, así que, como él, se lo tumbó a febrero.

* * *
El maniquí que derribaba a torpes caballeros en competencias y entrenamientos medievales era el “estafermo”. Respondieron a El Arca de Arena Bertha Hernández,  Francisco Báez, Luis Demetrio Flores, Marielena Hoyo y Miguel Ángel Castañeda.
Explica don Miguel Ángel que estafermo viene “del italiano «stà» y «fermo» (‘está firme’ o ‘está quieto’), que es un maniquí con figura de hombre que se utilizaba en la Edad Media para entrenamiento de la caballería”.
El Arca repasó etimologías y orígenes de palabras, y se encontró una que ahora es un insulto para personas necias, inconsistentes, tontos, bobos, de poco juicio. Tiene origen mozárabe y antiguamente era un guiso de poca consistencia. Como pista adicional está que las dos primeras sílabas corresponden a las del apellido de un actor y cantante mexicano que vivió en la calle de Jalapa de la colonia Roma y de quien sus amigos decían que era el más viejo de todos. Fue compañero de Leticia Palma en la cinta Hipócrita.

Publicado en La Crónica de hoy

06 10 18

miércoles, 3 de octubre de 2018

Virtudes de la lectura en voz alta

Carlos Alberto Patiño
 

Mi madre nos leía antes de dormir. Recuerdo especialmente la serie de novelas de Tarzán, obra de Edgar Rice ­Burroughs. Un Tarzán sin la cinematográfica Chita, pero sí con Kala, su madre adoptiva, y su familia de grandes antropoides (especie distinta a la de los gorilas de la distorsionada visión de Disney).
Siempre queríamos oír más, conocer el desenlace de las aventuras en la selva. ¡Y son más de 20 tomos los que componen la serie! Bueno, sólo nos leyó algunos porque había otros temas.
Dicen los expertos que así, con la lectura en voz alta, se estimula en los niños el interés por los libros.
Debe ser.
Mi padre platicaba que mi abuela les leía a sus hermanos, y él, el más pequeño, que a esa hora ya debía estar dormido, era el más atento escucha de las aventuras de Los Pardaillan de Michel Zévaco o de Nostradamus y El hijo de Nostradamus, del mismo autor.
A mi padre no le gustaba la escuela. Desertó desde la secundaria, pero siempre fue un gran lector.
Yo les leí historias a mis hijas y a mi nieto.
Una condición indispensable para ejercer esta práctica es —aunque suene a obviedad— saber leer.
Leer en voz alta requiere algunas bases, como fluidez, claridad en la pronunciación y manejo de las pausas. Parece fácil, pero a lo largo de la vida me he topado con muchas personas que no lo pueden hacer. Lo vi en la escuela y hasta en la Universidad. Como docente también me tocó tratar con alumnos que no podían leer un párrafo de corrido con la debida puntuación, ya no digamos con énfasis.
Hay la contraparte, las personas que no pueden leer en silencio. Que hablan o mueven los labios pues no logran comprender un texto si no lo pronuncian, seguramente ustedes conocen a alguien así.
Volvamos con la voz.
Cuando se lee a los niños, la cuestión del énfasis es muy importante. Para mantener su atención, a veces hay que actuar. Los cambios de voces, entonación y ritmo son básicos.
Como recurso didáctico también funciona la lectura en voz alta.
En mis cursos de redacción, siempre recomendé este ejercicio por varias razones.
Recordemos que si estamos hablando de redacción, estamos hablando de poner orden. Primero en las ideas y luego en las palabras. De hecho, si no lo hay con las primeras, nunca lo habrá con las segundas.
La recomendación para los alumnos con sus primeros textos era que leyeran en voz alta y se oyeran. Este primer paso no requiere de tener un escucha.
Lo que yo quería es que se dieran cuenta de si lo que oían era lo que querían decir. También si había coherencia y que descubrieran algo fundamental: la ­lógica de la oración, el valor significativo de los signos de puntuación.
Que se percataran de que un punto, una coma, un punto y coma son como semáforos, señalamientos que significan algo.
Un signo no se pone nada más porque así lo dicen las reglas, sino por la necesidad expresiva, para que la comunicación se produzca de manera efectiva.
Si ellos mismos no acertaban a leer su texto, menos lo podría hacer otro.
El segundo paso consistía en leer el texto a alguien más. Aquí la idea era saber si el escucha entendía. Si este ­objetivo se cumplía venía la retroalimentación con el conejillo de indias. ¿Le había parecido claro? ¿Le despertaba interés? ¿Le había gustado?
Venía una tercera fase (con ese, por favor, no es referencia a las redes). Se trataba de que buscaran a un lector en voz alta. Alguien que tuviera una mínima ­habilidad, por supuesto. El objetivo era que el autor oyera su texto.
Si el compinche no lograba hacer una buena lectura, podría ser por una deficiencia suya, pero había que ser autocrítico. Quizá el problema era de redacción, de orden.
Oyendo es posible percibir si no hemos exagerado con la longitud de las oraciones o si se nos perdió el sujeto o hicimos una mala concordancia y, sobre todo, si nuestro ritmo es el adecuado: ni como telegrama ni como rezo ni como trabalenguas.
Son algunas virtudes de la lectura en voz alta.
Luego, habrá que hacerlo en voz baja. También es útil con una buena dosis de autocrítica.
* * *
Regaños. Mire usted: “Empate sin goles en la Edición 117 del Clásico Regio, en la que la violencia previo al encuentro fue la protagonista” Es del sitio López-Dóriga digital. En este espacio he dicho y repetido que previo es un adjetivo, por lo tanto debe concordar con un sustantivo. En esa mal construida cabeza alguien estaba pensando en el término como adverbio y salió tal engendro. Si la violencia es el elemento que antecedió al partido, entonces es la violencia previa al encuentro. No hay nada que justifique el equívoco más que la ignorancia de la gramática.
* * *
Pregunta Marielena Hoyo sobre el lenguaje de la hoja volante que nos dio la noticia del espantable terremoto.
“Por cierto, qué expresión tan rara esa de ‘había en la calle más de dos estados en alto el cieno’. ¿Podría traducirme su significado?”
Supongo que es una unidad de medida española y antigua. Se refiere a la altura que alcanzó el lodo en las calles. Como “estado” no hallé nada, puede ser estadal, que equivale a 3.3 metros, o sea que la capa de cieno habría alcanzada unos seis metros. Por la magnitud, no creo que se refiera a un “estadio”, pues cada uno de esos equivale a 174 metros.
* * *
El Arca de Arena recibió respuestas de Francisco Báez, Marielena Hoyo, Bertha Hernández y Luis Demetrio Flores.
Quizá no fui específico al plantear la pregunta, pues yo pensaba en conquistadores de México, pero no lo dije así, por eso es importante revisar lo que uno escribe y no suponer que el lector adivina.
La lista final es larga, pero no faltaron en ninguna Hernán Cortés ni Pedro de Alvarado. Bernal Díaz sólo estuvo ausente en una relación.
El Arca encontró un objeto al que considerará un personaje. Es una especie de maniquí destinado al entrenamiento de los caballeros y a las competencias entre ellos. La figura tiene un escudo al que golpean con una lanza los competidores, pero también gira y está provisto de correas con bolas o sacos de arena. Si el caballero no era hábil, el resultado era a favor del muñeco. ¿Cuál es el nombre de ese artefacto?

Publicado en La Crónica de hoy

29 09 18

miércoles, 26 de septiembre de 2018

La primera noticia: El espantable terremoto de 1541

Carlos Alberto Patiño
 
El primer hecho noticioso publicado en este continente lo fue por Juan Pablos, el impresor enviado por Juan Cromberger a la Nueva España para instalar la primera casa de imprenta en América.
Fue la Relación del espantable terremoto que agora ha acontecido nuevamente en la ciudad de Guatemala: es cosa de grande admiración y de grande ejemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos apercibidos para cuando Dios fuere servido de nos llamar.
Es una hoja volante que inaugura la circulación de noticias de una manera incipiente, pero que dejará huella.
Fue el tercer impreso salido de las cajas y tipos de Juan Pablos, apenas dos años después del inicio de sus operaciones. Sorprende que no sea una publicación de tipo religioso, pero nos da idea de los intereses de los novohispanos.
Autores hay que le dan calidad de reportaje a este documento, pues brinda información de un hecho sobresaliente y con testimonios de primera mano. Yo disiento, lo veo más cercano a la crónica y no creo que se deba valorar una relación del siglo XVI con criterios contemporáneos.
Ni en técnica ni en intención.
El largo título incluye un exhorto moralizante, quizá para que no hubiera objeciones eclesiásticas a la publicación.
El desastre ocurrió el 10 de septiembre de 1541 en la ciudad de Santiago de los Caballeros, segunda capital de Guatemala. La primera tuvo que ser abandonada por una rebelión de indígenas, y ésta lo sería a causa del
terremoto.
El autor de la hoja es el escribano Juan Rodríguez, quien se esmeró en recabar testimonios de los sobrevivientes y de reseñar su experiencia y acontecimientos inmediatos.
La ciudad era gobernada por doña Beatriz de la Cueva, segunda esposa del conquistador Pedro de Alvarado, el mismísimo Tonatiuh, el ejecutor del mítico salto en la huida de los españoles de Tenochtitlán en la Noche Triste y responsable de la matanza en el Templo Mayor cuando Cortés lo dejó a cargo de la plaza.
Era gobernanta doña Beatriz, pues tras ser favorecido el Adelantado por el rey otorgándole el mando en la capitanía de Guatemala y autorizándole una expedición de conquista de las islas especieras, fue requerido por el virrey Antonio de Mendoza para sofocar un levantamiento en Jalisco y ahí murió, no por un combate, sino atropellado por un caballo.
Doña Beatriz heredó el cargo en Guatemala. Se hacía llamar “La Sin Ventura” a causa de su viudez, sin saber que lo sería más el día del terremoto y avalancha. Era de familia influyente en España y casó con Alvarado, pues éste enviudó de la hermana mayor de Beatriz, doña Francisca, a causa de unas fiebres que le pegaron en Veracruz. Y, claro, el caballero no quería perder la influyente relación familiar.
Por su cargo y por su exagerada reacción a la muerte de Alvarado, la gobernadora figura de manera importante en la hoja volante de 1541.
Así empieza el documento:
“Sábado, a diez de septiembre de mil y quinientos y cuarenta y un años a dos horas de la noche, habiendo llovido jueves, y viernes no mucho ni mucha agua, el dicho sábado se aseguró como dicho es, y dos horas de la noche hubo muy gran tormenta de agua de lo alto del volcán que está encima de Guatemala y fue tan súbita que no hubo lugar de remediar las muertes y daños que se recrecieron; fue tanta la tormenta de la tierra, que trajo por delante del agua y piedras y árboles, que los que lo vimos quedamos admirados, y entró por la casa del adelantado don Pedro de Alvarado, que haya gloria, y llevó todas las paredes y tejados como estaba más de un tiro de ballesta.”
La mujer, que acababa de retirarse a dormir, buscó refugio con doncellas y familiares en la capilla de la casa, pero la avalancha de piedra y lodo arrasó con todos y los mató.
Un testigo que fue a ofrecer socorro, Francisco Cava, dejó constancia de lo verdaderamente desventurado de la viuda: “con gran trabajo pasó hasta el aposento de doña Beatriz, y halló la cama caliente, en la que si estuviera ella y su gente se salvara, porque sólo aquello de toda la casa se salvó.” Recuerda el cronista que la mujer muchas veces decía “que ya Dios no la podía hacer más mal de lo que la había hecho”. Y llegaron el sismo y el alud.
Otro testimonio refiere un hecho casi milagroso: “Aquí acaeció un misterio grande, que un niño de seis semanas y otro de cinco años, a cada uno llevó el hilo del agua, que fueron los más chiquitos y no saben de qué manera fueron a parar gran trecho; y en la mañana los hallaron vivos, y el mayor de cinco años se halló en casa de Espinar en un corredor. Parece grande milagro haber por donde llegar; y estuvo hasta que amaneció; y acaso entró un español y lo halló, y con una cuerda lo subieron en casa de Juan de Chávez, y acabado de subir el niño cayó toda la casa donde estaba.”
Pero el personaje más llamativo es un negro que rescató al regidor Francisco López. Quedó atrapado López con su mujer por una viga que les impedía moverse cuando apareció el negro desconocido que consiguió una palanca y logró mover la viga para liberar al regidor, pero la viga cayó sobre la mujer y la mató. Luego, el funcionario vio al negro alejarse caminando como si nada, “lo cual es imposible, porque había por la calle más de dos estados en alto el cieno.”
Refiere el escribano que “La tempestad vino tan presto que no hubo lugar de socorrerse unos a otros.”
Y en otro momento resume la situación, después de hacer la lista de algunos de los fallecidos: “La ciudad quedó tan destruida y maltratada y gastada y tan atemorizada la gente, que todos querían dejarla y despoblarla, que se quedase todo perdido; y esto es lo que se platica ahora; dando infinitas gracias a Dios que nos dejó vivos. Creen que al primer temblor las casas que quedaron se hundirán, y por no esperar otra ira de mano de Dios lo quieren dejar todo; porque fue una cosa tan espantable, que nunca tal se ha visto ni se ha oído, porque traía tanta tierra y cieno por delante que corría con tanta fuerza la piedra y arena, como ríos caudales; y las piedras como diez bueyes las llevaba como corcho sobre el agua, y esto en tanta cantidad que la ciudad está llena de una balsa de una lanza en alto. Quedaron las calles que es imposible pasar por ellas, que el cieno llaga (sic) casi a las más altas ventanas. Fue la cosa tan temerosa y con tanta oscuridad y viento y aguas, que los unos no podían socorrer a los otros, y cada uno que escapaba pensaba que él sólo había escapado, y pensaron que era todo hundido hasta que vieron el día.”
Entre las primeras medidas que tomaron los españoles después de la catástrofe fue la de asegurarse que los indios de la zona no intentaran un levantamiento al verlos tan desvalidos. Eso también consta.
De la Relación del espantable terremoto se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional de Guatemala y la UNAM tiene una copia.
Una segunda impresión de la hoja volante se hizo en España al poco tiempo de su publicación en México, con dos variantes en el título para indicar que los acontecimientos ocurrieron “en las Indias en una ciudad llamada Guatemala”.
.-.-.-.-.
De El Arca de Arena: El medianil es el nombre de la zona donde se pliega el papel en una publicación de dos o más hojas. También se denomina así al espacio entre columnas (al que algunos llaman calle). El cordonel es la pleca que se imprime en ese espacio.
La respuesta vino de Francisco Báez, Marielena Hoyo, Luz Rodríguez y Luis Demetrio Flores.
Bien, el Adelantado Pedro de Alvarado despierta la curiosidad de El Arca y se pregunta, ¿cuántos conquistadores podrán nombrar de memoria sus asiduos seguidores? Es de memoria, sin guglear.
 

Publicado en La Crónica de hoy
22 09 18

martes, 18 de septiembre de 2018

Libros de vieja cuna


Carlos Alberto Patiño



En la cuna. De ahí viene la palabra “incunable”. Así conocemos a los libros de los primeros años de la imprenta. La invención de Johannes Gutenberg —que combinaba sus conocimientos de metalurgia y el ingenio para adaptar una prensa vinícola que tuviera la suficiente fuerza para dejar la impronta— data de 1453. Las obras impresas desde ese año al 1501 son los incunables. La gramática de Nebrija (1492) se cuenta entre los primeros libros en español.
América se descubrió por esa época. La imprenta tardó poco en llegar a nuestro continente. Fue en 1534, apenas 13 años después de la caída de Tenochtitlán, cuando se instaló la imprenta en el virreinato de la Nueva España.
Por esas cuestiones de las patentes y privilegios, el primer impresor fue un alemán avecindado en España que nunca pisó estas tierras. Se llamaba Juan Cromberger y tenía su taller tipográfico en Sevilla.
Obtuvo el permiso de la corona y envió sus bártulos al nuevo mundo. Con ellos venía quien sería el primer impresor de México, un italiano llamado Giovanni Paoli, convertido en Juan Pablos en estas tierras.
El contrato que suscribieron el tudesco y el italiano tenía una vigencia de 10 años y estipulaba que sólo una quinta parte de las ganancias sería para Pablos.
El taller se instaló en una casa proporcionada por el obispo Juan de Zumárraga, verdadero artífice del arranque del oficio editorial en el continente.
Con los tipos móviles y la prensa, el pionero Pablos traía tinta, papel  y toda la parafernalia necesaria para el ejercicio de las artes de la elaboración de libros. En los archivos históricos consta que todo este equipo representaba un valor de 100 mil maravedíes (Digresión: maravedises o maravedís, según la excepción en las formas del plural que en alguna época hacía la Academia para esta aguda terminada en vocal débil).
Juan Pablos también sembró la semilla de la continuidad. En sus talleres preparó en la profesión a su yerno Pedro Ocharte y a Antonio de Espinosa. Aprendieron también el oficio Melchor Ocharte y Pedro Balli.
A las obras producidas por Juan Pablos y sus  compañeros antes de 1601 se les conoce como incunables americanos, es decir, los de la cuna en América.
Hay que hacer una precisión. Debemos distinguir entre los mexicanos y los peruanos.
Al virreinato de Perú, la imprenta llegó en 1584 y fueron Antonio Ricardo y Francisco del Canto los impresores.
La fecha para considerar a los incunables americanos se amplía, con los de Lima, a 1619.
Hay otros, un poco posteriores, pero se incluyen, pues, aunque fueron  producidos en Manila, las Filipinas dependían de la Nueva España.
Según algunos autores, el primer libro salido de la casa de Cromberger (y a él es atribuida la edición, aunque sabemos que la talacha la hizo Juan Pablos) fue Doctrina breve muy provechosa de las cosas que pertenecen a la fe católica y a nuestra cristiandad en estilo llano para común inteligencia, de 1543, obra de fray Juan de Zumárraga.
Los expertos ubican otro texto, la Escala espiritual de san Juan Clímaco, como el primer libro elaborado de este lado del mundo. No se han encontrado ejemplares, pero al parecer un precursor, Esteban  Martín, habría hecho uso de técnicas más limitadas y sin la patente real.
Zumárraga se empeñó en instaurar y fomentar el arte de la impresión por una razón muy práctica, la necesidad de evangelizar. Recordemos que el religioso también cumplía funciones de inquisidor.
De ahí que los primeros impresos fueran en su mayoría de corte doctrinal.
Coincidía el obispo con la percepción que tenía Antonio de Nebrija. Hemos visto que el gramático persuadió a Isabel la Católica de patrocinar su obra con el argumento de enseñar la lengua española a los pueblos conquistados (y recordemos que cuando Nebrija dio a la luz su Gramática, apenas estaba por descubrirse América.)
Sin caer en la tentación de hablar de imperialismo lingüístico, ideológico o religioso, observemos que el fraile buscaba producir libros para adoctrinar a los naturales, nuevos súbditos de España, ahora bajo Carlos I (o V), y además, los necesitaba también en las lenguas vernáculas.
Por eso entre nuestros incunables están obras como: Doctrina Christiana en lengua Huasteca, de 1548, escrito por Diego de Guevara; La Doctrina Christiana en lengua Mixteca, de 1550, con autoría de  Benito Fernández. En 1555 se puso en circulación Un vocabulario en la lengua Castellana y Mexicana, de Alonso de Molina.
En la rama doctrinal está el que fue el segundo libro publicado por Cromberger-Pablos. El llamado Manual de adultos apareció en 1540, pero de la obra sólo se conservan dos hojas. Fueron encontradas en un volumen de temas diversos en la Biblioteca Provincial de Toledo, y luego, por los vericuetos de la historia, reaparecieron en Londres, donde los adquirió un coleccionista.
La obra se atribuye al presbítero Pedro de Logroño. Está compuesta en tipo gótico, y parece ser que su tema es el sacramento del bautismo a partir de una bula de Paulo III.
El primer libro ya con el crédito a Juan Pablos como editor fue el Cancienore Spiritual, de 1546.
El primero de tema científico es un tratado de matemáticas. El Sumario compendioso de las quentas de plata y oro que en los reynos de Piru son necesarias a los mercaderes y todo genero de tratantes. Con algunas reglas tocantes de arithmetica, de Juan Díez Freile.
Este matemático español acompañó a Cortés y escribió el libro para facilitar el manejo práctico de cuentas en la colonia. Aborda temas importantes como los valores del oro y de la plata, el cambio de moneda y, algo fundamental, el cálculo del quinto real. Incluye teoría de los números y álgebra.
Titivillus, el demonio de copistas e impresores, dejó su huella en estos primeros años de la imprenta. Un estudioso de la vida de  Zumárraga y de la imprenta, Alberto María Carreño, en el prólogo de una edición facsimilar del Tripartito del Cristianíssimo y Consolatorio Doctor Juan Gerson de Doctrina Cristiana a cualquiera muy provechoso (1543-44), se ocupó de encontrar la mano del duende. Nos dice:
“Pero no hay uniformidad en las dichas letras [capitulares], que hoy se considerarían de diversas fuentes; unas más ornamentadas que las otras y de distintos tamaños; y acaso por carecer de la letra o por error, al principio del capítulo III, folio iiij, empleó una O en lugar de una D. En los encabezamientos de los capítulos (...) usó una B por D...”
“Por seguir al autor, o por error tipográfico, suele presentarse en un renglón  la misma palabra escrita de maner diversa: sancto y santo; peccador y pecador, y como era natural no escapó a sus propios errores: hcristiana por christiana; qualsequier por qualesquier; contre por contra…”
Juan Pablos imprimió 37 libros. El último, en 1560, fue Manuale Sacranentorum que consta de 354 páginas.
A nuestro impresor corresponde también el mérito de haber publicado el primer ejemplar de un impreso noticioso: La relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en las Indias en una ciudad llamada Guatemala, es cosa de grande admiración, y de grande ejemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados, y estemos apercibidos para cuando Dios fuere servido de nos llamar.
Los títulos de entonces no se caracterizaban por su brevedad.
De esa hoja me ocuparé en la próxima entrega.
.-.-.-.-.-.-.
La pieza que buscaba El Arca de Arena es el “escálamo” (escala+cálamo). Es el dispositivo en el que se apoyan los remos.
Respuesta hubo de Marielena Hoyo, Juan Ramón, Bertha Hernández, Miguel Ángel Castañeda, Luis Demetrio Flores y Tarsicio Javier Gutiérrez.
Este último se pregunta (y yo con él) si “los empleados que manipulan cotidianamente y los que dan mantenimiento a las lanchas del lago de Chapultepec (si es que todavía existen, porque lo desconozco) conocen y utilizan esta palabra en su jerga. Me sorprendería positivamente que así fuese.”
Como de impresiones se trató esta colaboración, El Arca pregunta por el nombre de la zona donde se pliega el papel en una publicación de dos o más hojas. La palabra también designa otra parte de una página impresa, la que contiene al cordonel.

Publicado en La Crónica de hoy
15 09 18