sábado, 28 de enero de 2017

Prejuicio es juicio sin razonar; hemistiquio es medio verso

  (prefijos, sufijos y la hache muda)

Carlos Alberto Patiño


Prefijos y sufijos confieren significados. Se suman a las raíces para dar nuevo sentido. Son morfemas complementarios.
En español los tenemos de origen latino y griego. En México, también del náhuatl.
Entre los más conocidos está la “a” privativa, que viene del “alfa” que se añadía para indicar un sentido negativo, de carencia o ausencia. “Anónimo”, sin nombre; “átomo”, sin división; “anarquía”, sin gobierno; “amorfo”, sin forma; “abulia”, sin voluntad, son ejemplos del uso de este prefijo.
De origen latino es la negación “in”, a la que no hay que confundir con “in”, en.
Tenemos, con la primera, “intacto”, no tocado; “infinito”, sin final; “irregular”, sin regla; “inmenso”, sin medida.
Del otro “in” tenemos “encima”, en la parte más alta (la cima); “instruir” (struere, edificar), “imponer”, poner en.
Hay otro “in” que significa a, lugar a, dirección: “inducir”, (ducere) guiar; “importar” (portare), llevar; “inhumar” (humus) suelo.
Digresión. En español, algo que puede encenderse es inflamable. Aquí “in” no es negación. Es necedad usar el término “flamable” que es palabra del inglés. Si se quiere decir que algo no es combustible se combinan los dos “in” la negativa y la que incluye: “ininflamable”.
“Ne” también es negación, como en “negocio” (otium, ocio); necio (sciens, saber); “nefasto” (fastus, bueno).
“Semi” es prefijo latino que da la idea de mitad: “semicírculo”; “semidiós”, como Hércules y Aquiles; “semitono”, como los bemoles y sostenidos. El sonido 13, de Julián Carrillo está formado por microtonos (micrós, pequeño, como en microscopio).
El prefijo griego “hemi” es más o menos equivalente a latino “semi”. “Hemiciclo” (medio círculo), como el dedicado a Juárez; “hemisferio” (media esfera), como las partes de la tierra; “hemíptero” (pteron, ala), como las chinches.
De “pteron”, viene helicóptero, es ala más “helix”, espiral.
Con “hemi” viene el “hemistiquio” del título de esta entrega (stikhos, línea, verso).
Otro prefijo griego es “eu” que significa bien. Así tenemos “eugenesia” (génesis, generación); “eutanasia” (tánatos, muerte); “eufemismo” (femí, decir); evangelio (angelo, anunciar).
“Dis” es griego. Entraña contrariedad, dificultad: “displasia” (plasis, modelar); “disentería” (enterón, intestino); “disfunción” (fungi, emplear, cumplir).
“Anfi” significa de uno y otro lado. Lo vemos en “anfibio”, el ser que vive en el agua y en la tierra. Está en ánfora, el recipiente que tiene asas a cada lado, y en anfibología, la mala construcción gramatical que nos lleva a dar dos o más significados a una oración.
“Peri” es alrededor, como en “periférico (fero, llevar); “periscopio” (skopeo, ver); “perímetro” (metrón, medida); “pericardio” (kardias, corazón).
“Para”, del griego, es al lado de: “paralelogramo” (grama, línea); “paradoja” (doxa, opinión).
De “pro”, del griego hacia adelante, viene “profecía” (femi, decir); “pronóstico” (gnosis, conocimiento), “problema” (ballo, lanzar).
Y del latín “pro”, a favor: “proponer” (ponere, poner); “proveer”, “providencia”; “provisión” (videre, ver).
Pre”, “prae” es “antes de”. “Prejuicios”, como los de Trump, son juicios adelantados, ideas que se tienen sin razonar. “Prever” es ver antes. “Presumir” (sumere, sumar).
“Sin” es conjunto, unión, igualdad. “Sinfonía” (foné, sonido); “sinóptico” (opos, vista), “síntesis” (titemi, poner); sístole (contracción, en este caso del corazón).
“Hiper” es sobre e “hipo” es debajo. “Hipertrofia” (trofé, alimentación); “hipertensión” (tendere, tensar, estirar); “hiperbóreo” (boreas, Norte); “hipoteca”, “hipótesis” (titemi, poner); “hipotenusa” (teíno,tender), hipodérmica (dermatos, piel).
¡Y los sufijos!
“Icos”, lo relativo a: “físico” (fisis, naturaleza); “cromático” (xroma, color); aritmética (aritmós, cantidad, número).
“Ismo”, doctrina, creencia, estado. “Arcaísmo” (arkhaios, antiguo); “antagonismo” (anti, frente a; ago, luchar).
“Ista” da la idea de prosélito o secuaz. “Dadaísta” (seguidor del dadaísmo); “sofista(sofía, sabiduría).
“Itis” es inflamación. “otitis” (otós, oído); “hepatitis” (hepatos, hígado).
Del náhuatl nos vienen muchos toponímicos. “Co” y “go”, lugar. Como en “Aculco” (en donde da vuelta el agua); “Azcapotzalco” (en el hormiguero).
“Pan” o “pa”, en: “Actopan” (en terreno fértil); “Ixtapan” (en la sal).
“Titlan”, entre: “Tenochtitlán” (entre los nopales); “Amatitlán” (entre los amates).
“Can”, región: “Teotihuacán” (región de los dioses), “Coyoacán” (zona de coyotes); “Michoacán” (país de los pescadores).
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Tania Marsilli me da a conocer una infografía donde se dice que la “H” es muda por una transformación de la “F”. Sí y no.
En latín y en las formas antiguas del español, palabras que ahora se escriben con “H” llevaban la “F”.
Recuerden la advertencia del rey Alfonso VI a Ruy Díaz: “Cosas veredes, mío Cid, que farán fablar las piedras”.
O al marqués de Santillana con sus señeros versos: “Moza tan fermosa/non vide en la frontera/como la vaquera de la finojosa.
La “F”, efectivamente devino en “H” en algunas palabras, pero no por eso es muda. Es una cuestión fonética. Los primeros hablantes del español encontraron dificultad en pronunciar esa letra en combinación con otras y la empezaron a suprimir, quedando en la escritura como la “H” que nos viene del griego.
Ésta no era una letra sino un signo ortográfico llamado espíritu áspero que se anotaba como una virgulilla sobre la letra inicial de algunas palabras. Dice Alfonso Torres Lemus, en su libro Filología. Apuntes de etimologías: “En el alfabeto antiguo o anterior, el espíritu áspero se representaba por el signo ‘H’”.
Es el caso de palabras como hidráulica, hidrógeno, hídrico, que derivan de la palabra “hidros”.
Himno, Homero, hipérbole, hipodérmica, hipopótamo ostentan la “hache” proveniente del espíritu áspero.
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Regaños. Habla un corresponsal de Radio Red: “Murió ante los balazos que recibió” ¿Se imagina el lector a la víctima sucumbiendo detrás de los tiros? Tener un micrófono o un teléfono para reportar un hecho no es complicado, pero un profesional está obligado a ser cuidadoso y, sobre todo, a conocer el idioma que es, para nosotros, los comunicadores, un instrumento fundamental. De nada sirve la tecnología sin una seria preparación.
El reportero debió haber dicho “Murió a causa de los balazos que recibió.
Me llega la imagen de una etiqueta. Dice: “Jabón corporal en barra para niños con forma de hipopótamo”. La anfibología puede resultar graciosa, pero igual funciona para hacernos pensar en el problema de la obesidad infantil.
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El Arca de Arena buscaba la palabra con etimología griega que describe a una persona de ánimo exaltado, excitada por algo que le causa gran admiración. En forma literal, alguien poseído o inspirado por un dios, lleno del numen divino. La respuesta la dio Mangel: “Hoy llego con todo a El Arca de arena: La palabra que pide es ‘entusiasta’: expresión que usaban muy pocos de mis profesores en la primaria”.
También dio la respuesta la lectora Ma. Eugenia Yáñez Morales, quien, como se nota, estudió etimologías en la prepa (entusiasmo era ejemplo de palabra derivada de la raíz “teós”.
Y bien, El Arca está en busca de una palabra de origen latino, contundente, terminante por lo redondo.





28 01 17





Publicado en La Crónica de hoy

sábado, 21 de enero de 2017

¿De qué están hechas las palabras?

Carlos Alberto Patiño



Si en el principio era el logos, la palabra, esa palabra tenía raíz, prefijos, sufijos. Paradójicamente, el principio tiene historia.
La disciplina que se ocupa de esa historia es la filología, en particular las etimologías. (Esa materia de la que dije que no estudian en el CCH vid. infra.)
Etimologías, dice mi libro de la prepa, el de mi maestro Alfonso Torres Lemus (Filología, segundo curso. Apuntes de etimologías) es el conocimiento del origen de las palabras. “Saber de qué vocablo o vocablos provienen y cómo han evolucionado en su sonido, escritura y significado.
“Si está compuesta de dos o más raíces, verlas en su lengua y escritura original y, al conocer su sentido, explicarse el de las palabras que las contiene.”
¿Y eso qué? ¿Sirve de algo enterarse del origen de las palabras?, preguntaban los estudiantes de antes y lo hacen los de ahora.
El mismo don Alfonso responde:
“El conocimiento del lenguaje propio es fundamento de toda instrucción y cultura…
“Las etimologías son la continuación del estudio de nuestra lengua en un plano más científico y racional, pues nos interesa saber el porqué de cada palabra: de dónde proviene, qué significado tenía, cómo ha evolucionado una palabra, por qué se llama así a cada cosa…
“Tal conocimiento tiene como consecuencia inmediata un mayor alcance de nuestro radio de acción mental, ya que mientras más palabras conoce una persona, tanto más apta está para comprender toda clase de escritos literarios, culturales o técnicos. El individuo que apenas sabe leer posee un vocabulario no mayor de mil palabras  y es por eso incapaz de entender cualquier artículo, discurso o libro medianamente elevado.
(...)
“Al alumno de primaria, las reglas de ortografía parecen ilógicas o irracionales, porque ni remotamente supone que la explicación de la   ortografía se encuentra en la etimología de la palabra (...)
“Conociendo la etimología se recuerdan más fácilmente los términos técnicos raros que jamás se escuchan en el lenguaje popular…”
Dejemos aquí la defensa de la importancia de esta materia para revisar algunas palabras.
La “filología que he citado viene del griego “filos”, amigo, amante; y “logos” palabra, lenguaje, entre algunos de sus significados.
La etimología de “etimología” es: “etimos”, verdadero; y “logos”, en este caso, concepto, idea.
Como vemos, la palabra “logos” es de variados significados. Es idea, concepto o razón, como en “lógica”, “silogismo”, analogía.
Es, asimismo, palabra, dicción, frase, lenguaje: léxico, neologismo, logaritmo…
Incluye también la acepción de todo producto del entendimiento, estudio, conocimiento, tratado: prólogo, epílogo, decálogo, arqueología, biología, psicología…
En temas de la lengua, tenemos que “vocal” viene del latín “vox”-“vocis”, voz; “consonante”  es “cum”, conjunto, unión, igualdad, y “sonus”, sonido.
Acento también es de origen latino, “ad”, a, hacia, junto a; y “cantus”, “tono”, “sonido”.
Gramática contiene “grama”, que es letra, escrito, línea. Gramo, epigrama, programa, telegrama, pentagrama, derivan de esta raíz.
Una muy conocida es “hidros”, agua. Como en hidrología, hidráulica, deshidratar, hidrografía.
Y tenemos las de las materias de primaria y secundaria: geografía (geo, tierra; grafé, descripción); biología (bios, vida); anatomía (ana, extensión, a lo largo; tomé, corte); historia (historeo, buscar)...
La palabra “teos” nos da términos como teología, ateo, apoteosis, monoteísmo, politeísmo, teología, teocracia.
Esta última se forma con el vocablo “cratos”,  o “xratos”, que significa gobierno, como en democracia, el gobierno del pueblo; plutocracia, el de los ricos, “aristocracia”, de la élite.
¿E “idiosincrasia” por qué se escribe con ese? Aquí nos viene pintiparada una de las justificaciones de Torres Lemus para las etimologías, las razones de la ortografía.
En primer lugar, la “crasia” aquí no es de gobierno. Su origen es otro. Los componentes  del término son: “ídios”, singular, personal; “sin”, conjunto, unión; y “krasis”, temperamento. Es decir el temperamento singular de un grupo, de una colectividad o de un individuo.
Seguiré la próxima semana con algunos prefijos como peri, pre, anfi...
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Regaños. Publica 24 horas. El diario sin límites: “La primer prueba para Donald”.
También Tv Notas: “El programa ‘Enamorándonos’  celebró su primer boda.
El Debate (digital): “La historia de la primer década del iPhone”
Para qué seguir. Gugleé, usted, y verá la cantidad de medios y personas que usan ese adjetivo de tan mala manera.
“Primer” es apócope de primero.
(DLE: “apócope: Supresión de algún sonido al final de un vocablo, como en primer por primero.”
Es para el masculino: “El primer coche”, “el primer día”, “el primer beso”; pero, “la primera semana”, “la primera palabra”, “la primera novia”.
“Primer” se usa cuando el adjetivo va antes del sustantivo. Si va después se usa sin apocopar.
Primero sueño, la magnificente obra de Sor Juana, lo lleva antes, pero es español del siglo XVII.
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Mi afán por ironizar y mis prejuicios me hicieron merecedor de una aclaración. No me daré un regaño, pero sí consigno las observaciones del lector Ernesto Márquez Fragoso: “(...) el párrafo comprendido entre las líneas 52 y 57 hace alusión a quienes estudiaron, como usted y yo, el programa de bachillerato de la Escuela Nacional Preparatoria, el cual nos proporcionó una otrora desconocida pero profesionalmente útil formación en etimologías. Además de esto, usted escribe que los jóvenes del CCH han carecido de estudios similares y que debido a esto ostentan ‘lagunas culturales’.
“Actualmente soy profesor de tiempo completo del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) en el plantel Sur y aunque laboro en el área de matemáticas conozco los Programas actuales (2016) y originales (1971). Revisando lo anteriormente mencionado, disiento de su opinión debido a que desde el programa original (ref.1, p.4-5), materias como Griego, Latín, Filosofía, los talleres de Redacción y los talleres de Lectura de Clásicos u otro tipo de autores, se encuentran presentes y representan la manera de aprender, leer y vivir las etimologías y todo el aporte de la cultura clásica.”
Serán otras las causas de las lagunas culturales.
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Sobre la palabra “sintiente”, nos dice Marielena Hoyo: “Según entiendo, es término traducido del inglés sentient o sentience, cuya definición hace referencia a un “ser consciente de las impresiones sensoriales”; “sensible a la percepción o sentimiento”. De ahí que haya yo peleado intensamente por definir a los animales como seres vivos, pluricelulares, CONSCIENTES… más topé con pared de concreto pretendiendo usar el español. En fin…
“María Moliner, en su Diccionario de Uso del Español no incluye el término “sintiente” y sí en cambio el de “sentiente”, definiéndolo simplemente como “que siente”.
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Pidió El Arca de Arena una palabra de origen árabe que en España significa residuo y en el norte de México equivale a morona.
Presto respondió Mangel: “El Arca de Arena pide la palabra ‘zurrapas’, recordada por mi abuelita cada vez que yo dejaba todo sucio de pan.”
Doña Marielena Hoyo propone “albaquía”, que es “residuo o resto de alguna cuenta o renta que queda sin pagar o no admite división en el prorrateo.”
El Arca busca la palabra con etimología griega que describe a una persona de ánimo exaltado, excitada por algo que le causa gran admiración. En forma literal, alguien poseído o inspirado por un dios, lleno del numen divino.


  21 01 17



Publicado en La Crónica de hoy
 

sábado, 14 de enero de 2017

¿De qué está hecho el español?



CArlos Alberto Carlos Alberto Patiño
 Carlos Alberto Patiño

A todos nos enseñaron que el español es una lengua romance. Algunos, por estar más atentos a los partidos de futbol o a los personajes de Chespirito, lo olvidaron.
Que eso significa que es una transformación del latín era un conocimiento más o menos extendido.
Pero que nuestro idioma incluye palabras provenientes de más de media docena de lenguas es algo que no todos tenemos presente.
Es el español lenguaje de una nación que fue una especie de crisol en el que se fundieron diversas culturas a las que luego se sumaron las de América.
La denominación “español” proviene, obviamente de España, aunque allá no terminan de ponerse de acuerdo si en realidad debe llamarse castellano.
La divergencia surge de la variedad lingüística de la Península, donde las comunidades autónomas tienen sus propias lenguas. Consideran que la lengua del reino es la de Castilla, que no es la de todos, aunque todos la usen para comunicarse.
La oficialista Real Academia toma la siguiente determinación:
Español. Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y español. La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de personas. Asimismo, es la denominación que se utiliza internacionalmente (Spanish, espagnol, Spanisch, spagnolo, etc.). Aun siendo también sinónimo de español, resulta preferible reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla actualmente en esta región. En España, se usa asimismo el nombre castellano cuando se alude a la lengua común del Estado en relación con las otras lenguas cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el gallego o el vasco.” (Diccionario panhispánico de dudas).
No olvidemos que el conquistador hablaba en “castilla”.
Decía que la península Ibérica fue un crisol. Cuando los romanos llegaron a Hispania lo hicieron con su latín de soldados, el habla popular, e impusieron su lengua. Pero no hay conquistador que no resulte conquistado. Los hispanos se sentían de Iberia y hablaban ibérico y en algunas partes celta.
El latín fue asimilando expresiones de esos idiomas.
El mismo latín tenía incorporado vocabulario de origen griego, como sabemos los que en la preparatoria debimos estudiar etimologías grecolatinas (Los del CCH eran felices de haberse salvado de esa materia, pero lo han pagado con lagunas culturales, a veces incomprensibles).
Así que el latín dejó de ser lo que era para convertirse en una nueva lengua a la que llamamos español.
En otras regiones ocurrió un fenómeno similar y aparecieron el italiano, el francés, el portugués y el rumano.
Bien habían desarrollado los hispanos su nueva lengua, cuando les cayó el islam.
Entre leyenda e historia está “la pérdida de España” por la traición de don Julián, quien afrentado en el honor de su hija a manos de don Rodrigo, abrió las puertas de Ceuta a los árabes para que invadieran Tarifa y desde ahí se apoderaran del reino.
Los árabes dejaron su impronta en nuestra lengua. Palabras como almohada, almanaque, alforja, alcalde, alférez, elíxir, café, alhóndiga, azulejo, zafiro... nos vienen de esa visita.
Con los romanos y los árabes venían también judíos, que nos legaron palabras como rabino, Torá, talmudista, Talmud, maná, moisés (ya en decadencia por la aparición de los bambinetos y otras cunas).
Y en eso llegó doña Isabel de la mano de don Fernando, los muy católicos reyes y ¿qué creen?, consumaron la Reconquista. Echaron a los moros y expulsaron u obligaron a convertirse a los judíos.
Inquietas como eran sus católicas majestades, prestaron oídos a las descabelladas ideas de Cristóbal Colón y le financiaron el viaje que lo trajo a estas tierras.
Creció así la lengua que incorporó modos de decir y nombres de productos por Europa desconocidos. Chocolate, guajolote, nixtamal, aguacate, mexicano, papa, jitomate... La lista es larga, pues incluye, además del náhuatl, a idiomas como el quechua, el maya, el zapoteco...
No conformes, al de Aragón y a la de Castilla se les ocurrió casar a su hija Juana (después conocida como La Loca), con un príncipe austriaco, para más señas apodado El Hermoso. Éste, Felipe de nombre, era archiduque de Austria, duque de Borgoña y conde de Flandes.
La pareja tuvo un hijo que ascendió al trono de España sin hablar español. Sus lenguas eran el alemán y el flamenco. Paradójicamente, don Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, terminó sus días en el monasterio de Yuste, donde se tiene el primer registro escrito de nuestra lengua en las Glosas Emilianenses.
De esos idiomas nos quedan vocablos como bigote, brandy, brindis, káiser, babor, bauprés, corbeta, demarrar, dique, duna, estribor, filibustero, flete, pólder, tinglado, escorbuto. También berbiquí, cabaret, crujir, flamenco, garlopa, maniquí y rebenque.
El Renacimiento, surgido en Italia, llevó a toda Europa, España incluida, la influencia del italiano. Por eso cantamos a capela, tocamos el piano y usamos pistolas y escopetas.
La vecindad, pero sobre todo la geopolítica, introdujeron palabras del gabacho (francés), con la Enciclopedia y, especialmente en la época de los afrancesados de Carlos IV y su valido Godoy. Claro, la invasión napoleónica, dejó lo suyo.
De la lengua gala nos viene bebé, chofer, boutique, sabotaje, biberón, bitácora, bombón, canica, gendarme...
Por si hiciera falta, en México tuvimos el Imperio de Maximiliano y Carlota para expandir la influencia del francés.
Del japonés tenemos la influencia llegada con el Galeón de Manila (la Nao de China) y luego con la presencia de una importante comunidad nipona que nos trajo el chamoy, sashimi, tsunami, sushi, onigiri y el nombre de personaje de telenovela Oyuki, la del pecado.
Luego viene la hegemonía yanqui en el mundo y, sobre todo, el predominio tecnológico que obliga a incorporar vocablos que no existen en nuestro idioma.
La historia no termina ahí. Las lenguas están vivas y se transforman. La nuestra no es la excepción. Con el paso de los años, los dialectos del español serán lenguas distintas, como pasó con el latín. O, como en el caso del spanglish, irán creciendo por las particulares condiciones de la migración.
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El artículo 18 de la Constitución de la Ciudad de México, en proceso de elaboración, establece que los animales son “seres sintientes”.
Como la palabreja no figura en el DLE iba yo a incluirla en la sección de abajo, pero investigando un poco me encontré con que el Diccionario panhispánico de dudas sí considera el término en el lema “sentir”. Dice: “Pertenece a la familia de este verbo el adjetivo sentiente (‘que siente’), forma que deriva directamente del latín sentiens, -entis (participio de presente de sentire) y es la preferida en el uso culto: «La energía estimular solo es potencialmente estimulante; para que de hecho estimule precisa del otro término de la relación, el organismo sentiente» (Pinillos Psicología [Esp. 1975]). No obstante, la variación vocálica que el verbo sentir presenta en su raíz —sentimos, sintió— ha favorecido la creación de la variante sintiente, también válida: «Ponen especial énfasis en no dañar a ningún ser sintiente» (Calle Yoga [Esp. 1990]).”
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Regaños. En la tele, para variar. El reportaje era sobre la marimba y entrevistaban a Carlos Nandayapa. En la pantalla se leía “precursor de la marimba”, evidentemente el productor de ese programa desconoce el significado de la palabra. Precursor es el que antecede, el que da origen. Y ni siquiera don Zeferino Nandayapa, padre de Carlos, fue “precursor” de un instrumento de origen africano y cuya forma moderna data del siglo XIX. Lo que sí, don Zeferino fue gran promotor del instrumento y ahora lo son sus hijos.
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El lector Eduardo Morales añade una unidad de medida al listado de la entrega anterior de Giros: “Otra medida de la cual no tenemos conocimiento o casi no la aplicamos es el geme (Medida que corresponde a la distancia entre las puntas de los dedos índice y pulgar en la máxima extensión posible).
Mi madre la mencionaba cuando nos tejía suéteres —falta un geme— o bordaba”.
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A la inquietud de El Arca de Arena por saber cuál es el verbo que describe la acción de contar versos respondió Francisco Báez con la métrica y recibió una propuesta en el mismo sentido de Marielena Hoyo. Dice la colega: “Podría tratarse de los verbos “metrificar”/“versificar”, para lo correspondiente a la acción de medir versos (métrica). Igual y no, pero ya ve que me encantan sus retos.”
Pues, no. La palabra es “escandir”
Hoy pide El Arca una palabra de origen árabe que en España significa residuo y en el norte de México equivale a morona.





14 01 17


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sábado, 7 de enero de 2017

Arrobado con la resma


Carlos Alberto Patiño
El símbolo arroba (@) no se inventó con la computación ni servía para tratar de esconder el género de las palabras en pos de la corrección política.
Quienes estudiamos aritmética en el libro del cubano Aurelio Baldor (Aritmética teórico práctica) —el que tenía en la portada un tigre dientes de sable acechando a dos sapiens que realizaban un trueque— sabemos que la arroba es una unidad de medida que equivale a 11.5 kilogramos o 25 libras, según asienta el texto del matemático. Y es la cuarta parte de un quintal, medida que representa 100 libras (aproximadamente 46 kilos), aunque también existe el quintal métrico que vale 100 kilos.
Arrobar es pesar en arrobas, pero también es embelesar, cautivar los sentidos, como en el arrobo o arrobamiento, que es entrar en éxtasis.
Todas estas unidades de medición corresponden al peso.
Entre las medidas de longitud ya en desuso están la vara y la legua.
La última contiene 5 mil varas y originalmente correspondía a la distancia que un hombre podía recorrer en una hora, más o menos cuatro kilómetros. La vara mide tres pies. Las botas que pulgarcito le robó al ogro eran las de Siete Leguas, pues es la distancia que recorrían en una zancada.
El codo es la unidad de medida que usó Noé para construir el arca según las instrucciones del mismísimo Yahvé: Trescientos codos de longitud por 50 codos de ancho. Es decir que era una caja oblonga. Su altura era de 30 codos de alto (Génesis 6:15). La correspondencia en sistema decimal es 150 metros de largo por 25 metros de ancho y 15 de alto. El codo tiene una longitud aproximada de entre 41 y 45 centímetros.
Una caballería es medida de superficie equivalente a poco más de mil 800 m2. Un estadio podía equivaler, el olímpico, a 185 metros; el grande, a 222 y medio; el macedonio, a 210; el pítico a 148.5; y el inglés (furlong), a 201 metros.
Otra medida de longitud relacionada con el cuerpo, es la cuarta, que corresponde a la distancia entre el meñique y el pulgar. Como no todas las manos son iguales la medida varía entre 15 y 20 centímetros. También se le conoce como palmo. En música, una cuarta es el intervalo de cuatro grados entre dos notas de la escala musical.
Entre las medidas tradicionales está la resma que sirve para calcular cantidades de papel. Una resma contiene 20 manos y una mano son cinco cuadernillos. El cuadernillo contiene cinco pliegos. Así, la resma equivale a 500 pliegos de papel. Suena a un antiguo impresor estimando las hojas para la edición de El Quijote.
La gruesa sirve para contar unidades, no sólo de papel sino de cualquier cosa.
Una gruesa representa doce docenas. De lápices, de peras, de cohetes prohibidos, de canicas…: 144 ejemplares de lo que sea.
Dice la Wikipedia que “En arquería de competición olímpica, se lanzan, en dos jornadas, un total de 144 flechas.”
Doce gruesas hacen una gran gruesa (12×144=1728).
El jornal es la medida que correspondía a la superficie de terreno arada en un día (cuando no había tractores). Es, de igual manera, el trabajo que se realiza en una jornada y el pago por ese periodo laboral.
En la descripción que en su segunda Carta de Relación hace Hernán Cortés de Tenochtitlán, consigna una curiosa referencia a las magnitudes. “Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cual quiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba”.
La lanza jineta mide cuatro metros de largo. Ignoro la medida de Sevilla y Córdoba, la de entonces y la de ahora.
Los lectores de Tolstoi, Chejov o Dostoievski se habrán encontrado con distancias medidas en verstas. Son mil 67 metros.
Para los lectores de Emilio Salgari no es extraña la palabra braza que mide profundidades marinas. Representa la longitud de dos brazos extendidos, aproximadamente dos metros.
Un metro, consigna el DLE, es “1. m. Unidad de longitud del sistema internacional, que originalmente se estableció como la diezmillonésima (10−7) parte del cuadrante del meridiano terrestre, y hoy, con más precisión, se define como la longitud del trayecto recorrido en el vacío por la luz durante un tiempo de 1/299 792 458 de segundo. (Símb. m).”
De 1896 a 1960, se utilizó el Metro patrón como referencia para la unidad de medida. Era una barra de platino e iridio depositada en el sótano de la Oficina de Pesos y Medidas en Sèvres, en las afueras de París.
Fue Benito Juárez quien decretó en 1861 el uso del Sistema Métrico Decimal en nuestro país.
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Regaños. Oído en un canal de televisión: “El super bowl nunca estuvo tan cerca” ¿Nunca? Me parece que cada vez que se produce ese evento deportivo está más cerca que el día anterior, la hora previa, el minuto que antecede.
Y ya que uso el adjetivo previo, repito que no es adverbio. Siempre requiere un sustantivo al cual modificar. Lo recuerdo porque en el portal Aristegui noticias cabecearon: “«La gente fue engañada, previo al gasolinazo»: Noroña (Video)”. Antes es la palabra adecuada.
En el portal de noticias López-Dóriga Digital y en otros medios anuncian “Identifican nuevo órgano en el cuerpo humano”.
¿Qué tan nuevo? ¿Como de 2.5 millones de años, que son los que se le calculan al género homo? El mesenterio ya estaba ahí, así que difícilmente es algo nuevo. Quizá lo que se quiere decir es que se descubrieron funciones en esa parte del cuerpo que no se conocían. Quizá haya que destacar que se reclasifica al mesenterio como órgano, pero de novedad no hay nada, ningún “nuevo” órgano le brotó a los humanos.
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A El Arca de Arena se dirigió Francisco Báez para aclarar, con un espíritu no alejado del de El Bronco quitándoles a los niños la ilusión de Santa Claus, que lo que llevan las cigüeñas a los nidos de las cigüeñas son gusanos y otros bichos.
Yo sabía que Marielena Hoyo no fallaría. Los polluelos de las cigüeñas son los cigoñinos. Ramiro Martínez y Eduardo Morales también dieron la respuesta.
Bertha Hernández nos ilustra. “En la novela El capitán Fracasa (Capitain Fracasse), de Théofile Gautier, el protagonista es el barón de Sigognac, a quien uno de sus contrincantes insulta llamándolo ‘cigoñino’”
Ahora El Arca, emocionada con las mesuras, pide el verbo que describe la acción de medir versos.

07 01 17 

Publicado en La Crónica de hoy



domingo, 1 de enero de 2017

¿Epistemofobia?, ¿friggatriscaidecafobia? Creo que me va a dar fobofobia

Carlos Alberto patiño
 
 
Hay personas a las que las fiestas de fin de año no les agradan. De hecho les causan disgusto.
Tienen un padecimiento llamado “fobia social”, trastorno que provoca ansiedad por miedo persistente a situaciones de compromiso social.
Hay también quienes tienen problemas con el aumento de peso por la ingesta inmoderada que se presenta en estas fechas. Son quienes padecen “pocrescofobia” o “lipofobia”.
Como para casi todo, hay una palabra de origen griego que define este tipo de conductas.
La palabra es fobia. Phobía en transcripción castellanizada. Es, según el DLE: “ Del gr. –φοβία– phobía ‘temor’.
1. f. Aversión exagerada a alguien o a algo.
2. f. Psiquiatr. Temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o situaciones, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión.
Se usa como prefijo en muchos términos que describen conductas obsesivas.
Entre las más famosas están el miedo a las alturas (acrofobia), a quedar encerrado (claustrofobia) o a las multitudes (agorafobia), mal que nos consta que no afecta a Rubí ni a su familia.
La lista de temores es grande. La relación que proporciona Wikipedia se extiende en más de 40 cuartillas.
Son llamativas por su longitud y rareza “friggatriscaidecafobia”, que es el miedo al viernes 13. La raíz de la palabreja es del inglés Friday, la que a su vez viene de la diosa vikinga  Frigga. También existe la “parascevedecatriafobia”, que es el mismo mal.
La “hexakoioihexekonthexafobia” es nada más la aversión a la cifra 666, asociada al demonio.
Hay una rarísima, la “araquibutirofobia” que es el disgusto de que la crema de cacahuate se pegue en el paladar.
La “aritmofobia” es padecimiento extendido entre los estudiantes de periodismo y también entre los profesionales de las noticias. Es el rechazo a los números.
La “penterafobia” es casi un lugar común: Es la aversión a las suegras.
Donald Trump es paciente de algunas, por ejemplo de la “xenofobia”, con especial dedicación a lo que sería la “mexicanofobia”, palabra todavía no reconocida. También es “islamofóbico” el nuevo presidente de EU. Y se sospecha que cultiva la “ginefobia”, el rechazo, en su caso, menosprecio, a las mujeres.
Ésta es buena por autorreferente: “hipopotomonstrosesquipedaliofobia”. Consiste en sentirse incómodo con las palabras monstruosamente largas.
Una de las que componen el título de este Giros es una aversión que apabulla a la clase política: “epistemofobia”, el rechazo al conocimiento. Esta otra debe detectarse en los órganos legislativos, la “fronemofobia”, el miedo a pensar.
De igual manera campea entre ellos y en las redes sociales la “bibliofobia”, que es el rechazo a los libros.
Ésta es grave, pero explicable: la “medomalacufobia”, el miedo a perder una erección. Y la mera idea puede ser causante de lo que se teme.
La del ortodoxo es la “heresifobia”, temor a desafiar a la autoridad doctrinal.
La del hippie es la “ablulofobia”, el rechazo a bañarse.
Muchos niños y no pocos adultos tiene “lacanofobia”, odio a las verduras.
La aversión a entrar a una casa vacía es la “kenofobia”.
Es generalizada y comprensible la “sanguivorifobia” o “hematofagofobia”, ambas para describir el miedo a los vampiros.
La “tafiofobia” ha dado lugar a múltiples leyendas. Es el miedo a ser enterrado vivo.
Con “afenfosfobia” es imposible abordar un transporte público. Si usted padece el miedo a ser tocado, mejor haga como dicen los pelados en los camiones: tome un taxi o suscríbase al programa Ecobici.
Y si lo que lo aqueja es la “anacrofobia”, no se preocupe, todavía no corre el riesgo de emprender un viaje en el tiempo.
Una de reciente aparición es la “nomofobia” (de no-movil, en inglés), que es el temor a quedarse sin señal, a que se termine la pila o a perder el celular.
La lista es larga. Tanto que podríamos desarrollar una “fobofobia”.
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Regaños. Es un anuncio que guardé por ahí, y ahora recupero. Es de una universidad que promueve una charla académica: “La Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad de la Comunicación te invitan a la conferencia de...”.
Así que la Licenciatura te invitan. Es una institución de educación superior y para colmo, especializada en comunicación, y no acierta a elaborar un mensaje con corrección gramatical.
La idea es simple, “La licenciatura (...) te invita” O La Licenciatura (...) y la Universidad (...) te invitan.
Una agencia fotográfica pone este pie en una de sus imágenes “Camiones iluminados recorren el centro de la ciudad, denominado “Caravana de luz” . Así que el centro de Monterrey se llama “Caravana de luz”. Eso se entiende por la anfibología que comete el redactor. Lo que se llama así es el conjunto de camiones que recorren la zona de la ciudad regiomontana.
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Agradezco los comentarios de Betty Ramírez.
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El Arca de Arena se había quedado con la duda de la palabra que sirve para describir la acción de quitar las cuerdas de las orillas de las velas. Palabra que también se relaciona con los flotadores de los aparejos para la pesca.
Marielena Hoyo me hizo llegar esta propuesta: “tiramollar”, que según el DLE es “tirar de un cabo que pasa por retorno, para aflojar lo que asegura o sujeta”; “amollar”, para cuando se suelta o afloja la escota u otro cabo para disminuir su trabajo o para ceder, desistir o aflojar el cabo de una embarcación, especialmente la escota (cabo que sirve para realizar el ajuste del ángulo de la vela respecto del viento) y, “filar”, que es soltar o aflojar progresivamente un cable o cabo que está trabajando.
La respuesta es “Desrelingar” (DLE: “1. tr. Mar. Quitar las relingas a las velas”. “Relingas: 1. f. Mar. Cada una de las cuerdas o sogas en que van colocados los plomos y corchos con que se calan y sostienen las redes en el agua.
2. f. Mar. Cabo con que se refuerzan las orillas de las velas.”)
Bien, la última búsqueda del año: Las crías de las gallinas son los pollos y las de las águilas son aguiluchos. ¿Cómo se llaman los polluelos que las cigüeñas llevan a las cigüeñas?
Feliz 2017.




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