martes, 23 de enero de 2018

Manzanas de amor, de oro… de tierra

Carlos Alberto Patiño




En Europa le vieron cara de manzana. Aquí, nadie confundiría un jitomate con una manzana.
Pero en su migración al viejo continente, el vegetal, de inconfundible nombre náhuatl (xictomatl, fruto con ombligo y, en otras versiones, fruto de agua gorda con ombligo o bola de agua con ombligo), pasó a agruparse junto a la fruta del bien y del mal.
Algunos historiadores dicen que llegó indocumentado y menospreciado a Europa. Autor hay que se inventa una historia de cómo fue recibido y reconocido en Cádiz, pero no hay fuentes que prueben ese tránsito.
Sí, es muy probable que el jitomate haya llegado por esa vía, pues los españoles transportaron en sus naves toda clase de productos de las llamadas Indias.
Se sabe de la presencia de tomates o jitomates en jardines botánicos europeos y su imagen figura en catálogos naturalistas. Era una curiosidad poco considerada como alimento.
La idea de manzana se la debemos al botánico italiano Pietro Andrea Mattioli, quien en 1544 lo confunde con la berenjena para después llamarla “pomi d’oro”, de donde el nombre italiano “pomodoro”. Lo dorado venía de que los primeros jitomates llegados a Europa eran amarillos.
Juega el naturalista, además, con los frutos del Jardín de las Hespérides, y sobre todo con la famosa manzana dorada, la de la discordia, que Paris le dio a Afrodita (Venus) para reconocerla como la diosa más bella, con el consecuente enojo de Hera (Juno) y Atenea (Minerva), y causa indirecta de la Guerra de Troya.
Lo manzanoso viene también de la etimología. Poma, en español, además de manzana, es “fruto”. Deriva del latín pomum que originalmente significaba “fruta”.
Como manzana quedó el jitomate en francés (pomme d’or o pomme d’amour), aunque también se usa “tomate”. Con la misma raíz pasó al polaco (pomidor) y al ruso (también pomidor, pero en cirílico).
Una forma que aparece en registros antiguos del español, se refiere a nuestro jitomate como “pomate” que tiene algo de palabra baúl, pues suma la forma latina con la náhuatl.
La forma “pomme d’amour” (fruta o manzana de amor) se sigue usando en el sur de Francia y en Alemania como “Liebesapfel”.
“Tomate” empieza a extenderse en francés cuando se incluye como tal en la Enciclopedia, en 1765.
Una de las primeras referencias escritas al fruto la da Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
No deja de tener su dosis de humor negro ese encuentro con la gastronomía prehispánica. Dice el conquistador en el capítulo LXXXIII: “Que pues como en pago de que veníamos a tenerlos por hermanos y decilles lo que Dios Nuestro Señor y el Rey manda, nos querían matar e comer nuestras carnes, que ya tenían aparejadas las ollas, con sal e ají e tomates”.
De Bernardino de Sahagún (1499-1590) tenemos constancia del uso del tomate en la cocina de los indios. En su Historia general de las cosas de Nueva España describe los mercados indígenas y la costumbre de las vendedoras de platos preparados: “Venden unos guisados hechos de pimientos y tomates, suelen poner en ellos pimiento, pepitas de calabaza, tomates, pimientos verdes y tomates gordos y otras cosas que hacen los guisados sabrosos.”
La idea de fruto redondo también se aplica a la papa. En francés es “pomme de terre”, la manzana de tierra.
La patata pasó su época de rechazo, pues los europeos comían el fruto de la planta, con lo que conseguían un fuerte dolor de estómago y, en casos extremos, la muerte. Cuando se dieron cuenta de que lo comestible era la raíz, el cultivo de este tubérculo se extendió y se convirtió en parte fundamental de muchas cocinas.
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¿Cátsup o kétchup? A la salsa de tomate aquí le decimos “cátsup”, pero el monárquico diccionario sólo reconoce la forma anglosajona “kétchup”.
Y en realidad, ni tenía que ver con los jitomates ni es palabra de origen inglés. Es chino y se aplicaba a una salsa de pescado. Explica Miki Otero en las páginas de El País (18-09 14): “Su nombre no es la gris conclusión de un comité de marketing, sino que revela los majestuosos orígenes de la salsa: ke significa pescado conservado en Hokkien, lengua de algunas zonas de Taiwán; y -tchup, salsa en algunos dialectos chinos. Esto es porque la salsa proviene en realidad de una tradición antigua en algunas regiones de China, donde se guardaba el pescado en arroz cocinado y salado cubierto con hojas de bambú para su fermentación. En el siglo XVII los marineros ingleses y holandeses trajeron desde allí varios barriles de esa especie de salsa de pescado; los ingleses sustituyeron el pescado por tomate y, luego, los estadounidenses le añadieron azúcar.”
Para el Diccionario panhispánico de dudas es: “Salsa de tomate condimentada con vinagre y especias’. Es voz de origen chino, que el español ha tomado del inglés, lengua en la que se escribe de tres formas: ketchup —la más cercana a la etimología y única usada en el inglés británico—, catchup y catsup —más comunes en el inglés americano—. En español se documentan las tres formas, que deben escribirse con tilde por ser palabras llanas acabadas en consonante distinta de -n o -s (...): kétchup, cátchup y cátsup.” Pero el DLE sólo reconoce una: “kétchup. Del ingl. ketchup, y este del chino kôechiap ‘salsa de pescado en escabeche’. 1. m. Salsa de tomate condimentada con vinagre, azúcar y especias.”
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Agradezco al lector Roberto Escudero sus comentarios desde Chicago.
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Aunque Mangel reclama cuando no hay Regaños, ésta vez me da más lástima que ganas de señalar fallas. Navegando por las redes sociales me topé con este mensaje. “Que bonita moda y que cinturita hiprecionante”. Me subió la “precion”, seguro. Pero hay más: “LLerba buena…” “te vaz a recuperar”,
Y para rematar a la lógica: “Tripulación del avión no tripulado”.
El océano de las redes es extenso y profundo, pero ni siquiera hay que esforzarse para pescar perlas de tan notorio oriente.
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El Arca de Arena requirió un arcaísmo hispano, parónimo del plural del producto de las gallinas y de la palabra afín que designa de manera popular a los testículos. Se refiere a una tarea o acción que se hace por obligación. En realidad, aunque el Diccionario de la lengua española dice que está en desuso, un par de compañeros provenientes de la Península, uno andaluz y otro catalán, me explican que es de lo más común. La palabra es “uebos”. El DLE define “Necesidad, cosa necesaria. Uebos me es. Uebos nos es. Uebos de lidiar.” Expresión frecuente es “manda uebos”. Fundéu proporciona la siguiente información: “La palabra uebos, también escrita huebos, es en efecto un arcaísmo del que no queda vestigio alguno en la actualidad y que significa ‘necesidad, cosa necesaria’, más específicamente para cosas de las que se carece. Se utilizaba en giros como ser uebos (‘ser necesario’), para huebos del dicho monasterio (‘para las cosas necesarias del monasterio dicho’), uebos me es (‘me es necesario’) o el que menciona de la lidia. De ahí se interpreta que manda uebos es algo así como ‘la necesidad obliga’”. Su origen es el latín “mandat opus” que significa que manda la necesidad o la necesidad obliga.
Francisco Báez no se fue por las ramas y dijo “A huevo”, expresión que, por casualidad, da la misma idea.
Miren lo que dice la Fundéu: “La homofonía con huevos es mera coincidencia, pero se aprovecha para intentar hacer más respetables las expresiones malsonantes. Incluso si la justificación que da fuera cierta (tampoco nosotros hemos encontrado registro histórico alguno que la avale), en la actualidad claramente se refiere a los genitales masculinos, con variantes como manda cojones y manda narices (así como tiene huevos, tiene cojones y tiene narices)” Sólo falta añadir “por mis huevos”. Manda uebos, ¿o no?
Marielena Hoyo dio la respuesta y algunas explicaciones como las que ya se incluyen.
Va fácil la petición de El Arca (De cualquier manera, cuando es difícil me reclaman y si es fácil, también). Es anagrama de una palabra que significa rojo o enrojecimiento producido por la vergüenza. La voz que se busca, equivale en México a “cada uno de los ámbitos o de las tareas consideradas en un presupuesto de trabajo” o “Asiento o partida de dinero dedicada a cierta finalidad en un presupuesto”

Publicado en  La Crónica de hoy

20 01 18  
 

miércoles, 17 de enero de 2018

Enigmas: Voynich, Dorabella, Zimmermann

Carlos Alberto Patiño



Si de ponerse críptico se tratara, bien podría iniciar con una frase como ésta: 2l Cl5b Q53nt3t4. Quienes sepan quién fue Genaro Moreno no tardarán en identificar el código de El Club Quintito. Era una simple sustitución de números por vocales para que los niños entendieran el  mensaje. No hace falta poner las equivalencias, ¿verdad?
Algunos refecofordafarafan el idioma de la efe, con el que se comunicaba la chiquillada en la primaria.
La raíz griega Cripto (kryptós) significa oculto. Críptico, entonces, es, según el Diccionario de la lengua española, oculto, enigmático. Pero también es “perteneciente o relativo a la criptografía”, la que a su vez es “arte de escribir con clave secreta o de un modo enigmático.” Esta raíz la tenemos en “criptograma”, un “mensaje escrito en clave”; y en “criptoanálisis”,  el arte, dice el DLE, “de descifrar criptogramas”.
Los matemáticos, que se toman muy en serio el tema, hablan no de artes sino de las técnicas para cifrar y descifrar mensajes.
La historia del encriptado de mensajes es remota, tanto como el origen de las civilizaciones.
Dos han sido las principales causas para encriptar mensajes: la guerra y el amor. En ambas ocurrencias se trata de hacer llegar un mensaje que sólo pueda ser entendido por su destinatario, ya sea la hora de un ataque o de una cita. Ni el enemigo ni el padre o marido celoso deben enterarse de lo que habrá ni cómo ni cuándo.
Asirios, babilonios, egipcios, griegos, romanos, monjes, clérigos, nobles, militares han hecho uso de sistemas para esconder significados.
Famosas son la “escitala” espartana y el cifrado César que sirvió al romano para comunicarse con sus tropas, probablemente desde que se encontraba batallando en Las Galias.
Ambos sistemas tienen bases sencillas. Uno se descifraba cuando se enrollaba en un bastón una cinta que contenía las letras, previamente organizadas en un bastón del mismo calibre.
El otro se valía de la sustitución simple de caracteres. Ponía el alfabeto en orden y recorría algunos lugares las letras. Así, recorriendo dos lugares, para escribir “cara” ponía “ectc”. Era una forma simple, pero en una época en la que pocos sabían leer, tenía un aceptable margen de seguridad.
Con el desarrollo de las matemáticas y de la tecnología, ahora los sistemas de encriptado son verdaderamente complejos, pero también han avanzado quienes buscan romper los códigos. Para los hackers no es difícil abrir puertas o encontrar los resquicios para colarse.
Consideraba Edgar Allan Poe “... muy dudoso que una inteligencia humana sea capaz de crear un enigma de este tipo, que otra inteligencia humana no llegue a resolver si se aplica adecuadamente.” Está en el relato “El Escarabajo de oro”, donde el caballero William Legrand descifra el misterio del bicho dorado y se hace de un gran tesoro.
Explica el personaje: “En este caso —y en todos los casos de escritura secreta—, la primera cuestión se refiere al idioma de la cifra, ya que los principios para lograr la solución —sobre todo en el caso de las cifras más sencillas— dependen de las características de cada idioma (...)
“Ahora bien, la letra que aparece con mayor frecuencia en inglés es e (...) predomina de tal manera, que es raro encontrar una frase de cualquier extensión donde no figure como letra dominante...”
Luego de una serie de deducciones sobre la frecuencia y acomodo de las letras, Legrand encuentra la pista que lo lleva al cofre del tesoro.
Una solución similar da Sherlock Holmes al misterio de “Los bailarines”, donde una serie de mensajes se cifran a manera de dibujos infantiles que danzan.
Dos importantes casos de ruptura de códigos aparentemente indescifrables fueron el Telegrama Zimmermann, que involucraba a México, y la máquina Enigma, complejo artificio alemán.
El primero, como se recordará, fue un mensaje enviado por los alemanes para convencer a Venustiano Carranza de participar en la Primera Guerra Mundial al lado de Alemania, a cambio de la recuperación de los territorios perdidos por nuestro país en la Guerra del 47.
Los servicios de Inteligencia británicos lograron descifrar el telegrama compuesto con series numéricas. El problema no fue tanto comprender el mensaje, sino darlo a conocer sin que los alemanes se dieran cuenta de que sus mensajes secretos eran interceptados e interpretados por sus enemigos. En Historia en vivo se cuentan algunas de las peripecias del famoso telegrama (Alemania intenta seducir a México: El telegrama Zimmermann: http://www.cronica.com.mx/notas/2017/1004931.html)
La máquina Enigma era  un aparato muy sofisticado que, mediante el empleo de rotores, generaba códigos que podían cambiarse un sinnúmero de veces para dificultar el desciframiento.
Originalmente era un invento destinado al intercambio de información industrial sin que la competencia se enterara.
Dada su capacidad para la encriptación y su aparente invulnerabilidad, fue adquirida por las fuerzas militares alemanas. Pero hubo un grupo humano que se empeñó en encontrar la clave, bajo la dirección del matemático y precursor de la informática y de la inteligencia artificial, Alan Turing. Con mucha habilidad matemática, ingenio y perseverancia el equipo logró romper los códigos. La película El código Enigma (The imitation game, 2014), de Morten Tyldum, aunque criticada por inexacta y fantasiosa, nos da una buena versión de la historia, que, según dicen, permitió acortar la guerra dos años.
Y, pese al razonamiento de Poe, hay por lo menos dos códigos que no se ha podido descifrar.
Uno es El Manuscrito Voynich y el otro es la Carta Dorabella del músico Edward Elgar.
El manuscrito es un texto del siglo XV. Wikipedia lo describe así: “Es un libro ilustrado, de contenidos desconocidos, escrito por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el denominado voynichés”. Contiene imágenes de plantas y de mujeres, signos zodiacales, constelaciones... Ha sido calificado como el texto “más misterioso del mundo”.
En 2017 el profesor Nicholas Gibbs, experto en medicina medieval, asegura que los incompresibles caracteres son abreviaturas del latin del medioevo presentes en otros texto de la época y que la abundancia de imágenes femeninas en las páginas del documento indicarían que es una especie de vademécum ginecológico.
Causó revuelo el artículo de Gibbs, pero ya otros expertos han indicado que lo publicado por el profesor es muy escueto y que las traducciones que obtuvo son un sinsentido en latín. Muchos esperan que Gibbs publique un extenso libro sobre el tema en donde demuestre que está en lo cierto. Mientras tanto, el Voynich permanece en el cajón de los misterios insolutos.
El autor de Pompa y circunstancia, Edward Elgar, aficionado a la criptología, escribió una serie de variaciones musicales a las que llamó Enigma. De hecho, el nombre de la máquina arriba descrita tomó su denominación de estas piezas. Una de las variaciones, la 10, fue dedicada por el autor a Dora Penny, la hijastra de una amiga de la esposa del músico.
Elgar tenía 42 años cuando conoció a la joven de 20. Junto a una carta que se envió a la familia de la chica, el compositor incluyó una nota para Dora cifrada con pequeños semicírculos. La destinataria nunca supo qué decía la nota, pues nunca tuvo la clave.
Oficialmente, sólo hubo una gran amistad entre ambos personajes. Ella lo dice así en sus  memorias. El hecho es que un mensaje encriptado de un hombre casado y maduro a una mujer más joven no deja mucho a la imaginación. Cuando se descifre la carta se sabrá. Hasta ahora, a lo más que se ha llegado es a una interpretación que resulta incomprensible o a la suposición de que en realidad es un código musical.
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Me aclara Hugo Martínez que Eric Clapton sí es Clapton originalmente y no un pseudónimo como yo lo puse. Tan fácil que era acudir a la página oficial del guitarrista y corroborarlo.
El apellido Clapp, que yo cité, era el de la pareja de su abuela Ross y el Clapton era el apellido del primer esposo de la señora. La historia es un poco enredada, que involucra a una adolescente y a un niño que creció creyendo que su madre era su hermana.
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Parece que fue muy fácil la petición de El Arca de Arena. El escritor Albert Otto Maksymilian Feige firmaba sus obras como B. Traven. Respondieron Francisco Báez, Marielena Hoyo, Hugo Martínez, Octavio Martínez, Eduardo Morales y Luz Rodríguez.
Debo aclarar que el pseudónimo es B. Traven, con una “B” que vale por sí misma, no es de Bruno, según explican fuentes cercanas al escritor. Dicen que el supuesto nombre completo sólo aparece en las ediciones pirata de las obras.
Esta vez El Arca requiere un arcaísmo hispano, parónimo del plural del producto de las gallinas y de la palabra afín que designa de manera popular a los testículos. Se refiere a una tarea o acción que se hace por obligación.

 
Publicado en La Crónica de hoy 
 
13 01 18  
 

miércoles, 10 de enero de 2018

Pseudónimos, heterónimos, alias

Carlos Alberto Patiño






Pseudo o seudo quiere decir falso. Un nombre falso es un pseudónimo o seudónimo (ambas formas están incluidas en el Diccionario de la lengua española). Originalmente era con la “p”, que deriva de la letra griega psi. La evolución de la lengua y la ley del mínimo esfuerzo se llevaron la “p”.
El falso nombre es el que muchos autores eligieron para presentar sus obras.
“Heterónimo” es otra palabra equivalente. Si usted la busca en Google no tardará en encontrar el término asociado al poeta portugués Fernando Pessoa, cuyo nombre completo era Fernando António Nogueira Pessoa. Escribió bajo 72 heterónimos. Los más conocidos son Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis o Bernardo Soares.
Hay autores que son conocidos sólo por su pseudónimo y los hay que en algún momento de su vida deciden usar uno en algunas obras, aunque conservan el nombre propio para otras.
Robert Galbraith, por ejemplo, es un escritor que rápidamente ganó fama con su primera novela del género negro La llamada del cucú. La siguió El gusano de seda. No pasó mucho tiempo para que se supiera que detrás de ese nombre estaba la escritora J.K. Rowling, quien con ese apelativo trataba de liberarse de la pesada cadena impuesta por su personaje Harry Potter.
Tras el nombre Honorio Bustos Domecq se disimulaban los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Entre los pseudónimos más conocidos están Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson) y Mark Twain (Samuel Langhorne Clemens).
El autor de 1984 y de La rebelión en la granja, George Orwell, era Eric Arthur Blair.
Para rebasar las barreras de la época a su condición femenina, Amantine (o Amandine) Aurore Lucile Dupin adoptó el apelativo masculino George Sand. Igual caso es el de Mary Ann Evans, conocida como George Eliot.
En contraste, en nuestra historia tenemos a Sor Filotea de la Cruz que era hombre. Filotea, que tan raro suena en nuestros días, quiere decir “la que ama a Dios”. Y es el que escogió el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, para rebatir la Carta Atenagórica de Sor Juana.
Fuera del ámbito literario, no hace falta decir que Norma Jeane Baker era el nombre real de Marilyn Monroe ni que (oh, volvemos a la literatura) Robert Zimmerman, es Bob Dylan; Nicholas Coppola es Nicholas Cage, y Cedric Clapp, Eric Clapton. Fred Astaire era Frederick Austerlitz y James Dean se llamaba Seth Ward.
Alberto Aguilera Valadez saltó a la fama como Juan Gabriel y Mauricio Garcés era Mauricio Feres Yazbek, según reza la lápida en su tumba del panteón Francés de la Piedad.
La lista de seudónimos en el medio artístico es larga.
Y en otros ámbitos sobresale Francisco Villa, cuyo nombre, se sabe, era Doroteo Arango.
Cicerón era Marco Tulio; Voltaire era François-Marie Arouet y Molière, Jean Baptiste Poquelin.
El gran Pablo Neruda tenía como nombre Neftalí Ricardo Reyes, la también chilena Gabriela Mistral nació como Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga.
José Emilio Pacheco adoptó los heterónimos Carlos Núñez Arenas, Miguel G. Cansino, Ricardo Ledezma y Pedro Durán.
Dos importantes escritores mexicanos, ahora injustamente poco leídos, Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán, ejercieron la crítica cinematográfica con el nombre Fósforo.
El autor de La sombra del caudillo, nos informa Bertha Hernández, también utilizó el alias El Reportero Respondón. Lo hacía cuando dirigía el periódico de su propiedad, El Mundo. Comentaba la información publicada por sus competidores en torno a la renuncia de Adolfo de la Huerta a la Secretaría de Hacienda. Fue seudónimo de corta vida, puesto que, dice la historiadora, “a partir de esa renuncia y el inicio de la revolución delahuertista, Guzmán tuvo que exiliarse y perdió el periódico.” Fue en su época de transterrado cuando se asoció con Reyes.
El cronista liberal mexicano del siglo XIX Guillermo Prieto escribía como Fidel y en su vejez llegó a hacerlo como El Romancero. No podemos olvidar a su contemporáneo, El Nigromante, Ignacio Ramírez.
Bertha nos aporta más datos: “Hacia septiembre de 1867, y con los sueldos atrasados de su puesto como coronel de caballería, Ignacio Manuel Altamirano fundó el periódico El Correo de México. En sus páginas escribieron los siguientes personajes con los siguientes seudónimos: Ignacio Manuel Altamirano era Próspero; José Tomás de Cuéllar fue Facundo.”
Jacobo Dalevuelta, periodista del Universal en las primeras décadas del siglo pasado, pergeñó la gran “volada” periodística sobre el robo de los huesos de Morelos. La historia la cuenta Bertha Hernández en su blog El reino de todos los días. (https://reinodetodoslosdias.wordpress.com/2010/08/17/%C2%BFsabe-usted-que-cosa-es-volar-la-historia-de-jacobo-dalevuelta-y-el-falso-robo-de-los-restos-de-jose-maria-morelos/)
Dalevuelta se llamaba en realidad Fernando Ramírez de Aguilar.
El Duque Job (Manuel Gutiérrez Nájera) también firmó como Puck, Junius, Recamier e Ignotus. Amado Nervo suscribió sus crónicas sobre moda como Oberón. Faltan Micrós o Tic Tac (Ángel de Campo), Azorín (José Augusto Trinidad Martínez Ruiz) y Leopoldo Alas (Clarín).
Ya en el siglo XX, el periodista Manuel Buendía escribió en El Día la columna “Para control de usted” como J. M. Tellezgirón.
Durante la presidencia de Miguel de la Madrid, un columnista de Excélsior firmaba como Pedro Baroja y se trataba nada menos que del compañero Rafael Cardona.
Pepe Grillo fue mucho tiempo la firma de Emilio Viale en las páginas de nuestro diario. Y en estas páginas ha aparecido Bárbaro Gastélum, cuya identidad no revelaré.
A Mario Munguía, de Ovaciones, le ganó la metonimia. Él usaba el nombre Lirirón en su columna de temas policiacos “Matarili”, pero al público le pareció que Matarili era el apelativo del periodista y así quedó.
El internacionalista Hernando Pacheco murió con el nombre de Juan María Alponte. Periodista español nacionalizado mexicano, con una juventud franquista, en realidad se llamaba Enrique Ruiz García.
Stalin, Lenin y Trotsky son seudónimos muy conocidos de la historia soviética (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Vladimir Illich Ulianov y Lev Davídovich Bronstein, respectivamente).
Remataré recordando a La Morsa y El Carpintero, pseudónimo que Bertha Hernández y un servidor usamos para escribir la columna gastronómica “Bodegón” en los primeros años de Crónica.
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A los Regaños de la semana pasada respondió la subdirectora de Difusión de TV UNAM. Dice: “Leí su columna de hoy y le agradezco mucho sus comentarios. En efecto, no podemos ni debemos tener estos errores. Tomaremos medidas al respecto para que esto no vuelva a ocurrir”.
Confío en que así será.
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Antes de llegar a aparecer en los Regaños, la agencia Notimex y el diario La Jornada corrigieron sus errores, pero quedó constancia de ellos en las redes sociales. En el caso del diario, en su edición del 2 de enero, en su “Rayuela” apareció este texto “El arranque del Año Nuevo nos regaló una Luna que invita a fantasear las mejores ‘profesías’”
La falta ortográfica la compusieron en la versión electrónica, pero la sintaxis se quedó igual.
Por lo que toca a la Agencia de Noticias del Estado Mexicano, su texto “‘José Antonio Meade va a ponchar a Andrés Manuel López Obrador, ‘viene el tercer ‘strait’ y se va a regresar a su rancho’, dijo Aurelio Nuño, coordinador de la precampaña del precandidato priista” fue reproducido tal cual por distintos y descuidados medios. La agencia corrigió ya, pero sus abonados se quedaron con la errata.
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“Antañada” es una forma poco usual para referirse a una antigualla o a la noticia o relación de sucesos muy antiguos. A El Arca de Arena respondió Marielena Hoyo.
La primera inquietud de El Arca en 2018 es saber con qué pseudónimo publicaba sus obras Albert Otto Maksymilian Feige, personaje al que, mediante intenso trabajo periodístico, identificó Luis Spota en 1948 y lo publicó en Mañana, la revista censurada de los periodistas Regino Hernández Llergo y José Pagés Llergo, antecesora de Siempre!


Publicado en La Crónica de hoy 
 
06 01 18