martes, 17 de abril de 2018

Voy, Boy… ¿Vasir?

Carlos Alberto Patiño

Propagandistas y publicistas saben que el escándalo jala. Utilizan cualquier recurso para atraer la atención de votantes o consumidores. Lo hacen con la ortografía, la prosodia y la sintaxis.
En reciente campaña, los promotores de la candidata del Partido Verde Ecologista de México al gobierno de la Ciudad, Mariana Boy, suponen que es muy ingenioso jugar con la homofonía del apellido de la abanderada con la primera persona del verbo ir.
Es pobre el recurso y representa un problema en un país que requiere reforzar su educación... desde la ortografía.
El chistecito va a contribuir a que muchos ciudadanos confundan la grafía, como lo hacen secundarianos, preparatorianos y hasta posdoctorantes con “o sea”, cuya forma de escritura creen que es “osea”.
Quizá habrá quien piense que exagero, pero hay riesgo sin ganancia. ¿O de veras en las filas del Verde creen que el jueguito de palabras les va a dar votos? #Boycontodo, #BoyconlaCiudad. No me harán decir “Boyavotar”.
En tiempos pasados, una vidriería, la Cabañas, en Santa María la Ribera, jugó también con el choque ortográfico. Su lema era “Bidrios, lo escribimos mal pero los colocamos bien”. La provocación lograba su efecto, aunque sí dejaba claro que la ortografía no era la correcta.
Con la misma intención, una casa fabricante de bolsas ponía su rótulo “volzaz” en la Avenida Fray Servando.
Son casos deliberados, como los son los neologismos mal logrados que sólo dejan confusión.
Fue el caso del Banco Internacional que se convirtió en “Bital” ¿Saben cuántos alumnos me ponían el líquido “bital”? Así lo leían en las marquesinas y en los anuncios y su endémica falta de otras lecturas producía ese resultado.
Ocurre ahora con la Clave Bancaria Estandarizada, pues su acrónimo  “clabe” hace sus estragos en la escritura.
De Fox y su “Yo tampoco. Yo nunca. No puedo ni pensar en ‘hechar’ por la borda mi querido País”, no hay que decir más que los hay que creen que sí echó al país por la borda, y nos demuestra que a la ortografía también, aunque no se diera cuenta, como con mucho de lo que hizo. (¡Ah!, la columna de los chistes fue la semana pasada).
Y “haiga sido como haiga sido”, ¿cómo fue? Lo escudó Felipe Calderón con la expresión “como dicen en mi tierra”. Vale, pero deja abierta la justificación para usar el lenguaje saltándose las normas. A fin de cuentas, “lo dice así el pueblo”, “lo decían así mis tías”… Es salirse por la tangente con un chistorete lingüístico.
Ni qué decir del dialecto tabasqueño. Como López, las personas hablan así en sus rumbos. Son sus maneras y eso no es criticable. Sí lo es el abusivo uso de términos descalificadores que hace el perenne candidato. Y además son arcaísmos en el semiabandono. Solo él les dice “fifís” (“fifíes”) y “pirrurris” a sus contrincantes, y lo hace de manera discriminatoria. No argumenta, bulea.
Célebre fue en los años 80 la campaña de la mueblería K2, la de la indestructible melamina ponderosa (los jóvenes y aun los de mediana edad se preguntarán qué es eso, pero los de mayor sabiduría —je, edad— sí que entenderán).
Hablaba Julio Alemán, un actor de la época, y promovía camas a increíbles precios. Para hacer más atractiva la oferta incluía un juego de (sic) “buroes”.
No tardaron en llegar las críticas al deficiente manejo lingüístico del galán en funciones de locutor. El caso mereció la atención del académico José G. Moreno de Alba en su columna “Minucias del lenguaje”.
En siguiente comercial se defendió Alemán. Explicó “buroes, porque es aguda”, y siguió con su parlamento.
Ya nadie le dijo que la regla de la “e ese” en los plurales de palabras agudas se ocupa con las vocales débiles.
Recordemos, las vocales son débiles (i, u)  y fuertes (a,e,o). Los plurales para las fuertes se hacen con una ese. “Mamás”, “cafés”, “burós”.
El plural de las agudas débiles es el que toma la terminación  “e ese”: “Ajíes”, “rubíes”,  “jabalíes”, y era “menúes” y “tabúes”, pero, hoy en día  se aceptan formas como “menús”, “tabús”, “saudís” y “saudíes”, y se usa ya solo en textos literarios el que antes era una excepción “maravedís, “maravedíes”, “maravedises”. Eso sí, los “buroes” no sobrevivieron a la década de los 80 del XX.
La “expulsación” entra en la publicidad con falta al hablar, como muchas de las barbaridades que acabó por imponer Chespirito con sus subnormales personajes.
En la misma línea queda el nombre del programa Cien mexicanos ‘dijieron’.
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Samuel Schmidt escribió a este periodista para agradecer la columna sobre los chistes. Nada qué agradecer, doctor. Al contrario, sus textos fueron base para concretar la entrega.
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Una anécdota sobre chistes políticos pidió El Arca de Arena. Preguntó ¿Cómo llamó un famoso cómico de la televisión a uno de los más emblemáticos presidentes de México? Ya encarrerado, el comediante también le cambió el nombre a la ilustre esposa.
Fue Manuel El Loco Valdés el autor del chiste: En  1972 (El Año de Juárez, por decreto de Luis Echeverría) durante una de las transmisiones de El show del Loco Valdés, el personaje preguntó al aire: ¿Quién fue el primer presidente bombero? Y contestó: “Bomberito Juárez”. Tremenda multa le impuso la Secretaría de Gobernación por su chiste. Los que se quejan ahora, deberían haber conocido lo que era la censura entonces.
Sin empacho alguno, en el siguiente programa Valdés pidió el nombre  de la esposa del Benemérito. Su respuesta fue “Manguerita Maza de Juárez”. Y de nuevo le cayó la multa y ahora con amenaza de clausurar el programa.
Un antecesor del cómico en las carpas fue Palillo. Hacía sketches políticos y dos gendarmes que presenciaban las funciones se lo llevaban detenido a la delegación. El público, divertido y solidario le lanzaba monedas al actor para que pagara su multa y siguiera burlándose de los políticos.
Francisco Báez, Bertha Hernández, Luz Rodríguez, Marielena Hoyo, Miguel Ángel Castañeda y Gustavo Adolfo dieron la respuesta.
El Arca quiere revisar homófonos. Pretención y pretensión; atizar y atisar; sabia y savia; tuza y tusa; zopa y sopa. ¿Son válidos todos los enlistados?

 Publicado en La Crónica de hoy 
 

14 04 18    

miércoles, 11 de abril de 2018

El chiste de los chistes

Carlos Alberto Patiño





El chiste es un tema muy serio, pero pocos lo toman así. Aunque causa risa, a veces representa una manifestación de descontento, es también vía de canalización de temores y de acción política.
El doctor Samuel Schmidt se ha ocupado en serio del tema en diversos libros, ensayos y artículos.
Nos dice que Freud estableció una relación entre los chascarrillos y aspectos psicológicos personales y sociales.
De hecho, el médico austriaco tiene un libro titulado El chiste y su relación con lo inconsciente.
Como en todas las ramas del psicoanálisis, en los chistes hay expresión de deseos, sublimación y transferencias.
Pero tiene otra característica (no lo dice Freud; sí, Schmidt): Se convierten en una válvula de escape para las tensiones sociales. Dicho como lo harían las abuelas de antes, sirve para desahogarse.
Por eso, en cuanto hay una tragedia, brota el humor macabro que atribuimos a los mexicanos, pero en realidad no es exclusivo de nuestra idiosincrasia.
El chiste llega a funcionar como una herramienta de resistencia bélica y política.
Así lo explica la doctora Kathleen Stokker en un ensayo sobre la ocupación nazi en Noruega (Heil Hitler - Dios salve al rey: Chistes y la resistencia noruega 1940-1945, en Revista Mexicana de Cultura Política, número 8, 2016).
Nos indica la especialista escandinava cómo los chistes funcionana para que los invadidos empiecen a organizarse para resistir a los alemanes.
El chiste, nos dice, acerca a los inconformes y les permite expresar su descontento, por una parte, y reconocerse, identificarse y lograr la empatía necesaria para enfrentar al enemigo.
Algunos de los chistes que ella analiza ridiculizan a los nazis: “¿Sabes la diferencia entre los nazis y una cubeta con estiércol? ¡La cubeta!”
“Un niño está sentado en una banqueta jugando con unos gatitos. Un oficial alemán pasa por ahí y le pregunta al niño, ‘¿Estás jugando con unos gatitos?’ ‘No’, le contesta el niño, ‘son nazis’, Tres semanas después, el mismo oficial pasa por ahí de nuevo, y viendo al mismo niño jugando con los gatitos, le dice ‘¿Todavía estás jugando con esos nazis?’ ‘No’, le contesta el niño. ‘Ya no son nazis; ¡ya abrieron los ojos!’”.
En otros casos se burla de las situaciones extremas: “En septiembre de 1941, cuando se declaró la ley marcial en Oslo, se publicó una lista de ofensas que declaraba: ‘Usted será fusilado si… etc. Usted será fusilado si… Usted será fusilado si…’ A esto, alguien agregó: ‘¡Usted será fusilado si aún no ha sido fusilado!’.
O las exageraciones de la propaganda: “Tras la campaña en Noruega, 100 soldados alemanes llegaron al cielo. ‘¿De dónde vienen?’ preguntó San Pedro. Ellos le dijeron que habían muerto en Noruega. San Pedro entró a checar el registro. Regresando, les dijo: ‘Según los registros oficiales, sólo dos soldados alemanes murieron en Noruega. Ellos pueden entrar; los demás se pueden ir al infierno’”.
De igual manera, los hay que demuestran el desprecio que los noruegos tenían por los nazis: “Un soldado alemán visitaba los barcos vikingos, pero no pensaba que fueran nada especial. ‘Puede que no te impresionen estos barcos,’ le dijo el guardia, ‘pero después de todo, los noruegos sí lograron invadir Inglaterra con ellos”.
La doctora Stokker comenta que también en gobiernos autoritarios como el soviético aparecen los chistes: “Un conferencista invitado estaba dando una charla sobre la abundancia y la siempre creciente prosperidad de los soviéticos. En la fila de atrás, Rabinovich alza la mano. ‘Camarada conferencista, lo que usted dice es muy interesante, ¿pero entonces a dónde se ha ido toda la carne?’ Al día siguiente el conferencista invitado estaba dando otra charla sobre la abundancia y la siempre creciente prosperidad de los soviéticos. En la fila de atrás, Himovich alza la mano. ‘Camarada conferencista, no quiero saber lo que ha ocurrido con la carne, ¿pero puede decirnos lo que ha ocurrido con Rabinovich?’”.
Hay quien pretende vincular la circulación de chistes con el grado de represión de un gobierno. Sin embargo, los chistes están ahí, explícitos o encubiertos en regímenes autoritarios o más o menos democráticos.
En México los ha habido a lo largo de toda la historia. Una precusora de las compilaciones fue Magdalena Mondragón con Los presidentes dan risa (1948).
Schmidt ha recopilado un buen número de ejemplos en ¿Ya se sabe el último? Antología del chiste político en México (Aguilar 1996) y los analiza en Humor en serio. Análisis del chiste político en México (Aguilar 1996).
Asienta el autor: “Los chistes son fáciles de transmitir, no requieren explicación y no crean condiciones para debatir. Siendo graciosos, los chistes son hedonísticos y ayudan a liberar energía, consecuentemente son un instrumento importante para la expresión libre”.
Añade: “Los chistes no corrigen problemas, pero lanzan mensajes sobre los problemas que deben corregirse. El humor político, especialmente los chistes, sintetiza la opinión pública y establece declaraciones políticas en un ambiente político donde la participación formal es indeseable o difícil”.
Si bien todos los gobernantes de México han padecido el asedio humorístico, dos personajes llaman la atención: Álvaro Obregón y Luis Echeverría. El primero porque él mismo se hacía sus chistes y el segundo por ser uno de los mandatarios a los que más se le han hecho chistes.
Obregón contaba la forma en que recuperaron su brazo: “¿Sabe usted cómo encontraron la mano que me falta? Después de hacerme la primera curación, mis agentes se ocuparon en buscar el brazo por el suelo. Exploraron en todas direcciones, sin encontrar nada. ‘Yo lo encontraré’, dijo uno de mis ayudantes que me conoce bien, ‘ella vendrá sola, tengo un medio seguro’. Y sacándose del bolsillo una [moneda], lo levantó sobre su cabeza. Inmediatamente salió del suelo una especie de pájaro de cinco alas. Era mi mano, que al sentir la vecindad de una moneda de oro, abandonaba su escondite para agarrarla con un impulso arrollador”.
También decía que era el político que menos robaba, pues solo tenía una mano.
De su sucesor, Plutarco Elías Calles corrieron chistes que indirectamente le achacaban la muerte de Obregón: “¿Quién mató  a Obregón? Cállese, usted la boca”. Se decía en la época del Maximato que no eran lo mismo las calles del general Prim que las primas del general Calles”. Y no de sus primas, pero si de una de sus hijas, Ernestina, que según el pueblo se daba sus escapadas, la gente cantaba el estribillo “Titina se ha perdido, ¿Titina, ¿dónde estás?” tomado de una canción de la época.
Por la vía gráfica, Juárez y Madero debieron aguantar lo suyo. De Maximiliano se decía “salió huero el güero”.
El caso de Luis Echeverría llama la atención, primero, por la profusión de historias, y luego por que de ser un fenómeno espontáneo pasó a ser una campaña deliberada de desgaste de la figura presidencial.
De los grupos de la ultraderecha se dirigieron las baterías para lograr que el prestigio de los presidentes fuera socavado para restarles autoridad. Se orquestó una campaña de rumores desestabilizadores y
se llegó al extremo de correr la voz de que habría un golpe de Estado.
Los chistes se usaron como parte del arsenal de la guerra psicológica con un efecto devastador.
Paradójicamente, se dice que Echeverría se divertía y pedía a sus cercanos  que le contaran “el último de Echeverría”.
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El Arca de Arena agradece los comentarios de Josefina Magaña. Entre sus arenas, El Arca encontró la denominación para el que funda un movimiento herético, como el patriarca Pérez, Girolamo Savonarola o Simón el Mago. El término es heresiarca. Lo encontraron también Francisco Báez, Bertha Hernández y Miguel Ángel Castañeda.
Una anécdota sobre chistes políticos halló El Arca y pregunta ¿Cómo llamó un famoso cómico de la televisión a uno de los más emblemáticos presidentes de México? Ya encarrerado, el comediante también le cambió el nombre a la ilustre esposa.

Publicado en La Crónica de hoy 
 

07 04 18    

lunes, 2 de abril de 2018

Herejes, apóstatas, relapsos, contumaces...

Carlos Alberto Patiño




El que contraviene un dogma es un hereje; el que se retracta de sus creencias, abjura; el perjuro falta a su palabra, la da en falso a sabiendas, lo hace con dolo.
El vocabulario para definir a aquellos que las iglesias y algunos partidos y grupos colocan fuera de su seno o de los que por sí mismos se apartan de una fe o corriente es amplio.
Desde los “perros infieles” a los “marranos judaizantes” no han faltado términos para marcar a las personas que tienen posturas diferentes a las de otros grupos mayoritarios.
Pagano es denominación de la época en que se empiezan a consolidar las religiones monoteístas. La palabra viene de paganus, el habitante de las zonas rurales. El pagano adora a los diversos dioses que los otros consideran falsos. Paganos eran los romanos y los bárbaros.
En otro momento de la historia, los pueblos de América fueron clasificados como paganos por los conquistadores y predicadores que los acompañaban. Pero la clasificación se complementaba con la palabra “idólatra” que, al añadir a las representaciones de esas deidades en la denominación, buscaba una manera de justificar la persecución a los creyentes de otras religiones.
Los romanos dejaron de ser paganos a partir de la célebre consigna In hoc signo vinces proclamada por Constantino como fórmula para imponerse a sus enemigos y convertirse al cristianismo.
Los conversos son los que cambian de religión, los que se convierten. Fue de uso extendido en la España de Isabel la Católica, pues las opciones para judíos y musulmanes eran dejar el territorio español o adoptar la fe cristiana.
El problema es que esos conversos siempre fueron sospechosos de falsedad y al menor atisbo de prácticas ocultas de las viejas religiones, se armaban tremendos autos de fe.
Quizá por eso se volvían practicantes extremos, lo que dio lugar a la frase “la fe del converso”.
Y los había que sí renegaban, conversos o cristianos viejos. Peor vistos eran los relapsos, quienes incurrían en una herejía a la que ya habían renunciado (Relapsus, el que vuelve a caer). Contumaces llamaban a los reincidentes (Contumax, con desprecio).
Apóstata es también uno que reniega de su religión, que rompe con la estructura que daba sustento a sus ideas (Apostasía, ponerse fuera).
Célebre fue Juliano el Apóstata, quien, bautizado como miembro de la familia del emperador Constantino, dejó la religión católica para regresar al paganismo cuando asumió él mismo el imperio romano en el año 361.
Hay apóstatas hoy en día que formalizan su apostasía. Es un trámite que se hace ante la Iglesia. A la jerarquía no le gusta, pero tampoco puede impedirlo. Quienes lo llevan a la práctica tienen la idea de dejar constancia de su no pertenencia a un grupo religioso.
Eso sí, la apostasía lleva excomunión latae sententiate, es decir ipso facto, por el acto mismo, sin necesidad de proceso.
Excomulgados son los que pierden el derecho a pertenecer a la comunidad de la Iglesia. Es una expulsión temporal o permanente, que conlleva la negativa de recibir los sacramentos, pero su fin es recuperar al creyente, según dicen algunos conocedores.
La herejía y el cisma también acarrean excomunión ipso facto.
Cisma es una escisión, es la separación de un grupo importante de una organización, es un grupo que desconoce la autoridad papal. En la Iglesia católica fue muy sonado el Gran Cisma, ocurrido en el año 1054 que separó a las iglesias romana y ortodoxa. Hubo también el Gran Cisma de Occidente, cuando la Iglesia tuvo varios papas, los de Aviñón y los de Roma.
En la historia de México hay un episodio poco conocido, el de la cismática Iglesia Católica Apostólica Mexicana. Pido desde aquí a la historiadora de Crónica, Bertha Hernández, que nos hable de esa organización impulsada, dicen, por el presidente Plutarco Elías Calles y dirigida por el patriarca José Joaquín Pérez Budar. Y aprovechando el viaje, le pedimos que también nos hable Bertha de las tentaciones cismáticas de Morelos.
Los blasfemos injurian a Dios, no por sus actos, como todos los pecadores, sino de manera verbal. La Biblia establece pena de lapidación para los blasfemos (Blasfemia, ofender al hablar).
El iconoclasta rechaza las imágenes, los seguidores de esta doctrina destruían los íconos. En sentido amplio y actual, son quienes rechazan autoridad, normas, símbolos  y modelos.
El agnóstico se deslinda de la discusión sobre la existencia de Dios alegando que el entendimiento humano no puede alcanzar la noción de lo absoluto. No hay manera de saber si hay o no deidad.
En cambio, el ateo asegura que no la hay. Desde luego, a ninguna de las religiones les parecen aceptables los ateos.
El librepensador apela a la razón y a la lógica y rechaza dogmas, revelación o autoridad.
El materialista asegura que sólo hay materia y que las manifestaciones de la conciencia proceden de ésta en estados de organización avanzada.
El impío carece de piedad, fe o religión.
Deicida es el que mata a un dios, lo cual implica la contradicción entre la característica inmortal de los dioses y su fin. En la religión católica, el hecho de que Jesús sea también un hombre, da pie a la posibilidad del deicidio. A Judas se la ha atribuido esta acción, pero el apóstol sólo puede ser acusado de complicidad y de traición.
La discusión del tema tiene su importancia, pues durante mucho tiempo se calificó como deicidas a los judíos. Sin embargo, papas y teólogos ya han dejado en claro que no fue así. En todo caso, la responsabilidad recaería en autoridades romanas y el Sanedrín de la época.
El deísta acepta la existencia de Dios, pero no como producto de una revelación, sino a partir del raciocinio.
Un panteísta  (pan, todo) considera al Universo, la naturaleza en su totalidad como Dios.
Una teocracia es, en sentido estricto, el gobierno de Dios. De manera práctica, el término se utiliza para describir a los gobiernos que se sustentan en un aparato religioso, donde los gobernantes son parte de la jerarquía religiosa o un monarca que se dice representante de Dios.
La palabra teomanía significa locura por sentirse Dios. Un monarca como el descrito en el párrafo anterior, bien podría padecer esta patología.
Inicié hablando de herejes. Herejía viene de la palabra griega hairein, que significa escoger, optar. Claro está que ésa es una elección equivocada para la Iglesia.
El Código de Derecho Canónico, en su apartado 751 explica: “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos”.
Un anatema se pronunciaba para excluir a los herejes de la Iglesia. Era peor que la excomunión, pues implicaba condena eterna. La palabra significa maldición. El actual Código de Derecho Canónico no la incluye.
Desde el comienzo del cristianismo hubo señalamientos de herejía.
Las hay de todo tipo. Están las que ponen en duda la divinidad de Cristo o del Espíritu Santo, las que niegan el pecado original, las que desconocen la virginidad de María, las que suponen que solamente la pobreza garantiza el perdón, las que rechazan la autoridad y muchas más.
El universo es extenso. Una de las últimas es el sedevacantismo. Sostienen los seguidores de esta postura que el papado está vacante. No reconocen a ningún papa desde Juan XXIII, pues rechazan las disposiciones del Concilio Vaticano II, iniciado por el papa Roncalli y concluido por Giovanni Montini (Paulo VI). Como los pontífices subsecuentes no han dado marcha atrás, los herejes no los consideran sucesores de San Pedro, de hecho, para ellos, los papas de Roma son los herejes.
No puedo dejar de mencionar las condenas a la hoguera por herejía de Giordano Bruno o de Miguel Servet.
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Explicaba El Arca de Arena que la “palabra equidad tiene la etimología latina aequus, que quiere decir igual, llano, justo, equilibrado, equitativo”. A partir de ahí, El Arca pidió un adjetivo que con la misma raíz significa lo contrario. Es equivalente a malvado, injusto. Es parónimo de algo que no hace daño.”
“Inicuo” es el adjetivo; el parónimo es “inocuo”. Tienen etimología diferente. La de inocuo es nocere, dañar, perjudicar.
Respondieron Francisco Báez, Marielena Hoyo y Miguel Ángel Castañeda, quien nos dice que además existe la forma “innocuo”, con el mismo significado.
El Arca saca de entre sus arenas la denominación para el que funda un movimiento herético, como el patriarca Pérez, Girolamo Savonarola o Simón el Mago.

Publicado en La Crónica de hoy 
 

 31 03 18