lunes, 28 de mayo de 2018

Sexo sin sexo

Carlos Alberto Patiño




La palabra “sexo” no tiene sexo. Tiene género y es masculino. Pese a las modas que corren y a las falsas pretensiones igualitarias, no hay nada que justifique la palabra “sexa”.
La palabra “género” tampoco tiene sexo y sí tiene género, masculino, por supuesto.
Nada tiene que ver con machismo ni con sexismo ni con las preferencias o inclinaciones o condiciones genéticas.
Su identidad no viene de los cromosomas sino del uso.
No es palabra macho ni hembra. No tiene mayor valor por ser un término masculino. Es importante por lo que es. A decir del Diccionario de la lengua española, además de definir la condición orgánica de los seres o denominar a los órganos sexuales, tiene la acepción que corresponde a la práctica divertida.
La palabra “palabra”no es menor ni demerita por ser de género (que no sexo) femenino.
Existe el masculino “palabro” de uso en España. Significa palabra rara o mal utilizada.
El cambio de género la convierte en otra palabra, afín, pero diferente.
El género de las palabras nos sirve para definir la concordancia, nada más. No es categoría de valor.
De las complejidades del sexo se habló ya en este espacio. Fue en la entrega titulada “Tengo problemas con el sexo… ¿o con el género?” , de octubre de 2015.
Se abordaba ahí el uso equívoco de los términos “sexo” y “género” a partir de la introducción de una equivalencia inexistente. Se comenzó a hablar de “equidad de género” cuando en realidad se habla de “equidad de sexo”. Es decir, se buscaba un trato igualitario para las personas sin importar si eran hombres o mujeres.
Con la diversidad de opciones actualmente reconocidas resulta difícil recuperar la connotación original de la palabra género, pues ya forma parte de las categorías sexuales establecidas. Lo que es un hecho es que la fórmula “ambos sexos” va dejando de funcionar.
En otra entrega de Giros ( Lagartonas y fáciles... ¿Qué sí debe estar en los diccionarios? , de febrero de este año, cite a la académica de la Lengua y miembro de El Colegio Nacional, Concepción Company. Decía la especialista en una entrevista con La Voz de Galicia : “Creo que la gramática no es sexista ni deja de serlo. No es un concepto que pueda ser aplicado a la gramática, pero sí al lenguaje y al discurso”.
Sí, hay palabras que discriminan, que ofenden, pero para eso se inventaron, estemos o no de acuerdo. Y no olvidemos que la intención está en la mente de quien profiere la expresión.
Recordemos, también, que las palabras no valen ni pesan más por su género ni por su significado ni siquiera las así llamadas, malas palabras.
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A propósito de las máquinas de escribir, Miriam Cuautle recordó que en su taller de mecanografía de la secundaria se empleaba un aditamento conocido como cubreteclado que servía para que las practicantes demostraran que podían escribir al tacto, sin mirar las teclas, lo que era considerado como la máxima virtud de los mecanógrafos.
Cinthia Miriam López cuenta que de plano le pedía a su mamá ayuda para las tareas, pues la señora sí era buena con la máquina.
Alguien más comentó que si los reporteros de antaño escribían con dos deditos (los índices), la “mecanografía” de ahora se hace con los pulgares, y jóvenes hay que tienen habilidad sorprendente para escribir a toda velocidad los mensajes que componen en su nueva lengua de abreviaturas.
Bertha Hernández nos hizo llegar un texto, no exento de ironía, de Martín Luis Guzmán, escrito en la segunda década del siglo pasado.
Recupero los primero párrafos del artículo. Dice el autor de La sombra del caudillo : “Cuentan los biógrafos de Henry James que el ruido de la máquina de escribir Remington era fuente inagotable de inspiración para aquel consumado artista de la prosa inglesa. La noticia se ha divulgado (se ha divulgado con esa facilidad con que cunde toda buena receta para lograr cosas imposibles: igual ocurrió con el espiritismo y, no hay mucho tiempo aún, con la leche agria de Metchikov), y a esta hora las máquinas del fabricante aludido tienen gran demanda en el mercado.
“Yo, que no he querido ser menos que nadie, resolví desde luego deshacerme de mi vieja y fiel Underwood, a cambio de la cual, más una pequeña suma de ribete, he adquirido una Remington flamante y sonora. ¡Qué estruendo tan melodioso el suyo!
“El advenimiento de la nueva máquina ha producido en mi hogar toda una revolución: ha transformado los métodos, ha cambiado las costumbres, ha modificado los caracteres. Como tanto mi mujer como mis hijos opinaron, después de la primera audición, que no existe instrumento superior a la Remington para evocar las ocultas armonías, hemos hecho a un lado la pianola y el fonógrafo, no nos acordamos de Beethoven ni de Caruso y solo gustamos ahora de escuchar, mañana y tarde, a los grandes maestros de la máquina de escribir. ¡Quién hubiera pensado nunca que es posible ejecutar —a una y a dos manos, en color rojo y en color azul— desde un canto de la Ilíada, hasta una proclama de Marinetti! ¡Música divina! Mucho, en verdad, depende de la interpretación”.
Continúa Guzmán describiendo las virtudes auditivas de su cacharro.
Cuenta que en los momentos de inspiración apaga la luz y se lanza a interpretar las más audaces composiciones. Dice que los vecinos, entusiasmados abren sus ventanas y le lanzan lo que él interpreta como ¡bravos!
Remata así su texto el también autor de El águila y la serpiente: “Parte de mis improvisaciones, la más accesible al vulgo, la mando a las revistas o a los grandes diarios. Algunas han causado sorpresa y otras verdadera estupefacción. Las revistas de los jóvenes las reciben siempre con aplauso caluroso; las publicaciones de los viejos, las académicas, fingen no descifrar mis obras y las desprecian. Es el eterno disgusto por todo lo que ya no podemos aprender a hacer. Pero los jóvenes me siguen con tal ahínco que ya comienza a formarse una verdadera escuela. Ahora mismo la gente anda revuelta y enteramente en desacuerdo sobre la esencia distintiva de la nueva manera y el nombre que debe dársele. ¿Es un cubismo o un vorticismo de la literatura? ¿Sería eufónico llamarle remingtonismo? Mecanicismo, sin duda, es el título que debiera ponérsele, si no fuera por las asociaciones deplorables que esa palabra puede despertar”.
El texto fue publicado con el título “Mi amiga la credulidad”, en El Gráfico (Nueva York, 1918). Después, Guzmán lo incluyó en A orillas del Hudson.
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Recibió El Arca de Arena la palabra “dactilograma” como la que corresponde a la definición de la huella digital impresa con fines de registro. Comparte raíz con el sinónimo de mecanógrafa. La envió Miguel Ángel Castañeda, quien nos dice que la voz con la que está emparentada por el prefijo es “dactilógrafa”.
Para hoy surge el nombre del lugar donde se extrae el aceite de las olivas, es la estancia del proceso de las aceitunas y vocablo de origen árabe.


 Publicado en La Crónica de hoy   
19 05 18    

lunes, 21 de mayo de 2018

¿A máquina?

Carlos Alberto Patiño





Un retrónimo que no pegó fue el de la máquina de escribir mecánica. Sí, por ahí se describía así al instrumento, pero en realidad, las que debieron adjetivarse fueron las posteriores como la eléctrica y la electrónica, hasta que los procesadores de palabras desplazaron a todas.
En casa tuvimos varias. Una de las primeras fue una vieja Olivetti Lexikon, de las que se empezaron a fabricar en los años cuarenta.
La usaba mi hermana para hacer las prácticas mecanográficas para su taller de la secundaria. Yo la ocupaba para hacer algún eventual trabajo escolar.
Mis tareas de primaria se hacían con pluma fuente (menos las de matemáticas que se elaboraban con lápiz, para facilitar las correcciones. La goma era fundamental).
Las de secundaria eran con pluma atómica (ahora conocida como bolígrafo). Sólo los trabajos especiales se entregaban “a máquina”.
La máquina era de un color pardo, entre gris y café. Aunque antigua, estaba en buenas condiciones.
Luego llegó otra Olivetti de la serie 82. Era pesada, azul verdosa, para escritorio y con un teclado muy duro.
Era divertido hacer correr el carro hasta que sonara la campanilla que marcaba el final del renglón. Entonces había que usar una palanca para mover el rodillo y regresar el carro al inicio del siguiente renglón.
La máquina de escribir es un invento del siglo XIX, pero hay antecedentes, por lo menos, desde el siglo XVIII.
Sus creadores oficiales fueron Christopher Sholes, Carlos Glidden y Samuel W. Soulé. Y la primera fabricante fue la Remington que producía armas y máquinas de coser, pues adquirió la patente.
Sobre el tema, les recomiendo el artículo que José Emilio Pacheco escribió para la revista Nexos en 1978. (Lo encuentran aquí.
Una tarde llegó a casa mi padre con una desvencijada Smith Corona (de la especial. No ése es el Smith & Wesson de Pedro Navaja). Venía en un estuche de madera y era toda de metal. El color era gris. Era un modelo ¡portátil!, pero el puro estuche ya pesaba lo suyo. Era un aparato de los años 40.
La metió en gasolina, la limpió, tensó resortes, ajustó algunas piezas y quedó lista. Con esa máquina escribí mis tareas universitarias y mis primeros trabajos periodísticos. También me sirvió para hacer cartas y pergeñar guiones radiofónicos.
Todavía la tengo, aunque ya no la uso. No he podido conseguir las cintas entintadas para escribir.
Con las máquinas venían los dispositivos para corregir. Primero las gomas. Recuerdo que había unas tarjetas con perforaciones de distintas longitudes. Las secretarias les decían )calaveras. Las ponían sobre la hoja y borraban una letra, una palabra, hasta una línea. Las desplazó el corrector líquido que pintaba de blanco las hojas con un pincel y se volvía a escribir encima.
Las buenas mecanógrafas preferían la goma a que se vieran los manchones blancos; pero, para las tareas, bastaba.
Luego vinieron unas hojitas que se ponían entre la cinta y la hoja de papel para tapar las letras erróneas y poner las correctas.
Dicen algunos conocedores de las artes mecanográficas que muchos errores se hubieran evitado si la disposición del teclado fuera otra.
Usamos el llamado teclado “QWERTY”, del que se dice que se distribuyó de tan particular manera para evitar que las varillas se entreveraran con el consecuente retraso en la escritura.
El sistema se basa en la frecuencia de uso de las letras en inglés. Hay teclados con el sistema “AZERTY”, que se usa en países francófonos, y está el francosuizo “QWERTZ”, utilizado para la escritura en francés y alemán.
En la lengua portuguesa, por órdenes del dictador corporativista Antonio Oliveira Salazar, se impuso el “HCESAR”.
Existe el llamado teclado ergonómico “Dvorak”, desarrollado por August Dvorak y William Deale para simplificar el trabajo mecanográfico y reducir la fatiga de los dactilógrafos. Las teclas se distribuyen de manera que se evite usar teclas alejadas o que obliguen a usar un solo dedo o que una sola mano trabaje más,  como sucede con el “QWERTY”.
Sin embargo, la fuerza de la costumbre ha mantenido a éste como el de mayor uso, pese a que las computadoras no tienen varilla alguna que se enrede al teclear.
La formación de los periodistas incluía la mecanografía. Me tocó presenciar y vivir el desplazamiento de esa asignatura por la modernísima computadora en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García en los años 80. Me invitaron a dar las primeras clases de computación y uso del procesador de textos, primero en un pequeño salón con unas pocas computadoras, luego, en el espacio que ocupaba la sala de mecanografía, que ya no lo fue más.
Me tocó vivir la transición de la máquina de escribir a los procesadores de texto, pero vi a muchos rehusarse a dar el paso. Periodistas había que mantenían sus destartaladas máquinas cuando en las redacciones ya se habían instalado computadoras. Los había incluso que entregaban sus mecanoescritos a capturistas para que las transfirieran al ya necesario formato digital.
Como esos dinosaurios fue el escritor Günter Grass, quien en su libro De la finitud relata que cuando sus lectores se enteraron de que no conseguía cintas para su máquina de escribir, le hicieron llegar una dotación abundante.
Los reporteros que sí dieron el paso a la modernidad eran fácilmente identificables en las salas de redacción por la fuerza con la que percutían las teclas. A veces daba miedo de que fueran a despanzurrar los frágiles teclados.
Resistencia al cambio también hubo cuando entraron al mercado las primeras máquinas. Para los escritores de la época, el aparato era sólo de utilidad mercantil, no literaria. Mark Twain fue el primero que se aventuró a preparar sus originales con una máquina de escribir.
En la revista Diners de mayo de 2014, Daniel Samper Pizano cuenta “La historia de las máquinas de escribir de Gabo”. Están en el relato desde la primera máquina que tuvo Gabriel García Márquez hasta la Smith Corona eléctrica en la que terminó Cien Años de Soledad.
El lector interesado puede visitar esta dirección.
Y no puedo concluir sin hablar de  “La máquina de escribir”, concierto para máquina y orquesta compuesto por Leroy Anderson en 1950. Hay diversas representaciones en YouTube (Aquí hay una). Yo les recomiendo ver la ejecución mímica que hizo Jerry Lewis en la película Lío en los grandes almacenes.
 
Mención especial merece el grupo musical Les Luthier con su dactilófono o máquina de tocar. Oiganlo aquí.
PS. Ayer estuve en el Hospital General Regional No. 1 “Dr. Carlos MacGregor Sánchez”, del IMSS. En varios de los módulos de control tienen máquinas Olympia, marca alemana que en la posguerra lo fue de la parte oriental, la comunista, la del otro lado del muro.

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Buscaba El Arca de Arena el nombre de una marca corporal, la de la impronta de Selene en nuestros dedos. Anagrama del presente en tercera persona del plural del verbo que describe el sonido que produce el viento o que representa la voz del búho.
Ululan es el verbo. Con sus letras formamos la palabra “lúnula”. Llegó la respuesta de Francisco Báez, Mangel, Tarsicio Javier Gutiérrez, Miguel Ángel Castañeda y Gloria Dupre, a quien la marca hace feliz. Marielena Hoyo nos dice que es “la forma de media luna que está pegada a la raíz de la uña en los dedos humanos, y que generalmente es blanquecina”.
El Arca quiere averiguar cómo se le denomina a una huella digital impresa con fines de registro. Comparte raíz con el sinónimo de mecanógrafa.
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19 05 18    

jueves, 17 de mayo de 2018

Retrónimos y neologismos


Carlos Alberto Patiño

 
El retrónimo es un neologismo que todavía no encuentra lugar en los diccionarios.
Un neologismo es una palabra que se acuña para las cosas nuevas, para las que no tenían nombre, pues no existían. Desde esa perspectiva, toda palabra fue en su momento un neologismo, aunque nadie supiera que lo era.
Es, también, término que adapta palabras extranjeras para las que no tenemos equivalente, muchas veces relacionadas con los avances tecnológicos.
Puede ser, igualmente, mancha que contamina nuestro idioma por asimilar palabras para ideas que nuestra lengua ya expresa, pero que se imponen por el camino fácil que marca la pereza.
El vicio de los neologismos induce a los académicos a darles carta de naturalización, algunas de las veces con premura, con el resultado de que esos neologismos pasan rápidamente a la categoría de arcaísmos o caen en desuso, como pasó con “perforista”, que de flamante profesión sesentera pasó al cementerio de los elefantes.
“Retrónimo” es un neologismo al que le encuentro gran utilidad. Haré otra digresión para irnos aproximando a la idea.
“Retrocipo” era una palabra de uso local entre algunos trabajadores de Gobierno de las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado. Lo inventamos como una figura necesaria para tratar de ajustar la realidad al lenguaje. Era una práctica muy socorrida para salvar las economías familiares de los empleados.
Ocurría que los usos de la época estaban afectados por el tortuguismo (y se sospechaba del jineteo) financiero. Pasaban meses y meses, y nadie cobraba.
En mi caso, me contrataron para hacer labores de divulgación científica en la Secretaría de Educación Pública. El problema era que la Secretaría de Hacienda no transfería a la SEP los fondos para retribuir a los trabajadores. Transcurrían los meses, y el dinero urgía en casa.
Pedíamos entonces un adelanto del pago, un “anticipo” de nuestro sueldo.… Pero el director nos decía, ¿cómo pueden pedir anticipo de algo que ya está devengado?
Entonces acuñó el término “retrocipo” que describía lo que era un pago anticipado sobre una cantidad que ya debería de estar cubierta, pero que había que reintegrar cuando se saldaran las cuentas…
Puras maromas contables y administrativas para subsanar una falla burocrática. Ahora, en la era de la transparencia, esas triquiñuelas no pasarían, ¿verdad?, pero les juro que entonces eran necesarias para no dejar a las familias sin comer.
Bien, volvamos al retrónimo. Es una palabra que define un fenómeno lingüístico que podríamos relacionar con un fenómeno físico muy complejo. Es la idea de que un hecho del presente afecta al pasado. (Imagino a un grupo de esos desmitificadores de la historia, tan abundantes hoy en día, felices de poder cambiar los hechos para que correspondan a sus dichos).
Físicos y matemáticos han profundizado en el tema. Parece ciencia ficción, pero es ciencia.
Por lo que toca a nuestro interés, que es el manejo de las palabras, tenemos que el retrónimo modifica a una palabra que ya existía, pero a la que el avance científico-tecnológico, la evolución de los conocimientos o los cambios sociales hacen necesario añadir un adjetivo. Verbigracia, la “física clásica”. Era simplemente “física”, pero con la aparición de la relatividad y la cuántica hubo que poner un elemento diferenciador.
Un ejemplo más cercano es “periódico impreso”. Durante siglos no había necesidad del adjetivo. De hecho, se habría considerado una redundancia. Pero llegó la era digital y, con ella, la aparición de otros soportes que modificaron la tradicional denominación de las publicaciones.
Sobre los teléfonos, ¿qué les digo? La palabra era así, “teléfono” a secas. Ahora hay que aclarar que es fijo para distinguirlo del celular, el móvil, el satelital y hasta el clonado.
En la nomenclatura urbana pasó con la colonia Roma. Era su nombre tal cual. Cuando se inició el fraccionamiento del área colindante, se le llamó Roma Sur, pero eso no afectó a la denominación tradicional, hasta que quién sabe quién decidió que si había una “Sur” tenía por fuerza que haber una “Norte”, como Vietnam o Corea. Y ya es oficial, la añeja colonia pasó a ser Roma Norte.
“Guitarra acústica” es otro caso provocado por la tecnología. La aparición de la guitarra eléctrica forzó la adjetivación del instrumento tradicional (y la fábrica de la Gibson, en la quiebra). Pianos, violines, baterías, etcétera, también deben definir si son acústicos o eléctricos.
La “Primera Guerra Mundial” era sólo la “Gran Guerra”, pero con los destrozos de Adolfo Hitler hubo que diferenciar y crear el retrónimo.
“Cine mudo” no era la forma en que los hombres del siglo XIX y de la primera parte del XX se referían al invento de los hermanos Lumière, desarrollado como espectáculo por Georges Meliès. Pero los personajes de la pantalla comenzaron a hablar y a cantar —momento muy bien narrado por cintas como Cantando bajo la Lluvia o El artista— y hubo que reacomodar los términos.
Relojes analógicos y digitales, caja de velocidades manual o automática. Leche entera o descremada o deslactosada; light o de soya o de almendra… Viejos y nuevos pesos, el Peñón viejo, la colonia Centro.
Retrónimo está calcado del inglés retronym, vocablo inventado por Frank Mankiewicz, periodista de EU.
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Mangel dejó un comentario. A él le pareció necesario aclarar por qué dije que nombres como Kevin, Brayan. Brandon empiezan con “E”. Explica que es porque siempre se usan con el artículo “El”: “El Kevin”, “El Brandon”, “El Brayan” Con la misma lógica, los nombres de niña empiezan con “L”.
Bertha Hernández refiere que a ella le da la impresión de que la proliferación de Páveles se debe, más que a la obra de Gorki, al esposo de Lara, de la película Doctor Zhivago (dadas las dimensiones de la novela de Boris Pasterak, las probabilidades de que la fuente sea la película son mayores).
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Otra fe de erratas. Titivillus no nos deja. El nombre del hijo de doña Naborita no era Rodolfo, era Gordolfo Gelatino.
Y los Polivoces, creadores de ambos personajes, fueron pista que sirvió para responder a El Arca de Arena. “Teófilo” es el nombre buscado. Llegó la respuesta de Angélica Villanueva, Marielena Hoyo, Francisco Báez, Tarsicio Javier Gutiérrez, Luz Rodríguez, Bertha Hernández y Miguel Ángel Castañeda.
Para esta semana El Arca va tras el nombre de una marca corporal. Es la impronta de Selene en nuestros dedos. Anagrama es del presente en tercera (ahora sí, tercera) persona del plural del verbo que describe el sonido que produce el viento o que representa la voz del búho.
 

Publicado en La Crónica de hoy   

12 05 18   

lunes, 7 de mayo de 2018

Le ponemos Brandon al niño

Carlos Alberto Patiño

 
Mis compañeros de escuela tenían nombres como Alfonso, Jorge, Mario, Hugo. José y Juan había varios, incluidos los que combinaban los nombres como José Juan o Juan José. Y Franciscos, los teníamos con los hipocorísticos Paco y Pancho. ¡Mamá, soy Paquito!, nos recordaban los jóvenes recitadores en cada concurso de declamación.
Las niñas se llamaban María, Guadalupe, Patricia, Lourdes, Laura, Gloria, Lucía...…
Eran los nombres cotidianos. Había poca influencia de la televisión y, aunque la había de la literatura, no eran muchos los casos.
El nombre más extraño lo tenía un compañero que lo ocultaba tras una “I”. Para todos se llamaba Gerardo, pero en la lista que veía el maestro aparecía como Imhotep.
La rareza del nombre hacía que los maloras —entonces no se les decía bullies—, hicieran escarnio del compañero y que hasta intentaran pronunciar el apelativo al revés.
Pero la extrañeza también nos obligaba a investigar. Él nos decía que su nombre era de origen egipcio. Y sí, Imhotep fue un polímata (“persona con grandes conocimientos en diversas materias científicas o humanísticas”, como ya nos enteró El Arca de Arena), del siglo XXVII antes de Cristo. Fue, refiere Wikipedia, el primer ingeniero y arquitecto de la historia. A él se le atribuye la construcción de las primeras pirámides. (Empiezo a sospechar que mi condiscípulo era hijo de masones.)
De los surgidos de la literatura, conocí a una Carmen que lo era por la obra homónima de Pedro Castera. Había por allí Esmeraldas salidas de Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo y, Ximenas emanadas de las páginas del Cid. Nunca conocí a una Dulcinea, pero sí a Eloísas. Sanchos, no; Pero Rodrigos, Sí. 
Wendy, pese a ser el hipocorístico de Gwendolin (Güendolina) probablemente surgió de Peter Pan, aunque pienso que fue más por la película de Disney que por la novela original.
Algo similar pasó con Willy o Billy, que son formas cariñosas para William, pero que aquí quedaron como nombres.
Los bíblicos y del santoral también destacaban, aunque los últimos ya menguaban, pese a que en las generaciones previas abundaban nombres como Petronilo (tal era mi abuelo) u Homobono o su femenino Homobona o Nabor y Nabora. El primero entra al santoral por una santa y se celebra el 31 de mayo. El otro tiene su día el 13 de noviembre y está considerado entre los santos laicos. La tocaya de la madre de Gordolfo Gelatino se celebra el 12 de julio.
A diferencia de los actuales, que todo lo resuelven con internet, algunos padres de antes no se rompían la cabeza eligiendo el nombre de sus vástagos. Simplemente, veían el calendario o le preguntaban al cura cuál era el santo del día y asunto resuelto. Herculano, Próculo, Escolástica, Tecla, Revocada.…
De esa costumbre viene el famoso Anivdelarev, que, aunque no es una fecha religiosa, sí figuraba en algunos almanaques como abreviatura de Aniversario de la Revolución.
La otra tradición que aún se mantiene en algunas familias es imponerle al chiquillo o chiquilla el nombre del padre o de la madre a los primogénitos. Así tenemos generaciones y generaciones de Ignacios, Sarbelios, Anacarsis o Migueles.
A los hijos que siguen puede tocarles repetir los apelativos de tíos, tías, abuelos maternos o el de los padrinos.
Según el sitio Verne del periódico El País, datos del Registro Nacional de Población, indican que los 20 nombres que más se repiten en México, desde principios del siglo XX, son: Juan, José Luis, José, María Guadalupe, Francisco, Guadalupe, María, Juana, Antonio, Jesús, Miguel Ángel, Pedro, Alejandro, Manuel, Margarita, María del Carmen, Juan Carlos, Roberto, Fernando y Daniel. El mío, Carlos, anda por el vigésimo primer lugar.
En la parte final de la primera centena de los más frecuentes están Agustín, María de la Luz y Gustavo.
El estudio de los nombre es objeto de la onomástica. El Diccionario de la lengua española la define como “Ciencia que trata de la catalogación y estudio de los nombres propios.”
Para la Wikipedia es “Una rama de la lexicografía que estudia los nombres propios. Es una disciplina esencialmente lingüística, pero que puede proporcionar datos de interés a saberes como la historia, la zoología, la arqueología u otras”.
Muy cercana a esta palabra, claro, es un parónimo, está “onomástico”, usado en México como sinónimo de día del cumpleaños o del santo de cada uno.
En los años sesenta y setenta la influencia de la televisión y el cine ya fue notoria. María Isabel dejó su huella en esas generaciones. Como profesor, me tocó tener en mis grupos a Yesenias y Rubíes, salidas de las obras de Yolanda Vargas Dulché para cómics, telenovelas y películas. Pável, con seguridad, se extendió después de la lectura de La madre, Máximo Gorki. Eréndiras, ya las había, pero el cándido personaje de Gabriel García Márquez tuvo bastante que ver en su proliferación.
Si bien los nombres prehispánicos eran más o menos usuales, como Xóchitl o Cuauhtémoc, a los setenteros les latió esa onda y Xicoténcatls, Tonathiús, Citlalis y Citlallis, Quetzalis y Nayelis aparecieron por doquier.
Nadias me tocaron un poco después, cuando alcanzaban la edad universitaria las nacidas en 1976, año en que la Comaneci logró el perfecto diez en los Juegos Olímpicos de Montreal.
De otra fuente, un poco después vino la abundancia de Juan Pablos.
Hacia los 80 y 90 empezó a extenderse la costumbre de buscar nombres escritos con muchas zetas, e y griegas, haches donde cupieran y si lograban poner una dobleú, de maravilla. 
Geovani, Yovanni, Giovani, Iovani es un buen ejemplo de la búsqueda de originalidad ortográfica. Aún no lo veo escrito con hache y be, “Hiobani”, pero después de ver ese “Hirving” del futbolista, no me sorprendería.
No logro distinguir cuándo la grafía es un impulso extravagante o cuándo es una consecuencia del analfabeteismo funcional que nos agobia.
Britany y Kimberly son lo de hoy, vienen junto con Brandon, Kevin y Brayan, nombres que todos sabemos —y hasta el Diablo ya lo aprendió—, empiezan con “E”. 
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Contrita, El Arca de Arena reconoce que se coló un error la semana pasada (cosas de Titivillus, lo sabemos). En la edición impresa se pedía un anagrama “de aquello perteneciente o relativo a la córnea. También lo es del futuro del indicativo del verbo que describe la acción de hacer clones en tercera persona del singular. Es el acto de poner pegamento a los carteles propagandísticos para fijarlos en las paredes”.
En la edición online se pudo corregir esa tercera persona y cambiarla por la primera, sin la que no resulta el anagrama.
Pese a la falla, el lector Tarsicio Javier Gutiérrez. La palabra es “encolar” , que tiene las mismas letras que “clonaré” y “corneal”.
El Arca va tras un nombre propio. Es el de 15 santos que sí aparecen en el calendario litúrgico. El misterioso personaje al que están dedicados el Evangelio de Lucas y Los Hechos de los apóstoles tiene este nombre. En diminutivo, fue personaje de los Polivoces. Significa “el que ama a Dios” o “el que es amado por Dios”. Es el equivalente de raíz griega del latino Amadeo (Amadeus).




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05 05 18     

martes, 1 de mayo de 2018

Sufragio efectivo: las divisas de campaña

Carlos Alberto Patiño



Un buen eslogan es fundamental en una campaña política. Los creativos de la publicidad se afanan por encontrar el mejor. Breve, pegajoso, contundente, expresivo.
Uno muy exitoso fue el de la campaña del general Dwight D. Eisenhower para la presidencia de los Estados Unidos en 1952: “I like ike” era la sencilla frase. Quiere decir “Me gusta Ike”, que era el hipocorístico del responsable del desembarco en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial.
Claro, el militar tenía fama, era considerado un héroe, así que no era difícil su triunfo. Pero el lema contribuyó sin duda a consolidarlo.
Los especialistas dicen que un eslogan debe ser simple y directo. Recomiendan la menor carga informativa y dirigirse a la emoción. No es momento de argumentar ni de razonar, es la hora de la persuasión.
Barak Obama se valió de uno igual de breve y directo en las elecciones de 2008: “Yes we can”, “Sí, nosotros podemos”.
Las campañas se valen de diferentes recursos para convencer a los votantes.
Un libro muy interesante al respecto es el de Joe MacGinniss, un clásico del llamado nuevo periodismo: Cómo se vende un presidente (The selling of the president) Es un reportaje que se convirtió en libro de cabecera de muchos políticos. Relata la campaña de Richard Nixon en 1968. Documenta cómo, a lo largo de los meses, se convirtió a Nixon en un producto atractivo para los estadunidenses.
Hay que recordar que fue este político la primera víctima de un debate televisivo. En 1960 John F. Kennedy y Nixon se enfrentaban en la carrera por la presidencia. El aspecto juvenil de Kennedy y la barba cerrada y el traje gris que llevaba Nixon fueron elementos de decisión. El joven, pero católico y liberal candidato, logró dejar atrás a quien había sido vicepresidente con Eisenhower.
Años después, el mismo Nixon diría que si en 1960 perdió el debate, no le volvería a pasar en 1968 y se ocupó minuciosamente de transformar su imagen. Eso es lo que nos muestra McGinniss.
De su libro tomo este párrafo, nada más para que el lector saque sus conclusiones.
“La televisión es, según todas las apariencias, muy útil para el político indudablemente simpático, pero carente de ideas. La letra impresa es para las ideas”.
Entonces lo más novedoso y avanzado era la televisión. Los especialistas, hoy en día, tienen a internet y las redes sociales como instrumentos de gran importancia, pero la reflexión sobre la simpatía y las ideas sigue siendo válida.
Las campañas en México han dejado su huella en materia de eslóganes.
Uno de los más conocidos fue empleado por Porfirio Díaz y por Francisco I. Madero: “Sufragio Efectivo, no reelección”
El general lo usó en Plan de la Noria, con el que se lanzó contra Benito Juárez, a quien le reclamaba “Que ningún ciudadano se perpetúe en el poder” y esa sería la última revolución.
Madero lo retomó cuando se lanzó por la presidencia en 1910. A don Porfirio se le debe haber indigestado el recurso.
Los vaivenes de la Revolución dejaron poco espacio para las campañas. Digamos que a Victoriano Huerta no le hizo falta la formalidad de una campaña.
Álvaro Obregón apeló a la “Unificación nacional revolucionaria y Plutarco Elías Calles se presentó como El candidato de los revolucionarios.
Lázaro Cárdenas, entre otros lemas, usó éste: Trabajadores de México, uníos.
La idea de la unidad nacional es recurrente en la propaganda. La divisa de Manuel Ávila Camacho fue Unidad Nacional. Años después, la primera candidata presidencial, Rosario Ibarra, postulada por el Partido del Trabajo, usó la frase “Construyamos juntos la unidad popular”.
A Manuel Ávila Camacho se le enfrentó otro militar revolucionario, el general Juan Andreu Almazán. La campaña de este opositor se enfocaba en la posibilidad de un fraude. Entonces, se difundieron eslóganes como “Los que no voten por Almazán serán cómplices de la imposición” y “El pueblo está cansado de imposiciones”.
Miguel Alemán, el llamado “Cachorro de la Revolución” y “Primer obrero de México” impulsó la idea de que “La patria necesita el esfuerzo de todos; trabaja, produce y consume más”, y lo reforzaba con esta tríada: “Disciplina, Unidad, Trabajo”.
La imagen que dejó este presidente llevó al candidato para sucederlo a enfatizar la honestidad y el valor del trabajo.
Adolfo Ruiz Cortines apelaba al “Trabajo, fecundo y creador” y a la “Honestidad y trabajo”, con la variante “rectitud y trabajo”. Otro de sus intereses era el aprovechamiento de los recursos marítimos, y convocaba a “La marcha al mar”.
Adolfo López Mateos no restó importancia al leitmotiv de su antecesor y difundió “Un solo anhelo, el trabajo; un solo ideal, la patria”. Pero las mujeres no podían quedar de lado, pues fueron los primeros comicios presidenciales en los que tuvieron derecho al voto. Dijo entonces el candidato: “De las mujeres depende el mejoramiento espiritual de México”.
Y vino Gustavo Díaz Ordaz. “No hay más bandera que la de la Patria”, dijo, y eso que todavía no sabía de la rojinegra que lo aguardaba.
Luis Echeverría Álvarez se lanzó con “Arriba y adelante” y no dejó de repetirlo durante todo su gobierno. José López Portillo propuso “La solución somos todos”, que luego le reviraron con un “la corrupción somos todos”.
Dado el desastre y los escándalos de la administración lopezportillista, Miguel de la Madrid enarboló la consigna: “Por la renovación moral de la sociedad”. Carlos Salinas de Gortari usó el eslogan: “Que hable México”; Ernesto Zedillo lo hizo con: “Bienestar para tu familia”.
Vino la alternancia. Vicente Fox se promovió con: “El voto del cambio” y con el “¡Cambio, ya!”. Felipe Calderón se propuso como: “El presidente del empleo” y Enrique Peña Nieto ofreció: “Mi compromiso es contigo”.
Del malogrado candidato priista Luis Donaldo Colosio, encontré estas frases: “Colosio sí”; “México exige, Colosio responde”; “Si quieres progresar, por Colosio has de votar”.
De entre los que hicieron la lucha, recordemos a Arnoldo Martínez Verdugo, excomunista candidato del Partido Socialista Unificado de México en 1982, quien proponía “Rescatemos lo mejor de nuestra historia”.
“La mujer tiene la palabra”, fue el llamado de Josefina Vázquez Mota, aspirante del PAN en 2012.
Del mismo partido fue un empresario y viejo militante de la derecha extrema, Manuel Clouthier, quien en 1988 saltó a la palestra electoral con el lema “Cambiaremos a México sin odio y sin violencia”.
En 1994, el también panista Diego Fernández de Cevallos se pronunció “Por un México sin mentiras”.
Otros candidatos opositores que hay que recordar son Cuauhtémoc Cárdenas, que en su postulación para competir por el entonces Distrito Federal se lanzó con “Juntos recuperaremos nuestra ciudad”. Luego, cuando fue por la Presidencia en 1988, usó la fórmula “Cárdenas sí es el cambio que México necesita”.
En 1952, como opositor, se presentó el general Miguel Henríquez Guzmán con el eslogan “Por México y para México”.
Vicente Lombardo Toledano también compitió ese año bajo las siglas PP, de su Partido Popular. Su frase: “Pan, paz, democracia.
Gilberto Rincón Gallardo del Partido Democracia Social, invitaba, en el año 2000, a cambiar el gobierno con “Un voto diferente”.
Andrés Manuel López Obrador ganó el gobierno del Distrito Federal en el 2000 con su fórmula “Por el bien de todos, primero los pobres”. Cuando fue tras la presidencia en 2006, proliferaban las cartulinas que ponían “Sonríe, vamos a ganar”. En 2012, la propaganda era “El cambio verdadero está en tus manos”.
De esa época es la campaña contra AMLO donde se decía que era “Un peligro para México.
Para el final dejé el llamado que hacía un candidato a Gobernador en 1998. “Vamos por el futuro” proponía el tamaulipeco Tomás Yarrington. Parece que fue el futuro el que lo alcanzó en forma de una orden de extradición.
La lista de las frases electorales es larga. A los lectores interesados en profundizar en el tema los invito a visitar la exposición Ciudadanía, Democracia y Propaganda Electoral en México 1910-2018, en el Museo del Objeto, ubicado en Colima 145, colonia Roma.
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Rematé el texto sobre las manos de la entrega pasada con la pregunta “¿La mano cortada, quién la cortó”. No me imaginaba que al transcurrir la semana aparecería un presunto autor, candidato a la presidencia. Juan Ramón me escribió para sugerirme que le mandará el texto al mochamanos.
Marielena Hoyo sugirió las expresiones “echar una mano” o “echar mano”, que, explica “pudiendo creerse que significan lo mismo no es así. “Igualmente se quedó en el tintero algo que fue típico aquí, en los juegos infantiles: pedir ir ‘anticutimano’”.
Miguel Ángel Castañeda recordó otra frase en la que se utiliza la palabra en cuestión: “Cuando alguien hace algo con abuso y decimos ‘Se le pasó la mano’”. Igual le ocurrió al Bronco.
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A El Arca de Arena respondieron Francisco Báez, Bertha Hernández, Marielena Hoyo, Luz Rodríguez, Tarsicio Javier Gutiérrez y Miguel Ángel Castañeda. Es la “manumisión” o el verbo “manumitir”. Es, etimológicamente, el acto de quitar las cuerdas de las manos a un esclavo. El lector Castañeda nos precisa: “Es la liberación de un esclavo”.
Me aclaran Luz Rodríguez y Marielena Hoyo que la palabra “atisar” con ese sí existe. Falló El Arca, pues, con sus homófonos. Es término de la gastronomía y significa “colgar una vianda sin que tome color”.
Bien, El Arca propone un anagrama. Lo es de aquello perteneciente o relativo a la córnea. También lo es del futuro del indicativo del verbo que describe la acción de hacer clones en primera persona del singular. Es el acto de poner pegamento a los carteles propagandísticos para fijarlos en las paredes.

Publicado en La Crónica de hoy 
 

28 04 18     

¡Quihubo, mano!


Carlos Albero Patiño


La mano es, según una definición especializada, la “parte inferior de la extremidad superior”. En serio, así lo pone el sitio Doctíssimo. “Está integrada por el carpo (8 huesos), el metacarpo (los 5 huesos metacarpianos) y las falanges (tres huesecillos en cada dedo excepto el pulgar que sólo posee dos) “continúa la explicación”. “La mano posee la facultad de aprehensión gracias a la capacidad de oposición del dedo pulgar, está dotada de movimientos de extensión, flexión y lateralización, además de poseer gran sensibilidad (tacto).”
La mano es muy útil. La usamos para muchas cosas, desde asir objetos, rascarnos la punta de la nariz (o las verijas, los  menos discretos) hasta saludar, chocarlas o hacer señas para guiar o informar... y de las otras.
Federico Engels la asociaba al desarrollo humano. En su texto El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, el compinche de Carlos Marx sostiene que “El número y la disposición general de los huesos y de los músculos son los mismos en el mono y en el hombre, pero la mano del salvaje más primitivo es capaz de ejecutar centenares de operaciones que no pueden ser realizadas por la mano de ningún mono. Ni una sola mano simiesca ha construido jamás un cuchillo de piedra, por tosco que fuese.”
Para el Diccionario de la lengua española (RAE), la mano es : “Parte del cuerpo humano unida a la extremidad del antebrazo y que comprende desde la muñeca inclusive hasta la punta de los dedos”. Tiene la obra de la Real Academia otras 35 acepciones, entre descriptivas y simbólicas, más una larga lista de acepciones en las que se involucra a la mano.
“Lleva la mano” la descripción del órgano, pero no se queda fuera la significación de quien va primero, ni desmerece el “instrumento de madera, hierro u otra materia, que sirve para machacar, moler o desmenuzar una cosa”, como la del metate (metlapil) y el tejolote, que es la del molcajete.
“Buena mano” posee quien, si está en un juego, como el póker,  tiene la que le permitirá ganar, y si está en otras actividades, la tiene hábil o favorable: “Roque tiene buena mano para las plantas, todas se le dan”
La “mala mano” es la que pierde o falla.
La “mano de obra” es el trabajo, tan caro a Engels… como categoría de análisis. Decía un conocido cuando se rompía una plato o una taza: “Nomás se dañó la mano de obra, el material, ahí está”.
“Manos limpias” son las lavadas, pero también las que presumen los políticos cuando aseguran que no tienen cola que les pisen.
La “mano larga” abunda en el transporte público. Es instrumento de acoso de los “manolargas”, pero es palabra completamente distinta a “manilargo”, uno que, como personaje de El Greco, físicamente tiene las extremidades de gran longitud, aunque también podría tratarse de un ser generoso. El “manirroto” es incapaz de ahorrar; todos sus bienes se le “van de las manos”.
La “mano pachona” o “mano peluda” dan sustos. Eso lo sé de “primera mano”, porque me la encontré en una caja comprada de “segunda mano”.
Todos saben que la mano se le “seca” a aquellos que se la levantan a sus padres, por eso hay que “doblarles la mano” o “hacérselas de puerquito” a esos desgraciados. Lo mejor es ponerlos en “manos de la justicia”.
Famoso “mano a mano” es el que protagonizan Jorge Negrete y Pedro Infante en la película Dos tipos de cuidado. Y no menos célebre fue “la mano de Dios”, ejecutada por Diego Armando Maradona en 1986, en el Estadio Azteca, durante el segundo Mundial mexicano.
Desamortizar quiere decir quitar de las “manos muertas”  que son, asienta el Diccionario del español de México: “Conjunto de propietarios, como la Iglesia y las comunidades indígenas, que no podían vender sus bienes ni disponer de ellos y por eso los hacían quedar fuera de las relaciones económicas del liberalismo, hasta que se dictaron las leyes de Reforma a mediados del siglo XIX”.
Como herramienta de orientación, las extremidades tienen cualidades que no tiene ni el GPS: “A mano derecha tenemos el edificio del Gobierno de la Ciudad, a mano izquierda está la Catedral. Y el Templo Mayor está aquí, a la mano”.
También sirven para señalar la participación de alguien en una tarea o proyecto. “Se ve clarita ‘la mano’ del arquitecto en el diseño del museo”.
De la persona a la que tunden física o psicológicamente y no acierta a defenderse se dice que “ni las manos metió”, pero sí las mete el que roba: “El líder ya le metió mano a la caja”. Y también el que altera: “A esta encuesta ya le metieron mano”.
“¡Manos arriba!” es la voz de los asaltantes, por quienes nadie metería las suyas al fuego.
La “de gato” es o para acicalarse o para sacar las castañas del fuego, esto es utilizar a otra persona para resolver un problema peliagudo. “De la mano” viene el tema de la desconfianza: “Algo se traen entre manos”.
Contra el mal de ojo, dicen los esotéricos, no hay nada como “la mano de Fátima”. Así se librará cualquiera de quedar “en las manos” de un facineroso, pero quienes son bien conducidos por sus maestros y tutores siempre estarán en “buenas manos”. No así los explotados. A ellos siempre les “cargan la mano”.
De los de “manita caída” ya no es apropiado hablar, aunque “la mano caída” es una enfermedad provocada por una lesión del nervio radial que impide funcionar a los extensores de la muñeca.
Y hablando de “manita”, para los mexicanos es el diminutivo usual “tengo manita, no tengo manita”. “Manito” lo es en países de Centro y Sudamérica.
También “manita” y “manito” equivalen a hermana (o) “¿Cómo estás manita?”, “Ay, mano no”, cantaban los Polivoces.
En “lavarse las manos”, Pilatos era experto, por eso nadie le “echaba la mano” en sus negocios.
“Mano negra” es la que interviene para alterar resultados electorales y, para eso, “la mano izquierda” de los mapaches ignora lo que hace su derecha.
Dale “otra mano de barniz a la mesa”, pide el carpintero a su ayudante, su “mano derecha”.
“Mucha mano izquierda” se dice del personaje que tiene gran habilidad para destrabar conflictos y evitar enfrentamientos.
Las manos se piden y se dan: Para solicitar ayuda, para ofrecerla y para matrimoniarse.
Faltan “la que mece la cuna” y la que junto con el pie se toman los abusivos; la “santa”, tan socorrida para las rifas, las “de mantequilla”, a las que todo se les cae. ¿Y la franca, de José Martí?, ¿y las negras y blancas de La Muralla de Nicolás Guillén?. ¿Y las Manos sobre la ciudad, de Francesco Rosi? Y de películas, también está La mano (1981), terrorífica cinta de  Oliver Stone. No se puede olvidar La bestia con cinco dedos (1946), de Robert Florey y, con la magnífica actuación de Peter Lorre.
Toc-toc se oye en la caja de madera sobre la  mesa. Es Dedos, la mano al servicio de la familia Addams, que no se quiere quedar afuera.
La “mano invisible”es creación de Adam Smith para explicar la autorregulación del mercado. A la “mano cortada”, ¿quién la cortó?...
Así no vamos a quedar a mano.
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El Arca de Arena revisaba homófonos: Pretención y pretensión; atizar y atisar; sabia y savia; tuza y tusa; zopa y sopa. Y preguntaba cuáles son válidos.
Lo supieron Francisco Báez, Mangel y Cinthia López. El incorrecto es el par atizar y atisar. Por si lo dudan, zopa  está en el diccionario y es una mano o un pie torcido o una persona con los miembros contrahechos. En plural, zopas, es una persona que cecea mucho.
Sabe El Arca de Arena que los juegos de manos son de villanos, pero eso no la arredra para pedir, a partir del tema de hoy, una palabra que tiene que ver con los esclavos. Es la acción de otorgarles la libertad.

Publicado en La Crónica de hoy 
 

21 04 18