Sabia virtud de conocer el tiempo
Renato Leduc
Renato Leduc
Carlos
Alberto Patiño
El tiempo
está en el verbo. Las palabras que nos dan idea de la temporalidad son los
verbos. Por las diferentes formas que toman, podemos saber si la acción está
ocurriendo, si ocurrió o si ocurrirá.
Los
adverbios, sus acompañantes naturales, complementan la información.
La
conjugación del verbo nos indica, entre otras cosas, el presente, el pasado o
el futuro.
No voy a
hablar aquí de la relatividad einsteiniana, pero sí diré que, como se le
atribuye al físico haber dicho, el tiempo es relativo. Por eso es compleja su
expresión.
En términos
gramaticales hay más de tres tiempos y tienen nombres que a muchos confunden y
espantan.
Entre otras
características (accidentes decían las gramáticas de antes), los verbos tienen
modo, tiempo y aspecto.
Lo modos son
indicativo, subjuntivo e imperativo (resulta que el potencial no es modo, es
tiempo).
El aspecto
nos muestra “el grado de terminación” del acontecimiento. Hay el aspecto
perfecto o perfectivo y el imperfecto o imperfectivo.
Para no
hacer más complicado el asunto, digamos que un verbo en modo imperfecto nos
dice de una acción no concluida o que dura, y uno perfecto es en el que ya
cesó, ya no ocurre.
El modo
indicativo es el de la realidad. Dice el Diccionario de la lengua española:
“modo con que se marca lo expresado por el predicado como información real”. La
Nueva Gramática de la lengua española (2011) explica: “El modo
indicativo expresa… que la información no se relativiza o se establece en
función de alguna otra”. Es el modo objetivo, no representa posibilidad ni
hipótesis.
En
contraste, el modo subjuntivo es subjetivo, irreal. El DLE lo define
como que “marca lo expresado por el predicado como información virtual,
inespecífica, no verificada o no experimentada.” Es el modo de la duda, de la
posibilidad, del deseo.
Al usarlo,
no sabemos si lo enunciado ocurrirá u ocurrió, y ciertamente no está
ocurriendo.
El
imperativo no tiene problema, entiendan. Es una orden, un exhorto.
Bien, los
modos comprenden los tiempos con distintos momentos de realización.
Hay tiempos
simples y tiempos compuestos. Los tiempos simples del indicativo son presente,
pasado o pretérito, futuro, copretérito y pospretérito o condicional. Éstas son
las denominaciones más usuales en el español que hablamos en México. Son las
formas llamadas imperfectas, pues muestran acciones no concluidas.
El presente
es lo que pasa en el mismo momento en que se expresa. Según el DLE, “en
un lapso que incluye el momento del habla.”
“Yo corro”,
“él ama”, “ella duerme”…
El pasado o
pretérito habla de lo que pasó en un momento indefinido. “Caminé”, “vi”,
“pensaste”, “comieron”. Ya fue, pero no sabemos cuánto hace.
En el futuro
el momento referido es posterior al momento del que habla. “Callaré”,
“pasearemos”, “irán”. ¿Cuándo exactamente? Después.
Al
copretérito lo llaman pretérito imperfecto porque presenta una acción que dura
en el pasado, pero no se sabe cuándo termina: “lloraba”, “pasaba”, “leían”.
También corresponde a la acción que ocurre al mismo tiempo que otra acción en
el pasado: “Cuando llegué, llovía”. “Hablabas y estornudé”. “Caminaba, sudaba y
reía”.
Nos queda el
pospretérito o condicional o potencial. No existe, pero podría serlo si se
cumple una condición: “amaría si fuera correspondido”, “comprarían comida si
tuvieran dinero”, “te oiría si hablaras más fuerte”. Tiene también un uso de
cortesía: “¿Podrías pasarme la sal?” “¿Me daría mi camisa?”.
Todos estos
tiempos tiene su forma compuesta que se forma con el auxiliar haber.
El presente
compuesto se conoce como antepresente o pretérito perfecto compuesto. Lo
perfecto le viene de que ya acabó la acción. Lo empleamos para referir acciones
que no hace mucho sucedieron. El verbo haber va en presente: “He creído”, “has
salido”, “hemos vivido”.
Al
antepretérito también se le conoce como pretérito anterior. Para el DLE
“sitúa la acción, el proceso o el estado expresados por el verbo en un punto
del pasado inmediatamente anterior a otro punto también pasado. “Hubo vivido”,
“hubieron caído”. La acción ha concluido.
El
antefuturo es el futuro perfecto, pues nos dice de un hecho que en el futuro ya
habrá concluido: “habré comido”, “habremos salido”
Y viene el
antecopretérito, que es el famoso pretérito pluscuamperfecto. Nos remite a un
acto pasado sucedido con anterioridad a otro también en el pasado: “habíamos
dicho”, “habías creído”, “habíamos escrito”. Su rimbombante denominación viene
del latín y significa “más que perfecto”, lo cual no deja de parecer exagerado,
pero tomando en cuenta “el grado de terminación” del acontecimiento corresponde
perfectamente.
Vamos con el
antepospretérito o condicional perfecto. Mantiene su situación de posibilidad:
“Habríamos ganado… si nos hubiéramos preparado”. “Habrían adivinado si se
hubieran fijado”
¿Y el
hubiera, existe?
Ése ya es el
terreno de los subjuntivos y objeto de próxima entrega.
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Regaños. En Canal 40, la periodista quiere
hablar de historia y dice que Carlos V dio un permiso para fabricar cerveza en…
“la nueva América”. Algo se le enredó, ¿Acaso había una vieja América? Se le
denominaba Nuevo Continente y a lo que se convirtió en México se le conocía
como Nueva España.
El nombre
del continente es un asunto de cartógrafos. Martín Waldseemüller, el ilustrador
de la Cosmographiae Introductio, redactada por Mathias Ringmann le puso
el nombre en un mapa. Lo hizo porque creía que Américo Vespucio, otro
cartógrafo, era el descubridor y no sólo, como lo fue, quien estableció que no
era Asia, como Colón creía, sino un lugar diferente. El libro de Ringmann se
popularizó y el nombre se quedó.
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Radix.
De los 800
años que pasaron los árabes en España quedaron en nuestra lengua más de cuatro
mil palabras con origen en su idioma. Con alta probabilidad, si usted se topa
con una palabra que empiece con la sílaba “al”, tendrá origen árabe: “Almohada”
(de hadd, mejilla), “aldea” (de addáy’a, villa), “alcurnia” (de alkunya,
tratamiento honorífico).
De entre
otras que no llevan esa sílaba tenemos: “Arrecife”, “arroba” y “azulejo”. El
primer término viene de “empedrado”; el segundo, de “cuarta parte” y el último,
de “ladrillo vidriado”. No tiene nada que ver con el color azul, por eso hay
azulejos amarillos.
“Cafre”, la
etnia africana y el chofer atrabancado, es “pagano”. “Gañán” surge del árabe
hispánico “gannám” y “joroba”, de “hadúbba”, ambas con los mismos
significados.
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El Arca de
Arena pidió una
palabra que “algo comparte con inoportuno y molesto o con unos lentes antiguos.
En realidad es de sangre y cabeza frías, inconmovible, a nada le teme.”
Hugo
Martínez y Bertha Hernández dieron con “imperturbable” que comparte sílabas con
“impertinente”. Cumple las condiciones y El Arca la da por buena, aunque
en sus adentros mira el adjetivo “impertérrito” que el DLE define como
“Dicho de una persona: A quien no se infunde fácilmente terror, o a quien nada
intimida.”
Esta vez
busquemos el verbo que corresponde a la acción que, para aclarar la garganta,
ejecuta quien va a iniciar un discurso o finge una afección o quiere hacer una
señal a otro para que se detenga al hacer un comentario. Es palabra de poco uso
y equivale a carraspear.
24 06 17
Publicado
en La Crónica de hoy