martes, 27 de febrero de 2018

Tablillas, ratones, buzones y té



Carlos Alberto Patiño

 

Todo el mundo les dice tablets, aunque los quisquillosos diferencian éstas de las iPad. En un acto de calco semántico, sin tamiz alguno, entre sus seis  acepciones, la Real Academia incluye la palabra “tableta” en el Diccionario como “Dispositivo electrónico portátil con pantalla táctil y con múltiples prestaciones”.
Para mí, la tableta es una pastilla medicinal o de dulce, como las de menta. La tableta es como las píldoras, pero plana.
Sabemos que no hay lenguas puras. Todas toman y ceden términos.
Las doctoras en lingüística, Concepción Company e Ivonne Heinze nos han hablado de esos préstamos como una cuestión natural.
Hay casos en los que, a falta de equivalencias, sobre todo en el campo de la tecnología, no hay más remedio que transferir las palabras adaptándolas al sonido y escritura propios de nuestra lengua. Pero cuando existe el término correspondiente, no hace falta calcar. Nos dejamos colonizar por pereza, por no hacer el esfuerzo de encontrar las palabras correspondientes en español, nos quedamos con el extranjerismo. Y con esa actitud no gana nuestra lengua, perdemos riqueza.
Observe el lector el verbo “influenciar”. Es un galicismo que la RAE acabó por adoptar.
En buen español, la palabra para describir la acción de una cosa sobre otra (el influjo de la Luna sobre los mares), de una persona sobre otra (Mario hace todo como su tío) o la contribución al éxito de una empresa o negocio, es “influir”, palabra útil y adecuada. Pero los académicos se dejaron llevar por las malas influencias y terminaron por aceptar “influenciar” como sinónimo de “influir”.
En esos ires y venires de la lengua, palabras como “mouse” y “ratón” lograron convivir: “Ingeniero, ya se me tronó el mouse”, “recojan el equipo, y no olviden los ratones”. Nunca he oído el plural en inglés. Aquí decimos “mauses” cuando son varios los dispositivos.
Como “computadora” conocemos en América Latina lo que en España llaman “ordenador”. Son las peculiaridades de las idiosincrasias. Con computadora se hace referencia a su función primordial: computar, calcular. Con “ordenador” se resalta su capacidad de ordenar, de acomodar datos.
Un programa es una secuencia de órdenes, así que en el inglés “program” (“programme”, en británico) y el término en español hay equivalencia. Los franceses tomaron otro derrotero y usan “logiciel”, que viene de lógica.
 “Aplicación” sí está en el DLE con el sentido de programa. Lo que todavía no está es la abreviatura “app” y menos con esa doble “p”. De todos modos, las app están en celulares, tabletas... por todas partes.
Volvamos a la tableta. Yo hubiera preferido utilizar “tablilla” para traducir el nombre del dispositivo. Ya sé que la primera asociación del vocablo nos remite al chocolate, pero tengo argumentos históricos para apuntalar mi propuesta.
Los primeros documentos, los primeros escritos, lo fueron en tablillas de barro o de arcilla. Asirios, babilonios, caldeos, hititas las usaban como registros contables y jurídicos. Es un soporte que data de milenios.
Con un estilete se grababan los caracteres en la superficie blanda de la tablilla, la que después se metía al horno para endurecerla.
Tablillas de cera se utilizaron como soporte de escritos en la antigüedad clásica y se siguieron usando en la Edad Media y el siglo XIX. ¿No hay más relación entre estos objetos —que algo tienen que ver con la comunicación— y  el moderno aparato? Creo que más que la denominación que la SEP emplea para los equipos que reparte.
Con “email” ocurrió un fenómeno de polisemia. La palabra sirve para designar lo mismo al servicio que al mensaje y la dirección.
“Te mando un mail”, “dame tu mail”, “me llegó a mi mail”.
Tendríamos que usar términos diferentes para cada cosa, pero a estas alturas, ya será difícil lograr un cambio.
“Te mando un mensaje por correo electrónico a tu dirección electrónica” es una larga oración.
En algún momento propuse el neologismo “ciberbuzón” para la dirección, pero no pegó. Lástima.
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Por cierto, entre los muchos mensajes que me llegan a mi ciberbuzón, encontré una curiosidad lingüística. Se trata de la explicación de porqué en algunas partes del mundo el té se llama chai.
Ocurre que el chino tiene muchos dialectos. La denominación para la infusión varía en las regiones del territorio y eso provocó que, según el camino que seguía el producto al exterior, adquiriera un nombre. En los países asiáticos, aquellos por los que pasaba la Ruta de la seda, la principal vía comercial de la antigüedad, se denominó a la planta “chai”.
En cambio, para el chino de las costas la palabra era “té” (“tea” en inglés). A los países europeos y a sus colonias, el nombre de la mercadería llegó con la forma de pronunciación de las zonas marítimas. Las naos y galeones llevaban té; los camellos cargaban chai.
Así que si en los lugares de moda le ofrecen “té chai frío o caliente” lo están invitando a beber una redundancia.
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El Arca de Arena buscaba el nombre de un aparato para reproducir música. No el tocadiscos ni la grabadora, que se usaron en buena parte del siglo pasado. A diferencia de su antecesor, con el que comparte etimología, ya no usaba cilindros de cera sino discos de pasta.
Luz Rodríguez, Juan Ramón, Hugo Martínez y Marielena Hoyo proporcionaron como respuesta la palabra “gramófono”.
La autora de “Animalidades” nos dice: “‘Gramófono’, aparato posterior al fonógrafo y que a diferencia, en lugar de por medio de cilindro, reproducía los sonidos impresos en discos de pasta o grafito. Fue patentado en 1888 por Emilio Berliner, ciudadano de origen alemán.”
Pensando en la forma en que algunos quisieran que se mantuvieran las lenguas, asunto por demás imposible y sin duda paralizante, El Arca de Arena pregunta por el vocablo que expresa la idea de limpieza, ausencia de manchas; es sinónimo del femenino que por antonomasia se da a la Virgen María. 

Publicado en La Crónica de hoy 
 
24 02 18  

La quinta columna y otras figuras que se difuminan


Carlos Alberto Patiño





En junta editorial hablábamos de la presencia de una “quinta columna” morenista en el PRD. Y, ante la cara que pusieron los participantes surgió la duda. ¿Cuántos de ellos conocían la expresión?
Fue minoritaria la respuesta. Lo resolvimos utilizando el término “Caballo de Troya” que fue mejor comprendido, no sé si por conocimiento literario o cibernético, pero daba la idea qué queríamos transmitir.
Y nos preguntamos qué había pasado para que una expresión tan transparente en el Siglo XX haya perdido claridad.
Hicimos un rápido sondeo y resultó que nadie menor de 50 años conocía esa figura.
Es cierto que las formas de decir cambian con el tiempo. Es verdad conocida que las lenguas se transforman y hasta llegan a convertirse en otras como pasó con el latín.
Pero uno no deja de sorprenderse cuando los cambios ocurren en tan corto lapso.
No quiero imaginar lo que habría ocurrido si hubiéramos propuesto una cabeza con metáfora de García Lorca, como “Morena puso huevos en la herida perredista”. Bueno, por razones prácticas y periodísticas, ese titular no hubiera pasado, ni como divertimento.
“Quinta columna” está en el Diccionario de la lengua española: “Grupo organizado que en un país en guerra actúa clandestinamente en favor del enemigo.”
“Columna” es, en sentido militar, “formación de tropa o de unidades militares que marchan ordenadamente una tras otra”.
Lo de “quinta” viene de la Guerra Civil española. En palabras del historiador de la Universidad Complutense, Javier Cervera Gil, en su tesis doctoral Violencia política y acción clandestina: la retaguardia de Madrid en Guerra (1936-1939): “El origen de La denominación de Quinta Columna no está muy claro, pero la más probable es la versión que lo atribuye al General Mola, quien, a inicios de octubre de 1936, considerando que la toma de Madrid era inminente, afirmó que la capital caería por la acción de las cuatro columnas de Varela que se aproximaban (Asensio, Barrón, Delgado Serrano y Castejón) y una quinta que ya se hallaba dentro: la de los partidarios de los sublevados. Fue una desafortunada afirmación que desencadenó una fiebre por detener quintacolumnistas y ello provocó una persecución desenfrenada para limpiar la retaguardia de traidores”.
Aunque hay otra posible autoría, según nuestra fuente. Hugh Thomas “atribuye la creación de la expresión ‘Quinta Columna’ al periodista británico Lord St. Oswald «en un despacho no localizado enviado al ‘Daily Telegraph’» en septiembre.”
Para Cervera Gil, la primera versión es la buena.
Aquí está el documento completo.
Ernest Hemingway escribió en medio de la batalla una obra de teatro llamada precisamente La quinta columna que se estrenó en Nueva York en 1940.
Entre otras muchas acepciones, columna también es: “Soporte vertical de gran altura respecto a su sección transversal”. Las clásicas son de los órdenes dórico, jónico y corintio.
Y columna periodística es ésta que usted tiene a bien leer.
Otra expresión que ha quedado en el olvido es “pluma atómica”. Ya nadie se refiere así a los bolígrafos.
Es lenguaje de la época de la Guerra Fría.
En la novela Las batallas en el desierto, José Emilio Pacheco se refiere a la novedad de estos artilugios de escritura: “Jim me enseñó su colección de plumas atómi-cas (los bolígrafos apestaban, derramaban tinta viscosa; eran la novedad absoluta aquel año en que por última vez usábamos tintero, manguillo, secante.)”.
No me voy a arriesgar a que la brecha generacional actúe.
Manguillo era el portaplumas, el pequeño mango donde se insertaba la plumilla metálica para escribir. Mis manguillos fueron de madera, aunque los había de plástico. Las plumillas eran de acero. Éstas se introducían en el frasco de tinta (el tintero) y se escribía… con letra manuscrita, por supuesto. Luego, para evitar corrimientos y manchones, se pasaba el papel secante que absorbía el exceso de tinta. A eso se refiere Pacheco.
“Disco rayado”, todavía se oye por ahí, pero el referente ya está casi en el olvido.
Se usa la expresión cuando alguien insiste en repetir un tema o una frase ad nauseam. Ocurre en el típico viaje familiar por carretera. “¿Ya vamos a llegar?, ¿ya vamos a llegar?, ¿ya vamos a llegar?”, cada cinco minutos con la variante “¿Falta mucho?” Varios kilómetros después, la madre o el padre espeta: “¡Ya cállate!, pareces disco rayado”. El sujeto reconvenido sabe que le dicen que se calle, pero del objeto con el que se le compara, ni idea. Tampoco dura mucho el efecto del regaño. En la siguiente curva volverá a oírse la cantaleta “¿Ya vamos a llegar?”.
Los discos, acetatos o viniles eran los soportes de la música y sonidos antes de los formatos digitales.
Los sonidos estaban grabados en un surco que iba por toda la superficie del objeto. Una aguja lo recorría y reproducía la música.
Un mal uso, un accidente, producían un rayón en el surco y la aguja se quedaba repitiendo la frase musical hasta que alguien levantaba el brazo del aparato y la hacía avanzar. No había redes sociales, pero de voz en voz se aseguraba que frotando pasta de dientes en la superficie grabada se eliminaban los rayones.
“Está de pelos” era expresión de uso corriente en los años 70 del Siglo XX. Según el Oxford living dictionary en español, significa: “Ser maravillosa [una situación o una cosa]. Tu falda nueva está de pelos, me encanta”.
Otras palabras no sólo han perdido referente, sino que han cambiado de significado. Tal es el caso de “fresa”. Fresas eran, en los años de la onda, aquellos que se mantenían al margen de esa corriente, los bien portados, aquellos que no le llegaban a la mota, a los honguitos, al peyote. Ésa es la idea que da el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE).
Ahora es, lo asienta el mismo diccionario, “referido a persona, en especial a un joven, que viste, habla y se comporta como si perteneciera a la clase alta o adinerada, sea esto cierto o no”.
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Las “lagartonas” tuvieron cola. Me dice Tania Marsilli que ahora se les llama “cougar”. Es esta palabra del argot inglés que se refiere a una mujer que busca la compañía de hombres jóvenes. Así lo asienta el Oxford: “Mujer cuarentona que busca relaciones de pareja con hombres más jóvenes que ella (informal An older woman seeking a sexual relationship with a younger man)”
Es curioso que para un diccionario como el citado no haya duda en incluir la palabra y para los nuestros, la lagartona quede excluida.
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El antes rapaz y ahora mozo tirándole a mocetón Mangel respondió a El Arca de Arena que “un muchacho de corta edad, sinónimo de un ave de presa y anagrama del sinónimo de garra y de la conjugación en la tercera persona del presente de la acción de salir de un puerto o fondeadero” es el “rapaz”. Lo mismo respondieron Francisco Báez, Marielena Hoyo, Luz Rodríguez y Hugo Martínez.
Bien, el tema de esta entrega lleva a El Arca a pedir el nombre de un aparato para reproducir música.
No es el tocadiscos ni la grabadora que se usaron en buena parte del siglo pasado. A diferencia de su antecesor, con el que comparte etimología, ya no usaba cilindros de cera sino discos de pasta.

Publicado en La Crónica de hoy 
 
17 02 18  
 

lunes, 12 de febrero de 2018

Lagartonas y fáciles... ¿Qué sí debe estar en los diccionarios?

Carlos Alberto Patiño




Provocador, como es, Gerardo Galarza me conmina a hablar de una especie femenina, así como lo hice de los pollos y lagartijos.
Me escribió: “Y a riesgo de que feminazis y feminecias se nos vengan encima, ¿habrá alguna columna sobre las lagartonas? Digo, sólo para cumplir con la equidad de género”.
Y ya me metió en problemas, pues, para los diccionarios de la Real Academia, de la Mexicana, del Colmex y el de Americanismos la palabra o no existe o no significa lo que por muchos años hemos oído de las madres a cuyos pollos acechan mujeres con colmillo retorcido. Y a veces eran inocentes admiradoras, pero las potenciales suegras veían el peligro por todos lados y calificaban así a las muchachas: “lagartonas”. Si nos atenemos a los diccionarios estaríamos hablando de prostitutas, y no es el caso.
Estirando la hebra podríamos hacer un parangón con “el viejo verde”, pero no es una comparación muy acertada.
Para el Diccionario de la lengua española un lagartón es una persona taimada y ésta es un “bellaco, astuto, disimulado y pronto en advertirlo todo”.
El de Mexicanismos tiene una entrada cercana al uso que le damos, pero es un verbo, “lagartear”, que significa  “emplear todo tipo de artimañas para seducir a alguien, zorrear.”
El del Español de México da al término lagarto el sentido de “persona astuta y avorazada: ‘Evito el trato de lagartos y peticionarios’”.
Lagarto, con otro sentido, es fórmula para conjurar la mala suerte.
Dudo que nuestra palabra ingrese pronto a los diccionarios, pese a que las instituciones que los elaboran argumentan a diestra y siniestra que sólo se dedican a registrar los términos usados por los hablantes y no a juzgar su valor.
Y menos en los tiempos de tanta corrección política como los que corren. Ni anteponiéndole un “despect. malson.” (despectivo, malsonante) para indicar que no es una buena palabra.
Ya vimos la rebambaramba que se armó con la expresión “mujer fácil”.
A una tuitera le pareció ofensivo que el Diccionario de la lengua española incluyera entre sus definiciones de “fácil” la siguiente: “5. adj. Dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales”.
La disconforme emprendió una cruzada para que la ­Real Academia expulsara del diccionario la explicación. Como si el glosario avalara su uso.
La RAE respondió que no eliminará esta acepción, ya que su tarea es registrar las expresiones usadas o que usan los hablantes. Aunque, un poco amedrentada, dice que podría haber una revisión, e indicar su carácter despectivo, como ya pasó con “sexo débil”.
Hay que aclarar que el diccionario no llama fáciles a las mujeres, como algunos medios afirman, sino que solamente consigna un uso.
Como lo señaló un representante de la Academia: es “obligación del diccionario registrar las voces o expresiones que usan o han usado los hablantes”. “Los diccionarios son también claves de lectura, necesarios para poder interpretar adecuadamente los textos”.
El académico, escritor y periodista Arturo Pérez Reverte calificó como “arrogantes analfabetos” a los “irresponsables de ambos sexos (que no géneros)” que pretenden esa censura gramatical.
Explica el autor que extranjeros y personas con poco vocabulario se quedarán sin entender a autores como “Marsé, Galdós, Clarín, Pardo Bazán o Cervantes”, pues no encontrarán en el diccionario expresiones como la de la “fácil mujer”, pues los “diccionarios socialmente correctos sólo deben contener palabras bonitas y acepciones agradables”.
Lo que es cierto es que el machismo está en la sociedad, no en el diccionario. Cambiemos la sociedad, si no nos gusta cómo está, pero no pretendamos transformar el registro de las voces que están ahí ¡Como si suprimiéndolas se cambiara la realidad!
De nuevo Pérez Reverte: “¿Por qué prestarse sin problemas a mantener relaciones sexuales, se trate de hombre o mujer, debe considerarse peyorativo?”.
A propósito de las tendencias proclives a la corrección en boga, la académica de la Lengua y miembro (¿discutimos el uso de “miembra”?) de El Colegio Nacional, Concepción Company, señala en reciente entrevista con La Voz de Galicia: “Creo que la gramática no es sexista ni deja de serlo. No es un concepto que pueda ser aplicado a la gramática, pero sí al lenguaje y al discurso”.
Y en una conferencia en la FIL (La Crónica de Hoy, 11/30/17) señala, a contracorriente de la moda, que: “El género masculino no significa hombre, significa que es indiferente al género. Si digo todos tenemos sentimientos yo no me siento excluida, pero si digo todas tenemos sentimientos, el que discrimina es el femenino; nos tiene que entrar en la cabeza, gramaticalmente el género que discrimina es el femenino”.
Con una claridad asombrosa, la filóloga asegura que: “En el Colegio Nacional al que pertenezco corren ríos de tinta por el escaso número de mujeres que hay, pero yo no quiero que me incluyan por ser mujer, como no quiero que me excluyan por ello”.
Ya encarrerado con la lingüista, le tomo otra cita, aunque esta vez tiene que ver con los neologismos: “En este caso mi corazón y mi cabeza no están sintonizados. Como gramática creo profundamente en que no pasa nada porque el contacto llegue a las lenguas y éstas se enriquezcan. Nadie se asusta de que la lengua española tenga 5,000 arabismos y vamos al supermercado a comprar aceite, no óleo. Mi cabeza me dice que las lenguas se enriquecen con el contacto, entran préstamos y no pasa nada. Ahora, cuando llegamos al corazón, evito hasta donde me es posible usar anglicismos si tengo equivalente en castellano, y tengo que hacer ese esfuerzo. En México hay una franja de edad en que se cree que diciendo cool y naíf se habla más bonito, y a mí me parece un espanto.”
Algo de bueno tendrán las lagartonas que nos trajeron a estas reflexiones.
Al amigo Galarza no podemos darle gusto más que parafraseando el dicho sobre las meigas (brujas): “(Para los diccionarios) las lagartonas no existen, pero de haberlas, las hay”.
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¿La quinta columna? La veremos en la próxima entrega de Giros.
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Regaños. Pleonasmo es vicio de redacción que abusa de las palabras, duplica ideas de manera innecesaria. Es un atentado contra la claridad y contra la lógica; es una forma vacía que empobrece la expresión.
Con frecuencia aparecen titulares que hablan de falsos mitos o falsos rumores. Estos ejemplos están tomados de un simple gugleo:
“Suevos: El falso mito del nacionalismo gallego” (La Razón, España, 14/01/18), “La continuidad, el falso mito del futbol mexicano” (Milenio.com, 18/01/18), “El falso mito sobre las patatas de McDonald’s que debes conocer” (Ideal Digital, 01/02/18).
“Daniel Osvaldo disparó contra Militta Bora tras el falso rumor de reencuentro” (La 100, 07/02/18), “Universidad Católica: “El rumor de doping de Germán Voboril es falso” (ADN Chile, 07/02/18), “El falso rumor sobre uno de los más famosos sacerdotes de Brasil” (Aleteia ES (blog), 11/01/18).
Un mito es algo fantástico, irreal, así que no hay mitos verdaderos. Sobra el adjetivo.
Un rumor es una información falsa. Si no lo fuera, dejaría de ser rumor para convertirse en noticia. Es arma de la guerra psicológica y de las de lodo. Florece en épocas electorales. Falso rumor es redundancia evidente.
Me hace llegar Marielena Hoyo otro regaño. Publicamos en el espacio “La Imagen” un texto que dice “El tigre es una especie endémica de nuestro planeta” . Endémico es “propio y exclusivo de determinadas localidades o regiones”, así que, a menos que consideremos a la Tierra como una región o cuando encontremos animales en otro planeta, y no hallemos a esos felinos, el uso del adjetivo es equivocado.
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Informan a El Arca de Arena Francisco Báez, Marielena Hoyo, Bertha Hernández y Hugo Martínez que “el apelativo para un imberbe presumido que semeja al nombre de un vegetal de aparición frecuente, no en la calle de Plateros, pero sí en las ensaladas” es “lechuguino”.
A El Arca se acerca un muchacho de corta edad, sinónimo de un ave de presa y anagrama del sinónimo de garra y de la conjugación en la tercera persona del presente de la acción de salir de un puerto o fondeadero.

Publicado en La Crónica de hoy 
 
10 02 18  
 

martes, 6 de febrero de 2018

Pollos, lagartijos, osos… esa fauna decimonónica

Carlos Alberto Patiño



Los tales personajes deambulaban por las calles de México en la época de don Porfirio. Eran herederos de los “petimetres” del siglo XVIII y bisnietos de los “donceles” de las primeras camadas de los conquistadores.
Con ellos compartían la afectación y la presunción.
Ahora, a ciertos de esos ejemplares los llamaríamos “juniors”; otros nos merecerían la denominación “esnobs” y otros más serían clasificados con un feo, pero descriptivo anglicismo, “wannabes”.
Fueron figuras que pulularon en los tiempos de la paz porfiriana, cuando se imponía la modernidad positivista, el orden y progreso.
Dejaron huella en las crónicas y literatura de la época.
Clementina Díaz de Ovando, en su libro Un enigma de los ceros: Vicente Riva Palacio o Juan de Dios Peza (UNAM, 1994), nos proporciona el siguiente panorama: “Las calles de Plateros, La Profesa y San Francisco se señalaban por ciertos viandantes singulares: el ‘oso’ que sin desmayar seguía por todos lados a su Dulcinea, el ‘gomoso’ que saludaba dando brincos, el ‘lión’, así llamado porque ‘enseña su melena en las faldas de su levita’ y el ‘dandy’ ‘que trotina por las calles mordiendo el puño de su bastón’”.
Los osos arriba mencionados son distintos a los que abordó ya este espacio. Fue cuando nos preguntamos cómo un ser tan grandioso había pasado a ejemplificar el ridículo con la expresión “hacer el oso” (http://www.cronica.com.mx/notas/2016/962216.html).
Tiene el oso otra connotación en el México del Siglo XIX. Eimy Arriaga me dio la pista.
En la novela Baile y cochino, José Tomás de Cuéllar nos presenta al personaje:
“Es que Enrique se sentía por la primera vez en su vida seria y positivamente enamorado (...)
“Enrique Pérez, sin embargo, se complacía en lo que él llamaba hacer el oso a la mexicana, y no faltaba al Zócalo los domingos para verla pasar tres o cuatro veces en ese paseo de exploración que las señoras han dado en hacer, siguiendo todas las curvas del jardín entre dos filas de pollos y barbudos, apostados allí con la deliberada intención de escoger o simplemente de formarse el cargo respecto a las escogibles.”
Se ve pues que “hacer el oso” tiene distinto significado. El “oso” es el admirador, el enamorado todavía no correspondido.
Cuéllar abunda: “A este punto, la mexicana pasaba rozando el brazo de Enrique.
“Ella lo reconocía en todas partes, sabía que era su oso, aunque inofensivo, y ya tenía establecida desde hacía tiempo la costumbre de prodigarle una sonrisa, tan imperceptible que sólo la vista de Enrique era capaz de apreciar la contracción del labio superior...”
La historiadora Díaz de Ovando nos habla de los otros personajes, los lagartijos: “Pero los tipos que daban más color a estas calles eran las ‘lagartijas’ más conocidos como que aguardaban pacientemente a ‘que el sol dé calor a su estómago para aprovechar que un cándido transeúnte les obsequie el pastelillo y el brandy en la casa de Plaisant’ (segunda calle de Plateros núm. 3)”.
Con los “pollos” hizo Cuéllar toda una novela, Ensalada de pollos. Ahí el escritor los describe y clasifica. Veamos algunos fragmentos del capítulo “Monografía del pollo”:
“Aunque el joven ha existido en todas las edades y bajo todas las latitudes, el pollo es esencialmente del siglo XIX, y con más especialidad de la época actual, y todavía más particularmente de la gran capital.
“No hay que confundir al pollo con el adolescente a secas, con el niño, ni mucho menos con el joven.
“El pollo se cría en México bajo condiciones climatéricas. Es la larva de la generación que viene, de una generación encargada de darle la última mano a nuestras cosas de hoy.
“Cuando nos hemos propuesto escribir sobre los pollos, no hemos comprendido bajo este nombre a todos los jóvenes, ni este título sui generis lo prodigamos por razón de edad solamente; y para que el lector juzgue y establezca importantes diferencias en las clasificaciones, le mostraremos nuestra cartilla que a la letra dice:
“—¿Qué es pollo?
“—Pollo, por razón de edad, es un bípedo racional que está pasando de la edad del niño a la del joven.
“—¿Qué es pollo por razón social?
“—El bípedo de doce a diez y ocho años gastado en la inmoralidad y en las malas costumbres.
(...)
“—¿Qué es pollo fino?
“—El hijo de gallina mocha y rica y gallo de pelea, ocioso, inútil, y corrompido por razón de su riqueza.
“—¿Qué es pollo callejero?
“—El bípedo bastardo o bien sin madre, hijo de reformistas, tribunos, héroes, matones y descreídos, que de puro liberales no les ha quedado cara en que persignarse.” (...)
“—¿Cómo se podrán corregir los pollos implumes cuando desprecian la moral y el deber, cuando se burlan de los buenos ejemplos?
“—Sólo por medio del ridículo. Señáleseles con el dedo, exhíbanse ante el mundo con todos sus defectos, y al arrancar sonrisas mofadoras y gestos de desdén, tal vez le teman más al ridículo que al crimen.”
Por esas calles de la ciudad, por la Alameda y por el Paseo de las Cadenas se dejaban ver, junto con pollos, osos y lagartijos, los dan­dys y los currutacos. Unos y otros esclavos de las modas de París.
A esta bandada le salió un defensor. Nada menos que el Duque Job.
Sigamos a doña Clementina: “Pero los ‘lagartijos’ encontraron su más decidido campeón en Manuel Gutiérrez Nájera, cuyo escudo debió llevar esta divisa ‘vagancia y libertad’, y al amparo de sus seudónimos ‘Duque Job’ y ‘Frú-frú’ emprendió la justificación y defensa de estos jóvenes ‘sosten y apoyo de los aparadores y trastiendas, tímidos en exceso’, incapaces de requebrar  —como afirmaba cándidamente la prensa— a las americanas, cuáqueras pudorosas (...)
“Gutiérrez Nájera mantuvo también con macizos argumentos que la vagancia de los lagartijos no era un delito que ameritara cárcel, como pretendía la policía la que, atropellando el derecho constitucional, quería de su bien conocido baluarte: la Peluquería de Micoló”.
Esa peluquería y la Tercena eran los sitios que frecuentaba esta variopinta fauna. La de Micoló se hallaba en la esquina de lo que ahora son Madero e Isabel la Católica. El otro mentidero era un expendio de puros en la calle de Plateros (Madero).
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Regaños. Del portal http://www.xeu.com.mx/: “Revelan que Odebrecht depositó presuntamente 4 mdd a…” ¿Cómo se deposita presuntamente? A los bancos no les gustan los “presuntos” depósitos. Los quiere en firme. ¿No será que se presume que la constructora brasileña hizo un depósito? Ah, recordemos que la anfibología es enemiga de la precisión
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Sobre el manuscrito Voynich hay noticias que indican que utilizando inteligencia artificial un grupo de investigadores de la Universidad de Alberta (Canadá) habría identificado al hebreo como la lengua en que está codificado el enigmático texto. No hay nada definitivo, pero parece ser un avance.
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“Piróscafo” es la palabra reclamada por El Arca de Arena. Es el nombre técnico del buque de vapor. Así, Phyroscaphe, bautizó el francés Claude François Jouffroy d’Abbans a su primera nave impulsada por vapor, botada en 1783.
Se forma de los términos griegos “por”, “fuego” y “skáfe”, “bote”.
A tono con los personajes aludidos en esta entrega, El Arca de Arena busca un apelativo para un imberbe presumido. Semeja al nombre de un vegetal de aparición frecuente, no en la calle de Plateros, pero sí en las ensaladas.

 
Publicado en La Crónica de hoy 
 
03 02 18