miércoles, 29 de agosto de 2018

Más aforismos

Carlos Alberto Patiño






Cuando tengo dinero compro libros,
si me sobra compro pan.
Erasmo de Rotterdam

El tema de la semana pasada dio lugar a reclamos, sugerencias y aportaciones de algunos lectores.
Entre los primeros estuvo el de Mangel que pidió que, aunque ya se había citado al autor de su interés en otro momento, tratándose de aforismos no podía quedar fuera el ciclista Porfirio Remigio con su famoso juicio de vigencia inmarcesible: “Para mí que todos son ojetes”.
Francisco Báez sugirió no dejar de lado a Fidel Velázquez, el cretásico líder sindical.
De él, una de sus frases más conocida es “El que se mueve no sale en la foto”, sentencia dedicada a contener los ímpetus de los suspirantes a los cargos de “elección” popular, especialmente para la máxima magistratura. Recordemos que el dirigente de la CTM era una especie de destapador oficial de los candidatos a la presidencia.
Con este dicho de Velázquez, me viene a la memoria otro del mismo corte, éste de un personaje conocido como El Tlacuache. César Garizurieta fue un abogado, diplomático y escritor de la primera mitad del siglo XX. Su aforismo ha dejado una huella que no ha pasado de moda a pesar de todo lo que ha cambiado el país: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Otra de sus frases es “Una embajada no se agradece, se acepta”, que pergeñó en los vericuetos de su vida diplomática.
De tenor más cínico es el que nos recuerda Bertha Hernández de la autoría del cacique potosino y asesino confeso Gonzalo N. Santos: “La moral es un árbol que da moras” . Famosa también fue su fórmula de los tres “ierros” contra sus enemigos: “Encierro, destierro o entierro”.
Sigamos con los políticos mexicanos. Del profesor Carlos Hank González es “Un político pobre es un pobre político”.
Marielena Hoyo recordó  uno de Jesús Reyes Heroles que no incluí en la pasada entrega, pero debe figurar con méritos propios; “En política, la forma es fondo”. Acota la autora de “Animalidades” que  el aforismo tiene aplicación en más ámbitos que la política. Concuerdo plenamente.
Ella también nos proporciona otro del filósofo de Guémez: “Lo caliente es calientito”, que bien podría figurar entre las obras de Perogrullo.
Del periodista Gerardo Galarza, un poco fuerte pero eficaz para “motivar” a los reporteros: “No le piensen, ¡chínguenle!”.
Pável Luna nos recuerda a Joaquín Sabina con sus “Treinta aforismos de verano”: “Aforismo: la píldora de sabiduría barata al alcance de cualquier idiota”.
Esto nos lleva a las redes sociales que, asegura Umberto Eco, “le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”. Y este otro: “Si la televisión había promovido al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior, el drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad”.
Salvador Elizondo decía que “los aforismos más ciertos son siempre los aforismos menos brillantes”.
En la misma línea, para Francisco Sosa “Los que presumen de no escribir sino frases lapidarias, acaban por lapidarnos con ellas”.
Otro, de Andrés Ortiz, que define el tema: “Aforismos: máximas mínimas”.
Carmen Leñero hace una reflexión interesante para ponernos a pensar: “En estas líneas breves no quiero decir nada. Nada de nada, absolutamente y decididamente nada. Y aun así fracaso”.
Ya aparecieron las voces femeninas. Veamos más.
Sor Juana no necesita presentación y siempre me quedaré corto al citarla: “Sin claridad no hay voz de sabiduría” y “No estudio por saber más, sino por ignorar menos”.
Otro de la Leñero, que emociona: “La cara perpleja de un niño ¿es ya filosofía?”
Esther Seligson nos dice: “Dios aprieta pero no ahoga. Y también afloja, pero no suelta”.
“Si se quiere viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”, nos dice la poeta Emily Dickinson.
La escritora Anaïs Nin apunta que “No vemos las cosas como son realmente, sino que más bien las vemos como somos nosotros”.
La actriz Mae West era prolífica en frases provocadoras, siempre destacaban.  Creo que entre sus más famosas está “Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mucho mejor”. Y, por si queda alguna duda, afirmaba: “Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes”.
Un poco en esta línea, Paco Báez sugirió incluir a Groucho Marx, y vendrá, pero de camino, sobre otro Marx, les pongo éste de José de la Colina: “Todavía hay escritores que escriben los rollos del Marx muerto, pero van de Marx a menos”.
Groucho tiene vasta obra, así que me resultó difícil la selección, pues además hay muchos apócrifos. Aquí están éstos, a ver si no fallo: “Tengo la intención de vivir para siempre, o morir en el intento”. “El matrimonio es la principal causa de divorcio”. “Éstos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros”.
“Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre, y dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer”.
Éste no gustará a los veganos: “Yo no soy vegetariano, pero como animales que sí lo son”.
Y éste otro puede no caerle bien a algunas... personas: “¡Brindemos por nuestras novias y nuestras esposas!… ¡Que no se encuentren nunca!”.
Entre los más conocidos está el del club “Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera como miembro a alguien como yo”.
Parece que el famoso epitafio (“Disculpe que no me levante”) es falso.
Para rematar usaré dos citas de Les Luthiers: “De cada diez personas que ven la televisión, cinco son la mitad” y “La caída del muro de Berlín, ¿fue error de los burócratas?, ¿error de la doctrina?, ¿error del arquitecto?”

* * *

Un dicho breve y sentencioso de autoría de algún personaje ilustre, parónimo del término que describe a la recta que va del centro de un polígono a cualquiera de sus lados y que en México asociamos con uno de los más célebres de nuestros próceres, fue la petición de El Arca de Arena.
Es el apotegma. Respondieron Bertha Hernández, Juan Ramón, Francisco Báez, Luz Rodríguez, Miguel Ángel Castañeda, Luis Demetrio Flores y Marielena Hoyo.
Es “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Miguel Ángel nos explica que don Benito Juárez lo incluyó en “en su manifiesto a la nación, el 15 de julio de 1867 expedido poco después de entrar triunfante en la Ciudad de México, tras la derrota y fusilamiento de Maximiliano I de Habsburgo y el derrocamiento del Segundo Imperio Mexicano”.
Doña Marielena nos cuenta: “Encontré que (...) describen como el apotegma judicial por excelencia a uno de otro de nuestros grandes como es José Ma. Morelos y Pavón, con lo siguiente:  “Que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario”.
Hay una máxima jurídica que significa fuera de lugar, algo totalmente ajeno al tema. El término proviene de una epístola de San Pablo. En latín son dos palabras. En español, por lo  menos desde el siglo XVI, es una. Para nosotros es algo monstruoso, deforme, feo, pero para el Diccionario de la lengua española también es persona o cosa ridícula, extravagante, además de despropósito, disparate, extravagancia.
El Arca de Arena espera.

Publicado en La Crónica de hoy
25 08 18
 

jueves, 23 de agosto de 2018

Aforismos, al foro

Carlos Alberto Patiño






No importa que el aforismo sea cierto o incierto:

lo que importa es que sea certero.

José Bergamín

Un aforismo es una oración que busca expresar una idea, un principio de manera breve, concisa y contundente.
Su etimología nos lleva a la idea de definir. Es cercano a otras figuras con las que se suele confundir, como el adagio, la sentencia, la máxima, la greguería y, de manera más lejana, está emparentado con el proverbio y el refrán.
Al adagio, además de la brevedad se le atribuye un sentido moralizante. La máxima expresa una enseñanza o principio moral ampliamente extendido. La sentencia contiene un juicio y suele estar relacionada con una doctrina o moral.
La greguería es una forma literaria breve e ingeniosa. Su creador y exponente fundamental es el español Ramón Gómez de la Serna.
El proverbio se encamina a la enseñanza moral o a la crítica y comparte esta característica con el refrán, cuyo origen es eminentemente popular.
Todas estas formas tienen en común la brevedad y la intención de impartir una enseñanza o una experiencia.
La característica que diferencia al aforismo es que no es necesariamente moralizante, es más un producto de la experiencia, pero, para cumplir con su objetivo debe ser inevitablemente ingenioso.
Hay autores a los que se les entresaca alguna parte de sus obras para convertirlas en aforismos y los hay que deliberadamente los escriben.
Otros términos afines son “pensamientos”, “apuntes”, “voces”, “nótulas”…
En México, Francisco Sosa cultivó el género. Así nos lo refiere el historiador literario Javier Perucho. En un artículo publicado en Nexos, en diciembre de 2010, el especialista nos habla del libro Breves notas tomadas en la escuela de la vida, donde el escritor campechano-coyoacanense publica lo que Perucho considera “punto de partida para establecer la historiografía literaria del aforismo” en México.
Perucho asienta que: “Por su naturaleza, el aforismo se sitúa en un punto equidistante entre los géneros tradicionales como la adivinanza, el chiste, la leyenda y el refrán, entre otros soportes vernáculos, pues son los formatos de una tradición oral que, por su condición, exigen el anonimato, la creación colectiva y el dominio público, que son justamente los rasgos contrarios a los géneros literarios. En los géneros de tradición oral su soporte yace en la memoria de la colectividad, su vehícu­lo de transmisión y recreación. Por otra parte, el aforismo también suele lindar con el microrrelato, la fábula, la greguería e incluso la parábola.”
Hay leyes de la ciencia que constituyen auténticos aforismos: “A toda acción, corresponde una reacción, de la misma magnitud, pero en sentido inverso”, reza la Tercera Ley de Newton y muy cerca está la Ley de la Gravitación Universal: “Todos los objetos se atraen unos a otros con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia”.
No se queda atrás Kepler con su primera ley. “Todos los planetas se desplazan alrededor del Sol describiendo órbitas elípticas, con el Sol como uno de sus focos”, o con la segunda que dice que “En su recorrido, los planetas barren áreas iguales en tiempos iguales”.
Ojo, no son axiomas, pues éstos enuncian verdades que no requieren demostración, por ejemplo: “Por dos puntos pasa una única recta” o “una recta contiene un número infinito de puntos”.
Ya entrados en las formas, habría que poner en el vecindario a los poemínimos de Efraín Huerta. Ya los especialistas aclararán qué tan cercanos o lejanos son.
Hay aforismos autorreferentes como el que utilicé como epígrafe de esta entrega. Otro es el del escritor austriaco Karl Kraus que dice: “Un aforismo nunca puede ser la verdad completa; puede ser una verdad a medias o una verdad y media”.
Uno más, del ucraniano Lleonid. S. Sukhorukov: “Un aforismo es una novela en una línea”.
Aunque, si admitimos esta idea, no tendríamos razón para no incluir a Augusto Monterroso y su famoso cuento breve: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” Pero creo que esto ya entra en el terreno de la narrativa. Veo una frontera muy delicada, sobre todo si notamos que el cuento del escritor se ha difundido tanto y se ha adaptado para tantas cosas, que bien podríamos incluirlo. Son sutiles los límites.
Veamos ejemplos de aforismos de autores reconocidos.
El escritor británico y católico J.K. Chesterton, además de los relatos de El padre Brown y El hombre que fue jueves, nos dejó buenas muestras del género: “Las costumbres, por lo general, no son egoístas; los hábitos casi siempre lo son.”
Éste es muy aplicable entre políticos y publicistas, más en tiempos de campañas: “Las falacias no dejan de serlo porque se pongan de moda”. Uno más: “La prueba de una buena religión es si se pueden hacer bromas sobre ella.” Y otro: “Los hombres que realmente creen en sí mismos están, todos, en el manicomio.”
De don Jesús Reyes Heroles tenemos éstos sobre política: “La política es técnica de aproximación, no ciencia exacta.”
“En un país democrático, si las realidades cambian, cambia el derecho; pero también, mediante el derecho, se cambian las realidades.”
“Oponerse, inhibirse o temer a los cambios, será ignorar que toda época es, en el fondo, época de transición, puente entre lo que tiende a acabarse y aquello que está naciendo, que tiende a surgir.”
“En política siempre se elige entre inconvenientes.”
“En política, la línea recta casi nunca es la más cercana entre dos puntos.”
Federico Nietzsche es un autor prolífico en la materia, pero sólo rescataré uno: “La tierra tiene una piel, y esa piel tiene enfermedades. Una de esas enfermedades se llama hombre”.
Uno de Woody Allen: “El dinero es mejor que la pobreza, así sea sólo por razones financieras.”
De Fiodor Dostoievski: “Creo que la mejor definición del hombre es la de bípedo ingrato.”
Ludwig Wittgenstein nos deja éste para reflexionar: “Los límites de mi lenguaje representan los límites de mi mundo.”
No podemos olvidar a Oscar Wilde: “Felizmente, creo que no soy un ser normal.” Y estos otros: “¿La diferencia entre literatura y periodismo? El periodismo es ilegible y la literatura no se lee. Eso es todo.” “Una idea que no es peligrosa no merece de ninguna manera el nombre de idea.”
Uno de Heinrich Heine: “Dios me perdonará. Ése es su negocio.”
Tres greguerías paro no olvidar a Gómez de la Serna: “El cometa es una estrella a la que se le ha deshecho el moño”. “El arcoíris es la cinta que se pone la naturaleza después de haberse lavado la cabeza”.
“El vapor es el fantasma del agua”.
 Terminar esta entrega sin citar al filósofo de Güemez es imposible. Aquí están tres de sus aforismos: “Así pasa cuando sucede”. “El que sabe, sabe. El que no, es el jefe”. “Andamos como andamos porque somos como somos”

* * *
Sobre las “maquias”, Pavel Luna sugiere: “¿Podremos inventar la chairomaquia con los tiempos que corren?”
Y el lector que firma como Gatobeodo de la Albarrada comenta y alude a El Arca de Arena: “A mí, el cuento de la gatomaquia me hizo levitar hasta las carcajadas. Jajajajaja…”

* * *
El Arca de Arena pidió la semana pasada el vocablo que define a objetos, animales o personas que se elevan sin la intervención de agentes físicos conocidos —como los yoguis y santones— o por intervención magnética, como los trenes de alta velocidad.
Marielena Hoyo propone “levitar”, que corresponde a la acción, no al ejecutante. Si de caminar viene caminante, el correspondiente es “levitante”. Luz Rodríguez y Bertha Hernández lo encontraron con alguna ayuda.
El Arca se guardó para el final una palabra relacionada con el tema de hoy. Es un dicho breve y sentencioso; su autoría es generalmente de algún personaje ilustre. Es parónimo del término que describe a la recta que va del centro de un polígono a cualquiera de sus lados. En México, asociamos la palabra con uno de los más célebres de nuestros próceres.

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18 08 18

lunes, 13 de agosto de 2018

Gatos, ratones, ranas, toros, titanes... encuentros épicos


Carlos Alberto Patiño




La idea de batalla, contienda, enfrentamiento, está representada por la etimología griega mákhome, que pasó a nuestra lengua como el sufijo “maquia”.
El Diccionario de la lengua española (RAE) sólo incluye cinco palabras con esa terminación, aunque otras fuentes reconocen más términos y la literatura nos brinda varios ejemplos.
Una de las palabras, nada tiene que ver con la idea bélica. Es “lisimaquia” y es la denominación de una planta a la que los herbolarios consideran como efectiva para hemorragias nasales y heridas en general, pues dicen que tiene propiedades astringentes y expectorantes.
Con mucho, la más conocida es la “tauromaquia”. Es, literalmente, el combate con el toro. Sin entrar en las polémicas que rodean a esta práctica, asentemos que para el DLE es “el arte de lidiar toros” y también la obra o libro que trata del tema.
Es historia vieja la de los enfrentamientos entre humanos y toros. Hay referencias desde la Edad de Bronce. En la isla de Creta hay imágenes que relatan un juego taurino, que no es un combate sino un acto de acrobacia con los animales. Se llamaba taurocatapsia a esta especie de gimnasia acrobática.
También entre los romanos hubo uso de los toros en espectáculos. Fue en la Edad Media cuando se empezó a lancear a los toros. Se dice que uno de los primeros practicantes fue Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador.
Aficionados al lanceo de toros fueron Alfonso X, llamado El Sabio, pese a su afición taurina. Este gusto lo compartía con los califas magrebíes. Eran otros tiempos.
Un Concilio de Letrán, el de 1215, prohibía a los clérigos asistir a estos sangrientos espectáculos, pero autorizaba la cruzada contra los cátaros que costó miles de vidas.
Evolucionó la tauromaquia hasta convertirse en la llamada fiesta brava y tuvo una época de esplendor en el siglo XX.
Movimientos opositores al espectáculo taurino han acompañado su evolución hasta llegar a la prohibición de las corridas en algunos países.
Para este espacio, solamente queda consignado el uso de la palabra tauromaquia.
Menos conocido es el término “logomaquia”. Es un altercado. Una discusión en la que se atiende a las palabras y no al fondo de la cuestión. El que usa más, con más agresividad y hasta ingenio, se impone, pero las ideas se pierden, como ocurre en muchas discusiones de pareja o entre padres e hijos.
“Monomaquia” es el combate de uno a uno. Nada de peleas campales, de uno, como en los “tiritos” a la salida de la escuela o los duelos en el viejo oeste. Encuentro muy sonado fue el choque entre Aquiles y Héctor, durante el sitio de Troya. Es palabra en desuso según el DLE.
“Naumaquia” es un espectáculo de combate naval, protagonizado en un estanque o un lago.
Famosa fue la que mandó representar Julio César para celebrar sus triunfos.
En el Diccionario no está el siguiente y rarísimo vocablo: “hipetromaquia”. “Hipetro” significa “a cielo abierto”, entonces la palabreja nos remite a un enfrentamiento a cielo abierto, en descampado.
Otra que no figura en el glosario es “piromaquia” para describir espectáculos y competencias de pirotecnia.
Hay en la literatura obras sobre fantásticas batallas que, para relatarlas, los autores crearon palabras con nuestro sufijo en revisión.
Una de ellas es la Batracomiomaquia, también conocida como La batalla de las ranas y ratones. Es una parodia de La Ilíada que ha llegado a ser atribuida al propio Homero, aunque hay especialistas que la adjudican a diversos poetas o la creen de autoría anónima.
La historia es sencilla. Trata de una guerra, como muchas, originada en un acto menor que se magnifica hasta proporciones desastrosas. Ocurre que el rey rana invita a un ratoncillo a su casa, en medio de un lago. El ratón trepa a la espalda de la rana, pero en el trayecto sufren el ataque de una serpiente y el batracio se hunde en el agua. El ratón se ahoga accidentalmente, pero en la orilla otro roedor lo ve todo y arma y presenta un casus belli al monarca ratón.
Frente al desafío, las ranas se ponen en pie de guerra. Como en los grandes relatos épicos, no podía faltar la intervención de los dioses, que en este caso, ante las peticiones de ambos bandos, deciden permanecer como observadores. Pero, cuando desde sus alturas ven que los ratones están a punto de exterminar a las ranas, mandan un batallón de cangrejos que hacen replegarse a los pequeños mamíferos.
La Gatomaquia también es obra humorística. Es un poema de Lope de Vega que, basado también en la Guerra de Troya, narra una batalla entre gatos por la bella minina Zapaquilda. Marramaquiz, gato pobre y honrado, enamorado estaba de la gata, pero llega el galán Micifuz y conquista a Zapaquilda.
Marramaquiz acude a magos como Merlín y a otros gatos para encontrar remedio a sus males. Tras diversas peripecias, decide raptar a la gatita. Se desata una guerra felina de magnitud tal que el mismo Júpiter, viendo la fiereza de los combatientes y temiendo el exterminio de los gatos, que empoderaría a los ratones (“que muertos los gatos, esta tierra/se coma de ratones,/porque se volverán tan arrogantes,/que ya considerándose gigantes,/no teniendo enemigos de quien huyan/y el número infinito disminuyan,/serán nuevos Titanes,/y querrán habitar nuestros desvanes”) decide intervenir y causa una hambruna que afecta a Zapaquilda. Al verla así, Marramaquiz, heroico, sale en busca de alimento y es muerto de un arcabuzazo. Triste queda la minina, pero no tarda en ser consolada por Micifuz y todo termina con la boda de los dos personajes.
La Titanomaquia contiene la historia de las guerras entre los titanes y los dioses del Olimpo, ambas razas de deidades anteriores a la aparición de la humanidad. En apretado resumen, les diré que el titán Urano fue derrocado por su hijo Cronos. El nuevo dirigente resultó tan tirano o más que su padre, al extremo de que se comía a sus hijos para evitar rebeliones, pero sus arbitrariedades terminaron cuando dos de sus vástagos fueron salvados de las fauces del titán por su esposa Rea. Los rescatados fueron Zeus y Poseidón. Zeus encabezó a los olímpicos contra los titanes y, con Poseidón y Hades, logró enviarlos al Tártaro, el inframundo más profundo.
La Gigantomaquia es parte también de la mitología griega. Los gigantes fueron engendrados por la abuela de Zeus, Gea, para combatir a los dioses olímpicos. Como para entonces ya había humanos, Zeus buscó alianzas para plantarse ante sus enemigos. Entre los hombres estaba Heracles (Hércules). Ganaron los dioses del Olimpo.
Una historia más es la Centauromaquia. Es la guerra entre centauros y humanos que culminó con la expulsión de aquéllos a tierras remotas de donde no han salido y no se les ha vuelto a ver. La disputa empezó (adivinaron) por una mujer. Un humano, Pirítoo, rey de los lapitas, invitó a sus amigos y primos centauros a su boda con la princesa Hipodamía. Los seres mitad caballo y mitad humano asistieron a las nupcias, pero al calor del vino y por su naturaleza pendenciera, decidieron raptar a la novia, hecho que desató la furia de su antiguo amigo, quien con Teseo, su compañero en la expedición de los Argonautas, se lanzó contra los centauros en una guerra brutal.
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Un marmitón es un ayudante de cocina, un pinche, pues. Es apoyo y aprendiz. La palabra deriva de la marmita, una olla de tapa ajustada, y es de poco uso. Deriva del francés. Con más frecuencia se usa el término “galopín” o “galopina” para referirnos a estos personajes.
Respuestas y explicaciones tuvo El Arca de Arena, de Francisco Báez, Bertha Hernández, Marielena Hoyo y Tarsicio Javier Gutiérrez.
Nuestra Arca propone ahora el vocablo que define a objetos, animales o personas que se elevan sin la intervención de agentes físicos conocidos —como los yoguis y santones— o por intervención magnética, como los trenes de alta velocidad.

 07 28 18
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martes, 7 de agosto de 2018

¡Ánimo con los ~ónimos!


Carlos  Alberto Patiño


  Iba a escribir sobre los hiperónimos, pero la raíz de la palabra me entretuvo; luego fue el sufijo el que atrajo mi atención.

La primera significa superior, exceso, algo más grande como en “hiperactivo” o en el neologismo “hipermercado” (Nada que ver con la “y perfumería” del viejo chiste). En “hipertenso” también está la raíz, en este caso para hablar de alguien que padece alta presión arterial.
En “hipérbaton” significa lo que va encima. Literalmente es lo que va por encima del orden. Recordemos que esta figura literaria es la alteración del orden sintáctico de la oración.
Les decía que el sufijo también me desvió de mi objetivo inicial. “Onoma” es elemento inseparable que significa nombre, como en onomástico.
En español lo utilizamos como el sufijo
“~ónimo”.
Y aquí fue donde se me entrambulicaron los senderos.
No es que el bosque me haya impedido ver los árboles. Es que cada uno, me obligaba a detenerme para observarlo.
Las palabras terminadas en “~ónimo” se refieren a conjuntos que tienen algo en común.
Por ejemplo, los homónimos son términos que tienen el mismo nombre pero difieren en significado; los sinónimos significan lo mismo pero tienen diferente escritura.
Antónimos, parónimos, topónimos, acrónimos son vocablos más o menos comunes en nuestro lenguaje.
Pero hay otros harto extraños, poco comunes y hasta sofisticados.
Es el caso de los retrónimos que ya nos habían dado de qué hablar (“Retrónimos y neologismos”).
Recordemos, son neologismos para redefinir conceptos que han debido modificarse por la aparición de un elemento novedoso, más reciente y que hace necesario ampliar la explicación para marcar diferencias, como la guitarra acústica, a la que nadie llamaba así hasta que apareció la eléctrica. O teléfono fijo, física clásica, etcétera.
Un “exónimo” es el nombre que una comunidad da a un lugar ajeno a su ámbito, es una denominación externa. Por ejemplo, Londres es un exónimo de London, el nombre que le dan sus habitantes. “Le Mexique” es el exónimo francés para México.
Necesariamente hay “endónimos”, los nombres que las comunidades dan a sus lugares. Así, Beijing es el endónimo de lo que para nosotros es Pekín.
México tuvo mucho tiempo el exónimo Méjico, hasta que logramos endilgar a los gachupines esa “x” (que algo tiene de cruz, según reza el poema patriótico “Credo” [México, creo en ti] de El Vate Ricardo López Méndez).
Para Belice es lo mismo con Belize y para Burdeos con Bordeaux.
Veamos un ~ónimo un tanto más extraño, el “tautopónimo”.
Es un topónimo (el nombre propio de un lugar) redundante. Como el queretano “Arroyo seco”. Algunos exónimos ocultan la tautoponimia en las traducciones. Es el caso del desierto de Gobi, donde “gobi” significa una gran zona desértica, o el “desierto del Sahara”, del árabe “gran desierto” o el de Lut, en Irán, que en persa se llama Dash-e-Loot, lo cual equivale a “el desierto del vacío.”
Los ríos Misisipi y Paraguay caen en esta figura. En la lengua algoquina y en la guaraní los dos nombres se refieren al “Río Grande”.
“Textónimo” es un neologismo sin mucho futuro. Rápidamente lo rebasó la tecnología. Es el término para designar a los grupos de palabras cuyos caracteres se escribían con las mismas teclas numéricas de los teléfonos. El número dos, por ejemplo, corresponde a las letras A, B y C, y el tres a D, E, F. Entonces, las palabras casa, cara y capa son textónimos que se escriben con la serie 2272. Con la incorporación de los teclados alfanuméricos virtuales esta categoría dejó de ser útil.
El “aptónimo” es una cosa muy chistosa. Se refiere a nombres que reflejan las características de las personas. Uno que es casi broma es el del exministro del Interior español Jaime Mayor Oreja. En la novela Ulises, de James Joyce, hay un personaje denominado Mackintosh que precisamente viste un abrigo de ese tipo (mackintosh).
El clavadista Fernando Platas sólo ganaba medallas de plata en olímpicos y mundiales.
Larry Speakes, cuyo apellido puede traducirse como “el que habla”, era el vocero de Ronald Reagan.
En contraparte están los “inaptónimos” que refieren características de las que carecen sus portadores. Como el rubio señor Prieto, el gordo Delgadillo o el señor Chaparro que mide 1.80.
Un “decrónimo” es un acrónimo encriptado o disfrazado. Se forma desplazando los caracteres de la palabra respecto de su posición alfabética. Uno de los más famosos es el de HAL-9000, la supercomputadora de 2001 Odisea en el Espacio, de Stanley Kubrick. Las siglas corresponderían a las de IBM.
Muy de moda están los “numerónimos”. Son términos que contienen números como el 11-S, para los atentados del 11 de septiembre en las Torres Gemelas, o el 19-S, para el sismo del 19 de septiembre de 2017 o el Y2K, el famoso error de fechas en las computadoras para el año 2000.
“Odónimos” son los nombres de las vías de comunicación: Paseo de la Reforma, Avenida Revolución, Autopista del Sol, Carretera Panamericana.
“Eoilónimos”, “hidrónimos” y “orónimos” son los términos para las denominaciones de vientos, cuerpos de agua y accidentes orográficos, respectivamente.
¿Y los hiperónimos, origen de este texto?
No los he escamoteado, ya les dije que me distraje.
Son palabras cuyo significado incluye el de otras palabras, es una categoría general. Por ejemplo, animal es hiperónimo de león, perro y águila.
El hiperónimo viene de la mano con el “hipónimo”, que es el caso recíproco. Gato, pantera, león son hipónimos de felino.
Regaños. El mal ejemplo cunde y así ha ocurrido con la mala práctica de hablar en infinitivo reflexivo. Es maña de reporteros de radio y televisión y también de algunos políticos.
No incurren en la forma de la supuesta habla de los apaches, que no incluye conjugaciones, sino infinitivos.
Nuestros “comunicólogos” comienzan una oración de esta forma: “Decirte que la circulación está bloqueada” o “informarles que el secretario de Economía anunció…”. “Saludarte y contarte que…”
Se comen palabras e ideas. ¿Algún trabajo les cuesta iniciar la oración con las palabras quiero, debo, tengo que…, de manera que la idea quede completa?
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Sobre los balones y pelotas. Marielena Hoyo nos dice “el balón no puede describirse como ‘esférico’, ya que es ‘geométricamente descrito como un icosaedro truncado en sus vértices, lo que más se aproxima a una esfera’” Nos da la siguiente referencia de El País: “Las pelotas no son redondas: las matemáticas te lo explican”
Por casualidad, estuve platicando con un matemático y le conté el dicho de doña Marielena. Él reflexionó un poco y me dijo “para efectos prácticos, consideremos al balón como una esfera”
Son dos posturas que me parecen válidas.
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Para el Arca de Arena hubo respuestas de Marielena Hoyo y de Tarsicio Javier Gutiérrez. La pieza que sirve de soporte para que gire un eje se llama buje. Su origen latino es buxis, caja.
Un sinónimo pide El Arca. Lo es de galopillo, el ayudante de cocina, pero no es el que están pensando por su uso en México para adjetivar a algo o alguien como despreciable o insignificante. Viene del francés y remite a una olla con tapa.

 04 08 18
Publicado en La Crónica de hoy