martes, 28 de junio de 2016

Voces de antaño y hogaño

 Carlos Alberto Patiño

La lengua es un sistema dinámico. La lengua cambia todo el tiempo. Incorpora y desecha formas de decir. Hay modas y modismos, expresiones, palabras que florecen y otras que salen, que se van quedando atrás.              
¿Cuál vale más? ¿Cuál debe permanecer y cuál debe irse?
No soy yo quien deba decirlo. Como en todo lo que atañe al lenguaje, mandan los hablantes. La lengua viva es la que se ejerce a diario, más allá de las academias y de las reglas. Aunque, como ya he dicho, hace falta una norma que permita que todos nos entendamos. La comprensión no es caprichosa, es consensuada, si no, no funciona.
Pretender que un diccionario registre todas las palabras de un idioma es tarea hercúlea, inalcanzable. Ni con la tecnología más avanzada se puede lograr.
Es como el castigo a Sísifo. Cuando la roca ha llegado a la cima, rueda hacia la sima (¿notaron el homónimo homófono?) Es el cuento de nunca acabar. En cuantos se cierra la edición, ya andan circulando por ahí neologismos, cambia el significado de un término (¿Recuerdan el uso de “bizarro”?) (http://www.cronica.com.mx/notas/2015/917579.html)
Si además se piensa en construir un catálogo que pretenda fijar el único y verdadero uso de las palabras sumaremos a la imposibilidad, el dogmatismo (¡Con las academias hemos topado!).
La española, en su adjetivo “real” lleva el estigma monárquico.
Por más parlamentario que sea el sistema de gobierno español, por ser monarquía, es intrínsecamente antidemocrático. Y su academia, de la mano.
Un dato que debería servir para definir cuál debe ser el peso de una academia: México es el país donde más hablantes del español hay. Más de 100 millones. España tiene menos de la mitad. Cálculos de estudiosos del tema suponen que en 2050, el país con más hablantes será Estados Unidos.
El diccionario de la Real Academia Española, el Diccionario de la lengua española, ha evolucionado, es cierto, pero tiene defectos congénitos muy marcados. Abundan los localismos y arcaísmos, tanto que más que un Diccionario de la lengua española, debería ser el diccionario de españolismos y otras voces de Hispanoamérica, Asia y África.
Los esfuerzos del diccionario por actualizarse son de reconocerse, pero en su afán modernizador y españolista, incluyen términos como el imbebible “güisqui”. Allá Rafael Cardona y Julio Scherer que, sumisos a la realeza, si no se lo bebieron con diéresis, así lo escriben o escribieron.
Yo lo prefiero en inglés, en las rocas, o el bourbon, con su grafía parónima, pero respetuosa de la denominación de origen: “whiskey”.
Todo este prefacio se debe a que mi amiguísima Esmeralda Loyden puso en las redes esta reflexión:
“De pronto me vienen a la mente palabras que decían mi abuela o mis tíos. Las busqué en la RAE y resulta que no están incluidas en el diccionario. Por ejemplo: “Éjele”. Algún cibernauta comentó que significa pequeña burla por algo fallido. Y luego enumera algunas otras como: “órale”, “quihúbole”, “híjole”, “chíngale”, “ándale”, “école”, “épale”, “újule”, “chale”, “fúchila”, “úpale”, “yepa yépale”, “pícale”, “pepénale”, y otras basadas en Náhuatl. Yo recuerdo aún otras como “bitoque” o “zaguán”. Claro que las entiendo, pero me llama la atención que no estén incorporadas en el diccionario oficial. Y me da un poco de tristeza que hayan sido ignoradas o, peor, olvidadas. Las pongo aquí sólo como parte de la nostalgia que me produjeron acerca de una época que muchos ya no verán ni escucharán. ¿Se escuchan las épocas? ¿Se escucha la historia de la gente común? Bueno, solo son sonidos que tuvieron alguna vez un significado, un sentido propio del pueblo y de la capital de México.”
Muchas de las palabras que recuerda Esmeralda son mexicanismos. Son palabras que usamos los mexicanos y que pese al afán globalizador de la Real Academia, no las incluye en su mamotreto.
La Academia Mexicana de la Lengua tiene dos obras: el Diccionario breve de mexicanismos, de Guido Gómez de Silva y el incompleto Diccionario de mexicanismos, que sólo llega a la “ñ”, pero que para este año debería estar terminado y en línea.
Con una perspectiva completamente diferente, El Colegio de México edita el Diccionario del Español de México. Difiere de los de mexicanismos, pues no es una recopilación de palabras pintorescas ni de las deformaciones de nuestra habla respecto de la española. También se diferencia del de la Real Academia por no pretender normar, sino presentar las palabras que usamos los mexicanos, sea cual sea su origen. En estos dos y medio diccionarios se encuentran muchas de las voces que añora Loyden.
Veamos Algunas. “Éjele”, dice el Diccionario de mexicanismos (DM). Se usa para expresar burla de forma amistosa o cariñosa.
El Diccionario breve de mexicanismos (DBM) dice que es una interjección burlona.
“École”, según el DBM viene del italiano eccole ‘helas’. Significa  Eso es, he aquí. Se dice también “¡ecolecuá!”, del italiano eccole qua ‘helas aquí’ y en el DM aparece como una afirmación “¿Dejo la tele aquí? École”.
En la búsqueda de las palabras me topé con la expresión “edad de la punzada”, que solían utilizar mis tías. Dice el DBM que viene de  punzada ‘sentimiento causado por algo que aflige el ánimo’ y significa pubertad, edad en que se pasa de la niñez a la adolescencia.
Para el DLE es la “edad del pavo”, y para el DEM es la “etapa de la pubertad y adolescencia en la que se acentúan los problemas emocionales y de comportamiento y también periodo de la adolescencia en que el deseo de independencia y la necesidad de afirmarse uno mismo como persona lo hace presumido, arrogante, quisquilloso y enojón (¡vaya si lo sabemos en casa!): “Se dijo que las niñas estaban en la edad de la punzada y que esto las hacía más susceptibles a los regaños y malas caras del papá”.
Seguiremos con esas palabras extrañadas en la próxima entrega.

.-.-.-.-.

Para El Arca de Arena, la respuesta llegó de Francisco Báez, aunque dio dos. El sinónimo que se come de un hipocorístico, que no está en los diccionarios y se dice que se originó en el norte del país es el “Nacho”. El otro es “Pepito”, aunque ése sí está en el DLE y no es originario del norte de México sino de Madrid.
El Arca busca una palabra que describe una cualidad del cuarzo y de alguna parte del cuerpo.

25 06 16
Publicado en La Crónica de hoy

sábado, 18 de junio de 2016

Lo que es obvio, ¿para quién es obvio?

Carlos Alberto Patiño

Les voy a contar un par de historias, experiencias que me sirvieron para no dar por supuesto que hay cosas evidentes para todos. Que no hay obviedades, por decirlo, así, universales.
Antes, veamos lo que dice el DLE:
“Obvio: Que se encuentra o pone delante de los ojos.
Muy claro o que no tiene dificultad.”
De la forma adverbial “obviamente”, dice:
“De manera obvia. Usado frecuentemente como expresión de asentimiento o confirmación. — ¿Y aceptaste el regalo?—Obviamente”.
El Diccionario del Español de México (DEM) (http://dem.colmex.mx, El Colegio de México, A.C. 2016) explica que obvio es:
“Que es claro, evidente, que sólo tiene una posibilidad o alternativa: ‘Es obvio que desde el punto de vista de Freud, no hay esperanza de ningún mejoramiento fundamental de la sociedad’, ‘Resulta obvio que la baja calidad del producto reduce la demanda de los consumidores’, ‘Si no tengo dinero y me pides un préstamo, la respuesta es obvia’”.
Y de obviamente, dice: “De manera obvia, sin duda, por supuesto: ‘Obviamente los precios de los víveres seguirán subiendo, mientras no haya seguridad en el campo’, ‘Obviamente, la formación de un yacimiento es parte de algún episodio de la historia geológica’, ‘Obviamente al desaparecer los peces se multiplican los microorganismos de que se alimentan’”.
Obviamente todas estas explicaciones topan con la cruda realidad.
El primer caso en el que me enfrenté a la falta de comprensión común de un tema me resultó un poco de pena ajena, pues los protagonistas eran pasantes de Pedagogía, a punto de egresar de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Hacían su Servicio Social en un organismo público dependiente de la SEP. Entre sus tareas estaba la de hacer etiquetas y pegarlas en sobres para enviar información.
Al revisar el trabajo, ¡oh sorpresa!, veo una etiqueta remitida a una dirección de la delegación ¡“Venito (sic) Juárez”!. ¡Alto! Mandé a parar y los convoqué. Seis años de primaria, en los que cada 21 de marzo les pidieron la estampita y la monografía del pastorcito de Oaxaca. Tres años de secundaria con la ceremonia en honor al Benemérito. Todas las discusiones en el  bachillerato sobre los méritos y deméritos del personaje. ¡Cuántas calles, colonias municipios en el país con el nombre del prócer, les dije, y todo para que un universitario me ponga una “V”, donde obviamente va una “B”! Tienen que reflexionar e incluso ver a un especialista, puede ser un problema de dislexia.
No había CNDH y apenas se gestaba la idea de los Derechos Humanos, si no hubieran ido a levantarme una denuncia. Con la directora del sistema hicieron tremenda demanda. Que si los insultaba, que les pedía cosas que no eran de su especialidad (imagínense pedagogos titulados sin ortografía).
Pero eso sólo es el preámbulo.
Ya desconfiado, revisé con cuidado su trabajo y… Me llega un conjunto de sobres con la etiqueta ¡en el reverso! Los llamo de nuevo. El destinatario como si fuera el remitente, les espeto.
Ponen cara de ¿qué nos quiere decir?
¿No es obvio que el destinatario va al frente? (Los sobres tienen frente y revés, les tuve que aclarar).
Mismas expresiones de no saber por qué el reclamo.
Ya no les dije nada. Yo no les firmé la carta del Servicio. Lo dejé en manos de la directora.
La otra lección la padecí con menos trauma, pero me sirvió para ya no dar nada por supuesto.
La historia va así:
«Fue la secretaria de uno de los lugares donde trabajé. Tenía una presencia capaz de hacer olvidar a algunos de sus jefes las faltas de ortografía que llenaban sus escritos.
Era guapa y deliciosamente ignorante.
María tenía una larga lista de admiradores, dispuestos a revisarle los memos, a darle un masaje en el tobillo cuando se lo falseaba, o si estaba tensa, en el cuello.
La historia de siempre. Una chica agradable y un montón de tipos prestos a ayudarla, no sin otros intereses.
María me dio una lección.
Dura, fuerte.
Me hizo ver algo que quienes ejercemos el oficio de la información no debemos olvidar.
Nuestros lectores no piensan como nosotros. Los periodistas que queremos revelar la verdadera verdad, tenemos que esforzarnos por entender los intereses y procesos de nuestros lectores.
Todo esto quiere decir que nunca debemos de dar por supuesto que lo que nos parece obvio, lo es para todos.
Un día, María no llegó a trabajar. Y hacía falta mandar un fax.
Entonces eso era una novedad. [A los más jóvenes hay que decirles que era un artilugio tecnológico que servía para mandar textos e imágenes por teléfono… Pero sin pantalla, con una impresora como parte del teléfono (Es increíble que en tan poco tiempo sea necesario explicar lo que en su momento fue un aditamento revolucionario y, ahora esté totalmente desplazado)].
Y nadie sabía usar ese aparato del demonio. Buscamos el manual en el archivo. Buscamos y buscamos... En fin, lo resolvimos.
Al día siguiente le pregunté, “Mari, ¿dónde está archivado el instructivo del fax? Nunca lo pude encontrar”.
Me respondió con un candor envidiable. Pues en la “R”. ¿En la “R”?, le pregunté.
Claro, dijo, en la “R”.
¿El fax en la “R”?, volví a preguntar.
Es obvio, dijo, la fresca Mari. En la “R” de relacionado con el fax  ¿Dónde más?, comentó.
Pues sí, era obvio, ¿verdad?
(El texto original está en: http://alvuelo.blogspot.mx/2005/01/mara-es-obvio.html)
Para rematar, insto a los legisladores a que lo piensen bien antes de proponer un asunto para su “urgente y obvia resolución”. No vaya a ser.
.-.-.-.-.
La respuesta a El Arca de Arena la dio Marielena Hoyo. Adsorber, que es “Dicho de un cuerpo: Atraer y retener en su superficie moléculas o iones de otro cuerpo.” Es parónimo de absorber.
La petición de hoy es el sinónimo que se come de un hipocorístico. No está en los diccionarios y se dice que se originó en el norte del país.

18 06 16

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sábado, 11 de junio de 2016

Homófonos

Carlos Alberto Patiño

Sí, dije homófonos, no homófobos, palabra tan de moda. Son parónimos que comparten la raíz y ocho letras, pero nada más. El prefijo homo, de origen griego, significa igual, el mismo. Con el mismo sonido, en el primer caso. El segundo es un poco más complejo.
La palabra debería ser homosexualófobo, pero por economía de lenguaje, sólo se  usa el prefijo y sufijo.
Los homófonos y los parónimos son formas de homónimos (mismo nombre).
Estas últimas son las palabras que se escriben igual, pero tienen significados diferentes. Verbigracia:
Vino >> Arribó, llegó.
Vino >> Generoso caldo de las uvas.
Traje >> Aporté.
Traje >> Vestimenta.
Coma >> Ingiera sus alimentos.
Coma >> Signo de puntuación.
Coma >> Estado vegetativo, inconsciencia profunda.
En los homófonos, cambian las letras, pero el sonido es similar.
Casa >> Hogar.
Caza >> Práctica cinegética.
Voto >> Sufragio.
Boto >> Lanzo, desecho, juego con una pelota.
De haz y has, hablamos la semana pasada.
Parónimos son palabras parecidas (del griego para, junto y onoma, nombre). Son similares, aunque no son lo mismo.
Ha >> Verbo haber en tercera persona singular del presente de indicativo.
Ah >> Exclamación.
A >>  Preposición.
Afecto >> Cariño.
Efecto >> Consecuencia.
Adoptar >> Derecho que los homófobos niegan a las parejas del mismo sexo.
Adaptar >> Ajustar, acomodar.
Y con ésta, ojo reporteros y corresponsales:
Aprender >> Adquirir conocimientos.
Aprehender >> Capturar.
Recapitulo.
Homónimos son igualitos como gemelos.
Homófonos son parecidos como hermanos.
Parónimos son similares como primos.
La falta de atención durante los años escolares; la carencia de lecturas y la pereza mental, por no hablar de deficiencias atribuibles a la poca leche consumida en la infancia, propician tremendas confusiones con las paronimias.
Hay generaciones enteras que creen que “o sea”  se escribe “osea”.
“O sea” significa “es decir” sirve para aclarar: Vamos juntos, o sea,  nos acompañamos.
La expresión se forma con la conjunción disyuntiva “o” y el subjuntivo de “ser”.
Osea no existe. Lo que hay es “ósea”, que se refiere a los huesos. La estructura ósea, la médula ósea.
En el mismo caso están —y son legiones— los que no captan la diferencia entre “a ver” y “haber”.
Me cuesta mucho trabajo entender esta confusión. A mí me parece tan obvia la diferencia (algún día les contaré una historia de  lo que es obvio). En fin, vamos a ver.
La expresión se forma con la preposición “a” y el verbo “ver”, Según el Diccionario de la Lengua Española (DLE) es:
Forma usada para pedir algo que se quiere reconocer o ver; también se usa para expresar extrañeza.
Es expresión coloquial: “a ver, veamos”
También está “a ver si” que “se usa, seguida de un verbo, para denotar curiosidad, expectación o interés. A ver si lo que dice es cierto.”
Otro uso es para denotar temor o sospecha: “A ver si no vas a recordarlo ahora”. Otro más es para expresar mandato: “A ver si te estás quieto.”
“A ver, veamos”, explica “la determinación de esperar que el suceso patentice la certidumbre de algo o la eventualidad de un suceso.”
En cambio, haber es un verbo que equivale a ocurrir, existir, poseer. Es el auxiliar para la conjugación de otros verbos en los tiempos compuestos.
Así que nada de “haber si comemos”, “haber si resulta como lo  planeamos”.
Una frase con homófono que desconcierta es “aré lo que pude”. El cerebro de quien lo oye chisporrotea en busca del sentido de la oración. A la aparente falta de hache se suma un pasado incomprensible. Todo se aclara si asumimos que se trata del verbo “arar” y no “hacer”. Entonces las piezas caen en su sitio y el cerebro descansa.
Con el verbo “hacer”, tendríamos “Haré lo que pueda”.
Del “poyo” tengo una historia. En la colonia Roma hay uno. Con mi nieto, caminaba por la calle de Chihuahua y le dije “mira, un poyo” y él buscaba al ave, al pollo. Cuando le señalé el objeto le expliqué que ese poyo se escribía con “y”, la que antes llamábamos griega y ahora sólo se llama “ye”. Me vio con esa mirada que significa algo así como ¡ay, mi abuelo!
Por si alguien no lo sabe, le ahorraré la consulta al DLE. Un poyo es: “Banco de piedra u otra materia arrimado a las paredes, ordinariamente a la puerta de las casas de zonas rurales.”
Con errar y herrar se puede errar. El que lleva la hache es para calzar caballos, para poner marcas al ganado o hacer trabajos con metales. El otro es falla, error, equivocación. La conjugación de ambos verbos tiene sus peculiaridades.
De herrar, el presente de indicativo en primera persona es “hierro”. De errar es “yerro” o “erro”.
Hay una expresión “don de errar”, cuyo sentido es muy satírico, pues es algo así como tener la habilidad para meter la pata.
En una lectura precipitada puede errarse: “¿Dónde herrar?”, con lo que el yerro se transmuta en hierro, como por obra de un alquimista.
No olvidemos, por último, el ejercicio clásico para el uso de la “b” y la “v”:
“¡Vaya, vaya, con la yegua baya que saltó la valla!”.
.-.-.-.-.-
Para El Arca de Arena hubo rápida respuesta de Francisco Báez .La palabra es remanso.
Marielena Hoyo también acertó. Señala como anagramas: morenas, Ramones, falla con sonarse y no encuentra mesaron, que es la afrenta medieval.
Y Ahora, El Arca pide, sin duda, un parónimo. Lo es de una palabra cuya acción pasa por presión, de un lugar a otro. A veces se usa una pipeta o se bebe. Es cualidad del algodón y término de la física que involucra iones o moléculas.



11 06 16
 
Publicado en La Crónica de hoy

sábado, 4 de junio de 2016

No hagamos como que hacemos

Carlos Alberto Patiño

Que nadie piense que se va a quedar a medio hacer la exposición sobre las expresiones que ocupan el verbo hacer.
Antes de hacer conjeturas, recordaré a los lectores que la forma imperativa del verbo de marras es “haz” con zeta.
No hay que confundirlo con la segunda persona del indicativo del verbo “haber”.
“¡Haz la tarea!” es ejemplo del primer caso. “¿Has hecho la tarea?”, es del segundo.
Hecho el recordatorio, regresemos a nuestro tema. No crean que me estoy haciendo guaje, lo que puede parecer similar a “hacerse pato”, pero cuya relación con las aves es un poco más amplia.
Los mexicas no cazaban patos, los colectaban, según las explicaciones de don Edmundo Escamilla.
La forma de atrapar al pato era la siguiente: El cazador (colector) conseguía una calabaza seca o guaje del tamaño apropiado.
Se la ponía en la cabeza y se sumergía en el lago, aguardando a que un pato incauto se aproximara y ¡zas!, lo atrapaba sin lastimarlo. Bueno, era para guisarlo (el pato en barro, relleno de huazontles es una delicia, sobre todo con la receta de Yuri de Gortari).
Francisco Báez aporta el complemento de la explicación. Con el calabazo, el mexica en turno pasaba desapercibido.
Fingía ser un elemento inocuo, parte de la naturaleza. Se convertía, se hacía guaje.
Con un sentido cercano está la expresión “hacerle al ensarapado”, es decir, envolverse en un sarape para no ser reconocido.
“Hacer de chivo los tamales” conlleva engaño. En el platillo, por la sustitución de carnes; en el sentido más usual, incluye la cornamenta del cabrío.
Es práctica que puede resultar divertida para el ejecutante, pero resulta terriblemente desagradable para la víctima.
El resultado puede ser que el afectado o afectada termine por hacerle la vida de cuadritos al mancornador, que a veces lo paga con creces.
“Hacerla de jamón” o “hacerla de tos” son eufemismos para “hacerla de pedo”, causar problemas, poner reparos.
“Hacerse talco”, “hacerse pomada”, están en situación similar, sustituyen a otra palabra afín a la coprolalia. Lo que le pasó a “El Mamut chiquito” (Unos Panas Ahí, 2001), es representativo: https://www.youtube.com/watch?v=xiostg6Virc  
En estos tiempos de tanta corrección como se usa en sociedad, no se debe decir que a alguien “se le hace agua la canoa”.
Pero, ¿por qué hacerse del rogar, si se puede hacer rosca a la hora de pagar? Eso siempre es hacer una mala jugada.
Qué tal cuando se hace presente el que se estaba haciendo el occiso para no responder por sus actos. O aquel que se hace como que la Virgen le habla, para darse importancia.
No sé. Hay gente que hace su lucha para lograr un trabajo, y luego, lo primero que hacen es el San Lunes.
Y están los que les hacen el caldo gordo a sus compinches. O los que se hacen los valientes para luego hacerse chiquitos a la hora de entrarle a los golpes.
No muy alejados están los que se hacen camote y no logran explicarse o se hacen bolas con la regla de tres.
Hagan de cuenta que los hicieron tarugos. ¡No! Que se les haga la boca chicharrón si tan mal dicen.
A ver si el duende de las redacciones no hace de las suyas. Me podría convertir en el hazmerreír y en la noche me tocará hacer la sopa en el dominó.
Por eso, antes de hacerse mala sangre, piensen en hacer el bien sin mirar a quién.
¡Hazme el reverendo favor! se exclama ante un absurdo o un engaño descarado: “Hazme el favor, cree que vamos a votar por él con todo y sus fechorías”. Mejor lo hacemos de lado, por no hacerlo de menos.
Aquí les hice perdidiza una palabra malsonante que había sugerido Hugo Martínez.
Ahora recuerdo que mi nieto me hacía caras si no le hacía caballito.
Se me hace que no voy a acabar de explicar tantas formas del verbo “hacer”. No crean que les estoy haciendo las cuentas del gran capitán. Ignoro si el origen de esta fórmula se debe a don Hernán Cortés, lo que sí es seguro es que él sí les hacía esa contabilidad a sus camaradas a la hora de repartir los beneficios de la Conquista.
Para no hacerla más larga, remato con el lema de los años sesenta del siglo XX: Hagan el amor, no la guerra (Make love, not war).
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El Arca de Arena pidió una palabra que tiene piedra en su estructura, pero no en su significado ni en su etimología. Útil para obtener una gracia, pero sólo si se realiza con ahínco, diligencia o empeño.
Es impetrar. La respondió… ¿Quién creen? Marielena Hoyo.
Hoy, El Arca propone otro anagrama:
Es sitio donde reina la calma, pero con mujeres de piel canela. También implica producirme ruido o ejercernos una función fisiológica. Era gran ofensa que hicieron, sobre todo, en los relatos medievales. Fue grupo pionero del punk.

04 06 16

 
Publicado en La Crónica de hoy