lunes, 29 de octubre de 2018

Lenguaje “periodístico”

Carlos Alberto Patiño 



En los periódicos y otros medios de comunicación, los hospitales se llaman “nosocomios”. En la vida real nadie o casi nadie se refiere así a los centros de atención médica. ¿Alguna vez oyó usted a sus padres o tíos decir: “Me siento mal, llévame al nosocomio”?
En esos lugares trabajan los “galenos”, especialistas que a la menor provocación saltan a las notas periodísticas. “Mamá, llévame con el galeno porque me duele la cabeza”, dicen los hablantes del planeta periodístico.
En ese mismo lugar, el agua es “el líquido vital”. ¿Alguna vez alguien le pidió un vaso DEL vital líquido. (Ya se imaginarán el porqué puse mayúsculas en “DEL”, no se les vaya a ocurrir pedir un vaso “con” el vital líquido… “vaso de agua” es lo correcto, aunque les moleste a los meseros y dé pie al chiste del “sombrero con plumas de venado”)
Ahí, también, los ciudadanos viven en las inmediaciones o en el perímetro de una demarcación (ni delegación ni alcaldía, primero el sinónimo). Nunca viven en. Creen estos escritores que con decir perímetro basta, y no. El perímetro rodea, si dijeran “dentro del perímetro” estaría bien o, todavía mejor, “en la alcaldía tal”.
La semana pasada vimos que los funcionarios “espetan”, pero no “hesitan”. Y en ese lenguaje de los medios, las personas se percatan, no se dan cuenta.
No sé por qué hay la idea de que entre más rebuscada es una forma de decir, les parece mejor a los comunicadores. Ésta la vi en algo que pretendía ser una crónica: “La mujer procedió a elaborar sus alimentos”. En mi casa, cocinamos.
De la misma ralea es la nota donde un reportero habla de “la chamarra que se retiró el motociclista”. Por mis rumbos, cuando alguien se acalora o necesita mejorar su movilidad, se quita la prenda.
Disparates como éstos ocurren por blofeo, por falta de vocabulario o por carencia de habilidades gramaticales.
Sabemos que las repeticiones de términos en los escritos producen monotonía o evidencian pobreza de lenguaje. El redactor, entonces, busca sustituir palabras, pero si su acervo personal cotidiano no es suficiente, recurrirá a figuras como las que he citado o a utilizar palabras de las que desconoce el significado. O, lo que se ha vuelto más frecuente, incurrirá en el uso de neologismos o de muletillas y lugares comunes.
Frases del tipo “y es que”, que no añaden nada ni aclaran ningún dicho. Son palabras de más, inútiles recursos para que parezca que el autor se esforzó en entender y en explicar.
Son expresiones cercanas al “cabe señalar” o “cabe recordar” que abren párrafos de supuesta explicación. Siempre lo he dicho, si cabe el recordatorio o la mención, pues hay que hacerlos. ¿Para qué lo anunciamos, si no es para hacer un texto más largo innecesariamente?
Y ésos son vicios de fácil contagio. Basta con que un joven reportero oiga a sus colegas de medios electrónicos para que comience a reproducir insensateces y feas y deficientes formas de decir.
Parte de la culpa la tienen funcionarios y políticos que, con su media lengua, sueltan (espetan) declaraciones a los cuatro vientos.
Y luego se hace moda.
Por ejemplo, la palabra “tema” se ha vuelto un comodín recurrente. Compite ya con el manido “cosa”.
Estas palabras se utilizan como sustituto de cualquier idea. Si el alcalde o gobernante quiere hablar de los baches, dice (no espeta) de inmediato: “el tema de los baches es un tema que debemos atender. Este tema tiene molestos a los ciudadanos, ya revisamos el tema para atenderlo”
O “Tenemos el tema de que el agua va a faltar, pero ese tema es por el tema de las reparaciones en el Cutzamala” Tal vez exagero un poco, pero no estoy muy alejado de la realidad. Revisen las declaraciones en los periódicos.
¿Problemas?, ¿caso?, situación?... ¿Cuántos sinónimos hay? ¿Cuántas palabras son más precisas?
Es como cuando se dice “Pásame la cosa ésa que está detrás de aquella cosa. Es cosa de que tengas voluntad”.
Y es cosa de pensar antes de escribir cosas así.
Los reporteros de antes cuidaban en sus notas los dislates de los funcionarios, a menos que quisieran evidenciarlos. Si la idea era la de dar la información de la mejor manera, evitaban el uso exagerado de las comillas y hacían paráfrasis que dejaran en claro lo importante.
Las comillas eran para presentarle al lector una declaración que había sido hecha de esa manera, para resaltar su importancia o señalar el sentido, bueno o malo, que le había dado el declarante. Entonces se hacía una nota, no se transcribían meramente las declaraciones o boletines.
En el paquete de las muletillas y frases hechas está la frecuente expresión “vuelvo a repetir”. Se usa cuando apenas se repite un… tema. Lo pertinente es decir “repito”. Y, si acaso tengo necesidad de expresar una vez más el tema (je), la idea, pues sí, entonces sí vuelvo a repetir. Es cuestión de lógica elemental.
Muy simpático resultó el caso de un reportero que hablaba de la construcción de una carretera, y, a falta de un mejor verbo nos endilgó una nota que iba más o menos así “El secretario XXX anunció que la carretera se va a erigir en…” Imagine, usted, una carretera erecta. Iba a resultar difícil transitar por ella.
Es leyenda en las redacciones la nota que entregó un reportero que había cubierto la captura de una serpiente huida de un circo, un zoológico o de una colección particular. El informador nos dio cuenta de cómo los expertos en manejo de animales habían capturado al ejemplar, al cual habían dejado debidamente “maniatado”.
* * *
Regaños. Los hay para todos. Ésta es una reconvención generalizada para medios impresos y electrónicos. Casi todos cayeron en el error. La noticia fue la irrupción de un grupo de maleantes en la residencia de Norberto Rivera.
Las notas, en todas partes, hablaban del intento de robo a la casa del “excardenal” y no. Norberto dejó de ser Arzobispo primado de México para pasar a la categoría de arzobispo emérito. Nunca dejó de ser cardenal. Fue creado como tal por el papa Juan Pablo II en 1998 y esa dignidad no se pierde por pasar a retiro, como los generales no pierden el grado cuando se jubilan.
* * *
Susano Peñafiel (@Don_Susanito) escribe: “Creo que sus sinonimias bien pudieron ser más alambicadas y sesquipedálicas, don Carlos” Eso nos da idea de que muchas de las palabras consignadas forman parte del vocabulario cotidiano del personaje (sesquipedalismo: polisilabismo, uso de palabras largas y ampulosas)
Marielena Hoyo hizo las siguientes precisiones a Giros: “Por lo que toca a ‘verraco’, que continuamente también lo encuentro escrito con ‘b’, de forma ortodoxa no debería considerarse como sinónimo de marranito, cerdo, etc., puesto que supuestamente hace referencia exclusiva al ejemplar considerado semental. Ya usted me corregirá.
“Igualmente encontré que ‘gallofa’ también tiene referencias a determinadas acciones de preparación de alimentos; concretamente con el manejo de verduras y hortalizas. Así también encontré la referencia a un calendario religioso.
“El ‘onagro’ desde luego se incluye en La piel de Zapa de Balzac, pero tampoco creo que podría considerarse como sinónimo de pollino, jumento, burro, etc., al ser referencia precisa de un asno salvaje de origen asiático, conocido también como ‘hemión’, y de la misma forma, así se denomina un armamento antiguo tipo catapulta.
Por otro lado, en un soneto de Baudelaire llamado ‘Los gatos’ se hace referencia al “erebo”, ese sitio oscuro…”
Como ‘frusleras’, se conoce igualmente a un utensilio de cocina similar al rodillo de madera.
* * *
El Arca de Arena recibió respuesta de Francisco Báez, Marielena Hoyo, Bertha Hernández y Mangel y Miguel Ángel Castañeda..
La acción de quitar a alguien de pasar penas, de penar, como equivalente de matar, de retirar, como les decían a los replicantes, es “despenar”. Lo de la Bobitt era una broma.
La palabra que busca esta vez El Arca de Arena aparece en el libro Funderelele (Editorial Destino, 2018), de la mexiñola (así se define ella) Laura García, protagonista del programa La dichosa palabra.
Sin embargo, el término que ahí aparece es un sinónimo del que busca El Arca. Es la parte de una llave de cerradura que une el mango con el paletón o elemento donde están los dientes. Consta de cuatro letras. El vocablo que presenta Funderelele se refiere al elemento que soporta el sillín de un vehículo que tiene manubrio y dos ruedas.


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27 10 18

lunes, 22 de octubre de 2018

Sinónimos rimbombantes

Carlos Alberto Patiño




Todos sabemos que los sinónimos son palabras que, aunque de escritura diferente, significan lo mismo o tienen significados cercanos o parecidos.
Es error común de los estudiantes (especialmente los que sólo leen sus mensajes en redes sociales) confundir la homonimia y aplicar sin discriminación cualquier palabra que venga en un diccionario o en internet.
Por ejemplo, con las tres letritas que aparecen cuando acaban las películas. La palabra “fin” significa terminación, pero también puede ser finalidad. Si queremos decir que algo concluyó, podemos decir que llegó a su final, pero también podemos encontrar “sentido”. Entonces diremos que “el fin de la vida es la muerte”. ¿O el sentido de la vida es la muerte?
Lo mismo llega a ocurrir con los antónimos. “Bueno” y “malo”, lo son. En sentido metafórico, podemos decir que “blanco” y “negro” también (asimismo, de igual manera) son antónimos.
“Vaca” y “toro”, no. Parece que exagero, pero he visto casos. La homonimia también causa problemas. “Duro” y “blando” son antónimos (opuestos, contrarios), sí, si el primer término habla de consistencia, pero si es el nombre de una antigua moneda, creo que no cabe el antagonismo.
Revisando diccionarios (glosarios) impresos y virtuales, me he topado con algunos sinónimos peculiares (particulares), palabras de poco (escaso) uso (empleo). Estarían en el terreno de  las palabras domingueras (para ocasiones especiales). La realidad es que han caído en desuso.
Al “averno”, nos han dicho que iríamos por nuestras malas conductas o nos han amenazado con los castigos del infierno, pero, ¿cuándo nos han advertido que acabaremos en el “erebo” o en el “orco”.
A un contrincante o a un obstáculo, lo derribamos, lo tiramos o lo demolemos, ¿pero, qué tal si probamos a “abarrajarlo”?
Y sí hay obstáculos, busquemos un nombre llamativo: el “óbice”.
Recientemente, los mileniales descubrieron que a las fake news podemos nombrarlas en español como “paparruchas”. El hallazgo corrió por las redes sociales como una verdadera revelación, como la más novedosa de las novedades. Para ayudarlos a enriquecer su vocabulario, aquí les dejo éstos: bulo, borrego, embuste, chisme y gallofa.
Sé que algunos (varios) de mis lectores poseen un vocabulario (acervo) notable. Las respuestas a El Arca de Arena lo demuestran, así que tal vez los vocablos que aquí pongo (cito, presento, propongo) les parezcan de lo más común. Me conformaré, entonces, con sorprender a quienes no los conozcan.
Sería el caso de una palabra que también es un apellido. Tiene que ver con “bizarro”, con su sentido original en español, el que equivale a “gallardo” (¡Ah!, éste también es apellido). Es galano, valiente… “garrido”.
A los conocedores de la obra de Balzac no les resultará extraño este sinónimo de pollino, jumento o burro. Es el “onagro” una especie de asno. La piel mágica de uno de estos bichos es el objeto de la novela del autor de la Comedia humana.
A un objeto o a un personaje maravilloso, admirable, podemos calificarlo como “mirífico”. Queda bien.
Me voy a poner parco, frugal, sobrio, moderado, pues la palabra que sigue ya figuró en El Arca de Arena (Francisco Báez y Marielena Hoyo la conocían). Estamos ante una persona “de buenas costumbres que ha logrado templar o moderar los excesos de los afectos”. Es un “morigerado”.
Necio viene de ne-scius, el que no sabe y se aferra a su ignorancia. Es contumaz. Lo llamamos ignaro o indocto, pero es un “nesciente”.
Si tenemos un cochino, puerco, marrano, chancho, cuino, podemos hacerlo notar si lo denominamos “verraco”.
“Don Facundo” era el nombre de un célebre presentador de animales amaestrados en la televisión de los 60. Quizá no sería muy bien visto en estos días, porque su método para lograr que los animalitos hicieran sus gracias era el del premio y castigo. A los niños de entonces les gustaba el espectáculo sin preocupaciones de
corrección política. El nombre de este personaje es equivalente a locuaz, hablador o hasta elocuente, pero también “verboso”.
Simple hablantín sin maldad inherente. Pero, a un perverso, alguien inclinado a la crueldad, al gusto por hacer el mal, por dañar, verdaderamente malvado, torvo, avieso, a ése lo calificaremos, con justicia, como “protervo”, sin que sea una afrenta.
Es una descripción, no un baldón, insulto, injuria, agravio o “dicterio”.
Aunque no vale la pena ocuparse de cuestiones baladíes, triviales, anodinas, “frusleras”, pues eso podría causarnos algún tipo de pesar, padecimiento, tristeza. Terminaríamos como el joven Werther, “cuitados” (¿o “agüitados”?).
 Alejémonos de las tristezas. Esperemos a que un mecenas o filántropo nos subvencione. Alguien que sea altruista, desprendido, “munífico”.
El verbo “espetar” es muy socorrido por los reporteros de éste y otros medios. Lo usan como sinónimo de responder o proclamar. Y no lo es. De todos los significados que consigna el Diccionario de la lengua española (atravesar con un asador la carne, aves, peces, para asarlos; meter un instrumento puntiagudo en un cuerpo, sólo uno se aproxima a la idea: “Decir a alguien de palabra o por escrito algo, causándole sorpresa o molestia. Me espetó una arenga, un cuento, una carta.”
En el lenguaje reporteril funcionarios, políticos y declarantes “espetan” sus respuestas, pero nunca “hesitan”, claro siempre están muy seguros de sus dichos, por eso nunca vacilan, dudan o caen en la incertidumbre.
(Aprovecho la vía, vereda, senda o camino para repetir que “previo” no es sinónimo de antes, sino de anterior. Ambos, como adjetivos deben acompañar a un sustantivo, deben concordar con él en género y número. No se puede decir “anterior al discurso” como no se puede escribir “previo a la salida”. Me equivoco, los reporteros y comentaristas bien que pueden, de hecho, lo hacen. Entonces el verbo necesario es deber, no poder. El adverbio de tiempo adecuado es antes).
Hablemos de otra cosa. Por ejemplo de los impulsos (pulsiones) eróticas.Quien experimenta deseos acuciantes puede parecernos “caliente”, si lo demuestra más insistentemente, le diremos “libidinoso”. Aunque si de plano sus inquietudes rebasan los estándares (parámetros) sociales aceptables podemos describirlo como víctima de la “sicalipsis”.
Por supuesto que si utilizamos todos estos términos, acabaremos por ser considerados sujetos alambicados, tanto por refinados como por rebuscados y rimbombantes.
* * *
El Arca de Arena recibió respuestas de Marielena Hoyo, Tarsicio Javier Gutiérrez, Felipe de Jesús Roura, Miguel Ángel Castañeda, y Luis Demetrio Flores. Se trataba de “archipámpano”, un figurón, un ser fatuo o engreído, que ejerce una autoridad imaginaria.
El Arca cree que la palabra que busca en esta ocasión es un eufemismo de matar. Es la acción de rematar, de quitar la vida o de ayudar a morir al moribundo. También es sacar de penas a alguien. No es la acción que cometió Lorena Bobbit en 1993, pero con un poco de humor negro, se podría decir que eso fue lo que le hizo la ecuatoriana a su marido.

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20 10 18

martes, 16 de octubre de 2018

Secundarios, pero no menores: personajes literarios de mis recuerdos

Carlos Alberto Patiño


 



Hay personajes literarios que quedan en la memoria aun cuando no sean los principales. A veces son comparsas de fondo, otras juegan papeles más o menos relevantes sin sobrepasar a los protagónicos.
A mí, por ejemplo se me quedó grabada la imagen de un paje y atambor (que en realidad era una), acompañante del cortejo de Felipe el Hermoso, encabezado por doña Juana de Castilla, conocida como La Loca. Aparece en la novela Terra Nostra, de Carlos Fuentes.
Otro personaje que guardé en la memoria es el sicario Cara de ángel al servicio de El señor presidente, en la novela de Miguel Ángel Asturias. La mencioné cuando escribí sobre el retrato.
Sin duda es importante Mi paredro, el proteico y ubicuo personaje de la novela 62 modelo para armar, del gran Julio Cortázar. Fue tema de El Arca de Arena.
Rayuela, de este mismo autor tiene muchas figuras. A mí me queda presente el hombre que a lo largo de la historia se adjudica tres madres diferentes, el rumano Ossip Gregorovius. También está el músico gringo Ronald y el chino Wong, que porta fotos de una ejecución con tortura china.
¡Ah!, y Morelli, el atropellado que en la segunda secuencia de lectura se revela como un importante escritor. La pianista Berthe Trépart y la clochard Emanuelle dejan su huella.
Además de Becky Tatcher, quien más llamó mi atención en Las aventuras de Tom Sawyer (Mark Twain), fue el espeluznante Indio Joe, que en realidad es un mestizo. Les juro que cuando de niño leí la novela, esperaba con ansia que el malvado fuera capturado… no, no es cierto, lo que quería era que lo mataran.
Otro de mis favoritos es el portugués Yáñez de Gomara, pero no lo pongo en esta lista porque sin duda su papel es coprotagónico con el pirata Sandokán. Al que voy a incluir en este repaso es al malayo Giro-Batol, quien en Los tigres de Mompracem aparece muy oportunamente para rescatar a su jefe, Sandokán, a punto de ser atrapado en su huida de los peligros en que se metió por buscar a la hermosa Perla de Labuán.
Otros personajes de esta historia que me agradan son las babirusas, animalitos parientes de los jabalíes y de los cerdos que tuvieron su lugar entre las Arenas de El Arca.
De La historia sin fin, de Michael Ende, conservo a la vieja Morla, la tortuga sabia.
De El cuarteto de Alejandría (Justin, Balthazar, Mountolive y Clea), de Lawrence Durrell, no puedo seleccionar a ninguno, pues los que son secundarios en una de las novelas, se convierten en principales en otra.
Madame Bovary, de Gustavo Flaubert, tiene un personaje que llamó mucho mi atención. El pedante boticario Monsieur Homais, que se hacía llamar farmacéutico, por eso, por pedante. Él se dice seguidor de Voltaire, ateo y cientificista. Sin embargo, es el arquetipo del pequeño burgués pretencioso y arribista. De hecho, es causante indirecto de la muerte de Emma y, consecuentemente, de Charles.
Paradójicamente, con cierto grado de perversidad, Flaubert lo hace acreedor a la Cruz de Honor como buen ciudadano.
El señor de los anillos tiene tal multitud de personajes que es difícil escoger, pero, por alguna razón —inexplicable para mí—, el que recuerdo es Tom Bombadill, ese extraño ser que ayuda a Frodo, Sam, Merry y Pipin en las primeras etapas de su viaje. Se sabe que es tan antiguo que recuerda la primera gota de lluvia y la primera bellota del bosque. Asegura que ya estaba allí antes de que apareciera el río.
De La tregua, de Mario Benedetti, me quedé con Blanca, la hija de Martín Santomé que se hace amiga de Laura Avellaneda.
En El tambor de hojalata, de Günter Grass, uno de mis libros favoritos, siempre recuerdo a Ana, la abuela cachuba de Oskar Matzerath, a Rosvita Raguna, la sonámbula más célebre de italia, amante del pequeño Oskar, y a la joven madrastra del tamborilero, María. Está también el enano Bebra y el funcionario de Correos Jan Bronski.
La serie del detective Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II, que arranca con Días de Combate, me dejó la imagen de la Muchacha de la cola de caballo y la del plomero Gilberto Gómez Letras.
Alejandro Dumas tiene a una mujer impresionante en Los tres mosqueteros. No es la reina Ana de Austria
—que lo fue—, sino la intrigante Milady de Winter, formidable enemiga de D’Artagnan y perdición de Athos.

El Ulises de James Joyce tiene a Stephen Dedalus, quien originalmente iba a ser el protagonista de la novela, como ya lo había sido del Retrato de un artista adolescente. Pero a Joyce le creció el otro personaje, Leopoldo Bloom y le robó la historia.
Molly Bloom, la esposa de Leopoldo, es muy importante para la literatura, pues es paradigma de la técnica conocida como fluir de la conciencia que luego William Faulkner aplicará magistralmente en El sonido y la furia.
Pero la imagen que tengo más presente es el episodio de las sirenas. Lidia Bouce y Mina Kennedy —una rubia; la otra, pelirroja—, meseras del restaurante del hotel Ormond, protagonizan un increíble capítulo en donde los sonidos marcan la pauta. Está el tintineo de las campanas de bronce y de oro, que platican, ríen, gritan. Y hay el sonido de un diapasón en el cuerpo de un tenedor. Un bastón de ciego marca los compases y el canto de Simon Dedalus interviene en la escena. Suenan monedas, relojes, silbidos… hasta el chasquido de una liga para medias en un muslo y el eco de una procesión. Es como una orquesta sinfónica que afina los instrumentos para luego integrarse en un concierto. Es deslumbrante.
Aunque la lista se puede prolongar, pues entre más escribo, más recuerdos me surgen, tomaré El Quijote, del ingenioso Miguel de Cervantes, para rematar.
Es el bachiller Sansón Carrasco quien resalta, pues es el que logra devolver al Hidalgo a su casa. Fracasa primero al enfrentarlo como El Caballero del Bosque o Caballero de los Espejos y luego, como el Caballero de la Media Luna, logra retirar a don Quijote de sus andanzas caballeriles.
* * *
Muchas respuestas recibió El Arca de Arena. Parece que la pista del nombre del actor y cantante ayudó bastante. La persona necia, inconsistente, tonta, boba, de poco juicio es un “badulaque”. Lo dijeron Felipe de Jesús Roura, Francisco Báez, Bertha Hernández, Gerardo Galarza, Marielena Hoyo, Gatobeodo de la Albarrada, ramon@tvazteca, Tarsicio Javier Gutiérrez, Miguel Ángel Castañeda y Luis Demetrio Flores.
A El Arca le encantan las palabras antiguas. Ésta tuvo su apogeo en el siglo XIX, aunque figura ya en el Diccionario de Autoridades de 1770. Datos tales no ayudarán al lector a encontrar el vocablo, pero sí le darán la idea de que es de poco uso en la actualidad. Significa “persona que gran dignidad o autoridad imaginaria”. Se utilizaba acompañada del complemento “El… de la India” o “El... de Sevilla”. Puede funcionar como sinónimo de “fatuo”.
Más pistas. Si fraccionamos el término, las primeras sílabas los son también del título de los altos nobles del imperio austrohúngaro (aquí tuvimos uno). La segunda parte nos remite a un pez o al retoño de la vid.


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13 10 18

lunes, 8 de octubre de 2018

Palabras con dudoso pasado

Carlos Alberto Patiño






No pocos jóvenes, muchos egresados de las carreras de comunicación, creen que vándalo se escribe “bándalo”, así con la “b” de barrica. Piensan, supongo, que la palabra deriva de “banda”, como las pandillas que forman con sus compinches. (“Hey, bandita”, se suelen saludar.)
Ignoran u olvidan que el sustantivo vándalo proviene del nombre de un conjunto de tribus germánicas que por allá en el siglo V de nuestra era se dedicaron a importunar a los ciudadanos del ya decadente Imperio Romano. Invadían, guerreaban, saqueaban y destruían, por eso su denominación se convirtió en sinónimo de bárbaro, destructor, o salvaje.
Los sonidos similares conducen a este tipo de equívocos. La apariencia nos lleva a crear lazos que no existen. Así es el cerebro, rellena huecos o interpreta conjuntos que no existen. Por eso, en las nubes encuentra formas de animales, de caras o augurios. Pareidolia se llama esta propensión.
Adelantamos pasos o sacamos conclusiones. Es un producto de la evolución, pero a veces se cometen errores.
La palabra “idiosincrasia” es una muestra. Se suele escribirla como “ideosincracia”, con doble falta. La primera, por la tendencia a asociar las primeras sílabas con la palabra “idea”. Al oído le es más familiar este sonido, lo percibe con más frecuencia que la palabra que puede ser de uso menos cotidiano.
La segunda falta viene de asimilar la terminación “cracia”, como en “democracia”, a este término que no tiene nada que ver con las formas de gobierno.
Recordemos, idiosincrasia es el conjunto de “rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo o de una colectividad.” (DLE-RAE). Viene de los vocablos griegos “idios” que significa singular, personal, y “sýncrasis”, temperamento.
“Antisonante” me acaba de llegar en una página que revisaba. Es como en el caso de vándalo. La idea de que una palabra se use para insultar parece que requiere una “anti” que muestre enfrentamiento y no, como es, “altisonante”, que suena fuerte.
El uso de “bizarro” fue una de las primeras observaciones de esta columna (Un mundo Bizarro [29-08-15] y Retorno al mundo bizarro [26-09-15]) Sabemos que significa valiente, arriesgado, lúcido y no extraño o raro. Viene del italiano bizzarro, hombre de pelo en pecho, y no del inglés bizarre, que lo toma del francés, donde sí significa raro, extraño.
“Testigo” es otra palabra que tiene una larga historia de confusiones. Si ustedes la guglean, aparecerá la falsa etimología que la relaciona con testículo. También pueden encontrar la real.
La primera se la oí en la escuela a un profesor de secundaria, que incluso decía que los romanos, al prestar juramento, se agarraban esas partes, y alegaba que, entonces, una mujer no podía ser “testiga”.
Muchos años tomé como cierta esa referencia. ¡Me la había dado un profesor! Pero luego conocí la auténtica. Testigo viene de terstis, el tercero, la tercera persona que puede confirmar algo, el que da testimonio.
Otra leyenda —no urbana, lingüística—, es la que liga la palabra a la certificación de los papas. Supuestamente, una vez que el cónclave había elegido al pontífice, uno de los cardenales debía tocar con las manos los genitales del elegido para comprobar que era hombre, no se fuera a colar alguna papisa.
Caro data vermibus” es otra etimología chapucera. Fue otro maestro, éste de la prepa (no el profe Torres Lemus, el de la materia de Etimologías) quien la presentó. Es, decía el docente, el origen de la palabra “cadáver”. Significa “carne dada a los gusanos”. La palabra para el cuerpo muerto sería, entonces, el acrónimo “ca-da-ver”. La versión más confiable es la que relaciona el término con el verbo cadere, caer, como metáfora del fin de la vida.
De cualquier manera, recordemos la novela El complot Mongol, de Rafael Bernal, donde  Filiberto García, el matón devenido en detective, sentencia: “Cadáver el de Juárez. Éste es un pinche muerto”.
Mujer tiene un pasado dudoso.  Me refiero a la palabra. Su origen es el latín mulier, que significa… mujer. Es como un bucle, el origen nos devuelve a la palabra actual. Se asocia con la persona de sexo femenino. Y tiene muchas acepciones, por ejemplo, mujer que ha llegado a la edad adulta a diferencia de la niña: “Ya eres toda una mujer” O en sentido de reconocimiento: “¡Esa sí que es una mujer!” “Es muy mujer”.
Pero también están las de tinte machista, como “mujer de la calle”, o “mujer de gobierno” que para el Diccionario de la lengua española no es la que gobierna, como Angela Merkel y, próximamente, Claudia Sheinbaum. Es la “mujer de su casa” o a lo sumo, la  “criada que tenía a su cargo el gobierno económico de la casa.”
¿Se acuerdan de la rebambaramba que se armó porque un grupo de feministas quería que se quitara del diccionario la expresión “mujer fácil”?
Nuestra palabra está relacionada con “hembra”, que viene del español antiguo fembra y éste de femna, el cual surge del latín femina. El DLE añade que es  “Pieza con una concavidad o un agujero donde se introduce, encaja o engancha otra destinada a este fin, para sujetar entre sí dos cosas o permitir una conexión. La hembra de un enchufe. (...) Corchete hembra” o  “Concavidad o agujero que hay en una pieza hembra.”
Como para recordar a Octavio Paz en su ensayo “Los hijos de la Malinche”, del Laberinto de la Soledad.
Una de las más célebres falsas etimologías es la que atribuye a Julio César el origen de la palabra “cesárea”, el nombre de la operación para extraer bebés del vientre materno realizando un corte.
Pero no. La cirugía debe su denominación a la lex cesarea que obligaba a intervenir a las madres que en las últimas semanas de embarazo  enfrentaban grave riesgo de muerte. La idea era salvar, antes que nada, al producto. “Cesarea” sale de caedere, cortar.
En cambio, el mes de julio sí es epónimo del César, como agosto lo es del primer emperador romano.
Ambos tienen 31 días porque Octavio no quería tener un mes con menos días que el de su padre putativo, así que, como él, se lo tumbó a febrero.

* * *
El maniquí que derribaba a torpes caballeros en competencias y entrenamientos medievales era el “estafermo”. Respondieron a El Arca de Arena Bertha Hernández,  Francisco Báez, Luis Demetrio Flores, Marielena Hoyo y Miguel Ángel Castañeda.
Explica don Miguel Ángel que estafermo viene “del italiano «stà» y «fermo» (‘está firme’ o ‘está quieto’), que es un maniquí con figura de hombre que se utilizaba en la Edad Media para entrenamiento de la caballería”.
El Arca repasó etimologías y orígenes de palabras, y se encontró una que ahora es un insulto para personas necias, inconsistentes, tontos, bobos, de poco juicio. Tiene origen mozárabe y antiguamente era un guiso de poca consistencia. Como pista adicional está que las dos primeras sílabas corresponden a las del apellido de un actor y cantante mexicano que vivió en la calle de Jalapa de la colonia Roma y de quien sus amigos decían que era el más viejo de todos. Fue compañero de Leticia Palma en la cinta Hipócrita.

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06 10 18

miércoles, 3 de octubre de 2018

Virtudes de la lectura en voz alta

Carlos Alberto Patiño
 

Mi madre nos leía antes de dormir. Recuerdo especialmente la serie de novelas de Tarzán, obra de Edgar Rice ­Burroughs. Un Tarzán sin la cinematográfica Chita, pero sí con Kala, su madre adoptiva, y su familia de grandes antropoides (especie distinta a la de los gorilas de la distorsionada visión de Disney).
Siempre queríamos oír más, conocer el desenlace de las aventuras en la selva. ¡Y son más de 20 tomos los que componen la serie! Bueno, sólo nos leyó algunos porque había otros temas.
Dicen los expertos que así, con la lectura en voz alta, se estimula en los niños el interés por los libros.
Debe ser.
Mi padre platicaba que mi abuela les leía a sus hermanos, y él, el más pequeño, que a esa hora ya debía estar dormido, era el más atento escucha de las aventuras de Los Pardaillan de Michel Zévaco o de Nostradamus y El hijo de Nostradamus, del mismo autor.
A mi padre no le gustaba la escuela. Desertó desde la secundaria, pero siempre fue un gran lector.
Yo les leí historias a mis hijas y a mi nieto.
Una condición indispensable para ejercer esta práctica es —aunque suene a obviedad— saber leer.
Leer en voz alta requiere algunas bases, como fluidez, claridad en la pronunciación y manejo de las pausas. Parece fácil, pero a lo largo de la vida me he topado con muchas personas que no lo pueden hacer. Lo vi en la escuela y hasta en la Universidad. Como docente también me tocó tratar con alumnos que no podían leer un párrafo de corrido con la debida puntuación, ya no digamos con énfasis.
Hay la contraparte, las personas que no pueden leer en silencio. Que hablan o mueven los labios pues no logran comprender un texto si no lo pronuncian, seguramente ustedes conocen a alguien así.
Volvamos con la voz.
Cuando se lee a los niños, la cuestión del énfasis es muy importante. Para mantener su atención, a veces hay que actuar. Los cambios de voces, entonación y ritmo son básicos.
Como recurso didáctico también funciona la lectura en voz alta.
En mis cursos de redacción, siempre recomendé este ejercicio por varias razones.
Recordemos que si estamos hablando de redacción, estamos hablando de poner orden. Primero en las ideas y luego en las palabras. De hecho, si no lo hay con las primeras, nunca lo habrá con las segundas.
La recomendación para los alumnos con sus primeros textos era que leyeran en voz alta y se oyeran. Este primer paso no requiere de tener un escucha.
Lo que yo quería es que se dieran cuenta de si lo que oían era lo que querían decir. También si había coherencia y que descubrieran algo fundamental: la ­lógica de la oración, el valor significativo de los signos de puntuación.
Que se percataran de que un punto, una coma, un punto y coma son como semáforos, señalamientos que significan algo.
Un signo no se pone nada más porque así lo dicen las reglas, sino por la necesidad expresiva, para que la comunicación se produzca de manera efectiva.
Si ellos mismos no acertaban a leer su texto, menos lo podría hacer otro.
El segundo paso consistía en leer el texto a alguien más. Aquí la idea era saber si el escucha entendía. Si este ­objetivo se cumplía venía la retroalimentación con el conejillo de indias. ¿Le había parecido claro? ¿Le despertaba interés? ¿Le había gustado?
Venía una tercera fase (con ese, por favor, no es referencia a las redes). Se trataba de que buscaran a un lector en voz alta. Alguien que tuviera una mínima ­habilidad, por supuesto. El objetivo era que el autor oyera su texto.
Si el compinche no lograba hacer una buena lectura, podría ser por una deficiencia suya, pero había que ser autocrítico. Quizá el problema era de redacción, de orden.
Oyendo es posible percibir si no hemos exagerado con la longitud de las oraciones o si se nos perdió el sujeto o hicimos una mala concordancia y, sobre todo, si nuestro ritmo es el adecuado: ni como telegrama ni como rezo ni como trabalenguas.
Son algunas virtudes de la lectura en voz alta.
Luego, habrá que hacerlo en voz baja. También es útil con una buena dosis de autocrítica.
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Regaños. Mire usted: “Empate sin goles en la Edición 117 del Clásico Regio, en la que la violencia previo al encuentro fue la protagonista” Es del sitio López-Dóriga digital. En este espacio he dicho y repetido que previo es un adjetivo, por lo tanto debe concordar con un sustantivo. En esa mal construida cabeza alguien estaba pensando en el término como adverbio y salió tal engendro. Si la violencia es el elemento que antecedió al partido, entonces es la violencia previa al encuentro. No hay nada que justifique el equívoco más que la ignorancia de la gramática.
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Pregunta Marielena Hoyo sobre el lenguaje de la hoja volante que nos dio la noticia del espantable terremoto.
“Por cierto, qué expresión tan rara esa de ‘había en la calle más de dos estados en alto el cieno’. ¿Podría traducirme su significado?”
Supongo que es una unidad de medida española y antigua. Se refiere a la altura que alcanzó el lodo en las calles. Como “estado” no hallé nada, puede ser estadal, que equivale a 3.3 metros, o sea que la capa de cieno habría alcanzada unos seis metros. Por la magnitud, no creo que se refiera a un “estadio”, pues cada uno de esos equivale a 174 metros.
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El Arca de Arena recibió respuestas de Francisco Báez, Marielena Hoyo, Bertha Hernández y Luis Demetrio Flores.
Quizá no fui específico al plantear la pregunta, pues yo pensaba en conquistadores de México, pero no lo dije así, por eso es importante revisar lo que uno escribe y no suponer que el lector adivina.
La lista final es larga, pero no faltaron en ninguna Hernán Cortés ni Pedro de Alvarado. Bernal Díaz sólo estuvo ausente en una relación.
El Arca encontró un objeto al que considerará un personaje. Es una especie de maniquí destinado al entrenamiento de los caballeros y a las competencias entre ellos. La figura tiene un escudo al que golpean con una lanza los competidores, pero también gira y está provisto de correas con bolas o sacos de arena. Si el caballero no era hábil, el resultado era a favor del muñeco. ¿Cuál es el nombre de ese artefacto?

Publicado en La Crónica de hoy

29 09 18