sábado, 10 de septiembre de 2016

Gapollos, galobos y gabaleones


Carlos Alberto Patiño 

Un “gapollo” es un ser imaginario, mitad gato, mitad pollo. En grupo son una plaga. No son peligrosos, pero sí muy latosos. Como las parvadas de adolescentes que brotan de las puertas de las secundarias.
Un “galobo” es diferente. Es distinguido, ciertamente sagaz, conjunta las cualidades de los lobos y de los felinos.
Ambos personajes forman parte de la zoología fantástica de Mángel. En su bestiario hay seres como el “chimpaburón” (chimpancé con tiburón) el “gapión” (gato con papión sagrado), el “lobra” (lobo con cobra)... y un amplio catálogo que se puede consultar en http://relatosdemiguel.blogspot.mx/2009/07/manual-de-zoologia-fantastica.html.
De la múltiple fauna han quedado para el uso familiar cotidiano el gapollo y el galobo.
Un personaje que debe acompañarlos es el “gabaleón”. Éste es una creación de la familia Báez. La historia forma parte de la entrada del Blog de Piedras titulada “Léxico familiar” que cité en la pasada entrega.
En palabras de Francisco Báez, el relato va así: “Mi mamá decía: “Comiste como Heliogábalo”, de quien yo sabía vagamente que había sido un emperador romano. La historia antigua no era el fuerte de mi hermano Edgar, y menos cuando niño. Un día se tragó un pollo entero y al final exclamó: “Comí como un gabaleón”. Sobra decir que el mítico gabaleón sustituyó de inmediato al histórico Heliogábalo en el léxico familiar.” (http://panchobaez.blogspot.mx/search/label/L%C3%A9xico).
Como el término “gabaleón” resulta bastante expresivo, también en casa adoptamos la palabra.
Cuando niño, yo tenía una palabra para describir una superficie llena de agujeros o un patrón repetitivo de oquedades y protuberancias. Ver eso me producía una sensación de desagrado. La palabra era “conocas”. Ahora, gugleando me encuentro con que es el nombre de una población en Jalisco.
Otra palabra inventada, ya no familiar ni infantil, es “jitanjáfora” que, según el DLE es “Texto carente de sentido cuyo valor estético se basa en la sonoridad y en el poder evocador de las palabras, reales o inventadas, que lo componen.” El mismo diccionario cuenta el origen del término.
“Palabra con la que finaliza el tercer verso de un poema que, repleto de voces sin significado, pero de gran sonoridad, compuso en 1929 M. Brull, 1891-1956, poeta cubano, y de la que se valió Alfonso Reyes, 1889-1959, humanista mexicano, para designar esta clase de enunciados.”
El gran Lewis Carroll hacía uso extenso de palabras inventadas como “Snark”. “Quark”, término utilizado por James Joyce, otro gran acuñador de palabras, en su novela Finnegans Wake, sirvió a Murray Gell-Mann para nombrar a unas de las partículas subatómicas constituyentes de la materia.
Gogol (gúgol) es una palabra inventada por el sobrino de nueve años de Edward Kasner. El matemático pidió al chico un nombre para el número uno seguido de cien ceros.
De esta palabra tomaron los inventores de Google la denominación para su buscador.
Serendipia también es invento (“Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. El descubrimiento de la penicilina fue una serendipia.”, dice el DLE). Su autor, fue Horacio Walpole, quien la tomó del cuento persa “Los tres príncipes de Serendip”, personajes a los que les ocurrían un sinnúmero de casualidades.
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Regaños. Dicen nuestros políticos y repiten los reporteros y lectores de noticias, tan ilustrados ellos, “hay que acabar con la tramitología”, “no hay que hacer caso de los rumorólogos”.
Y algunos de ellos creen que son “comunicólogos”.
Vaya. Si fueron a la preparatoria fue para usar las instalaciones deportivas, pero a la clase de etimologías no entraron. Pero ahora que lo recuerdo, desde la primaria le explican a uno que el sufijo “logos”, entre sus varias acepciones tiene la de “estudio” y nunca de “exceso” o “exageración”.
Así, el político y sus corifeos deben decir “hay que acabar con la “tramititis”. “Hay que hacer caso de los “rumorólogos” (los que estudian el rumor) y no de los “rumoradores” (los que esparcen versiones malintencionadas). Rumorólogos  son Allport y Postman (Teoría del rumor, 1973) y, quizá lo fui yo cuando realicé mi tesis.
“Itis” es sufijo que denota inflamación: “apendicitis”, “otitis”, “flebitis”. Se usa figurativamente para algo excesivo: “pendejitis” o exagerado: “tramititis”.
Un “comunicólogo” es aquel que estudia los fenómenos de la comunicación, Los que cursaron la carrera de comunicación (que no “comunicaciones”) y trabajan en los medios son “comunicadores”.
Comunicólogos son Raúl Trejo (y él no alardea, se presenta como periodista) y Marshall McLuhan.
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Gerardo Galarza envía su aportación a “Giros”: “1.- El Caballo Blanco de la canción homónima de mi paisano José Alfredo Jiménez no tiene nombre propio; es un simple caballo blanco. Sin embargo, la pulsión por bautizar tiene sustento en la anécdota o quizás leyenda de que José Alfredo bautizó así a su auto Ford Falcon blanco, que habría sido la inspiración de su corrido.
2.- Para enriquecer el “léxico familiar” con el nuestro: “Más vale prevenir que lamentársela” y “Donde manda el capital, no gobierna el monedero”.
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Tambor es el nombre del caballo en el que Carlos IV aguarda restauración. El dato lo proporcionó en Crónica nuestra historiadora Bertha Hernández (“El Caballito por dentro” http://www.cronica.com.mx/notas/2016/976661.html).
A la pregunta de El Arca de Arena respondieron María de la Luz Rodríguez y Marielena Hoyo, quien añade que era “un caballo percherón de origen poblano (...), propiedad del Marqués del Jaral del Berrio, que por cierto fue descrito como 'percherín'”.
Y Ahora El Arca de Arena pide un bisílabo grave que es sinónimo de currículum, se usa más en Centro y Sudamérica. Viene del latín y del francés, lengua en la que es arcaísmo y significa tarea ardua o desagradable.

10 09 16
Publicado en La Crónica de hoy

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