lunes, 12 de marzo de 2018

¿Argumentos o falacias? Créale a las campañas

Carlos Alberto Patiño

 


¿Qué tan válida puede ser una opinión? ¿Qué la hace valer?
En estos días y meses que corren, las opiniones nos inundan, amenazan con aplastarnos. De todas partes, por todos los medios nos llegan mensajes encaminados a influir en nuestras decisiones.
Hay alegatos, ataques y pocas proposiciones.
¿Cómo podemos cribar ese alud? ¿Cómo separamos el grano de la paja?
En primer lugar, es importante tener cuidado con los adjetivos, que de calificativos se convierten en elementos de descalificación.
Con un adjetivo se pone de lado lo sustancial. Se dirige la atención a alguna característica que no siempre es cualidad. Se relega o disminuye lo sustantivo.
Los discursos de campaña están llenos de estos elementos.
En un mundo ideal, donde las formas de la democracia sí correspondieran a las ideas democráticas, los discursos contendrían propuestas sólidas y realizables, no promesas vanas, panegíricos, acusaciones ni vituperios.
No perdamos de vista que el objetivo de los políticos en campaña es persuadir. Y con esa meta se suelen valer de dos vías: La argumentación o el engaño.
Se entrambulican ambos caminos de manera descarada. Así es la política y así son los políticos.
Argumentar es presentar razonamientos que demuestren una proposición.
Deberían ser los ladrillos para construir los discursos, las columnas, los artículos… deberían ser.
Los argumentos, como razonamientos que son, deben partir de premisas verificables.  Una buena argumentación debe ser consistente; es decir, no tiene que incluir contradicciones. La argumentación se dirige a demostrar un punto. Si está bien hecha, le dará al público los elementos para que tome una decisión, por ejemplo, emitir un voto.
¿Son así los mensajes que nos apabullan?
Así como con los adjetivos, tenemos que  tener cuidado con las falacias.
Son estas formas argumentales juicios tramposos; aparentan ser demostraciones ciertas, pero envuelven el grano de la falsedad.
Las hay involuntarias, se tropieza con ellas por mera torpeza lógica o falta de rigor.
Y las hay interesadas, pergeñadas con mala leche, como salidas del ministerio de Joseph Goebbels. Albergan dolo entre sus  componentes, su intención es aviesa.
Si en la prepa, además de todo lo que se hace en esa etapa, a veces, un poquito, nos dedicábamos a estudiar, sabremos de lo que se habla.
De cualquier modo, hagamos un repaso.
Se incurre en la falacia cuando se extraen conclusiones que no corresponden a las premisas. Pueden éstas ser verdaderas, pero el juicio, falso.
Hay casos de aparente veracidad, pero apuntaladas en falsas premisas. La falla no es siempre en el criterio de verdad, sino la construcción del razonamiento… Voluntaria o involuntariamente.
Desde Aristóteles están bajo la mira las falacias. Volvamos a la prepa y veamos algunos ejemplos.
La típica es la de falsa conclusión. Es el caso de las orejas de burro:
Los burros tienen orejas/Sócrates tiene orejas/Sócrates es un burro. Es muy simple, elemental, y nos la quieren aplicar tantas veces.
Continuemos con el repaso.
La falacia de falsa generalización es frecuente, vean si no el viejo eslogan de la cervecería Modelo. Es de los años 40 del Siglo XX: “Veinte millones de mexicanos no pueden estar equivocados”, pero que creen, la mayoría no hace verdad, aunque nos acomode. Es del tipo “Por el bien de todos”
¿Es tan difícil atender a la razón? Los autores de campañas publicitarias y propagandísticas suponen que no y creen que votaremos por un candidato sólo porque Yuawi nos cae bien. Es un chico carismático, de hecho lo es más que su candidato, que solo acierta a fungir como comparsa en un promocional. ¿Eso los convenció de dar su voto? 
La pregunta es tonta, pero ahí está el promocional.
La falacia llamada de conclusión irrelevante es típica. Es la que argumenta a partir de cualidades de una persona que no necesariamente corresponden a la función que deben desempañar, como a los futbolistas… quise decir boxeadores, a los que se lanza a un puesto de responsabilidad. La construcción va así, sin futbolistas ni boxeadores ni otros especímenes que no es oportuno mencionar: “Juanito es un corredor, va a misa y es buen padre. Merece ganar la medalla”.
La falacia por argumento ad hominem es la que descalifica a la persona antes que al argumento. “Fulano es de la mafia en el poder”, pero está la más burda y cotidiana, no la justificaré, aunque alcanzo a entenderlo: “Lo dice Alejandro, pero es americanista”.
Está la contraparte, no los que les van a las Chivas o al Cruz Azul, que los hay, sino a la apelación a la autoridad. Es como cuando citamos a Einstein para justificar cualquier argumento o al Papa o al Chicharito: “Como Einstein decía, todo es relativo”, “Como dijo el santo Papa… sólo Veracruz es bello”, “El Chicharito toma Coca-cola” O esta que es típica, “Me dijo mi cuñado que va a temblar y él trabaja en la Universidad”. (Es contador)
Falacias, las hay a granel. Aparecer como víctima es una de frecuencia inconmensurable: “Es compló”, “todo fue legal, es campaña en mi contra”... Y las que usted identifique.
Los encuestadores saben que no deben confundir con las preguntas ni inducir las respuestas, así que para ellos no van los siguientes ejemplos, como el de la pregunta compleja, cuando se pide una respuesta a dos o más cuestionamientos o a una inquisición  ambigua: “¿Quieren portarse bien y callarse?” ¿Y si nada más necesitamos que se callen?
Otra: “¿Ha dejado de emborracharse?” La respuesta implica que siempre se emborracha.
Y aquí vamos con el énfasis como recurso falaz. Ocurre cuando se destaca uno de los elementos del enunciado: Un día, el capitán de un navío anota en la bitácora: “Hoy, el contramaestre estaba borracho”.
El aludido lee la bitácora y reacciona. Escribe: “hoy el capitán estaba sobrio”. No mentía, pero dejaba entrever que el oficial no siempre lo estaba.
Otro ejemplo clásico es el de el ídolo nacional: “Pedro Infante no ha muerto… Vive en el corazón de los mexicanos.
Llegamos a la falsa causa. Se relaciona causalmente a dos fenómenos de ocurrencia simultánea: “Me tomé el refresco y me empezó a doler la cabeza. El refresco provoca dolor de cabeza”. O el ejemplo experimental: “Tomé ron con agua mineral y me embriagué. Tomé whisky con agua mineral y me embriagué. Tomé vodka con agua mineral y me embriagué. Ten cuidado con el agua mineral”
No todos los casos son tan evidentes. Las argucias de los propagandistas son a veces obvias, a veces sutiles. Como las voces de los íncubos y súcubos, a cual más seductora.
De eso se trata, de obnubilar la razón para que se actúe por la emoción.
“Estad despiertos”, recomendaba el evangelista Marcos.
Aunque, optimista, pienso en lo que decía Don Quijote en el capítulo XXII de la primera parte: “Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni encanto que le fuerce”.
Así sea en la temporada electoral.
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Llegado hemos a El Arca de Arena. Buscábamos “una expresión latina de doble palabra. Tiene que ver con el tema de la pasada entrega de Giros. Originalmente se refería a la tablilla sin marcas, cuando aún no recibían ningún texto. Actualmente equivale a desentenderse de los matices, de ignorar diferencias y actuar como si todo fuera parejo. Puede significar “borrón y cuenta nueva”, “partimos de cero”. Es la “tabula rasa”, como respondieron Marielena Hoyo y Bertha Hernández.
Ahora El Arca va por un sinónimo de la palabra que se usó en uno de los primeros párrafos de esta entrega para hablar de un encomio. Es un discurso laudatorio. El diccionario académico lo asocia con Baco o Dioniso.

Publicado en La Crónica de hoy 
 
10 03 18  
 

 

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