lunes, 27 de febrero de 2017

Las primeras palabras


Carlos Alberto Patiño
¿Cuándo se escribió por primera vez en español? ¿Cuáles fueron las primeras palabras de nuestro idioma plasmadas en una superficie?
Mucho tiempo se tuvo como verdad que fueron las Glosas Emilianenses, así llamadas porque se encontraron en el monasterio de San Millán (Emiliano) de la Cogolla, en La Rioja.
Datan del siglo XI y son las glosas o anotaciones que hicieron uno o dos monjes en los márgenes de un texto latino que copiaban. Eran como un apoyo para entender el contenido. Era el idioma que hablaban los religiosos, el que se había desprendido del latín vulgar en las tierras de la Hispania. Era ya el español.
Estos textos se hallaron en el monasterio “de Suso”, parte del conjunto de San Millán. La palabra la conocimos la semana pasada. ¿Recuerdan que significa “arriba”? La otra parte del convento es conocida como “de Yuso”, “abajo”.
Son más de mil las notas en español y algunas en vasco. Una de las más largas y conocidas es ésta: “no Christo, dueno/salbatore, qual dueno/get ena honore et qual/duenno tienet ela/mandatione con o
patre con o spiritu sancto/en os sieculos de lo sieculos. Facanos Deus Omnipotes/tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen.
Puesto en castellano actual es “Con la ayuda de nuestro/Señor Cristo, Señor/Salvador, Señor/que está en el honor y/Señor que tiene el/mandato con el/Padre con el Espíritu Santo/en los siglos de los siglos./Háganos Dios omnipotente/hacer tal servicio que
delante de su faz/gozosos seamos. Amén.
Hay más documentos.
La llamada Nodicia de kesos data de 959, unas décadas antes de las Glosas. Fue escrita en la Rozuela, ayuntamiento de las Chozas de Abajo, en León. Es una lista de víveres y consumo escrita por el hermano Ximeno, responsable de las provisiones del convento de los santos Justo y Pastor. Eran religiosos los pocos que entonces sabían leer y escribir, de ahí que los documentos vengan de conventos.
Esta relación contiene alrededor de 50 palabras escritas en un idioma que ya no es latín sino una lengua romance.
Seguimos. Están las Glosas Silenses del monasterio de Santo Domingo de Siles. Son también anotaciones al margen de escritos latinos. Datan de finales del siglo XI.
200 años antes, en el siglo IX, en Burgos, concretamente en el monasterio de Santa María de Valpuesta, otros monjes dejaron su huella en “una lengua latina asaltada por una lengua viva”, a decir de la RAE.
Los documentos son conocidos como el Cartulario de Valpuesta. Estuvieron mucho tiempo en entredicho, pues parte de sus fojas eran falsificaciones hechas por los mismos monjes para atribuirse antiguos privilegios reales que no tenían.
Sin embargo, filólogos y paleógrafos separaron el trigo de la paja y ya se tienen los documentos que pueden contener las primeras palabras en español.
En realidad no se puede establecer una fecha de lo que llaman —incluso los académicos— “el nacimiento del español”. Tenemos, si acaso, el testimonio de los primeros escritos de un idioma que llevaba siglos gestándose.
En paralelo surgió otra lengua romance de efímera vida, el mozárabe. En este idioma se escribieron poemas conocidos como jarchas y son los ejemplos más antiguos de poesía escritos en lengua romance.
Aquí está un par de muestras.
“¡Tant’ amáre, tant’ amáre,/habib, tant’ amáre!/Enfermiron welios nidios/e dólen tan málē.”
En español actual es: “¡De tanto amar, de tanto amar,/amigo, de tanto amar!/Enfermaron unos ojos antes sanos/y que ahora duelen mucho.”. La jarcha es de Yosef al-Kātib.
Esta otra es de Yehuda Halevi: “Garīd boš, ay yerman ēllaš/kóm kontenēr-hé mew mālē,/Šīn al-ḥabī bnon bibrēyo:/¿ad ob l’ iréy/demandāre?
La traducción: Decid vosotras, ay hermanillas,/¿cómo he de atajar mi mal?/Sin el amigo no puedo vivir:/¿adónde he de ir a buscarlo?
El primer texto escrito en el territorio continental americano es, sin duda, de Hernán Cortés.
El antropólogo Luis Barjau asegura que el primer documento es la Real ejecutoria de S.M. sobre tierras y reservas de pechos y paga perteneciente a los caciques de Axapusco, de la jurisdicción de Otumba.
El documento se encuentra en el Archivo General de la Nación y a partir de su estudio, Barjau hizo el libro Hernán Cortés y Quetzalcóatl (El Tucán de Virginia, 2011).

.-.-.-.-.-.-

Regaños. Nuevamente Marielena Hoyo me señala un motivo de regaño. Es una nota que circuló en varios portales, pero ella lo vio en Crónica. Dice: “EL HECHO/CUCARACHA VIVA EN CEREBRO DE INDIA”, y el texto era:
“Mientras dormía, sentía hormigueo en la nariz. La causa, una cucaracha que llegó viva a su cerebro. Tras cirugía de 45 minutos, lograron sacarla y salvarla así de infección grave si se pudría dentro”.
Comenta Hoyo que llamó su atención “que tan delicado y arriesgado trabajo fuera para poner a salvo a un bicho generalmente muy despreciado”.
Claro, hay una anfibología que nos lleva a confundir la infección que podría aquejar a la paciente con la que presentaría el insecto. Pero hay un error más grave. La cucaracha se introdujo por la nariz y no hay manera de que llegara al cerebro. Tenemos algo que se llama cráneo. Es de hueso y la nariz no es ninguna puerta. Pudo haber llegado a la base de la bóveda craneal, pero de ahí al cerebro…

.-.-.-.-.-.-

Radix. Pidió Mangel explicación de la raíz “trico” como en tricocéfalo. El griego thrix, trikhos significa “pelo”. Así el tricocéfalo es un parásito con cabeza en forma de pelo. Es un gusano que habita en el intestino. Con la misma raíz está “tricofagia” que es la manía de comer pelo y “tricofobia” el miedo al cabello. “Tricorrea” es la caída anormal del cabello y “tricosis” es cualquier anomalía o enfermedad en el pelo.
“Tricófero” se llamaban elíxires y tónicos para el pelo que abundaban en los siglos XIX y XX. La publicidad de uno de ellos rezaba: “EL TRICÓFERO DE BARRY nutre los tejidos del cuero cabelludo, que suministran la fuerza generadora del cabello. El Tricófero es, ciertamente, un nutritivo del cabello. Elimina la causa de la calvicie, reconstituyendo el cuero cabelludo gastado e impotente. El público usa esta preparación desde 1801, cuando por primera vez se dio a conocer. Por más de cien años pues ha crecido al compás de la civilización.”
Una maravilla y todavía se vende.
.-.-.-.-.

El Arca de Arena pidió la denominación de un asesor o consejero que no figura en el Diccionario de la lengua española (RAE). Es un cargo de la antigua Grecia, pero Julio Cortázar lo toma en una gran novela y lo transforma en un ser fluctuante, ubicuo, intercambiable, siempre antecedido del posesivo “mi”.
Marielena Hoyo respondió “paredro”. El personaje aparece en la novela 62/Modelo para armar. Nos recuerda doña Marielena que mi paredro tenía como mascota a un caracol llamado “Osvaldo”.
Así habla Cortázar de su personaje: “... ya se ha dicho que la atribución de la dignidad de paredro era fluctuante y dependía de la decisión momentánea de cada cual sin que nadie pudiera saber con certeza cuándo era o no el paredro de otros presentes o ausentes en la zona, o si lo había sido y acababa de dejar de serlo. La condición de paredro parecía consistir, sobre todo, en que ciertas cosas que hacíamos o decíamos eran siempre dichas o hechas por mi paredro, no tanto para evadir responsabilidades sino más bien como si en el fondo mi paredro fuese una forma de pudor... Incluso había veces en que sentíamos que mi paredro estaba como existiendo al margen de todos nosotros, que éramos nosotros y él, como las ciudades donde vivíamos eran siempre las ciudades y la ciudad;..., como si en algunas horas privilegiadas saliera por sí mismo mirándonos desde fuera.”
Muy satisfecha, El Arca dice: “Aquí está el monumento fúnebre, pero el muerto está en otro lado.” ¿De qué hablamos?

25 02 17 


Publicado en La Crónica de hoy


No hay comentarios:

Publicar un comentario