sábado, 18 de febrero de 2017

Antiguas y cortas

Carlos Alberto Patiño 

Revisando que estaba el libro Español 3 para la secundaria (Alma Yolanda Astudillo, Irma Itzihuani Ibarra, Javier Luna y Anna Lilia Luna) encontré una lección dedicada al lenguaje del Renacimiento (Siglo XVI).
Además de hablar de obras como El Lazarillo de Tormes, La Celestina, el Amadís de Gaula y hasta el Quijote que ya es del siglo XVII, incluye un glosario de época que es irresistible.
Entre las palabras que llamaron mi atención están “yantar”, que quiere decir “comer al mediodía”; “adeliñar”, “alguandre” y “auze”, que son “encaminarse”, “jamás” y “buena ventura”.
“Arrendar” no es rentar, sino “atar el caballo”; “ardido” es “valiente” y “ayuso” significa “abajo”; “cuidar” es “pensar” y “coyta” es “cuita”.
“Debdo” es “deber”, “sodes” equivale a “sois” y “suso” es “arriba”. “Yacunato” es “algo”; “ventado”, “descubierto”; “huebos” significa necesario y “odio”, “oyó”. “Otrosi” es “también”; “ubiar”, “socorrer” y “tuerta”, “vuelta”.
Ya encarrerado me fui a asomar al Lazarillo y ahí me encontré estas otras expresiones:
“Rifar” tiene el sentido de “reñir” (que se conserva en el lenguaje popular), “terciana” es “fiebre que se presenta cada tercer día” y “zaide” es “señor”. “Trebejando” significa “jugando”. “Pluguiera” equivale a “placiera” (y se ha convertido en un cultismo).
“Gallofero” es una palabra que se me antoja incorporar a mi lista de ganapanes y gandules. Es un “haragán, vagabundo, holgazán y limosnero.”
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¿Y las más cortas? Si las más largas nos ocuparon, las palabras más cortas también merecen tratamiento.
Por supuesto, son las que tienen una sola letra: “a”, “e”, “i”, “o”, “u”, “y” y “x”.
Originalmente no iba a incluir la “i”, pues de no ser el nombre de la letra, no conocía otro término. Pero me topé con el “número i”. Este guarismo representa la raíz de menos uno. Es lo que los matemáticos llaman un número imaginario.
Ahora veamos la “a”. Es preposición con muchos usos. El Diccionario de la Real Academia explica que, entre otros usos, “precede al complemento directo cuando éste es de persona determinada o está de algún modo personificado. Respeta a los ancianos. Acabamos de vacunar al perro.”
“Precede al complemento indirecto. Legó su fortuna a los pobres.”
“Introduce un complemento regido por determinados verbos, adjetivos y nombres. Empezar a correr. Disponerse a escapar. Parecerse a alguien. Suave al tacto. Propenso a las enfermedades. Sabor a miel. Temor a las alturas.”
“Indica la dirección que lleva o el término a que se encamina alguien o algo. Voy a Roma, a palacio. Estos libros van dirigidos a tu padre.”
También “indica una orden o exhortación. ¡A la cárcel! ¡A comer! ¡Todos a la mesa!”
Presenta la situación de alguien o algo. “A la derecha del director. A oriente. A occidente.”
“Denota el modo de la acción. A pie. A caballo. A mano. A golpes.”
Y sigue la “e”. Igual que la “i”, es un número, el conocido número de Euler. Es el irracional que sirve como base a los logaritmos neperianos o de Napier.
La “e” es conjunción copulativa que sustituye a la “y” antes de palabras que empiezan con “i” o “hi” (no así cuando la palabra subsecuente empieza con “hie”: “Leones y hienas”, “nieve y hielo”.
Es en esta función una evolución del “et” latino.
La “o”. No hay o no encontré “número o”. Es la conjunción disyuntiva que, según el DLE “Denota diferencia, separación o alternativa entre dos o más personas, cosas o ideas. Antonio o Francisco. Blanco o negro. Herrar o quitar el banco…
Se usa “generalmente ante cada uno de dos o más términos contrapuestos. Lo harás o de grado o por fuerza.”
De igual manera, “denota equivalencia, significando ‘o sea, o lo que es lo mismo’...”
En español antiguo significaba “en donde”.
La “u” (“como la cuerda con que siempre saltas tú”, Cri Cri dixit) es la conjunción disyuntiva que se usa en lugar de “o” antes de palabras que empiezan por “o” o por “ho”.
De la “y”, dice el DLE que es una conjunción copulativa que sirve “para unir palabras o cláusulas en concepto afirmativo. Si se coordinan más de dos vocablos o miembros del período, sólo se expresa, generalmente, antes del último. Ciudades, villas, lugares y aldeas. El mucho dormir quita el vigor al cuerpo, embota los sentidos y debilita las facultades intelectuales.
Asienta también que se usa “a principio de período o cláusula sin enlace con vocablo o frase anterior, para dar énfasis o fuerza de expresión a lo que se dice. ¡Y si no llega a tiempo! ¿Y si fuera otra la causa?...”
Finalmente la “x” representa una incógnita y se usa como adjetivo no determinado: “el señor ‘x’ es muy afortunado”.
¡Ah!, es el nombre de los famosos rayos descubiertos por Wilhelm Conrad Röntgen en 1895.
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Del tema de la entrega anterior, Mangel me hizo la sugerencia de incluir “Parangaricutirimícuaro” entre las palabras más largas. Tiene 22 letras, pero es nombre propio, le dije. Pero no lo es “desemparangaricutirimizar”, como en el trabalenguas, me dijo. Son 25 caracteres. Y rizando el rizo tenemos “desemparangaricutirimizador” (27) y “desemparangaricutirimizarse” (27).
También pidió “trigonometría” (13); Bertha Hernández sugirió “desoxirribonucleico” (19) y el DLE añade “desoxirribonucleótido” (21).
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Regaños. La agencia Notimex en su sección de videos, dentro de la categoría “Literatura y autores” pone: “Violeta Parra”, una gran poetiza: Los Folkloristas”.
Estoy seguro de que los músicos no son culpables de ese desastre.
Lo es quien escribió el titular e imagino que, como el corrector cibernético no marcó error, el artífice ni cuenta se dio del desaguisado. “Poetisa” es el femenino ahora denostado de “poeta” y va con ese.
Si al pasar el corrector electrónico no marca error, es porque éste ¿piensa?, ¿supone? (¿hasta dónde llega la inteligencia artificial?) que es la tercera persona del presente del verbo “poetizar”: “Él poetiza”, él hace poemas.
Hoy en día, muchas escritoras prefieren ser llamadas “poetas” en lugar de “poetisas”. Quién sabe en qué momento del siglo pasado, alguien le vio un tono despectivo a la palabra. En realidad no lo es como sí lo es “poetastro”.
Pero, hay autoras a las que la denominación no les hace mella, aunque son pocas. Esas cuestiones de “género” ¡Qué se le va a hacer!
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Radix. Vocare es “llamar” en latín. Está en palabras como “vocación” que es “el llamado”. Es la voz que atrae al servicio de Dios. Los seminaristas creen haber sido convocados, pero deben estar seguros antes de recibir las órdenes. Si no, al Siglo, donde reinan mundo, demonio y carne.
“Vocación” es también la disposición a desarrollar una profesión u oficio, una actividad de vida.
La orientación vocacional aspira a guiar a los jóvenes a que elijan una profesión a partir de las aptitudes personales y de la información profesiográfica.
Vocare también está en “vocativo”, uno de los casos de la oración que lleva una coma obligatoria. Implica, asimismo, el llamado, como en “Anita, lava la tina”; “Dios, ten piedad de mí”; “señora, de la tienda la llaman” (si se quita la coma, cambia el sentido; queda como apodo: “‘Señora de la tienda’, la llaman”).
En “abogado” no se nota, pero ahí está. “Ad auxilium vocatus” = “advocatus”: Al que se llama para que preste auxilio.
“Vocablo” es llamar, dar nombre, la palabra que denomina un ser, objeto o fenómeno; y “vocabulario” es un conjunto de vocablos”.
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“Falaz” es la palabra que pidió El Arca de Arena. Bertha Hernández, Mangel, Marielena Hoyo y Luz Rodríguez respondieron rápidamente. Francisco Báez también lo hizo, pero recibió como pista un chiste privado periodístico que no repetiré.
Va el requerimiento de El Arca de hoy. Es un asesor o consejero. La palabra no figura en el Diccionario de la lengua española (RAE). Es un cargo de la antigua Grecia, pero Julio Cortázar lo toma en una gran novela y lo transforma en un ser fluctuante, ubicuo, intercambiable, siempre antecedido del posesivo “mi”.

18 02 17


Publicado en La Crónica de hoy


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