martes, 7 de agosto de 2018

¡Ánimo con los ~ónimos!


Carlos  Alberto Patiño


  Iba a escribir sobre los hiperónimos, pero la raíz de la palabra me entretuvo; luego fue el sufijo el que atrajo mi atención.

La primera significa superior, exceso, algo más grande como en “hiperactivo” o en el neologismo “hipermercado” (Nada que ver con la “y perfumería” del viejo chiste). En “hipertenso” también está la raíz, en este caso para hablar de alguien que padece alta presión arterial.
En “hipérbaton” significa lo que va encima. Literalmente es lo que va por encima del orden. Recordemos que esta figura literaria es la alteración del orden sintáctico de la oración.
Les decía que el sufijo también me desvió de mi objetivo inicial. “Onoma” es elemento inseparable que significa nombre, como en onomástico.
En español lo utilizamos como el sufijo
“~ónimo”.
Y aquí fue donde se me entrambulicaron los senderos.
No es que el bosque me haya impedido ver los árboles. Es que cada uno, me obligaba a detenerme para observarlo.
Las palabras terminadas en “~ónimo” se refieren a conjuntos que tienen algo en común.
Por ejemplo, los homónimos son términos que tienen el mismo nombre pero difieren en significado; los sinónimos significan lo mismo pero tienen diferente escritura.
Antónimos, parónimos, topónimos, acrónimos son vocablos más o menos comunes en nuestro lenguaje.
Pero hay otros harto extraños, poco comunes y hasta sofisticados.
Es el caso de los retrónimos que ya nos habían dado de qué hablar (“Retrónimos y neologismos”).
Recordemos, son neologismos para redefinir conceptos que han debido modificarse por la aparición de un elemento novedoso, más reciente y que hace necesario ampliar la explicación para marcar diferencias, como la guitarra acústica, a la que nadie llamaba así hasta que apareció la eléctrica. O teléfono fijo, física clásica, etcétera.
Un “exónimo” es el nombre que una comunidad da a un lugar ajeno a su ámbito, es una denominación externa. Por ejemplo, Londres es un exónimo de London, el nombre que le dan sus habitantes. “Le Mexique” es el exónimo francés para México.
Necesariamente hay “endónimos”, los nombres que las comunidades dan a sus lugares. Así, Beijing es el endónimo de lo que para nosotros es Pekín.
México tuvo mucho tiempo el exónimo Méjico, hasta que logramos endilgar a los gachupines esa “x” (que algo tiene de cruz, según reza el poema patriótico “Credo” [México, creo en ti] de El Vate Ricardo López Méndez).
Para Belice es lo mismo con Belize y para Burdeos con Bordeaux.
Veamos un ~ónimo un tanto más extraño, el “tautopónimo”.
Es un topónimo (el nombre propio de un lugar) redundante. Como el queretano “Arroyo seco”. Algunos exónimos ocultan la tautoponimia en las traducciones. Es el caso del desierto de Gobi, donde “gobi” significa una gran zona desértica, o el “desierto del Sahara”, del árabe “gran desierto” o el de Lut, en Irán, que en persa se llama Dash-e-Loot, lo cual equivale a “el desierto del vacío.”
Los ríos Misisipi y Paraguay caen en esta figura. En la lengua algoquina y en la guaraní los dos nombres se refieren al “Río Grande”.
“Textónimo” es un neologismo sin mucho futuro. Rápidamente lo rebasó la tecnología. Es el término para designar a los grupos de palabras cuyos caracteres se escribían con las mismas teclas numéricas de los teléfonos. El número dos, por ejemplo, corresponde a las letras A, B y C, y el tres a D, E, F. Entonces, las palabras casa, cara y capa son textónimos que se escriben con la serie 2272. Con la incorporación de los teclados alfanuméricos virtuales esta categoría dejó de ser útil.
El “aptónimo” es una cosa muy chistosa. Se refiere a nombres que reflejan las características de las personas. Uno que es casi broma es el del exministro del Interior español Jaime Mayor Oreja. En la novela Ulises, de James Joyce, hay un personaje denominado Mackintosh que precisamente viste un abrigo de ese tipo (mackintosh).
El clavadista Fernando Platas sólo ganaba medallas de plata en olímpicos y mundiales.
Larry Speakes, cuyo apellido puede traducirse como “el que habla”, era el vocero de Ronald Reagan.
En contraparte están los “inaptónimos” que refieren características de las que carecen sus portadores. Como el rubio señor Prieto, el gordo Delgadillo o el señor Chaparro que mide 1.80.
Un “decrónimo” es un acrónimo encriptado o disfrazado. Se forma desplazando los caracteres de la palabra respecto de su posición alfabética. Uno de los más famosos es el de HAL-9000, la supercomputadora de 2001 Odisea en el Espacio, de Stanley Kubrick. Las siglas corresponderían a las de IBM.
Muy de moda están los “numerónimos”. Son términos que contienen números como el 11-S, para los atentados del 11 de septiembre en las Torres Gemelas, o el 19-S, para el sismo del 19 de septiembre de 2017 o el Y2K, el famoso error de fechas en las computadoras para el año 2000.
“Odónimos” son los nombres de las vías de comunicación: Paseo de la Reforma, Avenida Revolución, Autopista del Sol, Carretera Panamericana.
“Eoilónimos”, “hidrónimos” y “orónimos” son los términos para las denominaciones de vientos, cuerpos de agua y accidentes orográficos, respectivamente.
¿Y los hiperónimos, origen de este texto?
No los he escamoteado, ya les dije que me distraje.
Son palabras cuyo significado incluye el de otras palabras, es una categoría general. Por ejemplo, animal es hiperónimo de león, perro y águila.
El hiperónimo viene de la mano con el “hipónimo”, que es el caso recíproco. Gato, pantera, león son hipónimos de felino.
Regaños. El mal ejemplo cunde y así ha ocurrido con la mala práctica de hablar en infinitivo reflexivo. Es maña de reporteros de radio y televisión y también de algunos políticos.
No incurren en la forma de la supuesta habla de los apaches, que no incluye conjugaciones, sino infinitivos.
Nuestros “comunicólogos” comienzan una oración de esta forma: “Decirte que la circulación está bloqueada” o “informarles que el secretario de Economía anunció…”. “Saludarte y contarte que…”
Se comen palabras e ideas. ¿Algún trabajo les cuesta iniciar la oración con las palabras quiero, debo, tengo que…, de manera que la idea quede completa?
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Sobre los balones y pelotas. Marielena Hoyo nos dice “el balón no puede describirse como ‘esférico’, ya que es ‘geométricamente descrito como un icosaedro truncado en sus vértices, lo que más se aproxima a una esfera’” Nos da la siguiente referencia de El País: “Las pelotas no son redondas: las matemáticas te lo explican”
Por casualidad, estuve platicando con un matemático y le conté el dicho de doña Marielena. Él reflexionó un poco y me dijo “para efectos prácticos, consideremos al balón como una esfera”
Son dos posturas que me parecen válidas.
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Para el Arca de Arena hubo respuestas de Marielena Hoyo y de Tarsicio Javier Gutiérrez. La pieza que sirve de soporte para que gire un eje se llama buje. Su origen latino es buxis, caja.
Un sinónimo pide El Arca. Lo es de galopillo, el ayudante de cocina, pero no es el que están pensando por su uso en México para adjetivar a algo o alguien como despreciable o insignificante. Viene del francés y remite a una olla con tapa.

 04 08 18
Publicado en La Crónica de hoy
 

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