sábado, 21 de mayo de 2016

Hacer el oso

Carlos Alberto Patiño

Hacer el oso es hacer el ridículo. Y es una expresión muy humillante para un personaje magnífico.
¿Cómo pasó de ser uno de los animales más admirados y poderosos a ser símbolo para el escarnio?
Tiene que ver con la necesidad atávica de los humanos por disminuir a un enemigo al que se le teme.
También habría un fondo religioso, de atender a la hipótesis de Michel Pastoreau en su obra El oso, un rey destronado (Paidós 2008).
El medievalista y heraldista francés sostiene, a partir de profusos elementos y abundantes argumentos, que el oso perdió la batalla en el imaginario colectivo durante la Edad Media, conforme los pueblos paganos fueron evangelizados.
El oso puede erguirse en dos patas, como los humanos y, como está cubierto de pelo, fue fácil para los religiosos convertirlo en una especie de demonio.
Cita este autor increíbles historias sobre la pasión pecaminosa que la bestia despierta en las mujeres y el irrefrenable furor de la hembra del oso, que la llevaba a descuidar a sus crías por seguir a un macho.
Deveras era delirante la campaña contra los osos.
Los animales fueron expulsados de las colecciones de los señores feudales y relegados de la simbología heráldica.
El león, animal exótico en Europa, ganó el lugar del rey de los animales.
Vencer a un oso era prueba de hombría en algunos pueblos.
Alejandro Dumas cuenta en El maestro de armas la aventura que vivió su personaje cuando fue invitado por un grupo de rusos a cazar uno de estos plantígrados con sólo un cuchillo.
Dumas o uno de sus “negros” (Ojo, los políticamente correctos no deben ver en el empleo de este término nada relacionado con la raza. Es la denominación de un escritor que trabaja para otro sin crédito, pero mediante una paga) (Por cierto, Dumas tenía origen familiar haitiano; era mulato).
Decía que Dumas describe todo un procedimiento para llevar a un sitio específico al ejemplar, aturdirlo, obligarlo a ponerse en dos patas y, al momento en que éste abre las extremidades para dar su famoso y mortífero abrazo, con habilidad, precisión y rapidez, clavarle un cuchillo en el corazón.
Luego los mujiks que acompañaban a la partida cocinaron para el invitado las patas del animal a las brasas.
Según Dumas, es un manjar exquisito. A Pastoreau no le parece tan atractivo el platillo.
El oso termina por ser castigado por su naturaleza. Ni siquiera es un animal belicoso, pero tampoco es el benévolo Baloo ni el simpático Yogui. Si usted se mete con uno de ellos puede costarle caro.
Un osezno puede ser enseñado, mediante hambre y castigos, a comportarse como un payaso. Desde la parte final de la Edad Media ya había espectáculos de osos bailarines.
Muchos años recorrió las calles de la Ciudad de México un gitano que llevaba un oso macilento, al que hacía bailar al son de un pandero, representar a un soldado y a un borracho, entre otras gracias.
Este ejemplar vivía haciendo el oso.
Y no era ése el oso que se asea.
Como a las recientes generaciones los domina la pereza mental, ya no usan la expresión completa. Ahora ya nada más dicen “qué oso” y nunca se preguntan por qué sus desatinos toman al noble animal como su referente.
Y ya que se hizo el oso, ¿cómo está eso de “hacerse pato”, “hacerse buey” (o güey) u “ojo de hormiga”?
De eso tratará la siguiente entrega de Giros.
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Más perros

“Bastantes perros en el Zócalo” rezaba el pie que le puso un fotógrafo a su imagen del día. Y sí, eran hartos chuchos deambulando por la plancha de la Plaza de la Constitución.
Como pedí aportaciones perrunas, no tardó Francisco Báez en recordarme la película semidocumental Mondo cane (Perro Mundo) de los italianos Paolo Cavara, Gualtiero Jacopetti y Franco Prosperi (1962). Entre mis muy remotos recuerdos infantiles está este título. Nunca vi la película, pero se quedó la impronta.
“Perro Mundo” es también el nombre de la columna de David Gutiérrez en Crónica.
Hombre de conocimiento y razón, como es el doctor Báez, no pudo resistirse a usar el latín para expresar una advertencia pompeyana: “cave canem”, “cuidado con el perro.”
Bertha Hernández, nuestra historiadora, nos recuerda el juego de palabras que se hacía con los padres dominicos, responsables del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de la Fe. Les decían los “domini-canis”, los perros de Dios.
Hugo Martínez exclamó: "¡Primero perro!", para explicar que esa expresión se usa cuando te comparan con algo que te desagrada.
Para referirse a personas irremediablemente violentas o explosivas se dice: "Es como perro de rancho. Cuando hay pleito, lo sacan; cuando hay fiesta, lo amarran".
El profesor que firma como Keke Javo aporta: “Se llamaba ‘Lebrel’ al que se utilizaba para cazar liebres. Bernal Díaz relata una anécdota a propósito de los lebreles que traían en (creo) la expedición con Hernández de Córdoba. Al bajar a tierra, los canes echaron a correr y no pudieron recuperarlos antes de abordar nuevamente. Tuvieron que dejarlos. Sin embargo, en la siguiente expedición (Grijalva), los perros salieron al encuentro de los viajeros cuando desembarcaron cerca de ahí. Los europeos creyeron que igual los nativos se los habrían comido.”.
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El Arca de Arena recibió la respuesta de Marielena Hoyo. La petición era una palabra referida al tema perruno, pero el sentido relacionado con la costura de libros, con la encuadernación de los viejos volúmenes que al paso de los años no se deshojan, como los de ahora.
El término es “pasaperro”. Ella precisa que se encuadernaban pergaminos.
Nuestra colega, autora de la columna “Animalidades”, hizo algunos comentarios sobre los perros, pero el tiempo y el espacio me hacen dejarlos para más adelante.
Ahora de El Arca sale un anagrama de aquel que vende golosinas heladas en medio de un barullo o riña. Sirve para intercambiar ideas. 

21 05 16

Publicado en La Crónica de hoy

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