martes, 5 de diciembre de 2017

Divulgación

Carlos Alberto Patiño



La divulgación es una actividad apasionante y compleja. Es una de las tareas sustantivas de las universidades, a saber: docencia, investigación y divulgación.
Esto quiere decir que las instituciones de educación superior deben formar profesionistas, ampliar el conocimiento y extenderlo a la sociedad.
Cuando dos científicos comparten información están en un nivel técnico, especializado. Es comunicación formal.
Si hablamos de difusión estamos en un nivel que requiere que el receptor tenga una formación, digamos universitaria. Es un conjunto más amplio, pero limitado.
Y tenemos la divulgación.
Divulgar es hacer llegar al pueblo (vulgo) el conocimiento. Es en sentido literal una vulgarización de los temas que las ciencias estudian, explican, profundizan… ¡descubren!
Es ésta una tarea muy demandante. Requiere de capacitación en dos sentidos. Si el que divulga es un científico hay que darle las herramientas para que logre una comunicación efectiva con personas de todo tipo de formación. Recordemos que nuestro nivel educativo es de secundaria… de secundaria mexicana.
De ahí que el divulgador deba tener imaginación para elaborar mensajes comprensibles, empezando por una buena redacción.
Decía mi maestro, el periodista Alberto Bailey, que los temas difíciles, complejos, no se pueden explicar de manera sencilla. Se deben explicar de manera clara, sin dar por supuesto que todos los receptores conocen el tema.
La creatividad es importante. ¿Han visto a la doctora Julieta Fierro en patines para sus pláticas sobre astronomía?
Dense una vuelta por la colaboración del Chico Partículas, Cristóbal García Jaimes, en las páginas de Crónica. Es un joven dedicado a la física, pero sobre todo muy interesado en que muchos opten por seguir vocaciones científicas. Y eso se hace si se sabe que hay camino de ese lado.
Los medios, tradicionales y modernos, ofrecen oportunidades para divulgar. Desde los impresos hasta los memes. De todo hay que sacar provecho.
Por eso es importante que en todas las carreras se impartan materias de comunicación. Tarde o temprano serán instrumentos que ayuden a los profesionistas.
Y tenemos la otra vertiente, los comunicadores que han de involucrarse en la divulgación, por interés propio o por necesidad laboral.
La dificultad empieza desde la elección de carrera. No es un secreto ni una leyenda que muchos comunicadores optaron por una profesión huyendo de las matemáticas, las ciencias y la historia, tan llena de fechas.
Se decía, en el siglo pasado, que el periodista era la persona que se había quedado sin profesión.
Ya no es así. Ya, desde hace décadas, es una carrera con todas las de la ley. Hasta cédula profesional tenemos lo que sí nos titulamos. (De la tesis otro día hablamos, sólo citaré un meme para quien le embone el ejemplo: “La tesis no se crea ni se destruye, sólo se pospone”).
Así, pues, el primer escollo para incorporar comunicadores a la divulgación es formativo.
Es un problema generalizado. No hemos logrado inculcar el pensamiento científico entre nuestros compatriotas. Y con las redes sociales el panorama se oscurece.
Materia básica en todas las carreras debería ser el método científico. En la preparatoria se llevan asignaturas como biología, física o química, pero así como se estudia ética, habría que introducir a los jóvenes a la filosofía de la ciencia.
Evitaríamos, en algo, la proliferación de rumores.
¿Se dieron cuenta de la cantidad de falsedades que circularon y siguen circulando sobre los sismos de septiembre? Eso, en una ciudad con vulnerabilidad sísmica de toda la vida.
Y todavía hay quien cree, como el padre Kino en el siglo XVII, que los cometas son augurio de catástrofe.
Es más fácil y cómodo hacer caso de infundios, fakes y conspiraciones que analizar la información.
En mis años de docencia del periodismo, conocí alumnos, muchos, que se interesaban por la fuente deportiva, otros tantos por los espectáculos, algunos por la información general o por convertirse en cronistas y, ya menos, por la política. Sólo una presentó como tesis un proyecto de revista de ciencia para niños.
A los científicos les da lata expresarse de manera que todo mundo entienda. Es un problema, por ejemplo con los médicos, que usan su jerga especializada con los pacientes. Lo peor es que los enfermos no preguntan y se quedan con la idea de que algo les pasa, tomarán una medicina y ya. Y los familiares… Cada uno entiende una cosa diferente.
Debo decir que hay programas de divulgación serios, como DiabetIMSS, donde se dan toda suerte de explicaciones a los afectados por la diabetes. Me consta que está muy bien planeado. Diabético que no quiera manejar debidamente su enfermedad, después de pasar por las sesiones, es necio. Y aún así, tiene oportunidad de repetir.
Explicar temas como el bosón de Higgs requiere habilidad y paciencia. Eso de que una partícula efímera dote de masa a otra no es fácil de entender ni de explicar. Tampoco algo como la propuesta del físico John Wheeler conocida como la “elección retardada”; es muy complejo y no les voy a decir cómo ni por qué podría significar la influencia del futuro en el pasado.
Pero no todo es física incomprensible. Un clásico de la divulgación es el libro de Stephen Hawking Historia del tiempo, obra bastante accesible y que sólo contiene una ecuación: E=MC².
Como Hawking, entre los grandes divulgadores tenemos a Carl Sagan y a Isaac Asimov, quien también se dedicó a la ciencia ficción, que, en algunos casos, es una forma de divulgación, como se puede ver en la obra de Arthur C. Clarke. Y me acabo de enterar de que el pionero de la ciencia ficción es Johannes Kepler, con su novela Somnium sive Astronomia lunaris
El zoólogo Gerald Durrell (hermano de Lawrence, el autor del Cuarteto de Alejandría) y el matemático Martin Gardner figuran por derecho propio entre los divulgadores destacados.
Y si se habla de divulgación, no se puede dejar fuera a Beakman, el personaje interpretado por Paul Zaloom.
En México hay también importantes personajes dedicados a estas tareas. El novohispano José Ignacio Bartolache hizo gran labor con su periódico El Mercurio Volante. Ya mencioné a la doctora Fierro y al joven García Jaimes. René Drucker desarrolló una buena labor en la materia y no se puede hablar de divulgación sin mencionar al físico Luis Estrada, gran impulsor de la divulgación científica y fundador y director de la revista Naturaleza de 1968 a 1985. También dirigió el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia. En 1974 recibió el Premio Kalinga que otorga la UNESCO a la divulgación de la ciencia. Él fue el primer mexicano galardonado. Lo han sido también Jorge Flores (1992), Julieta Fierro (1995) y René Drucker (2011).
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Regaños. Me tocan esta vez a mí. Vienen de Marielena Hoyo y son por escribir a lo menso. Ella no lo dice así, claro, y tampoco parece regaño. Me explica “que respecto a su texto de hoy, como siempre muy ameno, a pesar de que consignó en la definición para “conejo”, que estos mamíferos pertenecen al orden de los lagomorfos (familia lepóridos), más adelante, en la parte dedicada a Nicolás Maduro, los cita como roedores, confusión generalizada a pesar de las notorias diferencias entre esas especies (número de incisivos, ubicación de los mismos; número de dedos, forma de masticar, pelaje, labios, alimentación, entre las más evidentes).”
En mi descargo, aunque no me justifica, debo decir que el responsable último de mi falla es Elmer Gruñón, a quien de niño oí decirle en las caricaturas “roedor” al conejo Bugs.
También recibí corrección de Mangel, quien me precisa que la película de Wallace y Gromit que cité no se llama La maldición de las verduras, en México su título fue La batalla de los vegetales
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Del tema “conejo”, también Mangel recomendó incluir al Malvado conejito, historia de los británicos Jeanne Willis y Tony Ross. Así mismo pidió hacer mención de los fieros conejos que aparecen en la mal apreciada cinta El Llanero Solitario.
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En el tintero se había quedado una respuesta al Giros dedicado a las onomatopeyas y exclamaciones. El mensaje vino de Lucía @embolicat y dice: “¡Pim!, ¡pam!, ¡so!, ¡crack!, ¡pum!, ¡pif!, ¡paf!, ¡aya!”. Nos da la fuente: Les Luthiers en El Asesino Misterioso.
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Lezna, lesna, alesna y alezna (todas esas formas incluye el Diccionario de la lengua española [RAE]) es el instrumento que buscaba El Arca de Arena. Lo usan los zapateros para coser el calzado o los talabarteros y carpinteros para perforar piel o madera.
Respuestas hubo de Francisco Báez, Hugo Martínez, Luz Rodríguez, Marielena Hoyo y Octavio Martínez. Los dos últimos añaden que a la herramienta también se le conoce como punzón. Y don Octavio nos informa que conoce el objeto por ser orgulloso hijo de zapatero.
Ahora, El Arca busca una palabra que nos viene del árabe. Es un intermediario, alguien que media en una negociación. El vocablo se aplica también a un intérprete. Sin relación etimológica, en la construcción de la palabra figura un pez salmónido y el hombre en lengua anglosajona.

Publicado en La Crónica de hoy   
 
18 11 17

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