miércoles, 10 de enero de 2018

Pseudónimos, heterónimos, alias

Carlos Alberto Patiño






Pseudo o seudo quiere decir falso. Un nombre falso es un pseudónimo o seudónimo (ambas formas están incluidas en el Diccionario de la lengua española). Originalmente era con la “p”, que deriva de la letra griega psi. La evolución de la lengua y la ley del mínimo esfuerzo se llevaron la “p”.
El falso nombre es el que muchos autores eligieron para presentar sus obras.
“Heterónimo” es otra palabra equivalente. Si usted la busca en Google no tardará en encontrar el término asociado al poeta portugués Fernando Pessoa, cuyo nombre completo era Fernando António Nogueira Pessoa. Escribió bajo 72 heterónimos. Los más conocidos son Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis o Bernardo Soares.
Hay autores que son conocidos sólo por su pseudónimo y los hay que en algún momento de su vida deciden usar uno en algunas obras, aunque conservan el nombre propio para otras.
Robert Galbraith, por ejemplo, es un escritor que rápidamente ganó fama con su primera novela del género negro La llamada del cucú. La siguió El gusano de seda. No pasó mucho tiempo para que se supiera que detrás de ese nombre estaba la escritora J.K. Rowling, quien con ese apelativo trataba de liberarse de la pesada cadena impuesta por su personaje Harry Potter.
Tras el nombre Honorio Bustos Domecq se disimulaban los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Entre los pseudónimos más conocidos están Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson) y Mark Twain (Samuel Langhorne Clemens).
El autor de 1984 y de La rebelión en la granja, George Orwell, era Eric Arthur Blair.
Para rebasar las barreras de la época a su condición femenina, Amantine (o Amandine) Aurore Lucile Dupin adoptó el apelativo masculino George Sand. Igual caso es el de Mary Ann Evans, conocida como George Eliot.
En contraste, en nuestra historia tenemos a Sor Filotea de la Cruz que era hombre. Filotea, que tan raro suena en nuestros días, quiere decir “la que ama a Dios”. Y es el que escogió el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, para rebatir la Carta Atenagórica de Sor Juana.
Fuera del ámbito literario, no hace falta decir que Norma Jeane Baker era el nombre real de Marilyn Monroe ni que (oh, volvemos a la literatura) Robert Zimmerman, es Bob Dylan; Nicholas Coppola es Nicholas Cage, y Cedric Clapp, Eric Clapton. Fred Astaire era Frederick Austerlitz y James Dean se llamaba Seth Ward.
Alberto Aguilera Valadez saltó a la fama como Juan Gabriel y Mauricio Garcés era Mauricio Feres Yazbek, según reza la lápida en su tumba del panteón Francés de la Piedad.
La lista de seudónimos en el medio artístico es larga.
Y en otros ámbitos sobresale Francisco Villa, cuyo nombre, se sabe, era Doroteo Arango.
Cicerón era Marco Tulio; Voltaire era François-Marie Arouet y Molière, Jean Baptiste Poquelin.
El gran Pablo Neruda tenía como nombre Neftalí Ricardo Reyes, la también chilena Gabriela Mistral nació como Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga.
José Emilio Pacheco adoptó los heterónimos Carlos Núñez Arenas, Miguel G. Cansino, Ricardo Ledezma y Pedro Durán.
Dos importantes escritores mexicanos, ahora injustamente poco leídos, Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán, ejercieron la crítica cinematográfica con el nombre Fósforo.
El autor de La sombra del caudillo, nos informa Bertha Hernández, también utilizó el alias El Reportero Respondón. Lo hacía cuando dirigía el periódico de su propiedad, El Mundo. Comentaba la información publicada por sus competidores en torno a la renuncia de Adolfo de la Huerta a la Secretaría de Hacienda. Fue seudónimo de corta vida, puesto que, dice la historiadora, “a partir de esa renuncia y el inicio de la revolución delahuertista, Guzmán tuvo que exiliarse y perdió el periódico.” Fue en su época de transterrado cuando se asoció con Reyes.
El cronista liberal mexicano del siglo XIX Guillermo Prieto escribía como Fidel y en su vejez llegó a hacerlo como El Romancero. No podemos olvidar a su contemporáneo, El Nigromante, Ignacio Ramírez.
Bertha nos aporta más datos: “Hacia septiembre de 1867, y con los sueldos atrasados de su puesto como coronel de caballería, Ignacio Manuel Altamirano fundó el periódico El Correo de México. En sus páginas escribieron los siguientes personajes con los siguientes seudónimos: Ignacio Manuel Altamirano era Próspero; José Tomás de Cuéllar fue Facundo.”
Jacobo Dalevuelta, periodista del Universal en las primeras décadas del siglo pasado, pergeñó la gran “volada” periodística sobre el robo de los huesos de Morelos. La historia la cuenta Bertha Hernández en su blog El reino de todos los días. (https://reinodetodoslosdias.wordpress.com/2010/08/17/%C2%BFsabe-usted-que-cosa-es-volar-la-historia-de-jacobo-dalevuelta-y-el-falso-robo-de-los-restos-de-jose-maria-morelos/)
Dalevuelta se llamaba en realidad Fernando Ramírez de Aguilar.
El Duque Job (Manuel Gutiérrez Nájera) también firmó como Puck, Junius, Recamier e Ignotus. Amado Nervo suscribió sus crónicas sobre moda como Oberón. Faltan Micrós o Tic Tac (Ángel de Campo), Azorín (José Augusto Trinidad Martínez Ruiz) y Leopoldo Alas (Clarín).
Ya en el siglo XX, el periodista Manuel Buendía escribió en El Día la columna “Para control de usted” como J. M. Tellezgirón.
Durante la presidencia de Miguel de la Madrid, un columnista de Excélsior firmaba como Pedro Baroja y se trataba nada menos que del compañero Rafael Cardona.
Pepe Grillo fue mucho tiempo la firma de Emilio Viale en las páginas de nuestro diario. Y en estas páginas ha aparecido Bárbaro Gastélum, cuya identidad no revelaré.
A Mario Munguía, de Ovaciones, le ganó la metonimia. Él usaba el nombre Lirirón en su columna de temas policiacos “Matarili”, pero al público le pareció que Matarili era el apelativo del periodista y así quedó.
El internacionalista Hernando Pacheco murió con el nombre de Juan María Alponte. Periodista español nacionalizado mexicano, con una juventud franquista, en realidad se llamaba Enrique Ruiz García.
Stalin, Lenin y Trotsky son seudónimos muy conocidos de la historia soviética (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Vladimir Illich Ulianov y Lev Davídovich Bronstein, respectivamente).
Remataré recordando a La Morsa y El Carpintero, pseudónimo que Bertha Hernández y un servidor usamos para escribir la columna gastronómica “Bodegón” en los primeros años de Crónica.
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A los Regaños de la semana pasada respondió la subdirectora de Difusión de TV UNAM. Dice: “Leí su columna de hoy y le agradezco mucho sus comentarios. En efecto, no podemos ni debemos tener estos errores. Tomaremos medidas al respecto para que esto no vuelva a ocurrir”.
Confío en que así será.
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Antes de llegar a aparecer en los Regaños, la agencia Notimex y el diario La Jornada corrigieron sus errores, pero quedó constancia de ellos en las redes sociales. En el caso del diario, en su edición del 2 de enero, en su “Rayuela” apareció este texto “El arranque del Año Nuevo nos regaló una Luna que invita a fantasear las mejores ‘profesías’”
La falta ortográfica la compusieron en la versión electrónica, pero la sintaxis se quedó igual.
Por lo que toca a la Agencia de Noticias del Estado Mexicano, su texto “‘José Antonio Meade va a ponchar a Andrés Manuel López Obrador, ‘viene el tercer ‘strait’ y se va a regresar a su rancho’, dijo Aurelio Nuño, coordinador de la precampaña del precandidato priista” fue reproducido tal cual por distintos y descuidados medios. La agencia corrigió ya, pero sus abonados se quedaron con la errata.
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“Antañada” es una forma poco usual para referirse a una antigualla o a la noticia o relación de sucesos muy antiguos. A El Arca de Arena respondió Marielena Hoyo.
La primera inquietud de El Arca en 2018 es saber con qué pseudónimo publicaba sus obras Albert Otto Maksymilian Feige, personaje al que, mediante intenso trabajo periodístico, identificó Luis Spota en 1948 y lo publicó en Mañana, la revista censurada de los periodistas Regino Hernández Llergo y José Pagés Llergo, antecesora de Siempre!


Publicado en La Crónica de hoy 
 
06 01 18  

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