miércoles, 17 de enero de 2018

Enigmas: Voynich, Dorabella, Zimmermann

Carlos Alberto Patiño



Si de ponerse críptico se tratara, bien podría iniciar con una frase como ésta: 2l Cl5b Q53nt3t4. Quienes sepan quién fue Genaro Moreno no tardarán en identificar el código de El Club Quintito. Era una simple sustitución de números por vocales para que los niños entendieran el  mensaje. No hace falta poner las equivalencias, ¿verdad?
Algunos refecofordafarafan el idioma de la efe, con el que se comunicaba la chiquillada en la primaria.
La raíz griega Cripto (kryptós) significa oculto. Críptico, entonces, es, según el Diccionario de la lengua española, oculto, enigmático. Pero también es “perteneciente o relativo a la criptografía”, la que a su vez es “arte de escribir con clave secreta o de un modo enigmático.” Esta raíz la tenemos en “criptograma”, un “mensaje escrito en clave”; y en “criptoanálisis”,  el arte, dice el DLE, “de descifrar criptogramas”.
Los matemáticos, que se toman muy en serio el tema, hablan no de artes sino de las técnicas para cifrar y descifrar mensajes.
La historia del encriptado de mensajes es remota, tanto como el origen de las civilizaciones.
Dos han sido las principales causas para encriptar mensajes: la guerra y el amor. En ambas ocurrencias se trata de hacer llegar un mensaje que sólo pueda ser entendido por su destinatario, ya sea la hora de un ataque o de una cita. Ni el enemigo ni el padre o marido celoso deben enterarse de lo que habrá ni cómo ni cuándo.
Asirios, babilonios, egipcios, griegos, romanos, monjes, clérigos, nobles, militares han hecho uso de sistemas para esconder significados.
Famosas son la “escitala” espartana y el cifrado César que sirvió al romano para comunicarse con sus tropas, probablemente desde que se encontraba batallando en Las Galias.
Ambos sistemas tienen bases sencillas. Uno se descifraba cuando se enrollaba en un bastón una cinta que contenía las letras, previamente organizadas en un bastón del mismo calibre.
El otro se valía de la sustitución simple de caracteres. Ponía el alfabeto en orden y recorría algunos lugares las letras. Así, recorriendo dos lugares, para escribir “cara” ponía “ectc”. Era una forma simple, pero en una época en la que pocos sabían leer, tenía un aceptable margen de seguridad.
Con el desarrollo de las matemáticas y de la tecnología, ahora los sistemas de encriptado son verdaderamente complejos, pero también han avanzado quienes buscan romper los códigos. Para los hackers no es difícil abrir puertas o encontrar los resquicios para colarse.
Consideraba Edgar Allan Poe “... muy dudoso que una inteligencia humana sea capaz de crear un enigma de este tipo, que otra inteligencia humana no llegue a resolver si se aplica adecuadamente.” Está en el relato “El Escarabajo de oro”, donde el caballero William Legrand descifra el misterio del bicho dorado y se hace de un gran tesoro.
Explica el personaje: “En este caso —y en todos los casos de escritura secreta—, la primera cuestión se refiere al idioma de la cifra, ya que los principios para lograr la solución —sobre todo en el caso de las cifras más sencillas— dependen de las características de cada idioma (...)
“Ahora bien, la letra que aparece con mayor frecuencia en inglés es e (...) predomina de tal manera, que es raro encontrar una frase de cualquier extensión donde no figure como letra dominante...”
Luego de una serie de deducciones sobre la frecuencia y acomodo de las letras, Legrand encuentra la pista que lo lleva al cofre del tesoro.
Una solución similar da Sherlock Holmes al misterio de “Los bailarines”, donde una serie de mensajes se cifran a manera de dibujos infantiles que danzan.
Dos importantes casos de ruptura de códigos aparentemente indescifrables fueron el Telegrama Zimmermann, que involucraba a México, y la máquina Enigma, complejo artificio alemán.
El primero, como se recordará, fue un mensaje enviado por los alemanes para convencer a Venustiano Carranza de participar en la Primera Guerra Mundial al lado de Alemania, a cambio de la recuperación de los territorios perdidos por nuestro país en la Guerra del 47.
Los servicios de Inteligencia británicos lograron descifrar el telegrama compuesto con series numéricas. El problema no fue tanto comprender el mensaje, sino darlo a conocer sin que los alemanes se dieran cuenta de que sus mensajes secretos eran interceptados e interpretados por sus enemigos. En Historia en vivo se cuentan algunas de las peripecias del famoso telegrama (Alemania intenta seducir a México: El telegrama Zimmermann: http://www.cronica.com.mx/notas/2017/1004931.html)
La máquina Enigma era  un aparato muy sofisticado que, mediante el empleo de rotores, generaba códigos que podían cambiarse un sinnúmero de veces para dificultar el desciframiento.
Originalmente era un invento destinado al intercambio de información industrial sin que la competencia se enterara.
Dada su capacidad para la encriptación y su aparente invulnerabilidad, fue adquirida por las fuerzas militares alemanas. Pero hubo un grupo humano que se empeñó en encontrar la clave, bajo la dirección del matemático y precursor de la informática y de la inteligencia artificial, Alan Turing. Con mucha habilidad matemática, ingenio y perseverancia el equipo logró romper los códigos. La película El código Enigma (The imitation game, 2014), de Morten Tyldum, aunque criticada por inexacta y fantasiosa, nos da una buena versión de la historia, que, según dicen, permitió acortar la guerra dos años.
Y, pese al razonamiento de Poe, hay por lo menos dos códigos que no se ha podido descifrar.
Uno es El Manuscrito Voynich y el otro es la Carta Dorabella del músico Edward Elgar.
El manuscrito es un texto del siglo XV. Wikipedia lo describe así: “Es un libro ilustrado, de contenidos desconocidos, escrito por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible, el denominado voynichés”. Contiene imágenes de plantas y de mujeres, signos zodiacales, constelaciones... Ha sido calificado como el texto “más misterioso del mundo”.
En 2017 el profesor Nicholas Gibbs, experto en medicina medieval, asegura que los incompresibles caracteres son abreviaturas del latin del medioevo presentes en otros texto de la época y que la abundancia de imágenes femeninas en las páginas del documento indicarían que es una especie de vademécum ginecológico.
Causó revuelo el artículo de Gibbs, pero ya otros expertos han indicado que lo publicado por el profesor es muy escueto y que las traducciones que obtuvo son un sinsentido en latín. Muchos esperan que Gibbs publique un extenso libro sobre el tema en donde demuestre que está en lo cierto. Mientras tanto, el Voynich permanece en el cajón de los misterios insolutos.
El autor de Pompa y circunstancia, Edward Elgar, aficionado a la criptología, escribió una serie de variaciones musicales a las que llamó Enigma. De hecho, el nombre de la máquina arriba descrita tomó su denominación de estas piezas. Una de las variaciones, la 10, fue dedicada por el autor a Dora Penny, la hijastra de una amiga de la esposa del músico.
Elgar tenía 42 años cuando conoció a la joven de 20. Junto a una carta que se envió a la familia de la chica, el compositor incluyó una nota para Dora cifrada con pequeños semicírculos. La destinataria nunca supo qué decía la nota, pues nunca tuvo la clave.
Oficialmente, sólo hubo una gran amistad entre ambos personajes. Ella lo dice así en sus  memorias. El hecho es que un mensaje encriptado de un hombre casado y maduro a una mujer más joven no deja mucho a la imaginación. Cuando se descifre la carta se sabrá. Hasta ahora, a lo más que se ha llegado es a una interpretación que resulta incomprensible o a la suposición de que en realidad es un código musical.
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Me aclara Hugo Martínez que Eric Clapton sí es Clapton originalmente y no un pseudónimo como yo lo puse. Tan fácil que era acudir a la página oficial del guitarrista y corroborarlo.
El apellido Clapp, que yo cité, era el de la pareja de su abuela Ross y el Clapton era el apellido del primer esposo de la señora. La historia es un poco enredada, que involucra a una adolescente y a un niño que creció creyendo que su madre era su hermana.
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Parece que fue muy fácil la petición de El Arca de Arena. El escritor Albert Otto Maksymilian Feige firmaba sus obras como B. Traven. Respondieron Francisco Báez, Marielena Hoyo, Hugo Martínez, Octavio Martínez, Eduardo Morales y Luz Rodríguez.
Debo aclarar que el pseudónimo es B. Traven, con una “B” que vale por sí misma, no es de Bruno, según explican fuentes cercanas al escritor. Dicen que el supuesto nombre completo sólo aparece en las ediciones pirata de las obras.
Esta vez El Arca requiere un arcaísmo hispano, parónimo del plural del producto de las gallinas y de la palabra afín que designa de manera popular a los testículos. Se refiere a una tarea o acción que se hace por obligación.

 
Publicado en La Crónica de hoy 
 
13 01 18  
 

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