Carlos Alberto Patiño
El
chiste es un tema muy serio, pero pocos lo toman así. Aunque causa
risa, a veces representa una manifestación de descontento, es también
vía de canalización de temores y de acción política.
El doctor Samuel Schmidt se ha ocupado en serio del tema en diversos libros, ensayos y artículos.
Nos dice que Freud estableció una relación entre los chascarrillos y aspectos psicológicos personales y sociales.
De hecho, el médico austriaco tiene un libro titulado El chiste y su relación con lo inconsciente.
Como en todas las ramas del psicoanálisis, en los chistes hay expresión de deseos, sublimación y transferencias.
Pero
tiene otra característica (no lo dice Freud; sí, Schmidt): Se
convierten en una válvula de escape para las tensiones sociales. Dicho
como lo harían las abuelas de antes, sirve para desahogarse.
Por
eso, en cuanto hay una tragedia, brota el humor macabro que atribuimos a
los mexicanos, pero en realidad no es exclusivo de nuestra
idiosincrasia.
El chiste llega a funcionar como una herramienta de resistencia bélica y política.
Así lo explica la doctora Kathleen Stokker en un ensayo sobre la ocupación nazi en Noruega (Heil Hitler - Dios salve al rey: Chistes y la resistencia noruega 1940-1945, en Revista Mexicana de Cultura Política, número 8, 2016).
Nos
indica la especialista escandinava cómo los chistes funcionana para que
los invadidos empiecen a organizarse para resistir a los alemanes.
El
chiste, nos dice, acerca a los inconformes y les permite expresar su
descontento, por una parte, y reconocerse, identificarse y lograr la
empatía necesaria para enfrentar al enemigo.
Algunos de los
chistes que ella analiza ridiculizan a los nazis: “¿Sabes la diferencia
entre los nazis y una cubeta con estiércol? ¡La cubeta!”
“Un niño
está sentado en una banqueta jugando con unos gatitos. Un oficial alemán
pasa por ahí y le pregunta al niño, ‘¿Estás jugando con unos gatitos?’
‘No’, le contesta el niño, ‘son nazis’, Tres semanas después, el mismo
oficial pasa por ahí de nuevo, y viendo al mismo niño jugando con los
gatitos, le dice ‘¿Todavía estás jugando con esos nazis?’ ‘No’, le
contesta el niño. ‘Ya no son nazis; ¡ya abrieron los ojos!’”.
En
otros casos se burla de las situaciones extremas: “En septiembre de
1941, cuando se declaró la ley marcial en Oslo, se publicó una lista de
ofensas que declaraba: ‘Usted será fusilado si… etc. Usted será fusilado
si… Usted será fusilado si…’ A esto, alguien agregó: ‘¡Usted será
fusilado si aún no ha sido fusilado!’.
O las exageraciones de la
propaganda: “Tras la campaña en Noruega, 100 soldados alemanes llegaron
al cielo. ‘¿De dónde vienen?’ preguntó San Pedro. Ellos le dijeron que
habían muerto en Noruega. San Pedro entró a checar el registro.
Regresando, les dijo: ‘Según los registros oficiales, sólo dos soldados
alemanes murieron en Noruega. Ellos pueden entrar; los demás se pueden
ir al infierno’”.
De igual manera, los hay que demuestran el
desprecio que los noruegos tenían por los nazis: “Un soldado alemán
visitaba los barcos vikingos, pero no pensaba que fueran nada especial.
‘Puede que no te impresionen estos barcos,’ le dijo el guardia, ‘pero
después de todo, los noruegos sí lograron invadir Inglaterra con ellos”.
La
doctora Stokker comenta que también en gobiernos autoritarios como el
soviético aparecen los chistes: “Un conferencista invitado estaba dando
una charla sobre la abundancia y la siempre creciente prosperidad de los
soviéticos. En la fila de atrás, Rabinovich alza la mano. ‘Camarada
conferencista, lo que usted dice es muy interesante, ¿pero entonces a
dónde se ha ido toda la carne?’ Al día siguiente el conferencista
invitado estaba dando otra charla sobre la abundancia y la siempre
creciente prosperidad de los soviéticos. En la fila de atrás, Himovich
alza la mano. ‘Camarada conferencista, no quiero saber lo que ha
ocurrido con la carne, ¿pero puede decirnos lo que ha ocurrido con
Rabinovich?’”.
Hay quien pretende vincular la circulación de
chistes con el grado de represión de un gobierno. Sin embargo, los
chistes están ahí, explícitos o encubiertos en regímenes autoritarios o
más o menos democráticos.
En México los ha habido a lo largo de toda la historia. Una precusora de las compilaciones fue Magdalena Mondragón con Los presidentes dan risa (1948).
Schmidt ha recopilado un buen número de ejemplos en ¿Ya se sabe el último? Antología del chiste político en México (Aguilar 1996) y los analiza en Humor en serio. Análisis del chiste político en México (Aguilar 1996).
Asienta
el autor: “Los chistes son fáciles de transmitir, no requieren
explicación y no crean condiciones para debatir. Siendo graciosos, los
chistes son hedonísticos y ayudan a liberar energía, consecuentemente
son un instrumento importante para la expresión libre”.
Añade:
“Los chistes no corrigen problemas, pero lanzan mensajes sobre los
problemas que deben corregirse. El humor político, especialmente los
chistes, sintetiza la opinión pública y establece declaraciones
políticas en un ambiente político donde la participación formal es
indeseable o difícil”.
Si bien todos los gobernantes de México han
padecido el asedio humorístico, dos personajes llaman la atención:
Álvaro Obregón y Luis Echeverría. El primero porque él mismo se hacía
sus chistes y el segundo por ser uno de los mandatarios a los que más se
le han hecho chistes.
Obregón contaba la forma en que recuperaron
su brazo: “¿Sabe usted cómo encontraron la mano que me falta? Después
de hacerme la primera curación, mis agentes se ocuparon en buscar el
brazo por el suelo. Exploraron en todas direcciones, sin encontrar nada.
‘Yo lo encontraré’, dijo uno de mis ayudantes que me conoce bien, ‘ella
vendrá sola, tengo un medio seguro’. Y sacándose del bolsillo una
[moneda], lo levantó sobre su cabeza. Inmediatamente salió del suelo una
especie de pájaro de cinco alas. Era mi mano, que al sentir la vecindad
de una moneda de oro, abandonaba su escondite para agarrarla con un
impulso arrollador”.
También decía que era el político que menos robaba, pues solo tenía una mano.
De
su sucesor, Plutarco Elías Calles corrieron chistes que indirectamente
le achacaban la muerte de Obregón: “¿Quién mató a Obregón? Cállese,
usted la boca”. Se decía en la época del Maximato que no eran lo mismo
las calles del general Prim que las primas del general Calles”. Y no de
sus primas, pero si de una de sus hijas, Ernestina, que según el pueblo
se daba sus escapadas, la gente cantaba el estribillo “Titina se ha
perdido, ¿Titina, ¿dónde estás?” tomado de una canción de la época.
Por la vía gráfica, Juárez y Madero debieron aguantar lo suyo. De Maximiliano se decía “salió huero el güero”.
El
caso de Luis Echeverría llama la atención, primero, por la profusión de
historias, y luego por que de ser un fenómeno espontáneo pasó a ser una
campaña deliberada de desgaste de la figura presidencial.
De los
grupos de la ultraderecha se dirigieron las baterías para lograr que el
prestigio de los presidentes fuera socavado para restarles autoridad. Se
orquestó una campaña de rumores desestabilizadores y
se llegó al extremo de correr la voz de que habría un golpe de Estado.
Los chistes se usaron como parte del arsenal de la guerra psicológica con un efecto devastador.
Paradójicamente, se dice que Echeverría se divertía y pedía a sus cercanos que le contaran “el último de Echeverría”.
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El Arca de Arena agradece los comentarios de Josefina Magaña. Entre sus arenas, El Arca
encontró la denominación para el que funda un movimiento herético, como
el patriarca Pérez, Girolamo Savonarola o Simón el Mago. El término es
heresiarca. Lo encontraron también Francisco Báez, Bertha Hernández y
Miguel Ángel Castañeda.
Una anécdota sobre chistes políticos halló El Arca
y pregunta ¿Cómo llamó un famoso cómico de la televisión a uno de los
más emblemáticos presidentes de México? Ya encarrerado, el comediante
también le cambió el nombre a la ilustre esposa.
Publicado en La Crónica de hoy
07 04 18
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