miércoles, 11 de abril de 2018

El chiste de los chistes

Carlos Alberto Patiño





El chiste es un tema muy serio, pero pocos lo toman así. Aunque causa risa, a veces representa una manifestación de descontento, es también vía de canalización de temores y de acción política.
El doctor Samuel Schmidt se ha ocupado en serio del tema en diversos libros, ensayos y artículos.
Nos dice que Freud estableció una relación entre los chascarrillos y aspectos psicológicos personales y sociales.
De hecho, el médico austriaco tiene un libro titulado El chiste y su relación con lo inconsciente.
Como en todas las ramas del psicoanálisis, en los chistes hay expresión de deseos, sublimación y transferencias.
Pero tiene otra característica (no lo dice Freud; sí, Schmidt): Se convierten en una válvula de escape para las tensiones sociales. Dicho como lo harían las abuelas de antes, sirve para desahogarse.
Por eso, en cuanto hay una tragedia, brota el humor macabro que atribuimos a los mexicanos, pero en realidad no es exclusivo de nuestra idiosincrasia.
El chiste llega a funcionar como una herramienta de resistencia bélica y política.
Así lo explica la doctora Kathleen Stokker en un ensayo sobre la ocupación nazi en Noruega (Heil Hitler - Dios salve al rey: Chistes y la resistencia noruega 1940-1945, en Revista Mexicana de Cultura Política, número 8, 2016).
Nos indica la especialista escandinava cómo los chistes funcionana para que los invadidos empiecen a organizarse para resistir a los alemanes.
El chiste, nos dice, acerca a los inconformes y les permite expresar su descontento, por una parte, y reconocerse, identificarse y lograr la empatía necesaria para enfrentar al enemigo.
Algunos de los chistes que ella analiza ridiculizan a los nazis: “¿Sabes la diferencia entre los nazis y una cubeta con estiércol? ¡La cubeta!”
“Un niño está sentado en una banqueta jugando con unos gatitos. Un oficial alemán pasa por ahí y le pregunta al niño, ‘¿Estás jugando con unos gatitos?’ ‘No’, le contesta el niño, ‘son nazis’, Tres semanas después, el mismo oficial pasa por ahí de nuevo, y viendo al mismo niño jugando con los gatitos, le dice ‘¿Todavía estás jugando con esos nazis?’ ‘No’, le contesta el niño. ‘Ya no son nazis; ¡ya abrieron los ojos!’”.
En otros casos se burla de las situaciones extremas: “En septiembre de 1941, cuando se declaró la ley marcial en Oslo, se publicó una lista de ofensas que declaraba: ‘Usted será fusilado si… etc. Usted será fusilado si… Usted será fusilado si…’ A esto, alguien agregó: ‘¡Usted será fusilado si aún no ha sido fusilado!’.
O las exageraciones de la propaganda: “Tras la campaña en Noruega, 100 soldados alemanes llegaron al cielo. ‘¿De dónde vienen?’ preguntó San Pedro. Ellos le dijeron que habían muerto en Noruega. San Pedro entró a checar el registro. Regresando, les dijo: ‘Según los registros oficiales, sólo dos soldados alemanes murieron en Noruega. Ellos pueden entrar; los demás se pueden ir al infierno’”.
De igual manera, los hay que demuestran el desprecio que los noruegos tenían por los nazis: “Un soldado alemán visitaba los barcos vikingos, pero no pensaba que fueran nada especial. ‘Puede que no te impresionen estos barcos,’ le dijo el guardia, ‘pero después de todo, los noruegos sí lograron invadir Inglaterra con ellos”.
La doctora Stokker comenta que también en gobiernos autoritarios como el soviético aparecen los chistes: “Un conferencista invitado estaba dando una charla sobre la abundancia y la siempre creciente prosperidad de los soviéticos. En la fila de atrás, Rabinovich alza la mano. ‘Camarada conferencista, lo que usted dice es muy interesante, ¿pero entonces a dónde se ha ido toda la carne?’ Al día siguiente el conferencista invitado estaba dando otra charla sobre la abundancia y la siempre creciente prosperidad de los soviéticos. En la fila de atrás, Himovich alza la mano. ‘Camarada conferencista, no quiero saber lo que ha ocurrido con la carne, ¿pero puede decirnos lo que ha ocurrido con Rabinovich?’”.
Hay quien pretende vincular la circulación de chistes con el grado de represión de un gobierno. Sin embargo, los chistes están ahí, explícitos o encubiertos en regímenes autoritarios o más o menos democráticos.
En México los ha habido a lo largo de toda la historia. Una precusora de las compilaciones fue Magdalena Mondragón con Los presidentes dan risa (1948).
Schmidt ha recopilado un buen número de ejemplos en ¿Ya se sabe el último? Antología del chiste político en México (Aguilar 1996) y los analiza en Humor en serio. Análisis del chiste político en México (Aguilar 1996).
Asienta el autor: “Los chistes son fáciles de transmitir, no requieren explicación y no crean condiciones para debatir. Siendo graciosos, los chistes son hedonísticos y ayudan a liberar energía, consecuentemente son un instrumento importante para la expresión libre”.
Añade: “Los chistes no corrigen problemas, pero lanzan mensajes sobre los problemas que deben corregirse. El humor político, especialmente los chistes, sintetiza la opinión pública y establece declaraciones políticas en un ambiente político donde la participación formal es indeseable o difícil”.
Si bien todos los gobernantes de México han padecido el asedio humorístico, dos personajes llaman la atención: Álvaro Obregón y Luis Echeverría. El primero porque él mismo se hacía sus chistes y el segundo por ser uno de los mandatarios a los que más se le han hecho chistes.
Obregón contaba la forma en que recuperaron su brazo: “¿Sabe usted cómo encontraron la mano que me falta? Después de hacerme la primera curación, mis agentes se ocuparon en buscar el brazo por el suelo. Exploraron en todas direcciones, sin encontrar nada. ‘Yo lo encontraré’, dijo uno de mis ayudantes que me conoce bien, ‘ella vendrá sola, tengo un medio seguro’. Y sacándose del bolsillo una [moneda], lo levantó sobre su cabeza. Inmediatamente salió del suelo una especie de pájaro de cinco alas. Era mi mano, que al sentir la vecindad de una moneda de oro, abandonaba su escondite para agarrarla con un impulso arrollador”.
También decía que era el político que menos robaba, pues solo tenía una mano.
De su sucesor, Plutarco Elías Calles corrieron chistes que indirectamente le achacaban la muerte de Obregón: “¿Quién mató  a Obregón? Cállese, usted la boca”. Se decía en la época del Maximato que no eran lo mismo las calles del general Prim que las primas del general Calles”. Y no de sus primas, pero si de una de sus hijas, Ernestina, que según el pueblo se daba sus escapadas, la gente cantaba el estribillo “Titina se ha perdido, ¿Titina, ¿dónde estás?” tomado de una canción de la época.
Por la vía gráfica, Juárez y Madero debieron aguantar lo suyo. De Maximiliano se decía “salió huero el güero”.
El caso de Luis Echeverría llama la atención, primero, por la profusión de historias, y luego por que de ser un fenómeno espontáneo pasó a ser una campaña deliberada de desgaste de la figura presidencial.
De los grupos de la ultraderecha se dirigieron las baterías para lograr que el prestigio de los presidentes fuera socavado para restarles autoridad. Se orquestó una campaña de rumores desestabilizadores y
se llegó al extremo de correr la voz de que habría un golpe de Estado.
Los chistes se usaron como parte del arsenal de la guerra psicológica con un efecto devastador.
Paradójicamente, se dice que Echeverría se divertía y pedía a sus cercanos  que le contaran “el último de Echeverría”.
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El Arca de Arena agradece los comentarios de Josefina Magaña. Entre sus arenas, El Arca encontró la denominación para el que funda un movimiento herético, como el patriarca Pérez, Girolamo Savonarola o Simón el Mago. El término es heresiarca. Lo encontraron también Francisco Báez, Bertha Hernández y Miguel Ángel Castañeda.
Una anécdota sobre chistes políticos halló El Arca y pregunta ¿Cómo llamó un famoso cómico de la televisión a uno de los más emblemáticos presidentes de México? Ya encarrerado, el comediante también le cambió el nombre a la ilustre esposa.

Publicado en La Crónica de hoy 
 

07 04 18    

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