lunes, 2 de abril de 2018

Herejes, apóstatas, relapsos, contumaces...

Carlos Alberto Patiño




El que contraviene un dogma es un hereje; el que se retracta de sus creencias, abjura; el perjuro falta a su palabra, la da en falso a sabiendas, lo hace con dolo.
El vocabulario para definir a aquellos que las iglesias y algunos partidos y grupos colocan fuera de su seno o de los que por sí mismos se apartan de una fe o corriente es amplio.
Desde los “perros infieles” a los “marranos judaizantes” no han faltado términos para marcar a las personas que tienen posturas diferentes a las de otros grupos mayoritarios.
Pagano es denominación de la época en que se empiezan a consolidar las religiones monoteístas. La palabra viene de paganus, el habitante de las zonas rurales. El pagano adora a los diversos dioses que los otros consideran falsos. Paganos eran los romanos y los bárbaros.
En otro momento de la historia, los pueblos de América fueron clasificados como paganos por los conquistadores y predicadores que los acompañaban. Pero la clasificación se complementaba con la palabra “idólatra” que, al añadir a las representaciones de esas deidades en la denominación, buscaba una manera de justificar la persecución a los creyentes de otras religiones.
Los romanos dejaron de ser paganos a partir de la célebre consigna In hoc signo vinces proclamada por Constantino como fórmula para imponerse a sus enemigos y convertirse al cristianismo.
Los conversos son los que cambian de religión, los que se convierten. Fue de uso extendido en la España de Isabel la Católica, pues las opciones para judíos y musulmanes eran dejar el territorio español o adoptar la fe cristiana.
El problema es que esos conversos siempre fueron sospechosos de falsedad y al menor atisbo de prácticas ocultas de las viejas religiones, se armaban tremendos autos de fe.
Quizá por eso se volvían practicantes extremos, lo que dio lugar a la frase “la fe del converso”.
Y los había que sí renegaban, conversos o cristianos viejos. Peor vistos eran los relapsos, quienes incurrían en una herejía a la que ya habían renunciado (Relapsus, el que vuelve a caer). Contumaces llamaban a los reincidentes (Contumax, con desprecio).
Apóstata es también uno que reniega de su religión, que rompe con la estructura que daba sustento a sus ideas (Apostasía, ponerse fuera).
Célebre fue Juliano el Apóstata, quien, bautizado como miembro de la familia del emperador Constantino, dejó la religión católica para regresar al paganismo cuando asumió él mismo el imperio romano en el año 361.
Hay apóstatas hoy en día que formalizan su apostasía. Es un trámite que se hace ante la Iglesia. A la jerarquía no le gusta, pero tampoco puede impedirlo. Quienes lo llevan a la práctica tienen la idea de dejar constancia de su no pertenencia a un grupo religioso.
Eso sí, la apostasía lleva excomunión latae sententiate, es decir ipso facto, por el acto mismo, sin necesidad de proceso.
Excomulgados son los que pierden el derecho a pertenecer a la comunidad de la Iglesia. Es una expulsión temporal o permanente, que conlleva la negativa de recibir los sacramentos, pero su fin es recuperar al creyente, según dicen algunos conocedores.
La herejía y el cisma también acarrean excomunión ipso facto.
Cisma es una escisión, es la separación de un grupo importante de una organización, es un grupo que desconoce la autoridad papal. En la Iglesia católica fue muy sonado el Gran Cisma, ocurrido en el año 1054 que separó a las iglesias romana y ortodoxa. Hubo también el Gran Cisma de Occidente, cuando la Iglesia tuvo varios papas, los de Aviñón y los de Roma.
En la historia de México hay un episodio poco conocido, el de la cismática Iglesia Católica Apostólica Mexicana. Pido desde aquí a la historiadora de Crónica, Bertha Hernández, que nos hable de esa organización impulsada, dicen, por el presidente Plutarco Elías Calles y dirigida por el patriarca José Joaquín Pérez Budar. Y aprovechando el viaje, le pedimos que también nos hable Bertha de las tentaciones cismáticas de Morelos.
Los blasfemos injurian a Dios, no por sus actos, como todos los pecadores, sino de manera verbal. La Biblia establece pena de lapidación para los blasfemos (Blasfemia, ofender al hablar).
El iconoclasta rechaza las imágenes, los seguidores de esta doctrina destruían los íconos. En sentido amplio y actual, son quienes rechazan autoridad, normas, símbolos  y modelos.
El agnóstico se deslinda de la discusión sobre la existencia de Dios alegando que el entendimiento humano no puede alcanzar la noción de lo absoluto. No hay manera de saber si hay o no deidad.
En cambio, el ateo asegura que no la hay. Desde luego, a ninguna de las religiones les parecen aceptables los ateos.
El librepensador apela a la razón y a la lógica y rechaza dogmas, revelación o autoridad.
El materialista asegura que sólo hay materia y que las manifestaciones de la conciencia proceden de ésta en estados de organización avanzada.
El impío carece de piedad, fe o religión.
Deicida es el que mata a un dios, lo cual implica la contradicción entre la característica inmortal de los dioses y su fin. En la religión católica, el hecho de que Jesús sea también un hombre, da pie a la posibilidad del deicidio. A Judas se la ha atribuido esta acción, pero el apóstol sólo puede ser acusado de complicidad y de traición.
La discusión del tema tiene su importancia, pues durante mucho tiempo se calificó como deicidas a los judíos. Sin embargo, papas y teólogos ya han dejado en claro que no fue así. En todo caso, la responsabilidad recaería en autoridades romanas y el Sanedrín de la época.
El deísta acepta la existencia de Dios, pero no como producto de una revelación, sino a partir del raciocinio.
Un panteísta  (pan, todo) considera al Universo, la naturaleza en su totalidad como Dios.
Una teocracia es, en sentido estricto, el gobierno de Dios. De manera práctica, el término se utiliza para describir a los gobiernos que se sustentan en un aparato religioso, donde los gobernantes son parte de la jerarquía religiosa o un monarca que se dice representante de Dios.
La palabra teomanía significa locura por sentirse Dios. Un monarca como el descrito en el párrafo anterior, bien podría padecer esta patología.
Inicié hablando de herejes. Herejía viene de la palabra griega hairein, que significa escoger, optar. Claro está que ésa es una elección equivocada para la Iglesia.
El Código de Derecho Canónico, en su apartado 751 explica: “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos”.
Un anatema se pronunciaba para excluir a los herejes de la Iglesia. Era peor que la excomunión, pues implicaba condena eterna. La palabra significa maldición. El actual Código de Derecho Canónico no la incluye.
Desde el comienzo del cristianismo hubo señalamientos de herejía.
Las hay de todo tipo. Están las que ponen en duda la divinidad de Cristo o del Espíritu Santo, las que niegan el pecado original, las que desconocen la virginidad de María, las que suponen que solamente la pobreza garantiza el perdón, las que rechazan la autoridad y muchas más.
El universo es extenso. Una de las últimas es el sedevacantismo. Sostienen los seguidores de esta postura que el papado está vacante. No reconocen a ningún papa desde Juan XXIII, pues rechazan las disposiciones del Concilio Vaticano II, iniciado por el papa Roncalli y concluido por Giovanni Montini (Paulo VI). Como los pontífices subsecuentes no han dado marcha atrás, los herejes no los consideran sucesores de San Pedro, de hecho, para ellos, los papas de Roma son los herejes.
No puedo dejar de mencionar las condenas a la hoguera por herejía de Giordano Bruno o de Miguel Servet.
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Explicaba El Arca de Arena que la “palabra equidad tiene la etimología latina aequus, que quiere decir igual, llano, justo, equilibrado, equitativo”. A partir de ahí, El Arca pidió un adjetivo que con la misma raíz significa lo contrario. Es equivalente a malvado, injusto. Es parónimo de algo que no hace daño.”
“Inicuo” es el adjetivo; el parónimo es “inocuo”. Tienen etimología diferente. La de inocuo es nocere, dañar, perjudicar.
Respondieron Francisco Báez, Marielena Hoyo y Miguel Ángel Castañeda, quien nos dice que además existe la forma “innocuo”, con el mismo significado.
El Arca saca de entre sus arenas la denominación para el que funda un movimiento herético, como el patriarca Pérez, Girolamo Savonarola o Simón el Mago.

Publicado en La Crónica de hoy 
 

 31 03 18   

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