Carlos Alberto Patiño
El que contraviene un dogma es un hereje; el que se retracta de sus creencias, abjura; el perjuro falta a su palabra, la da en falso a sabiendas, lo hace con dolo.
El
vocabulario para definir a aquellos que las iglesias y algunos partidos
y grupos colocan fuera de su seno o de los que por sí mismos se apartan
de una fe o corriente es amplio.
Desde los “perros infieles” a
los “marranos judaizantes” no han faltado términos para marcar a las
personas que tienen posturas diferentes a las de otros grupos
mayoritarios.
Pagano es denominación de la época en que se empiezan a consolidar las religiones monoteístas. La palabra viene de paganus, el
habitante de las zonas rurales. El pagano adora a los diversos dioses
que los otros consideran falsos. Paganos eran los romanos y los
bárbaros.
En otro momento de la historia, los pueblos de América
fueron clasificados como paganos por los conquistadores y predicadores
que los acompañaban. Pero la clasificación se complementaba con la
palabra “idólatra” que, al añadir a las
representaciones de esas deidades en la denominación, buscaba una manera
de justificar la persecución a los creyentes de otras religiones.
Los romanos dejaron de ser paganos a partir de la célebre consigna In hoc signo vinces proclamada por Constantino como fórmula para imponerse a sus enemigos y convertirse al cristianismo.
Los conversos
son los que cambian de religión, los que se convierten. Fue de uso
extendido en la España de Isabel la Católica, pues las opciones para
judíos y musulmanes eran dejar el territorio español o adoptar la fe
cristiana.
El problema es que esos conversos siempre fueron
sospechosos de falsedad y al menor atisbo de prácticas ocultas de las
viejas religiones, se armaban tremendos autos de fe.
Quizá por eso se volvían practicantes extremos, lo que dio lugar a la frase “la fe del converso”.
Y los había que sí renegaban, conversos o cristianos viejos. Peor vistos eran los relapsos, quienes incurrían en una herejía a la que ya habían renunciado (Relapsus, el que vuelve a caer). Contumaces llamaban a los reincidentes (Contumax, con desprecio).
Apóstata es también uno que reniega de su religión, que rompe con la estructura que daba sustento a sus ideas (Apostasía, ponerse fuera).
Célebre
fue Juliano el Apóstata, quien, bautizado como miembro de la familia
del emperador Constantino, dejó la religión católica para regresar al
paganismo cuando asumió él mismo el imperio romano en el año 361.
Hay
apóstatas hoy en día que formalizan su apostasía. Es un trámite que se
hace ante la Iglesia. A la jerarquía no le gusta, pero tampoco puede
impedirlo. Quienes lo llevan a la práctica tienen la idea de dejar
constancia de su no pertenencia a un grupo religioso.
Eso sí, la apostasía lleva excomunión latae sententiate, es decir ipso facto, por el acto mismo, sin necesidad de proceso.
Excomulgados
son los que pierden el derecho a pertenecer a la comunidad de la
Iglesia. Es una expulsión temporal o permanente, que conlleva la
negativa de recibir los sacramentos, pero su fin es recuperar al
creyente, según dicen algunos conocedores.
La herejía y el cisma también acarrean excomunión
ipso facto.
Cisma es una escisión, es la
separación de un grupo importante de una organización, es un grupo que
desconoce la autoridad papal. En la Iglesia católica fue muy sonado el
Gran Cisma, ocurrido en el año 1054 que separó a las iglesias romana y
ortodoxa. Hubo también el Gran Cisma de Occidente, cuando la Iglesia
tuvo varios papas, los de Aviñón y los de Roma.
En la historia de
México hay un episodio poco conocido, el de la cismática Iglesia
Católica Apostólica Mexicana. Pido desde aquí a la historiadora de Crónica,
Bertha Hernández, que nos hable de esa organización impulsada, dicen,
por el presidente Plutarco Elías Calles y dirigida por el patriarca José
Joaquín Pérez Budar. Y aprovechando el viaje, le pedimos que también
nos hable Bertha de las tentaciones cismáticas de Morelos.
Los blasfemos injurian a Dios, no por sus actos, como todos los pecadores, sino de manera verbal. La Biblia establece pena de lapidación para los blasfemos (Blasfemia, ofender al hablar).
El iconoclasta
rechaza las imágenes, los seguidores de esta doctrina destruían los
íconos. En sentido amplio y actual, son quienes rechazan autoridad,
normas, símbolos y modelos.
El agnóstico se
deslinda de la discusión sobre la existencia de Dios alegando que el
entendimiento humano no puede alcanzar la noción de lo absoluto. No hay
manera de saber si hay o no deidad.
En cambio, el ateo asegura que no la hay. Desde luego, a ninguna de las religiones les parecen aceptables los ateos.
El librepensador apela a la razón y a la lógica y rechaza dogmas, revelación o autoridad.
El materialista asegura que sólo hay materia y que las manifestaciones de la conciencia proceden de ésta en estados de organización avanzada.
El impío carece de piedad, fe o religión.
Deicida
es el que mata a un dios, lo cual implica la contradicción entre la
característica inmortal de los dioses y su fin. En la religión católica,
el hecho de que Jesús sea también un hombre, da pie a la posibilidad
del deicidio. A Judas se la ha atribuido esta acción, pero el apóstol
sólo puede ser acusado de complicidad y de traición.
La discusión
del tema tiene su importancia, pues durante mucho tiempo se calificó
como deicidas a los judíos. Sin embargo, papas y teólogos ya han dejado
en claro que no fue así. En todo caso, la responsabilidad recaería en
autoridades romanas y el Sanedrín de la época.
El deísta acepta la existencia de Dios, pero no como producto de una revelación, sino a partir del raciocinio.
Un panteísta (pan, todo) considera al Universo, la naturaleza en su totalidad como Dios.
Una teocracia
es, en sentido estricto, el gobierno de Dios. De manera práctica, el
término se utiliza para describir a los gobiernos que se sustentan en un
aparato religioso, donde los gobernantes son parte de la jerarquía
religiosa o un monarca que se dice representante de Dios.
La palabra teomanía significa locura por sentirse Dios. Un monarca como el descrito en el párrafo anterior, bien podría padecer esta patología.
Inicié hablando de herejes. Herejía viene de la palabra griega hairein, que significa escoger, optar. Claro está que ésa es una elección equivocada para la Iglesia.
El Código de Derecho Canónico,
en su apartado 751 explica: “Se llama herejía la negación pertinaz,
después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe
divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el
rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al
Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él
sometidos”.
Un anatema se pronunciaba para
excluir a los herejes de la Iglesia. Era peor que la excomunión, pues
implicaba condena eterna. La palabra significa maldición. El actual Código de Derecho Canónico no la incluye.
Desde el comienzo del cristianismo hubo señalamientos de herejía.
Las
hay de todo tipo. Están las que ponen en duda la divinidad de Cristo o
del Espíritu Santo, las que niegan el pecado original, las que
desconocen la virginidad de María, las que suponen que solamente la
pobreza garantiza el perdón, las que rechazan la autoridad y muchas más.
El universo es extenso. Una de las últimas es el sedevacantismo.
Sostienen los seguidores de esta postura que el papado está vacante. No
reconocen a ningún papa desde Juan XXIII, pues rechazan las
disposiciones del Concilio Vaticano II, iniciado por el papa Roncalli y
concluido por Giovanni Montini (Paulo VI). Como los pontífices
subsecuentes no han dado marcha atrás, los herejes no los consideran
sucesores de San Pedro, de hecho, para ellos, los papas de Roma son los
herejes.
No puedo dejar de mencionar las condenas a la hoguera por herejía de Giordano Bruno o de Miguel Servet.
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Explicaba El Arca de Arena que la “palabra equidad tiene la etimología latina aequus, que quiere decir igual, llano, justo, equilibrado, equitativo”. A partir de ahí, El Arca
pidió un adjetivo que con la misma raíz significa lo contrario. Es
equivalente a malvado, injusto. Es parónimo de algo que no hace daño.”
“Inicuo” es el adjetivo; el parónimo es “inocuo”. Tienen etimología diferente. La de inocuo es nocere, dañar, perjudicar.
Respondieron
Francisco Báez, Marielena Hoyo y Miguel Ángel Castañeda, quien nos dice
que además existe la forma “innocuo”, con el mismo significado.
El Arca
saca de entre sus arenas la denominación para el que funda un
movimiento herético, como el patriarca Pérez, Girolamo Savonarola o
Simón el Mago.
Publicado en La Crónica de hoy
31 03 18
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