lunes, 2 de octubre de 2017

Telúrico lenguaje



Carlos Alberto Patiño


Cuando ciertos reporteros y algunos editores quieren adornarse, sacan del fondo de su memoria un término que les parece apantallador, fuerte, atractivo. Y así perpetran textos o titulares como éstos: “Es el Estadio Azteca el ‘epicentro’ del futbol”. “Convierte el cantante al teatro en ‘epicentro’ del espectáculo”.
¿Qué pasa? Lo único que logran es evidenciar las malas primaria y secundaria que hicieron. Los libros de texto de esos niveles e incluso los de preparatoria dejan muy claro que el epicentro es el lugar que marca en la superficie el foco subterráneo, el origen o hipocentro de un sismo.
Epi= sobre, encima. Es decir es el punto de referencia sobre la ocurrencia profunda del fenómeno. No es, como piensan los comunicadores, el centro ni el origen; sólo es una marca superficial de ubicación.
Es común encontrar en los diarios y mucho más en las redes sociales autores que usan palabras que les suenan llamativas, pero de las que desconocen el verdadero significado. Por este espacio ya han pasado términos de uso equívoco como “demasiado”, “bizarro”, “al interior”, “previo”.
La lista es larga, para fortuna de esta columna, pues siempre habrá temas qué tratar y regaños qué propinar.
Esta entrega no abordará, por ahora, esa cuestión, pues la hiperactividad terráquea, la que nos trae de sobresalto en sobresalto obliga a revisar las palabras referidas a los fenómenos sísmicos.
La semana pasada dedicamos un espacio a explicar que los sismos (o seísmos como les dicen los españoles —los catalanes les dicen “sisme”—) ya no se miden en grados Richter sino en magnitud, lo que se refiere a la energía liberada durante el fenómeno.
Para medirla se usan aparatos llamados sismógrafos y acelerógrafos (grafo-grafé, descripción, seismos, sacudida; accelerare, rapidez).
Uno mide el movimiento y el otro la aceleración de la onda en el terreno.
La “resonancia sísmica” es un concepto importante. El derrumbe de las construcciones se debe, en muchos casos (corrupción y fallas de cálculo aparte), a este fenómeno. Significa que el edificio oscila en la misma frecuencia que la onda, lo que magnifica el efecto sobre la estructura.
A algunos de nosotros, los maestros de física nos contaban que las infanterías no cruzaban los puentes marchando, pues la uniformidad del paso podía hacer que las vibraciones pusieran al puente en resonancia y lo tiraran.
La “subducción”, nos dicen los expertos, es la causa de muchos de los temblores que nos aquejan. Viene del latín sub, debajo, y duccere, llevar conducir. Es cuando dos placas tectónicas (las partes fragmentadas de la corteza terrestre) chocan y una penetra por debajo de la otra. Eso genera una gran tensión que, cuando se libera, sacude el suelo como obra del demonio.
Con la subducción viene de la mano la “brecha sísmica”. Es la espada de Damocles que se cierne sobre el país. Lo de brecha viene porque es una zona de contacto entre placas donde no se ha presentado un movimiento sísmico significativo durante un periodo extendido. Eso significa que se ha acumulado una gran cantidad de energía. Cuando se libere, alcanzará grandes proporciones. Es el caso de la brecha del Pacífico en la costa de Guerrero, entre Zihuatanejo y Acapulco.
Aclaro que, aunque se sabe que ahí podría desencadenarse un poderoso terremoto, nadie sabe cuándo.
En el glosario telúrico hay que incluir la palabra “charlatán” y aplicarlo a todos cuantos aseguran que pueden predecir un sismo. No pueden. Lo que hacen es engañar o creer que pueden y, en el mejor de los casos, atinar alguna vez. Es un hecho que siempre tiembla, así que tienen posibilidades de acertar.
Un fenómeno curioso es el de los terremotos en “enjambre”. Enjambre es multitud, de abejas, de personas, de animales. Pues aquí tenemos una profusión de sismos, generalmente de baja magnitud, con epicentros en un área relativamente reducida. Pueden durar días semanas o meses.
Los “premonitores” son movimientos que preceden a otros de mayor magnitud; son la contraparte de las “réplicas” o temblores que siguen a uno más fuerte.
El “riesgo sísmico” es, según el glosario sobre el tema de la Secretaría de Gobernación, el “producto de tres factores: El valor de los bienes expuestos (C), tales como vidas humanas, edificios, carreteras, puertos, tuberías, etc.; la vulnerabilidad (V), que es un indicador de la susceptibilidad a sufrir daño, y el peligro (P) que es la probabilidad de que ocurra un sismo de cierta intensidad en un lugar determinado; así
R = C x V x P.”
El mismo documento añade: “El grado de preparación de una sociedad determina la disminución de la vulnerabilidad y, en consecuencia, del riesgo.”
El tema es extenso.
¿Existe diferencia entre temblor, sismo, seísmo o terremoto? Hay quienes designan a los movimientos telúricos de mayor fuerza como terremotos y a los que parecen leves sólo como temblores. Es únicamente un matiz psicológico. En realidad son lo mismo. Por su etimología, los términos significan movimiento de la Tierra y la magnitud no hace diferencia.
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Regaños.
En estos días aciagos, algunos medios, al hacer el recuento de las vidas perdidas ponen titulares como éste: “El sismo causó 33 muertos y daños materiales” (Códice 21).
O, sobre los huracanes de la temporada: “El huracán Irma provoca al menos 40 muertos en la región” (El País)
O, a propósito de un ataque terrorista: “Grupo EI reivindica ataque que causó 27 muertos en Bagdad” (Animal Político).
Y ¿qué creen? Los muertos no se causan ni se provocan. Lo que se causa es la muerte. Los terremotos, huracanes y terroristas dejan un determinado número de muertos, personas a las que les causaron la muerte.
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Los duendes y Titivillus hicieron de las suyas en la columna que los aludía. Les juro que la revisé y que pasó a corrección. Y he aquí que Hugo Martínez y Francisco Báez detectaron por lo menos tres erratas.
Como consigna Hugo, no hay ediciones sin “eratas”.
Bertha Hernández nos aporta un par de anécdotas. “Don Jorge Velasco, ex director general de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, y editor de muy larga carrera, afirmaba que ‘la edición fue inventada por el diablo’, y hará cosa de siglo y medio, Guillermo Prieto se quejaba de “los malditos cajistas” —los encargados de “armar” con tipos móviles las páginas de los periódicos de entonces—. Los culpaba de todas las erratas que aparecían en la prensa decimonónica, que, hay que decirlo, por temporadas podían ser muchas.
Juan Ramón escribió: “Citaste las palabras: premio, galardón y reconocimiento en tu columna de hoy. Un lauro qué sería.”
“Lauro” es laurel. Como la corona de reconocimiento a los vencedores entre griegos y romanos. El DLE explica que es “Gloria, alabanza, triunfo”.
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El Arca de Arena pidió la palabra para el efecto que Titivillus y los duendes de la redacción lograban producir en la mente de copistas, redactores y correctores. Tiene que ver con las nubes.
Respondieron Bertha Hernández, Luz Rodríguez, Francisco Báez, Ramiro Martínez y Hugo Martínez. Es la obnubilación.
Como de sismos se trató esta entrega, El Arca pregunta ¿Cómo se medía la duración de un temblor antiguamente? El Arca piensa en la época de la Colonia.

30 09 17 

Publicado en La Crónica de hoy

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