Carlos
Alberto Patiño
Cuando
ciertos reporteros y algunos editores quieren adornarse, sacan del fondo de su
memoria un término que les parece apantallador, fuerte, atractivo. Y así
perpetran textos o titulares como éstos: “Es el Estadio Azteca el ‘epicentro’
del futbol”. “Convierte el cantante al teatro en ‘epicentro’ del espectáculo”.
¿Qué pasa?
Lo único que logran es evidenciar las malas primaria y secundaria que hicieron.
Los libros de texto de esos niveles e incluso los de preparatoria dejan muy
claro que el epicentro es el lugar que marca en la superficie el foco
subterráneo, el origen o hipocentro de un sismo.
Epi= sobre, encima. Es decir es el
punto de referencia sobre la ocurrencia profunda del fenómeno. No es, como
piensan los comunicadores, el centro ni el origen; sólo es una marca
superficial de ubicación.
Es común
encontrar en los diarios y mucho más en las redes sociales autores que usan
palabras que les suenan llamativas, pero de las que desconocen el verdadero
significado. Por este espacio ya han pasado términos de uso equívoco como
“demasiado”, “bizarro”, “al interior”, “previo”.
La lista es
larga, para fortuna de esta columna, pues siempre habrá temas qué tratar y regaños
qué propinar.
Esta entrega
no abordará, por ahora, esa cuestión, pues la hiperactividad terráquea, la que
nos trae de sobresalto en sobresalto obliga a revisar las palabras referidas a
los fenómenos sísmicos.
La semana
pasada dedicamos un espacio a explicar que los sismos (o seísmos como les dicen
los españoles —los catalanes les dicen “sisme”—) ya no se miden en grados
Richter sino en magnitud, lo que se refiere a la energía liberada durante el
fenómeno.
Para medirla
se usan aparatos llamados sismógrafos y acelerógrafos (grafo-grafé,
descripción, seismos, sacudida; accelerare, rapidez).
Uno mide el
movimiento y el otro la aceleración de la onda en el terreno.
La
“resonancia sísmica” es un concepto importante. El derrumbe de las
construcciones se debe, en muchos casos (corrupción y fallas de cálculo
aparte), a este fenómeno. Significa que el edificio oscila en la misma
frecuencia que la onda, lo que magnifica el efecto sobre la estructura.
A algunos de
nosotros, los maestros de física nos contaban que las infanterías no cruzaban
los puentes marchando, pues la uniformidad del paso podía hacer que las
vibraciones pusieran al puente en resonancia y lo tiraran.
La
“subducción”, nos dicen los expertos, es la causa de muchos de los temblores
que nos aquejan. Viene del latín sub, debajo, y duccere, llevar
conducir. Es cuando dos placas tectónicas (las partes fragmentadas de la
corteza terrestre) chocan y una penetra por debajo de la otra. Eso genera una
gran tensión que, cuando se libera, sacude el suelo como obra del demonio.
Con la
subducción viene de la mano la “brecha sísmica”. Es la espada de Damocles que
se cierne sobre el país. Lo de brecha viene porque es una zona de contacto
entre placas donde no se ha presentado un movimiento sísmico significativo
durante un periodo extendido. Eso significa que se ha acumulado una gran
cantidad de energía. Cuando se libere, alcanzará grandes proporciones. Es el
caso de la brecha del Pacífico en la costa de Guerrero, entre Zihuatanejo y
Acapulco.
Aclaro que,
aunque se sabe que ahí podría desencadenarse un poderoso terremoto, nadie sabe
cuándo.
En el
glosario telúrico hay que incluir la palabra “charlatán” y aplicarlo a todos
cuantos aseguran que pueden predecir un sismo. No pueden. Lo que hacen es
engañar o creer que pueden y, en el mejor de los casos, atinar alguna vez. Es
un hecho que siempre tiembla, así que tienen posibilidades de acertar.
Un fenómeno
curioso es el de los terremotos en “enjambre”. Enjambre es multitud, de abejas,
de personas, de animales. Pues aquí tenemos una profusión de sismos,
generalmente de baja magnitud, con epicentros en un área relativamente
reducida. Pueden durar días semanas o meses.
Los
“premonitores” son movimientos que preceden a otros de mayor magnitud; son la
contraparte de las “réplicas” o temblores que siguen a uno más fuerte.
El “riesgo
sísmico” es, según el glosario sobre el tema de la Secretaría de Gobernación,
el “producto de tres factores: El valor de los bienes expuestos (C), tales como
vidas humanas, edificios, carreteras, puertos, tuberías, etc.; la
vulnerabilidad (V), que es un indicador de la susceptibilidad a sufrir daño, y
el peligro (P) que es la probabilidad de que ocurra un sismo de cierta
intensidad en un lugar determinado; así
R = C x V x
P.”
El mismo
documento añade: “El grado de preparación de una sociedad determina la
disminución de la vulnerabilidad y, en consecuencia, del riesgo.”
El tema es
extenso.
¿Existe
diferencia entre temblor, sismo, seísmo o terremoto? Hay quienes designan a los
movimientos telúricos de mayor fuerza como terremotos y a los que parecen leves
sólo como temblores. Es únicamente un matiz psicológico. En realidad son lo
mismo. Por su etimología, los términos significan movimiento de la Tierra y la
magnitud no hace diferencia.
.-.-.-.-.-.
Regaños.
En estos
días aciagos, algunos medios, al hacer el recuento de las vidas perdidas ponen
titulares como éste: “El sismo causó 33 muertos y daños materiales” (Códice
21).
O, sobre los
huracanes de la temporada: “El huracán Irma provoca al menos 40 muertos
en la región” (El País)
O, a
propósito de un ataque terrorista: “Grupo EI reivindica ataque que causó 27
muertos en Bagdad” (Animal Político).
Y ¿qué
creen? Los muertos no se causan ni se provocan. Lo que se causa es la muerte.
Los terremotos, huracanes y terroristas dejan un determinado número de muertos,
personas a las que les causaron la muerte.
.-.-.-.-.-.
Los duendes
y Titivillus hicieron de las suyas en la columna que los aludía. Les juro que
la revisé y que pasó a corrección. Y he aquí que Hugo Martínez y Francisco Báez
detectaron por lo menos tres erratas.
Como
consigna Hugo, no hay ediciones sin “eratas”.
Bertha
Hernández nos aporta un par de anécdotas. “Don Jorge Velasco, ex director
general de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, y editor de muy
larga carrera, afirmaba que ‘la edición fue inventada por el diablo’, y hará
cosa de siglo y medio, Guillermo Prieto se quejaba de “los malditos cajistas”
—los encargados de “armar” con tipos móviles las páginas de los periódicos de
entonces—. Los culpaba de todas las erratas que aparecían en la prensa
decimonónica, que, hay que decirlo, por temporadas podían ser muchas.
Juan Ramón
escribió: “Citaste las palabras: premio, galardón y reconocimiento en tu
columna de hoy. Un lauro qué sería.”
“Lauro” es
laurel. Como la corona de reconocimiento a los vencedores entre griegos y
romanos. El DLE explica que es “Gloria, alabanza, triunfo”.
.-.-.--
El Arca de
Arena pidió la
palabra para el efecto que Titivillus y los duendes de la redacción lograban
producir en la mente de copistas, redactores y correctores. Tiene que ver con
las nubes.
Respondieron
Bertha Hernández, Luz Rodríguez, Francisco Báez, Ramiro Martínez y Hugo
Martínez. Es la obnubilación.
Como de
sismos se trató esta entrega, El Arca pregunta ¿Cómo se medía la
duración de un temblor antiguamente? El Arca piensa en la época de la
Colonia.
30 09 17
Publicado en La Crónica de hoy
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