martes, 1 de mayo de 2018

¡Quihubo, mano!


Carlos Albero Patiño


La mano es, según una definición especializada, la “parte inferior de la extremidad superior”. En serio, así lo pone el sitio Doctíssimo. “Está integrada por el carpo (8 huesos), el metacarpo (los 5 huesos metacarpianos) y las falanges (tres huesecillos en cada dedo excepto el pulgar que sólo posee dos) “continúa la explicación”. “La mano posee la facultad de aprehensión gracias a la capacidad de oposición del dedo pulgar, está dotada de movimientos de extensión, flexión y lateralización, además de poseer gran sensibilidad (tacto).”
La mano es muy útil. La usamos para muchas cosas, desde asir objetos, rascarnos la punta de la nariz (o las verijas, los  menos discretos) hasta saludar, chocarlas o hacer señas para guiar o informar... y de las otras.
Federico Engels la asociaba al desarrollo humano. En su texto El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, el compinche de Carlos Marx sostiene que “El número y la disposición general de los huesos y de los músculos son los mismos en el mono y en el hombre, pero la mano del salvaje más primitivo es capaz de ejecutar centenares de operaciones que no pueden ser realizadas por la mano de ningún mono. Ni una sola mano simiesca ha construido jamás un cuchillo de piedra, por tosco que fuese.”
Para el Diccionario de la lengua española (RAE), la mano es : “Parte del cuerpo humano unida a la extremidad del antebrazo y que comprende desde la muñeca inclusive hasta la punta de los dedos”. Tiene la obra de la Real Academia otras 35 acepciones, entre descriptivas y simbólicas, más una larga lista de acepciones en las que se involucra a la mano.
“Lleva la mano” la descripción del órgano, pero no se queda fuera la significación de quien va primero, ni desmerece el “instrumento de madera, hierro u otra materia, que sirve para machacar, moler o desmenuzar una cosa”, como la del metate (metlapil) y el tejolote, que es la del molcajete.
“Buena mano” posee quien, si está en un juego, como el póker,  tiene la que le permitirá ganar, y si está en otras actividades, la tiene hábil o favorable: “Roque tiene buena mano para las plantas, todas se le dan”
La “mala mano” es la que pierde o falla.
La “mano de obra” es el trabajo, tan caro a Engels… como categoría de análisis. Decía un conocido cuando se rompía una plato o una taza: “Nomás se dañó la mano de obra, el material, ahí está”.
“Manos limpias” son las lavadas, pero también las que presumen los políticos cuando aseguran que no tienen cola que les pisen.
La “mano larga” abunda en el transporte público. Es instrumento de acoso de los “manolargas”, pero es palabra completamente distinta a “manilargo”, uno que, como personaje de El Greco, físicamente tiene las extremidades de gran longitud, aunque también podría tratarse de un ser generoso. El “manirroto” es incapaz de ahorrar; todos sus bienes se le “van de las manos”.
La “mano pachona” o “mano peluda” dan sustos. Eso lo sé de “primera mano”, porque me la encontré en una caja comprada de “segunda mano”.
Todos saben que la mano se le “seca” a aquellos que se la levantan a sus padres, por eso hay que “doblarles la mano” o “hacérselas de puerquito” a esos desgraciados. Lo mejor es ponerlos en “manos de la justicia”.
Famoso “mano a mano” es el que protagonizan Jorge Negrete y Pedro Infante en la película Dos tipos de cuidado. Y no menos célebre fue “la mano de Dios”, ejecutada por Diego Armando Maradona en 1986, en el Estadio Azteca, durante el segundo Mundial mexicano.
Desamortizar quiere decir quitar de las “manos muertas”  que son, asienta el Diccionario del español de México: “Conjunto de propietarios, como la Iglesia y las comunidades indígenas, que no podían vender sus bienes ni disponer de ellos y por eso los hacían quedar fuera de las relaciones económicas del liberalismo, hasta que se dictaron las leyes de Reforma a mediados del siglo XIX”.
Como herramienta de orientación, las extremidades tienen cualidades que no tiene ni el GPS: “A mano derecha tenemos el edificio del Gobierno de la Ciudad, a mano izquierda está la Catedral. Y el Templo Mayor está aquí, a la mano”.
También sirven para señalar la participación de alguien en una tarea o proyecto. “Se ve clarita ‘la mano’ del arquitecto en el diseño del museo”.
De la persona a la que tunden física o psicológicamente y no acierta a defenderse se dice que “ni las manos metió”, pero sí las mete el que roba: “El líder ya le metió mano a la caja”. Y también el que altera: “A esta encuesta ya le metieron mano”.
“¡Manos arriba!” es la voz de los asaltantes, por quienes nadie metería las suyas al fuego.
La “de gato” es o para acicalarse o para sacar las castañas del fuego, esto es utilizar a otra persona para resolver un problema peliagudo. “De la mano” viene el tema de la desconfianza: “Algo se traen entre manos”.
Contra el mal de ojo, dicen los esotéricos, no hay nada como “la mano de Fátima”. Así se librará cualquiera de quedar “en las manos” de un facineroso, pero quienes son bien conducidos por sus maestros y tutores siempre estarán en “buenas manos”. No así los explotados. A ellos siempre les “cargan la mano”.
De los de “manita caída” ya no es apropiado hablar, aunque “la mano caída” es una enfermedad provocada por una lesión del nervio radial que impide funcionar a los extensores de la muñeca.
Y hablando de “manita”, para los mexicanos es el diminutivo usual “tengo manita, no tengo manita”. “Manito” lo es en países de Centro y Sudamérica.
También “manita” y “manito” equivalen a hermana (o) “¿Cómo estás manita?”, “Ay, mano no”, cantaban los Polivoces.
En “lavarse las manos”, Pilatos era experto, por eso nadie le “echaba la mano” en sus negocios.
“Mano negra” es la que interviene para alterar resultados electorales y, para eso, “la mano izquierda” de los mapaches ignora lo que hace su derecha.
Dale “otra mano de barniz a la mesa”, pide el carpintero a su ayudante, su “mano derecha”.
“Mucha mano izquierda” se dice del personaje que tiene gran habilidad para destrabar conflictos y evitar enfrentamientos.
Las manos se piden y se dan: Para solicitar ayuda, para ofrecerla y para matrimoniarse.
Faltan “la que mece la cuna” y la que junto con el pie se toman los abusivos; la “santa”, tan socorrida para las rifas, las “de mantequilla”, a las que todo se les cae. ¿Y la franca, de José Martí?, ¿y las negras y blancas de La Muralla de Nicolás Guillén?. ¿Y las Manos sobre la ciudad, de Francesco Rosi? Y de películas, también está La mano (1981), terrorífica cinta de  Oliver Stone. No se puede olvidar La bestia con cinco dedos (1946), de Robert Florey y, con la magnífica actuación de Peter Lorre.
Toc-toc se oye en la caja de madera sobre la  mesa. Es Dedos, la mano al servicio de la familia Addams, que no se quiere quedar afuera.
La “mano invisible”es creación de Adam Smith para explicar la autorregulación del mercado. A la “mano cortada”, ¿quién la cortó?...
Así no vamos a quedar a mano.
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El Arca de Arena revisaba homófonos: Pretención y pretensión; atizar y atisar; sabia y savia; tuza y tusa; zopa y sopa. Y preguntaba cuáles son válidos.
Lo supieron Francisco Báez, Mangel y Cinthia López. El incorrecto es el par atizar y atisar. Por si lo dudan, zopa  está en el diccionario y es una mano o un pie torcido o una persona con los miembros contrahechos. En plural, zopas, es una persona que cecea mucho.
Sabe El Arca de Arena que los juegos de manos son de villanos, pero eso no la arredra para pedir, a partir del tema de hoy, una palabra que tiene que ver con los esclavos. Es la acción de otorgarles la libertad.

Publicado en La Crónica de hoy 
 

21 04 18     

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