jueves, 13 de septiembre de 2018

El declamador sin maestro y otros encuentros con poemas

Carlos Alberto Patiño


 


El título de esta entrega corresponde al de un libro de amplia circulación durante décadas. Las primeras ediciones son de los años treinta y su autor firma como Homero de Portugal.
Yo conocí el libro en un camión de la ruta Colonia del Valle-Popo-Sur 73 que recorría lo que ahora es el Eje 8 Sur. Venía de su base, a un costado del Colegio de las Vizcaínas, pasaba por la colonia Juárez, tomaba Insurgentes y se adentraba en la colonia Del Valle, y por la avenida Popocatépetl y la Calzada Ermita-Iztapalapa, llegaba a la colonia Sinatel.
En una de las paradas subió un vendedor que nos recetó (recitó) “El brindis del bohemio”, de Guillermo Aguirre y Fierro: “En torno de una mesa de cantina…”. No pedía monedas por su interpretación (performance, le dirían ahora). Él ofrecía a la venta ejemplares de ese libro, definitivamente popular.
En otros ambientes, a “El brindis” siempre lo acompañaba “Mamá, soy Paquito/no haré travesuras”, de Salvador Díaz Mirón.
Hablo de los concursos de declamación que cada año se hacían en las primarias y secundarias. En la prepa, por lo menos en mi caso, a la declamación se sumaban las contiendas de oratoria.
Amado Nervo nunca faltaba en las eliminatorias: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,/porque nunca me diste ni esperanza fallida/ni trabajos injustos ni pena inmerecida;/porque veo al final de mi rudo camino/que yo fui el arquitecto de mi propio destino (…) Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. /¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”. Es “En paz”, de 1915.
La “Chacha Micaila”, de Antonio Guzmán Aguilera, con su dramática historia —“Mi cantón, magresita del alma,/ya pa’ que lo quero,/si se jué la paloma del nido,/si me falta el calor de su cuerpo (...) Si te cuadra,  quémalo/ si lo queres, véndelo (...)”— también figuraba, junto con otro melodrama “Porqué me quité del vicio”, de Carlos Rivas Larrauri: “No es por hacerles desaigre.../Es que ya no soy del vicio.../Astedes mi lo perdonen,/pero es qui hace más de cinco años que no bebo copas,/onqui ande con los amigos.../¿Que si no me cuadra?...¡Harto!/Pa’ que he di hacerme el santito:/he sido reteborracho;/¡como pocos lo haigan sido!”
Había una cierta preferencia por los modernistas, como el Duque Job, Manuel Gutiérrez Nájera, con su emblemático poema “La duquesa Job”: “Desde las puertas de la Sorpresa/hasta la esquina del Jockey Club,/no hay española, yanqui o francesa,/ni más bonita ni más traviesa/que la duquesa del duque Job.”
La extensa obra de Rubén Darío nunca faltaba. “Los motivos del Lobo” era visitante frecuente: “Y así, me apalearon y me echaron fuera. /Y su risa fue como un agua hirviente,/y entre mis entrañas revivió la fiera, /y me sentí lobo malo de repente;/mas siempre mejor que esa mala gente.”
Había algunos que hurgaban en el Siglo de Oro y nos ofrecían obras como el “Madrigal”, de Gutierre de Cetina: “Ojos claros, serenos,/si de un dulce mirar sois alabados,/¿por qué, si me miráis, miráis airados?/Si cuando más piadosos,/ más bellos parecéis a aquel que os mira./No me miréis con ira,/porque no parezcáis menos hermosos./¡Ay tormentos rabiosos!/Ojos claros, serenos,/ya que así me miráis, miradme al menos.”
Las “Redondillas” en defensa de la mujer tenían lugar garantizado, (aunque yo prefiero los sonetos de sor Juana): “Hombres necios que acusáis/a la mujer sin razón,/sin ver que sois la ocasión/de lo mismo que culpáis:/si con ansia sin igual/solicitáis su desdén,/¿por qué queréis que obren bien/si las incitáis al mal?”
El soneto que dice “No me mueve, mi Dios, para quererte/el cielo que me tienes prometido,/ni me mueve el infierno tan temido/para dejar por eso de ofenderte…”, entraba en la competencia. Algunos dicen que es anónimo y otros lo atribuyen o bien a Juan de Ávila o bien a Miguel de Guevara.
O las sátiras del conde de Villamediana: “¡Qué galán que entró Vergel/con cintillo de diamantes!,/diamantes que fueron antes de amantes de su mujer.”
Con esta veta humorística, un día, un compañero juguetón nos presentó los versos del borracho Antón, de la autoría del decimonónico Francisco Añón: “El sin par borracho Antón/cayendo de un tropezón gritó con todo su aliento/¿Quién se cayó?/y en el fondo de un convento el eco le contestó:/—Yoooo”.
A mí me deslumbró Federico García Lorca con los versos del “Prendimiento” y de la “Muerte de Antonio Torres Heredia”.
Del primero, estas estrofas: “Antonio Torres Heredia,/hijo y nieto de Camborios,/con una vara de mimbre/va a Sevilla a ver los toros./Moreno de verde luna/anda despacio y garboso. (...)/A la mitad del camino/cortó limones redondos,/y los fue tirando al agua/hasta que la puso de oro./Y a la mitad del camino,/bajo las ramas de un olmo,/guardia civil caminera/lo llevó codo con codo.
Del segundo va esta imagen: “Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquivir./Voces antiguas que cercan/voz de clavel varonil./Les clavó sobre las botas/mordiscos de jabalí./En la lucha daba saltos/jabonados de delfín./Bañó con sangre enemiga su corbata carmesí,/pero eran cuatro puñales/y tuvo que sucumbir.”
Me resisto a dejar fuera el “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”: “Cuando el sudor de nieve fue llegando/a las cinco de la tarde,/cuando la plaza se cubrió de yodo/a las cinco de la tarde,/la muerte puso huevos en la herida/a las cinco de la tarde./A las cinco de la tarde./A las cinco en punto de la tarde.”
Y luego, en “La sangre derramada”: “¡Que no quiero verla!/Dile a la luna que venga,/que no quiero ver la sangre/de Ignacio sobre la arena.”
No faltaron nunca las oscuras golondrinas de Bécquer ni los diez cañones por banda de la “Canción del pirata”, de Espronceda, y con ellos, “El seminarista de los ojos negros” de Miguel Ramos Carrión..
Inevitable también era la “Suave Patria”, de Ramón López Velarde (“El Niño Dios te escrituró un establo/y los veneros del petróleo el diablo”).
Ya en la prepa, Joan Manuel Serrat nos mostró a Antonio Machado, con sus “Cantares” (“Caminante, no hay camino/se hace camino al andar”).
El “Poema 20”, de Pablo Neruda, (“Puedo escribir los versos más tristes esta noche”) llegó a participar.
No recuerdo que alguien haya presentado a Octavio Paz, a Salvador Novo, a Alí Chumacero o a Efraín Huerta. Ni a Jaime Sabines. En esa época yo los empezaba a leer, pero no eran parte del catálogo de los concursos.
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A Gerardo Galarza le gustó la selección que hice de los retratos. Agradezco sus comentarios.
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El Arca de Arena encontró en “berbiquí” la respuesta a sus inquietudes. La herramienta de acción manual con la forma de un manubrio de doble codo que se acciona con una mano, mientras que la otra sostiene y ejerce presión para perforar, fue reconocida por Bertha Hernández, Marielena Hoyo, Hugo Carlos Martínez, Tarsicio Javier Gutiérrez, Luis Demetrio Flores y Miguel Ángel Castañeda.
Gatobeodo de la Albarrada también lo hizo y añadió un retrato, que era el tema de ese día: “Y uno que al referirse a una persona dice, ‘Pues sí, así era…’ Habría que usar un berbiquí, para horadar en algo más profundo. Miau y Salú.”
A El Arca de Arena le da curiosidad el nombre de la pieza en la que se apoyan los remos en una lancha. A veces es de hierro, a veces de bronce y hasta las hay de madera dura. Su forma es la de una horquilla o de una “y” griega o de un círculo. La palabra encierra dos, la que designa a la pluma de ave que bien cortada y afilada sirve para escribir y la que representa a la sucesión de las notas musicales.

Publicado en La Crónica de hoy
08 09 18

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