En la cuna. De ahí viene la palabra “incunable”.
Así conocemos a los libros de los primeros años de la imprenta. La invención de
Johannes Gutenberg —que combinaba sus conocimientos de metalurgia y el ingenio
para adaptar una prensa vinícola que tuviera la suficiente fuerza para dejar la
impronta— data de 1453. Las obras impresas desde ese año al 1501 son los
incunables. La gramática de Nebrija (1492) se cuenta entre los primeros libros
en español.
América se descubrió por esa época. La imprenta
tardó poco en llegar a nuestro continente. Fue en 1534, apenas 13 años después
de la caída de Tenochtitlán, cuando se instaló la imprenta en el virreinato de
la Nueva España.
Por esas cuestiones de las patentes y privilegios,
el primer impresor fue un alemán avecindado en España que nunca pisó estas
tierras. Se llamaba Juan Cromberger y tenía su taller tipográfico en Sevilla.
Obtuvo el permiso de la corona y envió sus bártulos
al nuevo mundo. Con ellos venía quien sería el primer impresor de México, un
italiano llamado Giovanni Paoli, convertido en Juan Pablos en estas tierras.
El contrato que suscribieron el tudesco y el
italiano tenía una vigencia de 10 años y estipulaba que sólo una quinta parte
de las ganancias sería para Pablos.
El taller se instaló en una casa proporcionada por
el obispo Juan de Zumárraga, verdadero artífice del arranque del oficio
editorial en el continente.
Con los tipos móviles y la prensa, el pionero
Pablos traía tinta, papel y toda la parafernalia necesaria para el
ejercicio de las artes de la elaboración de libros. En los archivos históricos
consta que todo este equipo representaba un valor de 100 mil maravedíes
(Digresión: maravedises o maravedís, según la excepción en las formas del
plural que en alguna época hacía la Academia para esta aguda terminada en vocal
débil).
Juan Pablos también sembró la semilla de la
continuidad. En sus talleres preparó en la profesión a su yerno Pedro Ocharte y
a Antonio de Espinosa. Aprendieron también el oficio Melchor Ocharte y Pedro
Balli.
A las obras producidas por Juan Pablos y sus
compañeros antes de 1601 se les conoce como incunables americanos, es decir,
los de la cuna en América.
Hay que hacer una precisión. Debemos distinguir
entre los mexicanos y los peruanos.
Al virreinato de Perú, la imprenta llegó en 1584 y
fueron Antonio Ricardo y Francisco del Canto los impresores.
La fecha para considerar a los incunables
americanos se amplía, con los de Lima, a 1619.
Hay otros, un poco posteriores, pero se incluyen,
pues, aunque fueron producidos en Manila, las Filipinas dependían de la
Nueva España.
Según algunos autores, el primer libro salido de la
casa de Cromberger (y a él es atribuida la edición, aunque sabemos que la
talacha la hizo Juan Pablos) fue Doctrina breve muy provechosa de las cosas
que pertenecen a la fe católica y a nuestra cristiandad en estilo llano para
común inteligencia, de 1543, obra de fray Juan de Zumárraga.
Los expertos ubican otro texto, la Escala
espiritual de san Juan Clímaco, como el primer libro elaborado de este lado
del mundo. No se han encontrado ejemplares, pero al parecer un precursor,
Esteban Martín, habría hecho uso de técnicas más limitadas y sin la
patente real.
Zumárraga se empeñó en instaurar y fomentar el arte
de la impresión por una razón muy práctica, la necesidad de evangelizar.
Recordemos que el religioso también cumplía funciones de inquisidor.
De ahí que los primeros impresos fueran en su
mayoría de corte doctrinal.
Coincidía el obispo con la percepción que tenía
Antonio de Nebrija. Hemos visto que el gramático persuadió a Isabel la Católica
de patrocinar su obra con el argumento de enseñar la lengua española a los
pueblos conquistados (y recordemos que cuando Nebrija dio a la luz su Gramática,
apenas estaba por descubrirse América.)
Sin caer en la tentación de hablar de imperialismo
lingüístico, ideológico o religioso, observemos que el fraile buscaba producir
libros para adoctrinar a los naturales, nuevos súbditos de España, ahora bajo
Carlos I (o V), y además, los necesitaba también en las lenguas vernáculas.
Por eso entre nuestros incunables están obras como:
Doctrina Christiana en lengua Huasteca, de 1548, escrito por Diego de
Guevara; La Doctrina Christiana en lengua Mixteca, de 1550, con autoría
de Benito Fernández. En 1555 se puso en circulación Un vocabulario en
la lengua Castellana y Mexicana, de Alonso de Molina.
En la rama doctrinal está el que fue el segundo
libro publicado por Cromberger-Pablos. El llamado Manual de adultos
apareció en 1540, pero de la obra sólo se conservan dos hojas. Fueron
encontradas en un volumen de temas diversos en la Biblioteca Provincial de
Toledo, y luego, por los vericuetos de la historia, reaparecieron en Londres,
donde los adquirió un coleccionista.
La obra se atribuye al presbítero Pedro de Logroño.
Está compuesta en tipo gótico, y parece ser que su tema es el sacramento del
bautismo a partir de una bula de Paulo III.
El primer libro ya con el crédito a Juan Pablos
como editor fue el Cancienore Spiritual, de 1546.
El primero de tema científico es un tratado de
matemáticas. El Sumario compendioso de las quentas de plata y oro que en los
reynos de Piru son necesarias a los mercaderes y todo genero de tratantes. Con
algunas reglas tocantes de arithmetica, de Juan Díez Freile.
Este matemático español acompañó a Cortés y
escribió el libro para facilitar el manejo práctico de cuentas en la colonia.
Aborda temas importantes como los valores del oro y de la plata, el cambio de
moneda y, algo fundamental, el cálculo del quinto real. Incluye teoría de los
números y álgebra.
Titivillus, el demonio de copistas e impresores,
dejó su huella en estos primeros años de la imprenta. Un estudioso de la vida
de Zumárraga y de la imprenta, Alberto María Carreño, en el prólogo de
una edición facsimilar del Tripartito del Cristianíssimo y Consolatorio
Doctor Juan Gerson de Doctrina Cristiana a cualquiera muy provechoso
(1543-44), se ocupó de encontrar la mano del duende. Nos dice:
“Pero no hay uniformidad en las dichas letras
[capitulares], que hoy se considerarían de diversas fuentes; unas más
ornamentadas que las otras y de distintos tamaños; y acaso por carecer de la
letra o por error, al principio del capítulo III, folio iiij, empleó una O en
lugar de una D. En los encabezamientos de los capítulos (...) usó una B por
D...”
“Por seguir al autor, o por error tipográfico,
suele presentarse en un renglón la misma palabra escrita de maner
diversa: sancto y santo; peccador y pecador, y como
era natural no escapó a sus propios errores: hcristiana por christiana;
qualsequier por qualesquier; contre por contra…”
Juan Pablos imprimió 37 libros. El último, en 1560,
fue Manuale Sacranentorum que consta de 354 páginas.
A nuestro impresor corresponde también el mérito de
haber publicado el primer ejemplar de un impreso noticioso: La relación del
espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en las Indias en una
ciudad llamada Guatemala, es cosa de grande admiración, y de grande ejemplo
para que todos nos enmendemos de nuestros pecados, y estemos apercibidos para
cuando Dios fuere servido de nos llamar.
Los títulos de entonces no se caracterizaban por su
brevedad.
De esa hoja me ocuparé en la próxima entrega.
.-.-.-.-.-.-.
La pieza que buscaba El Arca de Arena es el
“escálamo” (escala+cálamo). Es el dispositivo en el que se apoyan los remos.
Respuesta hubo de Marielena Hoyo, Juan Ramón,
Bertha Hernández, Miguel Ángel Castañeda, Luis Demetrio Flores y Tarsicio
Javier Gutiérrez.
Este último se pregunta (y yo con él) si “los
empleados que manipulan cotidianamente y los que dan mantenimiento a las
lanchas del lago de Chapultepec (si es que todavía existen, porque lo
desconozco) conocen y utilizan esta palabra en su jerga. Me sorprendería
positivamente que así fuese.”
Como de impresiones se trató esta colaboración, El
Arca pregunta por el nombre de la zona donde se pliega el papel en una
publicación de dos o más hojas. La palabra también designa otra parte de una
página impresa, la que contiene al cordonel.
Publicado en La Crónica de hoy
15 09 18
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