Carlos Alberto Patiño
Mi madre nos leía antes de dormir.
Recuerdo especialmente la serie de novelas de Tarzán, obra de Edgar Rice
Burroughs. Un Tarzán sin la cinematográfica Chita, pero sí con Kala,
su madre adoptiva, y su familia de grandes antropoides (especie distinta
a la de los gorilas de la distorsionada visión de Disney).
Siempre queríamos oír más, conocer el
desenlace de las aventuras en la selva. ¡Y son más de 20 tomos los que
componen la serie! Bueno, sólo nos leyó algunos porque había otros
temas.
Dicen los expertos que así, con la lectura en voz alta, se estimula en los niños el interés por los libros.
Debe ser.
Mi padre platicaba que mi abuela les
leía a sus hermanos, y él, el más pequeño, que a esa hora ya debía estar
dormido, era el más atento escucha de las aventuras de Los Pardaillan de Michel Zévaco o de Nostradamus y El hijo de Nostradamus, del mismo autor.
A mi padre no le gustaba la escuela. Desertó desde la secundaria, pero siempre fue un gran lector.
Yo les leí historias a mis hijas y a mi nieto.
Una condición indispensable para ejercer esta práctica es —aunque suene a obviedad— saber leer.
Leer en voz alta requiere algunas bases,
como fluidez, claridad en la pronunciación y manejo de las pausas.
Parece fácil, pero a lo largo de la vida me he topado con muchas
personas que no lo pueden hacer. Lo vi en la escuela y hasta en la
Universidad. Como docente también me tocó tratar con alumnos que no
podían leer un párrafo de corrido con la debida puntuación, ya no
digamos con énfasis.
Hay la contraparte, las personas que no
pueden leer en silencio. Que hablan o mueven los labios pues no logran
comprender un texto si no lo pronuncian, seguramente ustedes conocen a
alguien así.
Volvamos con la voz.
Cuando se lee a los niños, la cuestión
del énfasis es muy importante. Para mantener su atención, a veces hay
que actuar. Los cambios de voces, entonación y ritmo son básicos.
Como recurso didáctico también funciona la lectura en voz alta.
En mis cursos de redacción, siempre recomendé este ejercicio por varias razones.
Recordemos que si estamos hablando de
redacción, estamos hablando de poner orden. Primero en las ideas y luego
en las palabras. De hecho, si no lo hay con las primeras, nunca lo
habrá con las segundas.
La recomendación para los alumnos con
sus primeros textos era que leyeran en voz alta y se oyeran. Este primer
paso no requiere de tener un escucha.
Lo que yo quería es que se dieran cuenta
de si lo que oían era lo que querían decir. También si había coherencia
y que descubrieran algo fundamental: la lógica de la oración, el valor
significativo de los signos de puntuación.
Que se percataran de que un punto, una coma, un punto y coma son como semáforos, señalamientos que significan algo.
Un signo no se pone nada más porque así
lo dicen las reglas, sino por la necesidad expresiva, para que la
comunicación se produzca de manera efectiva.
Si ellos mismos no acertaban a leer su texto, menos lo podría hacer otro.
El segundo paso consistía en leer el
texto a alguien más. Aquí la idea era saber si el escucha entendía. Si
este objetivo se cumplía venía la retroalimentación con el conejillo de
indias. ¿Le había parecido claro? ¿Le despertaba interés? ¿Le había
gustado?
Venía una tercera fase (con ese, por
favor, no es referencia a las redes). Se trataba de que buscaran a un
lector en voz alta. Alguien que tuviera una mínima habilidad, por
supuesto. El objetivo era que el autor oyera su texto.
Si el compinche no lograba hacer una
buena lectura, podría ser por una deficiencia suya, pero había que ser
autocrítico. Quizá el problema era de redacción, de orden.
Oyendo es posible percibir si no hemos
exagerado con la longitud de las oraciones o si se nos perdió el sujeto o
hicimos una mala concordancia y, sobre todo, si nuestro ritmo es el
adecuado: ni como telegrama ni como rezo ni como trabalenguas.
Son algunas virtudes de la lectura en voz alta.
Luego, habrá que hacerlo en voz baja. También es útil con una buena dosis de autocrítica.
* * *
Regaños. Mire usted: “Empate sin goles
en la Edición 117 del Clásico Regio, en la que la violencia previo al
encuentro fue la protagonista” Es del sitio López-Dóriga digital. En
este espacio he dicho y repetido que previo es un adjetivo, por lo tanto
debe concordar con un sustantivo. En esa mal construida cabeza alguien
estaba pensando en el término como adverbio y salió tal engendro. Si la
violencia es el elemento que antecedió al partido, entonces es la
violencia previa al encuentro. No hay nada que justifique el equívoco
más que la ignorancia de la gramática.
* * *
Pregunta Marielena Hoyo sobre el lenguaje de la hoja volante que nos dio la noticia del espantable terremoto.
“Por cierto, qué expresión tan rara esa
de ‘había en la calle más de dos estados en alto el cieno’. ¿Podría
traducirme su significado?”
Supongo que es una unidad de medida
española y antigua. Se refiere a la altura que alcanzó el lodo en las
calles. Como “estado” no hallé nada, puede ser estadal, que equivale a
3.3 metros, o sea que la capa de cieno habría alcanzada unos seis
metros. Por la magnitud, no creo que se refiera a un “estadio”, pues
cada uno de esos equivale a 174 metros.
* * *
El Arca de Arena recibió respuestas de Francisco Báez, Marielena Hoyo, Bertha Hernández y Luis Demetrio Flores.
Quizá no fui específico al plantear la
pregunta, pues yo pensaba en conquistadores de México, pero no lo dije
así, por eso es importante revisar lo que uno escribe y no suponer que
el lector adivina.
La lista final es larga, pero no
faltaron en ninguna Hernán Cortés ni Pedro de Alvarado. Bernal Díaz sólo
estuvo ausente en una relación.
El Arca encontró un
objeto al que considerará un personaje. Es una especie de maniquí
destinado al entrenamiento de los caballeros y a las competencias entre
ellos. La figura tiene un escudo al que golpean con una lanza los
competidores, pero también gira y está provisto de correas con bolas o
sacos de arena. Si el caballero no era hábil, el resultado era a favor
del muñeco. ¿Cuál es el nombre de ese artefacto?
Publicado en La Crónica de hoy
29 09 18
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