martes, 16 de octubre de 2018

Secundarios, pero no menores: personajes literarios de mis recuerdos

Carlos Alberto Patiño


 



Hay personajes literarios que quedan en la memoria aun cuando no sean los principales. A veces son comparsas de fondo, otras juegan papeles más o menos relevantes sin sobrepasar a los protagónicos.
A mí, por ejemplo se me quedó grabada la imagen de un paje y atambor (que en realidad era una), acompañante del cortejo de Felipe el Hermoso, encabezado por doña Juana de Castilla, conocida como La Loca. Aparece en la novela Terra Nostra, de Carlos Fuentes.
Otro personaje que guardé en la memoria es el sicario Cara de ángel al servicio de El señor presidente, en la novela de Miguel Ángel Asturias. La mencioné cuando escribí sobre el retrato.
Sin duda es importante Mi paredro, el proteico y ubicuo personaje de la novela 62 modelo para armar, del gran Julio Cortázar. Fue tema de El Arca de Arena.
Rayuela, de este mismo autor tiene muchas figuras. A mí me queda presente el hombre que a lo largo de la historia se adjudica tres madres diferentes, el rumano Ossip Gregorovius. También está el músico gringo Ronald y el chino Wong, que porta fotos de una ejecución con tortura china.
¡Ah!, y Morelli, el atropellado que en la segunda secuencia de lectura se revela como un importante escritor. La pianista Berthe Trépart y la clochard Emanuelle dejan su huella.
Además de Becky Tatcher, quien más llamó mi atención en Las aventuras de Tom Sawyer (Mark Twain), fue el espeluznante Indio Joe, que en realidad es un mestizo. Les juro que cuando de niño leí la novela, esperaba con ansia que el malvado fuera capturado… no, no es cierto, lo que quería era que lo mataran.
Otro de mis favoritos es el portugués Yáñez de Gomara, pero no lo pongo en esta lista porque sin duda su papel es coprotagónico con el pirata Sandokán. Al que voy a incluir en este repaso es al malayo Giro-Batol, quien en Los tigres de Mompracem aparece muy oportunamente para rescatar a su jefe, Sandokán, a punto de ser atrapado en su huida de los peligros en que se metió por buscar a la hermosa Perla de Labuán.
Otros personajes de esta historia que me agradan son las babirusas, animalitos parientes de los jabalíes y de los cerdos que tuvieron su lugar entre las Arenas de El Arca.
De La historia sin fin, de Michael Ende, conservo a la vieja Morla, la tortuga sabia.
De El cuarteto de Alejandría (Justin, Balthazar, Mountolive y Clea), de Lawrence Durrell, no puedo seleccionar a ninguno, pues los que son secundarios en una de las novelas, se convierten en principales en otra.
Madame Bovary, de Gustavo Flaubert, tiene un personaje que llamó mucho mi atención. El pedante boticario Monsieur Homais, que se hacía llamar farmacéutico, por eso, por pedante. Él se dice seguidor de Voltaire, ateo y cientificista. Sin embargo, es el arquetipo del pequeño burgués pretencioso y arribista. De hecho, es causante indirecto de la muerte de Emma y, consecuentemente, de Charles.
Paradójicamente, con cierto grado de perversidad, Flaubert lo hace acreedor a la Cruz de Honor como buen ciudadano.
El señor de los anillos tiene tal multitud de personajes que es difícil escoger, pero, por alguna razón —inexplicable para mí—, el que recuerdo es Tom Bombadill, ese extraño ser que ayuda a Frodo, Sam, Merry y Pipin en las primeras etapas de su viaje. Se sabe que es tan antiguo que recuerda la primera gota de lluvia y la primera bellota del bosque. Asegura que ya estaba allí antes de que apareciera el río.
De La tregua, de Mario Benedetti, me quedé con Blanca, la hija de Martín Santomé que se hace amiga de Laura Avellaneda.
En El tambor de hojalata, de Günter Grass, uno de mis libros favoritos, siempre recuerdo a Ana, la abuela cachuba de Oskar Matzerath, a Rosvita Raguna, la sonámbula más célebre de italia, amante del pequeño Oskar, y a la joven madrastra del tamborilero, María. Está también el enano Bebra y el funcionario de Correos Jan Bronski.
La serie del detective Héctor Belascoarán Shayne, de Paco Ignacio Taibo II, que arranca con Días de Combate, me dejó la imagen de la Muchacha de la cola de caballo y la del plomero Gilberto Gómez Letras.
Alejandro Dumas tiene a una mujer impresionante en Los tres mosqueteros. No es la reina Ana de Austria
—que lo fue—, sino la intrigante Milady de Winter, formidable enemiga de D’Artagnan y perdición de Athos.

El Ulises de James Joyce tiene a Stephen Dedalus, quien originalmente iba a ser el protagonista de la novela, como ya lo había sido del Retrato de un artista adolescente. Pero a Joyce le creció el otro personaje, Leopoldo Bloom y le robó la historia.
Molly Bloom, la esposa de Leopoldo, es muy importante para la literatura, pues es paradigma de la técnica conocida como fluir de la conciencia que luego William Faulkner aplicará magistralmente en El sonido y la furia.
Pero la imagen que tengo más presente es el episodio de las sirenas. Lidia Bouce y Mina Kennedy —una rubia; la otra, pelirroja—, meseras del restaurante del hotel Ormond, protagonizan un increíble capítulo en donde los sonidos marcan la pauta. Está el tintineo de las campanas de bronce y de oro, que platican, ríen, gritan. Y hay el sonido de un diapasón en el cuerpo de un tenedor. Un bastón de ciego marca los compases y el canto de Simon Dedalus interviene en la escena. Suenan monedas, relojes, silbidos… hasta el chasquido de una liga para medias en un muslo y el eco de una procesión. Es como una orquesta sinfónica que afina los instrumentos para luego integrarse en un concierto. Es deslumbrante.
Aunque la lista se puede prolongar, pues entre más escribo, más recuerdos me surgen, tomaré El Quijote, del ingenioso Miguel de Cervantes, para rematar.
Es el bachiller Sansón Carrasco quien resalta, pues es el que logra devolver al Hidalgo a su casa. Fracasa primero al enfrentarlo como El Caballero del Bosque o Caballero de los Espejos y luego, como el Caballero de la Media Luna, logra retirar a don Quijote de sus andanzas caballeriles.
* * *
Muchas respuestas recibió El Arca de Arena. Parece que la pista del nombre del actor y cantante ayudó bastante. La persona necia, inconsistente, tonta, boba, de poco juicio es un “badulaque”. Lo dijeron Felipe de Jesús Roura, Francisco Báez, Bertha Hernández, Gerardo Galarza, Marielena Hoyo, Gatobeodo de la Albarrada, ramon@tvazteca, Tarsicio Javier Gutiérrez, Miguel Ángel Castañeda y Luis Demetrio Flores.
A El Arca le encantan las palabras antiguas. Ésta tuvo su apogeo en el siglo XIX, aunque figura ya en el Diccionario de Autoridades de 1770. Datos tales no ayudarán al lector a encontrar el vocablo, pero sí le darán la idea de que es de poco uso en la actualidad. Significa “persona que gran dignidad o autoridad imaginaria”. Se utilizaba acompañada del complemento “El… de la India” o “El... de Sevilla”. Puede funcionar como sinónimo de “fatuo”.
Más pistas. Si fraccionamos el término, las primeras sílabas los son también del título de los altos nobles del imperio austrohúngaro (aquí tuvimos uno). La segunda parte nos remite a un pez o al retoño de la vid.


Publicado en La Crónica de hoy
13 10 18

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