sábado, 1 de abril de 2017

Glíglico, sintaxis y jitanjáforas



 Carlos Alberto Patiño

"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.”
Casi no hay que decirlo. Es el capítulo 68 de Rayuela, la formidable novela de Julio Cortázar.
¿Se entiende? ¿Por qué creemos que significa algo?
Está escrito en glíglico, un idioma artificial. Es un juguete inventado por La Maga, quien reclama a Oliveira la maternidad en el capítulo 20:
“—¿Pero te retila la murta? No me vayas a mentir. ¿Te la retila de veras?
“—Muchísimo. Por todas partes, a veces demasiado. Es una sensación maravillosa.
“—¿Y te hace poner con los plíneos entre las argustas?
“—Sí, y después nos entreturnamos los porcios hasta que él dice basta basta, y yo tampoco puedo más, hay que apurarse, comprendés. Pero eso vos no lo podés comprender, siempre te quedás en la gunfia más chica.
(...)
“—Me aburre mucho el glíglico. Además vos no tenés imaginación, siempre decís las mismas cosas (...)
“—El glíglico lo inventé yo —dijo resentida la Maga—. Vos soltás cualquier cosa y te lucís, pero no es el verdadero glíglico.”
Es un hecho que aun con el glíglico hay significado; pese a que son palabras inexistentes, tienen sentido.
Es, ante todo, un reto para el lector, una propuesta de juego. Es un llamado a la complicidad del autor último de cualquier obra literaria: el lector.
Daniel González Dueñas, en su artículo “El glíglico en Rayuela” argumenta que: “la virtud de este último (el glíglico) reposa en su ambigüedad irreductible: ‘retilar la murta’ o ‘amalar el noema’ sólo funcionan en la medida en que no exista un diccionario en donde estas palabras sean sujetas con alfileres como las mariposas del entomólogo. El glíglico sería totalmente destruido por un diccionario, de ser éste posible.”
Pero, ¿de dónde proviene el significado?
Dicho de una manera rápida y directa, significa por la estructura.
La sintaxis del español es la que nos hace comprensible el texto.
Podemos reconocer artículos, sustantivos, preposiciones, conjunciones, adjetivos, verbos y tiempos verbales.
Sin duda “amalaba” está en copretérito y “el noema” tiene un artículo determinado masculino singular.
El ritmo también hace lo suyo. Si leemos el capítulo en voz alta (bien leído, obviamente) resalta el trasfondo erótico del capítulo. El glíglico es un idioma para describir la relación física amorosa de una pareja.
Hay palabras en español, por ahí está un término en lunfardo y otro de la tradición grecolatina.
El glíglico se forma con jitanjáforas, palabra esta última también inventada y recuperada para denominar una figura retórica por Alfonso Reyes. Son palabras o frases sin significado pero melódicas y rítmicas. El neolonés lo tomó de un poema cubano de Mariano Brüll que dice : “Filiflama alabe cundre/ala olalúnea alífera/alveolea jitanjáfora/liris salumba salífera.”
Hay otros lenguajes inventados en la literatura. Uno de los ejemplos más conocidos es el que emplea Lewis Carroll en su poema Jabberwoky, cuyas primeras estrofas son: “Twas brillig, and the slithy toves/Did gyre and gimble in the wabe;/All mimsy were the borogoves,/And the mome raths outgrabe./’Beware the Jabberwock, my son!/The jaws that bite, the claws that catch!/Beware the Jubjub bird, and shun/The frumious Bandersnatch!
Que en traducción de Jaime de Ojeda (A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado, Alianza Editorial, Madrid, 1973.) es:
“Brillaba, brumeando negro, el sol;/agiliscosos giroscaban los limazones/banerrando por las váparas lejanas;/mimosos se fruncían los borogobios/mientras el momio rantas murgiflaba./¡Cuidate del Galimatazo, hijo mío!/¡Guárdate de los dientes que trituran/Y de las zarpas que desgarran!/¡Cuidate del pájaro Jubo­-Jubo y/que no te agarre el frumioso Magnapresa!”
Está también el inglés de James Joyce en su Fineggans Wake: “riverrun, past Eve and Adam’s, from swerve of shore to bend of bay, brings us by a commodius vicus of recirculation back to Howth Castle and Environs.
“Sir Tristram, violer d’amores, fr’over the short sea, had passencore rearrived from North Armorica on this side the scraggy isthmus of Europe Minor to wielderfight his penisolate war”
Salvador Elizondo dejó una famosa traducción de las primeras páginas del libro:
“riocorrido más allá de la Eva y Adán; de desvío de costa a encombadura de bahía, trayéndonos por un cómodio vícolo de recirculación otra vuelta a Howth Castillo y Enderredores.
“Sir Tristram, violer d’amores, habiendo cruzado el corto mar, había pasancorrevuelto de Nortearmórica, de este lado del estrecho istmo de Europa Menor para martibatallar en su guerra peneisolar.”
Son grandes retos para el traductor, pero “traduciendo” la sintaxis y apoyándose en raíces y paronimias se logra dar versiones en otros idiomas.
No es el caso de la lengua de Ponape, hablada en la tierra de R’lyeh, donde H.P. Lovecraft ubica a Cthulu. Ahí se escucha esta frase: “Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn”. No hay manera de entender; no hay estructura significante. Sabemos lo que dice porque nos lo explica el mismo autor: “En su morada de R’lyeh, el muerto Cthulhu espera soñando”.
.-.-.-.-.
Regaños.
@Don_Susanito me hizo llegar un artículo sobre un problema no resuelto por la Real Academia Española. El portal Un arácnido Una camiseta publicó en febrero de 2011 una entrada que habla de una palabra que no se puede escribir en español aunque sí pronunciar.
El autor que firma como “eosar” dice:
“Hace unos días le hice una consulta a la RAE, ¿cómo se escribe el imperativo de salirle? Su respuesta fue la siguiente:
‘En relación con su consulta, le remitimos la siguiente información:
‘La interpretación forzosa como dígrafo de la secuencia gráfica ll en español hace imposible representar por escrito la palabra resultante de añadir el pronombre átono le a la forma verbal sal (imperativo no voseante de segunda persona de singular del verbo salir), oralmente posible si, por ejemplo, ordenáramos a alguien salir al paso o al encuentro de otra persona aludida con el pronombre le: [sál.le al páso], [sál.le al enkuéntro].
‘Puesto que los pronombres átonos pospuestos al verbo han de escribirse soldados a este, sal + le daría por escrito salle, cuya lectura sería forzosamente [sá.lle], y no [sal.le].’
Vaya, así que  la Academia no puede resolver una duda. Y para eso la teníamos. Va por esa razón en esta sección, aunque el tema es para largo debate.
.-.-.-.-.-.-
El Arca de Arena.
El nombre del olor a tierra mojada es petricor. Lo supieron Luz Rodríguez y Marlene Peralta. Marielena Hoyo nos proporciona la siguiente información: Es un “término derivado de la unión de las palabras griegas “petrus” (piedra) e “ikhôr”, que era como se denominaba “el líquido que fluía por las venas de los dioses en la mitología griega”.
Lily Rodríguez añade que: “Este aroma inconfundible proviene de una sustancia química llamada GEOSMINA que la produce una bacteria llamada bacteria de Albert. La Geosmina es incluso la base de los antibióticos de uso más frecuente. El olor de tierra mojada es incluso tema de un poema de Ramón López Velarde que precisamente se titula así: Tierra Mojada.”
La palabra tiene fecha de nacimiento, fue en 1964 cuando dos geólogos australianos, Isabel Joy Bear y R. G. Thomas, lo usaron en inglés por primera vez como “petrichor”. Pasó al español sin la “ch”, pero aunque su etimología es válida, todavía no aparece en el DLE.
Algunos que no conocían la palabra sí recordaron que Guadalajara huele así, según nos ha ilustrado Pepe Guízar en su celebérrima canción.
De la palabra ikhôr hay una llamativa anécdota. Alejandro Magno estaba tan convencido de su condición divina que se llevó tremenda decepción un día que fue herido y le salió sangre, no el líquido divino.
Ahora, rebusquemos en El Arca. Ahí, en el fondo, está el artilugio que provee de corriente eléctrica al trole o pantógrafo de tranvías y trolebuses.



01 04 17



Publicado en La Crónica de hoy


No hay comentarios:

Publicar un comentario