lunes, 4 de septiembre de 2017

¿Qué onda?

Carlos Alberto Patiño



 


Nos tocó ver llegar al hombre a la Luna. Nos tocó mirar la primera transmisión de televisión mundial y la llegada de los aparatos a colores. Supimos de la Guerra de Vietnam. Nos conmocionamos con la imagen de la niña huyendo de un ataque con Napalm. Y con Tlatelolco. Presenciamos los Juegos Olímpicos, Avándaro y el Mundial de México 70... Y ya llevamos dos.
Era yo un niño cuando apareció el primer disco de Los Beatles.
Conocí la música de Jimmy Hendrix, por ahí del 67.
Nos tocó estrenar el Metro y la montaña rusa de Chapultepec. Vimos llegar a Tláloc al Museo de Antropología y recorrimos con curiosidad y atención el Museo del Caracol cuando era nuevo.
Acudimos a las primeras funciones en el Dorado 70 e iniciamos la costumbre de pasear por Plaza Universidad y Plaza Satélite.
No había ejes viales pero hubimos de padecer su construcción.
Nosotros, cuando íbamos al Centro, al que no llamábamos Histórico, recorríamos Niño Perdido y San Juan de Letrán.
En alguna parte debe estar una foto mía caminando por la avenida frente a la Torre (¡torre!) Latinoamericana. Había fotógrafos ambulantes que tomaban miles de imágenes y repartían tarjetas con la dirección a la que debía uno acudir si quería la foto.
Eran fotógrafos distintos a los de Chapultepec, la Alameda o La Villa. Éstos tenían pequeñas escenografías. Podías retratarte sobre un caballo de madera o asomarte por la ventanilla de un aeroplano.
Nos tocó enterarnos de la construcción de un muro para dividir Berlín y luego nos tocó ver cómo lo derribaron.
Cuando el sismo tiró el Ángel, yo tenía dos años, pero el del 85 nadie lo puede olvidar. Mi hija menor aún no cumplía un año.
Ah, y estaba “La Onda”.
El primer contacto que tuve con la llamada Literatura de la Onda fue con un cuento mecanografiado que me prestó mi tío Jorge. Un amigo suyo lo había escrito.
No recuerdo el nombre del autor, pero me deslumbró el manejo del lenguaje. Era tan diferente a los que hasta entonces había leído.
“Onda” era palabra que usábamos con muchos significados. Desde luego, el uso formal para referirse a una ondulación. Pero también en frases, como las que consigna el Diccionario del español de México (Colmex): “ 1 Comportamiento o forma de actuar, actitud o actividad que se adopta en un momento dado: ‘Andaba en otra onda’, ‘Está en la onda de la música’, una onda gruesa, una onda padre, ondas diferentísimas, ‘Esa maestra es muy buena onda’, ‘¡Qué mala onda!, no devolverle el libro que le prestó’, respetar la onda de cada quien
“2 Agarrarle la onda, coger (le) la onda o captar (le) la onda. Adquirir una habilidad o entender algo: ‘Ya le agarré la onda a las computadoras’
“3 Írsele la onda, perder una persona el hilo del discurso, la corriente del pensamiento o el curso de las ideas: ‘Se me fue la onda a la hora del examen y no supe qué contestar’
“4 Sacar de onda, confundir, ser difícil de interpretar: ‘Me sacan de onda sus explosiones de violencia’
“5 Entrar en (la) onda, entrar en un determinado ambiente y adaptarse o asimilarse a él: ‘Son bien fresas, no entran en onda’
“6 ¡Qué onda! Interj, saludo informal.”
Añade el diccionario que La Onda es “Corriente que a mediados de los años 60 tomó como tema a los jóvenes, con un énfasis especial en el rock y en la experiencia de las drogas, como la mariguana, el peyote y el LSD, y dio tratamiento literario a su lenguaje coloquial, lenguaje juvenil de aquella época que hoy se ha extendido ampliamente. Entre sus principales exponentes están José Agustín y Parménides García Saldaña”.
De esta corriente también formaron parte René Avilés Fabila y Gustavo Sáinz.
La designación como escritores de La Onda se debe a la crítica Margo Glantz.
En su ensayo “Onda y escritura: jóvenes de 20 a 33”, la escritora cita a Carlos Monsiváis para explicar el lenguaje de esta corriente.
“De la Onda —dice Carlos Monsiváis— emerge un slang, una germanía, el lenguaje de una subcultura que pretende la comunicación categórica... No es casual que el lenguaje de la Onda deba tanto al habla de la frontera y al habla de los delincuentes de los cuarenta.
“En la frontera y en la cárcel, en la corrupción de un idioma y en el idioma de la corrupción se elabora con penuria y terquedad la renovación. Un lenguaje no se detiene: usa indistintamente de los resultados de la Revolution Avenue de Tijuana y de las claves para esconder secretos en los que, literalmente, nos va la vida [...] El caifán ha sido bautizado. “Después ofrecerá, al insistir en su conducta y en su vestuario, la definición del término. El hispanglish brota en cantinas, prostíbulos, garitos, cervecerías [...] Y de ese vicio declarado, de ese melting pot de México que es Tijuana, de esa cocina del diablo que es la Candelaria de los Patos, surge de modo, entre simbólico y realista, una parte considerable de la diversificación del español hablado en México. La Onda es el primer grupo que capta y divulga en forma masiva estos numerosos hallazgos. Un slang es una complicidad, el habla de una subcultura es una complicidad divertida.” (Días de Guardar).
“Momiza”, “chaviza”, “Simón, simonazo”, “nel, pastel”, “pacheco”, “conecte”, “viaje”, “forjar”, “fresa”, “aplatanarse”, “rait”, “pasón”... son sólo algunas de las expresiones de esa época.
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Regaños.
En el programa de TV Fractal, el reportero Roberto Francisco Ponce habla de la aviadora británica Amy Johnson, la primera mujer en volar de Londres a Australia y a Tokio. La carrera de la pilota es extraordinaria. A su muerte, refiere el periodista, “se convirtió en un ejemplo femenino para miles de mujeres”. Vaya, una mujer que se convierte en ejemplo femenino…
Aclaración: Gramaticalmente hay números ordinales, cardinales y partitivos o fraccionarios. Si alguien habla de la posición que ocupa alguien o algo respecto de otros usamos, por ejemplo duodécimo, decimosegundo o décimo segundo. Doceavo se refiere a la fracción, es decir cuando se divide algo: “la doceava parte del pastel”, nadie ni nada ocupa el doceavo lugar.
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El Arca de Arena había propuesto una interrogante que consideraba difícil y ni para el doctor Báez ni para Marielena Hoyo lo fue. Tampoco para Luis Demetrio Flores Delgado y Octavio Martínez. El epónimo de una familia de impresores holandeses del siglo XVI y que se refiere a un estilo de libros y a un estilo de tipografía es elzevir o elzevirios. El dato de que se considera a esta familia de Leyden como precursora de las ediciones de bolsillo sirvió de pista a algunos.
Finalmente, no resultó tan difícil como pretendía El Arca.
Esa palabra fue de las primeras que llamaron mi atención cuando hojeaba el diccionario que tenía mi padre en su oficina. Era un libro ilustrado de Fernández Editores. La imagen que acompañaba a la entrada era una “E” con el estilo de los elzevirios.
Bien, pregunta El Arca de Arena, si Hemingway dijo que París era una fiesta, quién y en dónde añadió que “¡Estados Unidos era una tienda!”.



02 09 17


Publicado en La Crónica de hoy


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