lunes, 4 de septiembre de 2017

Síndromes: Fascinación, delirios e ilusiones





 Carlos Alberto Patiño









Cuando El Arca de Arena pidió la palabra simbiosis, salió a relucir el síndrome de Estocolmo por la referencia al Ejército Simbiótico de Liberación y su relación con Patty Hearst.
Un síndrome es un conjunto de síntomas, de signos o de fenómenos que evidencian una situación.
El de Estocolmo, lo habíamos dicho, consiste en que las víctimas de un secuestro se sienten atraídas, se fascinan con sus secuestradores.
El nombre viene de un asalto con toma de rehenes en la capital sueca en 1973.
Fueron seis días los que duró la retención de las víctimas. Una mujer se rehusó a ser rescatada y hay versiones de que se le encontró besándose con uno de sus captores.
Las demás víctimas se negaron a presentar cargos o a testificar en el proceso judicial.
Como éste, pero de signo contrario, está el síndrome de Lima. Es como una imagen especular del de Estocolmo, aquí son los victimarios los que se dejan seducir por sus víctimas. La simpatía que les generan hace que sean amables y faciliten la permanencia en el cautiverio o dejen salir a algunos. El nombre viene de la capital peruana, donde, en 1996, el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru irrumpió en la residencia del embajador japonés, cuando 800 invitados asistían a una cena.
Los guerrilleros liberaron de inmediato a las mujeres y a los niños, y poco a poco dejaron salir a la mayoría de los rehenes, para quedarse con sólo 72 prisioneros.
La toma duró cuatro meses y terminó con el asalto de un grupo de fuerzas especiales fujimoristas.
Hay otra versión que dice que un psiquiatra limeño secuestrado empleó todos sus conocimientos sobre el síndrome de Estocolmo con sus captores para salir lo mejor parado posible del escollo.
Imaginemos ahora una situación en la que confluyeran los dos síndromes. Tremenda fiesta se armaría.
Entre el conjunto de los síndromes, algunos de la psiquiatría son muy llamativos.
Está por ejemplo el de la mano extraña, al  que deberíamos llamar “del doctor Insólito” o “doctor Strangelove”, por el personaje de Stanley Kubrick.
Es un padecimiento de origen neurofisiológico que hace que las personas crean que su extremidad se mueve por cuenta propia: desabotona, rasca, señala, sin que el paciente tenga conciencia o voluntad sobre las acciones.
Hay el síndrome de Alicia en el país de las maravillas. Quienes lo padecen perciben los objetos como si fueran más chicos de lo que son o los ven como lejanos. Se cree que Lewis Carroll, el autor de Alicia, lo padecía y de allí los crecimientos o disminuciones  que experimentaba su personaje.
Y ya que tenemos referentes literarios, mencionemos el del doble, al que deberíamos llamar de William Wilson, como el personaje de Edgar Allan Poe. Aunque ni Borges ni Dostoyevski deberían ser relegados. Al doppelganger lo encuentran como una presencia real los pacientes de este síndrome.
Siempre hay una contraparte. La antítesis es el de Capgras. Con éste, la persona cree que un familiar o amigo ha sido suplantado por un sosias idéntico.
El de Otelo no requiere mayor comentario. Es la celotipia que puede llevar hasta el asesinato por la desconfianza extrema en la pareja.
La folie à deux es locura compartida. Es el contagio de un delirio que ocurre generalmente entre personas aisladas. La delirante lleva a su compañero a creer en lo mismo que él supone. Curiosamente, cuando se disuelve la relación, cesa el delirio en la pareja.
El síndrome de la inserción de pensamiento hace que se crea en que alguien más implanta las ideas en el propio cerebro. A muchos franceses no les gustará incluir a Juana de Arco en la lista de los aquejados por este mal, pero esas voces…
No puede faltar en esta relación la licantropía, a la que no hay que confundir con la hipertricosis. De esta última hay conocido caso mexicano. La familia Aceves padece este mal y ha sido motivo de múltiples reportajes. Se trata de la abundancia de pelo, especialmente en el rostro. Pero el licantropismo es la creencia de algunos en que se convierten verdaderamente en lobos y hasta llegan a cometer asesinatos. El galipote es el equivalente al licántropo en la República Dominicana. Como en el Caribe no hay lobos, los afectados creen que se convierten en perros.
El de Korsakov es el olvido postalcohólico. El típico “no me acuerdo”, “¿que yo hice qué?”
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Regaños.
Comenzó la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y las páginas de los periódicos, los medios electrónicos y los portales se llenan de titulares como  “Llegó el día, este miércoles inicia la renegociación del TLC” (Televisa News). “Iniciaron las negociaciones”...
Del mismo corte es un titular de Notimex: “Inicia reclutamiento para laborar en fábrica de billetes en Jalisco”.
Ocurre que en esas construcciones, el verbo iniciar es intransitivo. Es decir, la acción no recae en un complemento directo y menos en el sujeto que no es “renegociación” ni “reclutamiento”.
De hecho, no hay sujeto. Si lo hubiera, el verbo tendría forma transitiva “México, Canadá y EU inician revisión del TLCAN”.
De la otra manera, para que se cumpla con la norma de los pasivos reflexivos, debe incluirse el pronominal “se”.
Cito la explicación que proporciona la Fundación del Español Urgente-BBVA que retoma un texto del diario Estrella de Panamá: “En las pasivas reflejas o pronominales pasivas el sujeto no se conoce o no interesa. En las impersonales no existe. En las primeras, el verbo admite plural, en las impersonales se usa siempre en tercera persona singular. Algunos clasifican las oraciones con ‘se inicia’ como impersonales, como ‘se inicia la feria’, pues considerarían la feria como un complemento directo, en una oración sin sujeto. Más importante que esta diferencia entre técnicos del idioma es saber que el régimen de construcción reclama el uso de se en ambos tipos de oraciones.
Nunca son reflexivas
“Quienes se niegan a usar el pronombre se para decir ‘se inicia’, ‘se estrena’, ‘se celebra’ creen equivocadamente que se trata de un uso exclusivamente reflexivo, como si las cosas se iniciaran, se estrenaran o se celebraran ellas mismas. No tiene nada que ver con el reflexivo. Este pronombre «se» es exigencia de la construcción pronominal pasiva y de las oraciones impersonales.”
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De Marielena Hoyo vino la respuesta. El Arca de Arena pedía el nombre de la pieza o lengüeta que debe sujetarse al subir o bajar un cierre. Es el tirador o medallón.
También lo respondió Octavio Martínez, quien añade que: “La palabra CIERRE para definir el objeto que nos ocupa, se usa en países como México, Argentina Perú etc. y es sinónimo del término cremallera que se usa en Colombia y España y también del término Ziper o Zipper que se usa en los países de Centroamérica y en los Estados Unidos.
“El cierre fue inventado por Gideon Sundback, un sueco emigrado a Canadá, que lo patentó en 1917 con el nombre de  ”Hookless Fastener” o sostenedor separable; la empresa Goodrich Corporation lo denominó Zipper en 1923; su uso se generalizó en las décadas de 1920 y 1930, especialmente para ropa de niños y pantalones de adultos, sustituyendo a los botones y ojales usados desde tiempo inmemorial.”
Ahora, El Arca va algo un poco más difícil.
Es epónimo de una familia de impresores holandeses del Siglo XVI. Se refiere a un estilo de libros y a un estilo de tipografía. Hay quienes consideran a estos libreros de Leyden los precursores de las ediciones de bolsillo. En el DLE aparecen dos términos para este concepto.

19 08 17

Publicado en La Crónica de hoy


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