viernes, 15 de abril de 2016

Entre comillas

Carlos Alberto Patiño

Las comillas no enmarcan, no subrayan, no son para destacar una palabra. Tampoco sirven para que el redactor se balconee entrecomillando los vocablos que no conoce.
Estos usos desatinados se dan en los avisos de las sociedades de padres de familia, en los  carteles de las escuelas, en los menús de fondas y restaurantes, en los anuncios de los grandes almacenes y… en las páginas de los periódicos.
Entonces, ¿para qué sirven las comillas?
En primer lugar para denotar una cita textual. Lo que está entre las comillas es tal cual —sic— como lo dijo un personaje, lo escribió un autor, aparece en una fuente.
Este signo ortográfico nos remite a la fidelidad y, en términos periodísticos, a declaraciones que pueden ser comprometedoras, pero que le dejan claro al lector que no son una interpretación del reportero.
Todo esto, si están manejadas con corrección y responsabilidad profesional.
Otra aplicación de las comillas es cuando se explica o se comenta una palabra. Por ejemplo:

Las “comillas” son un signo de puntuación.
El verbo “amar”es el modelo de primera conjugación.

Se usan las comillas con un sentido irónico, para expresar que una palabra se ocupa para dar a entender lo contrario:

El jefe es muy “justo”  ( y ese jefecillo se la pasa insultando a los empleados con y sin razón).El Porky es un “caballero” en su trato con las “damas”.

En el lenguaje hablado, estas expresiones se acompañan con un ademán que se realiza con los dedos índice y cordial de ambas manos, como si se dibujara los signos en el aire.
Van comillas para indicar que una palabra está puesta de manera incorrecta o está mal escrita,:
Esta comida tenía muchas “especies”
Era horrible, parecía un “mounstro”

En la literatura, con comillas se indican los pensamientos de un personaje:

“Está bien bonita, la condenada”, pensó el cura.

Con comillas se ponen los nombres de los artículos, las canciones, los capítulos, es decir los productos que están contenidos en otras obras como un álbum, una revista, una antología, un libro.
Para los apodos es preferible el empleo de cursivas o itálicas:

El Canicas, La Lore, El Chapo...

En ningún caso, pues, sirven para subrayar ni son un recurso tipográfico para enmarcar ni para resaltar.

A propósito de este signo, la Real Academia Española de la lengua  propone una regla más o menos incumplible.
Dice la RAE que la grafía correcta para este signo son las comillas españolas, que son las angulares «  », y en segundo lugar las inglesas “ ” .
Nada más que ni en los teclados de las computadoras ni en los de las máquinas de escribir hay este signo. Para ponerlos con un procesador de palabras hay que oprimir la tecla “alt” junto con los números 174 o  0171, para las que abren, y  175 o 0187,para las que cierran.
La RAE cree que todo mundo tiene una caja de tipos para componer sus textos.

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La colaboradora infaltable de este espacio, Marielena Hoyo, me preguntó por qué en el Giros pasado, el nombre científico de los porotos —frijoles— lo puse en redondas y no en cursivas o itálicas, como dicta la norma.
La explicación es simple. Los nombres de los frijoles estaban incluidos en una cita que, como tal, iba en tipo cursivo, así que, por valor tipográfico, el nombre científico pasó a redondas.
Y ya que estamos con el tema, dejemos bien asentado que los nombres científicos en su forma binominal se escriben con cursivas.
Si es un manuscrito, el nombre se subraya. Si, como fue el caso que da lugar a estas líneas, se inserta en un texto cursivo, se invierte el valor tipográfico.
Algo que no debe hacerse es poner itálica y subrayar el nombre. Ese es un error imperdonable.
El nombre de una especie se forma por la combinación de dos palabras en latín, de raíz grecolatina o latinizados
El primer elemento —el “nombre genérico”—, siempre va con mayúscula inicial, el segundo elemento —el “epíteto específico” (¡Ah, comillas!)—, va con minúsculas.
Para asignar un nombre científico hay una serie de rigurosos protocolos.

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Hugo Martínez, Juan Ramón Magaña y Rodolfo Álvarez Moreno tuvieron a bien señalar mi error sobre la velocidad de la luz. Puse que ésta viaja a 300 mil metros por segundo y no como debe ser 300 mil kilómetros por segundo. En la versión on line ya está bien,
En descargo de los correctores, debo decir que no les pasé la colaboración para que la revisaran.
Sobre el título “¿Dónde están los correctores?”, los comentarios, en general humorísticos (¿eran realistas?) provinieron de María Laura Muñoz Tovar, del mismo Juan Ramón Magaña, de Bertha Hernández y de Emilio Garzón. Se pueden resumir en que los responsables de la corrección están haciendo cualquier cantidad de cosas, como dormitar, revisar su faceboock, pensar en las musarañas, cualquier actividad, menos en  lo suyo, la corrección.

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A la pregunta sobre la lengua artificial creada en Europa, en el siglo XIX, para facilitar la comprensión entre personas de distintas culturas, El Arca de Arena recibió respuestas de Hugo Martínez, quien propone “Interlingua”, Francisco Báez se decanta por el “Nove-Roman” y Marierlena Hoyo da “Volapük”, lengua artificial creada por el sacerdote alemán Johann Martin Schleyer.
Ésta última es la que yo pedía, pero como el mismo Francisco Báez señaló, hay al menos tres lenguas artificiales creadas en el Siglo XIX.
Al capitán Tarsicio Gutiérrez Espinosa le agradezco sus comentarios.

Bien, de El Arca sale una palabra antigua que denomina a la descarga eléctrica que se produce en la atmósfera.

02 04 16

Publicado en La Crónica de hoy

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